Cultura | ENRIQUE SYMNS (1945–2023)

Cronista de la contracultura

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Mariano del Mazo

Al frente de la mítica revista Cerdos & Peces marcó una época del periodismo argentino. Murió a los 77 años. La última entrevista publicada por Acción.

Despedida sinuosa. En la nota publicada por Acción en 2012, afirmaba que había perdido las ganas de escribir, aunque a la vez planeaba su último libro.

Foto: Juan Quiles/3Estudio

«Quizá deba escribir otra excelente nota sobre los presos (incluyendo una discusión sobre si son políticos o sociales) para que igual sigan presos, pero para que la conciencia de usted (tú, vos), lector, se tranquilice y se diga esquizofrénicamente a sí mismo: “Ellos al leer la nota y yo al leerla hemos hecho lo posible” y una vez acordada la complicidad no se le ocurra al lector ayudar al preso a escapar, matar al juez que lo condenó, destruir la sociedad que lo propició o asesinar el espíritu público que convalida, día a día, siglo a siglo, esa farsa social que admite el castigo ajeno como mecanismo que nos libre de la culpa propia». La nota titulada «No tengo nada para decir» es una de las más de 200 escritas por Enrique Symns y publicadas en la revista que él mismo fundó: Cerdos & Peces. Marca de algún modo el espíritu del libro que acaba de salir por El Cuenco de Plata, Lo mejor de Cerdos & Peces, una voluminosa antología de artículos firmados por Symns (los de los ocasionales colaboradores no se pudieron incluir por una cuestión de derechos) que opera como el desbordante retrato de una época y, también, más melancólicamente, como el testamento
de un personaje lisérgico que enalteció la (contra) cultura marginal de los 80 y parte de los 90. Su sinuosa despedida. De Batato Barea a Fogwill, del Indio Solari a Tom Lupo, la revista puso en foco un alucinado sótano artístico que funcionaba como la otra cara del optimismo alfonsinista. Parado entre Charles Bukowski y Hunther Thompson, cocainómano compulsivo, borracho irredento, citador de filósofos, anarco a su pesar, cleptómano y, sobre todo, dueño de un discurso hechizante, Enrique Symns trabajó en numerosos medios (Clarín, Sur, Eroticón, Crítica) y escribió varios libros, entre los que destaca el vertiginoso texto autobiográfico El señor de los venenos. Desde su atalaya y trinchera, la Cerdos desplegó un campo magnético que enlazó al variopinto y muchas veces delirante elenco de la bohemia de los 80. Fue monologuista de los primeros Redonditos de Ricota y su amistad con Solari está descarnadamente desmenuzada e impecablemente descripta en El señor de los venenos. Esa amistad redundó en que el cantante drenara su pulso narrador en muchos artículos publicados en la revista que revelaban, al pasar, su otra cara: la del Solari que quedó cristalizado en una serie de aristas fóbicas y paranoicas de su temperamento. Symns y el Indio se pelearon a muerte en los 90.

Vivir en los bordes
Vivió años en Chile, donde escribió en la prestigiosa revista The Clinic. Antes y después estuvo peregrinando en diferentes ciudades como un linyera intelectual: Rosario, El Bolsón, Bariloche, Posadas. Ahora vive en Derqui, provincia de Buenos Aires. Tuvo un ACV y sufre diabetes. Sin embargo, su lacerante lucidez permanece inmaculada. Nos encontramos en un bar a metros de Corrientes y Callao que tiene un nombre que, en el marco de la entrevista, es una oblicua ironía: Café Utopía. Nada más alejado de esa palabra que el viejo Symns, el hombre que a los 65 baqueteados años percibe que se está despeñando lentamente hacia la nada. Fuma, toma fernet, mira detrás de la mirada. «Cuando cumplí 60 años me diagnosticaron diabetes. Fue en El Bolsón. Seguía tomando merca y whisky, pero la suerte es grela: me mandé muchas cagadas. Me fui a vivir a Rosario… Terminé en una pensión inmunda en la calle Sarandí, acá nomás. Después estuve viviendo en una motorhome. En enero empecé a volver al sur. En Bariloche, una noche, quise levantar la mano y no podía. Vivía con unos amigos, viejos hippies, entre ellos el fundador de La Mano, en un bosque. Me llevaron al hospital y ahí empezó la pesadilla. Me cagaron a inyecciones. Por suerte el ACV no jodió mi cara. Lo que perdí fue equilibrio y fuerza en las piernas».

–¿Estás escribiendo?
–Perdí las ganas de escribir. En mi último período, el de Crítica, tuve la fortuna de sacar al periodista que Cerdos & Peces había convertido en un border. Regresé al periodismo de la calle gracias a Lanata, que me convocó para Crítica. No sé, he cambiado muchas veces de vida. Fui delincuente, pasé años en la cárcel, en Devoto, en Brasil. Dejé de ser delincuente en España cuando un tipo me dijo que yo escribía bien. No me hallo en estos tiempos, detesto la computadora, todo lo que escribí en mi vida fue con un whisky, un saque y un cigarrillo. Aún así, estoy pensando en un último libro. El de mi despedida».
Palito Ortega lo ayudó económicamente y es amigo de sus hijos Julieta y Luis Ortega. Otro que puso dinero fue Fito Páez. «Nunca me interesó la plata. Pero cuando vi lo que otros ganaban sentí envidia. El dinero era un veneno que no conocía». Se junta con quien considera que es el mejor narrador de la actualidad: el escritor Pablo Ramos. Dice que al fin, en su vida, lo salvó la curiosidad. Tal vez el concepto que mejor define la revulsión que proyectó Symns desde sus publicaciones sea la decisión de ir más allá incluso de la incorrección política, una decisión que lo blindó de pintoresquismo e inimputabilidad. En ese sentido, la revista Barcelona parece haber continuado –y tal vez perfeccionado– ese afán perturbador. «Creo que Cerdos dejó una impronta», dice. Pero reconoce: «El barco, igual, fracasó. Fracasó Lenin, Trotsky, la gente, los gobiernos… ¡cómo no voy a fracasar yo!». Algunos chicos lo reconocen, lo saludan, le piden el teléfono. Un aura de elegante decadencia envuelve a este personaje crepuscular. Mantiene el garbo, cierta actitud guerrera, el reflejo de una gallardía que parece provenir de una noche de eterno éxtasis. Monologa, y da un extraño placer escucharlo: «Yo no escucho rock en español. Yo escucho a Mars Volta. Para mí, como decía no sé quién, piensan los alemanes, escriben los norteamericanos y hacen rock los ingleses», dice. Y enseguida agrega: «Quizás me equivoqué en haber sido tan duro con los Redonditos luego de la amistad que tuvimos. Eso no quiere decir que el Indio sea buena persona, o que Poli no sea una mujer temeraria y miserable. Creo, como William Burroughs, que el lenguaje es un virus. Queda el consuelo de la pasión y el enamoramiento. Yo ahora estoy absolutamente solo. Me acosté con más de 500 mujeres, pero mi gran compañera fue la cocaína. Tomé cocaína desde la guerra de Malvinas hasta hace dos años».

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