Cultura | EL CIERRE DE «GRAN HERMANO» 2024

Crónica de una final anunciada

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Julián Gorodischer

Lejos de la estridencia que marcó algunos tramos del reality, la definición fue una ronda de agradecimientos y lugares comunes que consagró al ganador típico del certamen.

Triunfador. Bautista, el participante uruguayo que se alzó con el premio mayor del programa.

¿Por qué se dice tanto «los amo», «esto es por ustedes», «gracias, gracias», como en un continuado de latiguillos de la vieja TV? La previa a la final de Gran Hermano tendió una singular «alfombra azul» y sus tribunas siguieron colmadas al cruel azote de los siete grados que, al cierre, seguían bajando. Es la noche más fría que se recuerde en añares, y se termina el GH más extenso y rimbombante que haya arrojado este «país», como le gusta repetir a Santiago del Moro, obsesionado con la representación de la Nación que trae implícita el reality.

Novela del héroe con resonancias contemporáneas, Gran Hermano ha reemplazado los hitos de la narración por tiempos muertos extendidos, interesantes según su capacidad de mostración (de cuerpos, temperamentos, momentos) y de cristalizar «criaturas-icono», como se encargó de subrayar Emma Vitch, el peluquero cordobés que tuvo chances hasta el último minuto.

Se termina el GH de las estridencias: la historia no se reitera con su faz original sino que se exacerba. Grotesco y parodia hicieron que las personalidades ya no correspondieran a esos afamados seres comunes que los precedieron y que fueron síntoma de una democratización (a comienzos de los 2000) cuando el signo del show era representar a un presunto espectador transicionado a «estrella», en un firmamento recientemente devaluado.

La «edición más intensa», al decir del conductor, pertenece, por contrapartida, a otro tiempo histórico, donde el mainstream (el streaming) se ha vuelto una rústica transmisión hogareña –como un derivado directo de la pospandemia–, y ellos han sabido componer su máscara, no dejarse «hacer» por el editor antes acusado de montaje desleal.

Candidato divergente
Esto fue otra cosa: la edición de Furia, Emma, Manzana, Virginia, esos nombres de pila que demostraron ante todo su habilidad para autocomponer personajes, los dejó entrar con un signo fijo unívoco (de la «ira» a la «divergencia sexual»), y los eligió así montados, producidos, desde el minuto cero. Y hoy los escupe la maquinaria cada vez más rápido, recién salidos y ya a la calle Corrientes, a la conducción de la previa y el streaming, a las obras de Muscari y Flavio Mendoza.

Para el cierre de los casi siete meses de show, ya no hacen falta ninguna de esas pruebas o consignas fútiles, ni esos ingresos o regresos saturados de intención que no alcanzaron para detener el raudo declive del dios rating, durante las últimas jornadas. Solo la gran final logra repuntar –hasta cierto límite– los 18 puntos y la intriga, la expectativa, pero no la espectacularidad que alcanzó sus picos durante la mitad del ciclo, cuando ese ser atípico, desmarcado, exaltado, llamado Juliana Scaglione (Furia), alcanzó topes dramáticos con cada una de sus peleas a grito partido, sus coitos en vivo y su diagnóstico de leucemia televisado con salida a la clínica incluida.

«Furia es Gran hermano», supo gritar la tribuna de los «furiosos», otra de las novedades del ciclo 2024, cuando la masa se repartió en subgrupos tan corpóreos como la invocación que les hacían panelistas y participantes, tocando el sueño de la materialización del público, pocas veces antes tan compacto, manipulable y monetizable.

Segundo. Emma fue un jugador revulsivo y «distinto» que se retiró ovacionado de la casa.

«Queremos que factures», le dijo Laura Ubfal a Furia en uno de los inserts comentativos, y selló ese prodigioso ciclo productivista asociado al ocio. Si en aquella primera edición de 2001 se los acusaba de retozar inertes como «un mal modelo para la juventud», esta fue la versión de la proliferación de los panes, de carreras que se hacen aun estando adentro, en una era en la que la vida pública pasó a ser imagen congelada alla Instagram o videíto de secuencia primitiva estilo reel.

A la falta de guiones y argumentos se la rellena con metáforas, y eso también fue Gran Hermano en 2024, ya con el género curtido, buscando la referencia al momento en esa Furia «mileísta» por la que se interrogó hasta al presidente, sobre si habría encuentro, y hasta el libertario a cargo del Estado se inhibió ante el convite.

La final, entonces, transcurre estirada y solemne, ya sin virajes, ni comunicados, ni telefonazos rojos. Y así siguieron agradeciendo entregados a la vaguedad, como en una coda de viaje de egresados con la camada despidiéndose en su maníaco y melancólico cierre, y con la maledicencia y la alevosía devenidas repentinamente en puro amor declamado.

Más allá del primer premio obtenido por el participante uruguayo, Bautista (los 50 millones y un plus por rendimiento en ML, la casa prefabricada), el segundo es el que vale como irrupción inesperada en el ambiente televisivo: él, Emma, fue revulsivo y «distinto», un modelo disruptivo para la TV masiva que adora los estereotipos. Con su peinado batido se lo vio salir, a posteriori de la revelación de los comicios, como lo más novedoso que alumbró el elenco rotativo de los comunes-famosos: fue el «marica», que no gozaba del prestigio de la travesti o el «gay cis», y languidecía mediáticamente hasta su llegada entre cohortes de comentaristas del periodismo de espectáculos, los llamados mediáticos y RRPP de boliches.

Pero aquí se le atribuyó «una lucha», dijo, digno objeto de adoración de una de esas tribus a las que se denominó «iconics», la que le entregó la idolatría al divergente, allí donde la femineidad se expresó en pinceladas y no en una plena transformación a lo Flor o Lizy, con esa melenita y la minifalda que no alcanzaban para transicionar y que instalaron a la identidad sexual en una zona poco etiquetable y ambigua, que la TV aprendió a respetar.

Mientras Ubfal y Furia se decepcionaban ante la premiación del «hegemónico», el segundo puesto de Emma lo llevó a salir de la casa «a pura mariconada» –dijo Flor de la V–, entregado a los «te amo» y a los «gracias» que a esta altura ya lo trasladaban al otro lado, donde se brilla y se es vitoreado, y donde se puede soñar, al menos por un rato, con una vida sin privaciones, y con algo más. 

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