Cultura | NICOLAS CAGE

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Mariano Kairuz

El actor vuelve a apostar por el cine independiente después de una maratón de películas filmadas para pagar sus deudas con el fisco y acreedores privados.

Alter ego. En El peso del talento Cage interpreta una versión de sí mismo actual y otra de hace unos 30 años atrás.

Nicolas Cage está de vuelta. Aunque, como se repite una y otra vez en su nueva película, El peso del talento, «no es que me haya ido a ningún lado». ¿De vuelta de dónde, entonces? ¿Del infierno de la clase B? Para buena parte de su público, hasta hace unos cuantos años el actor se había convertido en el anabolizado héroe de acción de una serie de superproducciones de esas que rompían la taquilla en plena temporada: La roca, Contracara, Con Air. Una tendencia imprevista porque, no mucho antes, había sido la cara sensible y excéntrica de una serie de films de presupuesto más pequeño y destino de culto como La ley de la calle, Educando a Arizona (cuando los hermanos Coen aún no eran famosos) o Hechizo de Luna, y venía de ganar el Oscar por la dramática Adiós a Las Vegas. Pero a lo largo de la última década y pico es verdad que pareció desaparecer, asomando ocasionalmente en títulos más dudosos que casi nunca llegaban al cine.
La historia es más o menos conocida, aunque tiene las aristas de una suerte de leyenda, un mito del que se desconocen los detalles a la vez que circulan datos incomprobables pero inflamables. Lo que se decía era que Cage debía decenas de millones de dólares en impuestos, que se había gastado una fortuna en castillos europeos, casas embrujadas en Nueva Orleans y objetos tan excéntricos y a veces inexplicables como sus personajes: una peligrosa pareja de boas; la calavera de un tiranosaurio; ejemplares incunables de historietas de superhéroes. Y que de pronto, mientras su estrella decaía en Hollywood, debió filmar como un mercenario una película atrás de otra para tapar el agujero financiero.
En El peso del talento, la película del director Tom Cormican, Cage interpreta no una versión de sí mismo sino dos: él hoy mismo y su alter ego de unos 30 años atrás. El estreno lo ha devuelto a las páginas centrales de publicaciones como GQ, The Hollywood Reporter y Variety. Y la verdad que el actor parece dispuesto a contar sin pudor no difiere tanto de aquellos rumores. Hacia 2009 varios hechos desafortunados concurrieron en su vida: la muerte de su padre, August Coppola (hermano de Francis Ford, el director de El Padrino); el fracaso al hilo de tres películas caras como las que solía protagonizar por entonces (El aprendiz de brujo, Infierno al volante y Ghost Rider: el vengador fantasma); y, sí, la quiebra económica, debido a una serie de inversiones inmobiliarias mal concebidas que se dieron de frente con el estallido de la burbuja del sistema hipotecario estadounidense.
El intérprete se encontró de pronto con un rojo cercano a los 15 millones de dólares con el fisco y unos cuantos millones más con acreedores privados. «Decidí que no iba a declararme en bancarrota y que saldría de esta trabajando», contó en entrevistas. Y entonces fue que filmó más largometrajes que nunca: 46, en el mismo tiempo que Brad Pitt filmó 19, Tom Cruise 11 y Leo DiCaprio 9. La mayor parte de estas películas pertenecen a lo que hasta no hace tanto era el purgatorio del directo a video y hoy dan vueltas por el limbo del streaming.
«Desarrollé este mantra que consistía en decirme: nunca tuve una carrera, solo tengo un trabajo», cuenta Cage. «Soy un hombre mejor cuando estoy trabajando que cuando estoy tirado al lado de una pileta tomando Dom Perignon», agrega. Lo más justo es reconocer que entre todas estas películas hizo la magistral Un maldito policía en Nueva Orleans, de Werner Herzog, y un puñado de títulos chiquitos que vale la pena buscar, como Joe, de David Gordon Green; Mandy, una obra demencial en la que sale a vengar la cruel muerte de su novia a manos de un culto satánico; la lovecraftiana Color Out of Space; y, recientemente, Pig, en la que interpreta a un ermitaño que debe ir en busca de su mejor amigo, un cerdo con el que se dedica a recolectar trufas. Este último film fue todo un éxito en el circuito indie, el lugar en el que muchas veces ha declarado sentirse mejor; el espacio en el que hizo, en 1988, la que sigue siendo su favorita personal, El beso del vampiro.
«Está esa idea, que la gente parece disfrutar, de que estoy loco, pero yo simplemente digo que no es posible sobrevivir 43 años en Hollywood ni protagonizar más de 100 películas si estás loco. Ninguna compañía de seguros te va a bancar, nadie va a trabajar con vos. Tenés que estar saludable, y ¡mi médico dice que tengo el hígado de un monaguillo de 13 años!», afirma. Su etapa de interpretaciones intensas, grandilocuentes, estaba inspirada en algunos clásicos del expresionismo, como El gabinete del Doctor Caligari. Llegó a presentarse en un programa televisivo británico, al que había ido a promocionar Corazón salvaje de David Lynch, lanzando patadas de karate al aire. Esos recuerdos pertenecen a una época en la que estaba convencido de que «había que dejar una marca en el arte», salir del registro realista que estaba aplanando la interpretación contemporánea.
Hoy Caligari y Sailor (el protagonista de Corazón salvaje, ese Elvis en cuero de serpiente) vuelven cada uno a su manera en la recientemente estrenada El peso del talento, pero lo hacen como cita, como guiño. Hace un año y medio Cage terminó de pagar sus deudas. Ahora, a los 57, y a pesar de estar de vuelta, dice que quiere seguir filmando historias independientes. «Disfruto más hacer películas como Pig, las producciones pequeñas y que tienen menos que perder, porque hay menos miedo involucrado. Es muy difícil expresar algo verdadero y al mismo tiempo satisfacer las necesidades del sistema de estudios. Voy a concentrarme en ser ser extremadamente selectivo. Todo lo que pueda, como si cada película fuera la última».

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