Cultura

Cruce narrativo

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La adaptación de novelas y cuentos a la pantalla grande viene de lejos y, recientemente, ha sumado exponentes de todo tipo. Dirigida por Lucrecia Martel y basada en la obra de Antonio Di Benedetto, «Zama» es la película local que competirá por el Oscar.

Libro. La realizadora se tomó cinco años para terminar la versión fílmica de Zama.

La relación entre literatura y cine argentinos viene de lejos. Basta con hacer un repaso mental para encontrar entre los clásicos nacionales a La guerra gaucha (Lucas Demare, 1942), basada en la novela épica de Leopoldo Lugones; Rosaura a la diez (Mario Soffici, 1958), sobre el libro de Marco Denevi; o La Patagonia rebelde (Héctor Olivera, 1973), surgida del gran texto de Osvaldo Bayer. Este año, el vínculo entre el lenguaje literario y el fílmico se ve reforzado con el caso emblemático de Zama, la representante local en los próximos premios Oscar. Dirigida por Lucrecia Martel, la película se centró en  la novela homónima de Antonio Di Benedetto y, a su vez, disparó la escritura del libro El mono en el remolino, de Selva Almada.
El clásico de Di Benedetto, declarado por muchos «infilmable», obligó a Martel a dedicarle cinco años de trabajo. La realizadora cuenta en una entrevista brindada a Página/12 que, recién después de haber «incorporado» el libro, pudo dedicarse de lleno a la filmación. Asimismo, la producción contactó a la escritora Selva Almada para hacer un diario de rodaje, que se desprende de la crónica para convertirse en un libro personal. Un lenguaje nutre al otro en una inagotable fuente de inspiración. Daniel Cholakian, periodista de la revista digital Nodal Cultura, afirma que «el punto clave está en la dialéctica entre la interpretación, la apropiación y la (re)construcción de un universo».

Desafío creativo
La narración literaria y la cinematográfica tienen códigos y reglas propios. El año pasado, Gustavo Fontán filmó El limonero real, a partir de la novela de Juan José Saer; Juan Villegas se animó a Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal; mientras que Andrea Testa y Francisco Marques traspusieron La larga noche de Francisco Santics, de Humberto Costantini. El mismo Marques le cuenta a Acción que «la novela tenía muy presente la voz interior del personaje, y la película nos presentaba el desafío de trasmitir su evolución. Por eso la historia se va transformando junto al protagonista». Testa, la codirectora, agrega a su turno que «tratamos de trasmitir el clima de opresión en imágenes y sonidos, esa fue nuestra apuesta».

Saer. El limonero real, de Gustavo Fontán.

En esa misma línea, se sumaron este año El otro hermano (Israel Adrián Caetano) sobre la novela Bajo este sol tremendo, de Carlos Busqued, a la que el director otorga un final que el texto original no tenía; mientras que Toublanc (Iván Fund), está inspirada en la vida y la obra de Juan José Saer. «Considerando a la película dentro de un régimen de autoría, lo único que importa es la interpretación del cineasta, su libertad para abordar el texto y su capacidad para sostener ese punto de vista en la construcción de su obra», sintetiza Cholakian.
Otros largometrajes prefieren explorar con más detalle el aspecto argumental, tal es el caso de Los que aman, odian, de Alejandro Maci, basado en el relato de Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares. El film pone el foco en una meticulosa reconstrucción de época, un elenco convocante y el anclaje en una narrativa más bien clásica. «El clima en Los que aman, odian es casi una transcripción, sin embargo peca de afectado», sostiene Cholakian.
El año próximo, el calendario cinematográfico se inicia con el estreno de Las grietas de Jara, de Nicolás Gil Lavedra, que toma como punto de partida la novela de Claudia Piñeiro, una de las autoras contemporáneas más llevadas a la pantalla grande. En todos los casos, ya no se trata de hacer la versión fílmica de un libro, sino de explorar las posibilidades del lenguaje cinematográfico para captar la verdadera esencia del relato.

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