27 de diciembre de 2013
Referente contemporáneo de la literatura y el periodismo latinoamericanos, el mexicano indaga en su última novela en los límites del riesgo como recurso para intensificar la vida.
Quisiera uno llegar a saber, cuando está delante del escritor mexicano Juan Villoro, cuál es el mecanismo de su mente para poder cazar, al segundo, la palabra justa y la reflexión profunda para describir cualquier situación. En el hall de un hotel de Buenos Aires, ahora profundiza sobre la violencia y el aburrimiento, siguiendo el hilo de su última novela, Arrecife. El libro es la muestra de una de las facetas en las que este creador prolífico se desenvuelve a la perfección. Es periodista, columnista, cuentista y ensayista. La contundencia y el ritmo de su producción le han valido una reputación intachable dentro y fuera de su país, y los galardones –entre ellos, el Premio Internacional de Periodismo Rey de España y el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso– son sólo un ejemplo de su brillante trayectoria.
En su último trabajo, el mexicano se adentra en el mundo de la violencia a través del personaje principal, Mario Müller, un ex músico de rock que ofrece entretenimiento agresivo en un complejo turístico donde los clientes se entregan al placer del miedo. «¿Por qué la gente juega a la ruleta rusa? ¿Por qué conduce un coche a 250 kilómetros por hora?», se pregunta Villoro. Y la respuesta tiene que ver con cómo la sociedad controla, organiza y administra la violencia que, dice, no podemos silenciar del todo en nosotros. «Una parte de esta agresividad se usa como elemento recreativo y está relacionada con el peligro, con la posibilidad de sufrir un daño. Si sobrevives, es como si tuvieras una pequeña inmortalidad: la muerte te tocó pero no pudo contigo».
Esta atracción humana casi sadomasoquista hacia la tensión y el riesgo se reproduce en el resort creado por Villoro que da nombre al libro: Arrecife, en la zona mexicana de Kukilcán. «Hay gente que se aburre mucho en países en los que la única tragedia es que el tren llegó tarde; por eso el sur representa para ellos la adrenalina. Algunas agencias ya organizan viajes para cruzar la frontera entre México y los Estados Unidos. Y es que, para los americanos, para los europeos, más allá de la crisis, el tercer mundo es la reserva de la excitación mundial. O sea, las cosas fuertes ocurren aquí, no van a ocurrir en Bruselas o en Ginebra», continúa.
¿Es que acaso no sabemos aburrirnos en el siglo XXI? Villoro opina que no, que el aburrimiento siempre existió pero que, en el pasado, no había demasiados antídotos contra el tedio. Y, para ilustrar su pensamiento, lanza una más de las referencias que plagan su discurso: en este caso, su voz de locutor de radio menciona al ruso Ivan Goncharov y su novela El mal del ímpetu. En el libro, una aburrida familia del siglo XIX se regocija con las calamidades de un viaje en carreta que busca impedir la monotonía de sus días.
«Yo creo que en todas las épocas ha habido gente que se ha aburrido y que ha buscado distraerse de algún modo», sostiene el escritor. «Digo: ¿quién fue el primero que probó un hongo alucinógeno que crece en un trozo de mierda de vaca? Qué ocioso. No creo que fuera una persona particularmente hambrienta, porque entonces probablemente hubiera comido pasto. No. Era alguien que se aburría y dijo: me voy a comer un hongo y a ver qué me pasa. Y alucinó y le pareció divertido».
—Ana Claudia Rodríguez