Cuento | Por Adelma Edith Oteiza

Chacabuco, enero del 30

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Adelma Edith Oteiza

Adelma Edith Oteiza (Chacabuco, 1940) es profesora de educación primaria. Se desempeñó como docente hasta 2003. Sus textos integran antologías publicadas por la Sociedad Argentina de Escritores y la Asociación de Educadores Jubilados y Retirados de la Provincia de Buenos Aires. Es vicepresidente y asesora de la Comisión de Amigos del Museo y Archivo Histórico de Chacabuco «Profesor Oscar R. Melli», colaboradora de la Subsecretaría de Cultura de Chacabuco e integrante de la Comisión de Asociados del Banco Credicoop, filial Chacabuco.

El Vasquito, corría, corría, corría… iba y venía del rancho al callejón.

Las alpargatas desflecadas hacían retumbar el piso de tierra. Era un sonido sin estridencias, sofocado pero intenso como la angustia que pugnaba por salir atropellando lágrimas… mas se quedaba contenida en su garganta.

Era casi un niño, recién estrenaba su juventud y había actuado como un hombre porque él, con solo 15 años, y Ramón con 54, fueron elegidos para representar en una reunión a un puñado de peones que, como ellos, trabajaban en «la máquina» y querían una mejora en las condiciones de trabajo con jornadas que se extendían de sol a sol.

¿Por qué fueron ellos los elegidos?

Por ser incondicionales con sus compañeros y porque además eran los únicos del grupo que sabían leer y escribir.

Y allá fueron, al Salto, donde se reunieron con los de otras máquinas de «corta y trilla» con el fin de organizarse para lograr lo que anhelaban.

Mientras tanto, los que quedaron hicieron el trabajo de ellos, multiplicaron el esfuerzo tantas veces como fue necesario… (no sea que el patrón se enoje).

Y el patrón se enojó. Cuando regresaron, frente a los otros, les dijo:

 ̶ Váyanse, nada tienen que hacer acá.

A pesar del sol brillante de ese enero del 30, para el Vasquito la pampa inmensa se cubrió con un oscuro manto gris que lo ahogaba.

Y los dos lentamente se fueron.

Ante esta situación, sus compañeros, esos hombres rudos, íntegros, leales, ni siquiera se hablaron, solo se miraron y casi al unísono le dijeron al patrón:

–Nosotros también nos vamos, volveremos si el Vasquito y Ramón vuelven.

Pasaron los días, ¿uno, dos? No sabe cuántos.

De repente, por el callejón y en medio de una polvareda, apareció un sulky.

¡No podía creerlo! Era el patrón.

Se paró frente a él y sin siquiera saludar le dijo:

–Mañana madrugás y a las tres estás en la máquina.

Y sin más se alejó.

Al instante el Vasquito corrió, corrió, corrió. Comprendió el valor fenomenal de la solidaridad, abrió la boca y un grito, un alarido inundó el campo mientras las lágrimas, incontenibles, bañaban su cara.

Ahora, las alpargatas desflecadas acariciaban la pampa, esa pampa que mágicamente comenzó a brillar.

Este cuento está inspirado en un hecho real de los inicios de las luchas del trabajador rural, siendo el Estatuto del Peón dictado en 1944 uno de los triunfos de ese proceso.

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Cuento Por Adelma Edith Oteiza

Chacabuco, enero del 30