Cuento | Por Ana Ojeda

Fruta dragón

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Ana Ojeda

Ana Ojeda (Buenos Aires, 1979) publicó entre otros títulos las novelas Vikinga Bonsái (2019), Seda metamorfa (2021), Furor fulgor (2022) y Mujer peor (2024) y los libros de cuentos La invención de lo cotidiano (2013) y Necias y nercias (2017). Es licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires y trabaja como editora.

Tras una vida de no aprehender sus contornos, en pandemia O.o sí desaprende el imperativo de desaparecer como ideal último del ser para la mujer, tan inane, tan mínima delgadísima libélula sin siquiera célula de más, que casi pareciera alambre o fino estambre. La ubicuidad de la interioridad allana concientización haragana, para nada vana, de que no hay real gana de atravesar esta vida fajada incómoda, encajada en prendas inadecuadas para parecer menos fungiforme –o deforme– de lo que es. De saquitos y taquitos pasa a cómodo joggingcito con bucito. Corpiño deportivo aporta mitológica uniteta, amuchando lo que hay en el palco central. La comodidad es total.

Durante dos años O.o es feliz. Y ahora que tiene que volver a salir se pregunta si no se trasunta en la joggineta algo del elegante ante, elasticidad andante de la pantera que la exonera de mayores remilgos en esta nueva era en la que tiene por bandera no ir por la vereda de la imposición. Y la respuesta es: ¡sí, señora, sí! Convencida de que al socavón hay que acudir en comodidad, con posibilidad de movimiento, espacio para el asiento de la carnosidad que somos, inaugura modalidad que enhebra zapatilla deportiva, pantalón holgado de telas delgadas, para nada pesadas, o elastizadas, para concluir con remera de tela suave, es decir, algodón. Estela de comentarios –la mayoría escarnios– deja su impronta a poco de volver al escenario gregario de la oficina, usina de embutidas tipo jamón serrano que la resienten porque ya les gustaría a ellas la comodidad bella que presienten en O.o, pasa que el mandato –¡oh, él, siempre!– no consiente desacato que significa el destrato a la estética que O.o moviliza. Este detalle menor pasa a mayor cuando se le aproxima desconocido barón (O.o no lo sindica), a informarle que en las dependencias de la empresa hay un código vestimentario que debe respetar y consiste en pantalón para el barón y pollerita para la gallinita. Mocasín y taco, camisa y saco. Sorprende poco el correctivo a O.o que más bien lo estaba esperando y en el acto pasa a autopercibirse barón pues totalmente indispuesta, tras dos años de gesta, a renunciar al derecho humano de respirar sin preocupar el pensamiento con el destino incierto del botón con dificultad para surfear rollitos y continuar unido al hilito en el hito fronterizo de la cintura. Por cabeza dura vuelven a apercibirla, esta vez a través de escueto email, foto de DNI en adjunto, en el que se comprueba sin problemas género femenino, no venga ahora a hacerse la ameba y alborotar al resto del ganado que no tiene un tema con las disposiciones de vestuario. Al contrario, agradecen porque las dispensa de pensarlo.

Malquista fuerte la pérdida de esta conquista a O.o contra la empresa, a la que tilda –por lo bajo– de fascista. No entiende qué pierden permitiendo respetuosa existencia de la agencia de la cuerpa. Quisiera acatar pero no le sale. Descubre así que durante la pandemia ha perdido, entre otras rosas, porosa capacidad de obedecer cualquier cosa. No quiere hacer bandera de lo que considera mínimo indispensable para dejarse explotar en paz, pero pondera como verdadera mala voluntad la negativa del Departamento de Capital Humano a seguir las invectivas del credo liberal que tanto agita y permitir la libertad en materia de elasticidad de tejidos para el vestido. Y, perdón pero: no hay derecho. No es justo que sea obligación concurrir al lugar de explotación disfrazada de Barbie asalariada. Es lo que le explica O.o a quien enterarse pide de sus cuitas. Esta diferencia banal, que es en realidad fundamental, esta desinteligencia fatal, termina en furúnculo: grupúsculo que suscribe opúsculo en el que se solicita a la Dirección libertad de acción en cuanto a la elección del vestuario. Firmado: las gallináceas reacias a la coacción.

* * *

Nada parece cambiar luego de parsimoniosa carta de apercibimiento. O.o sigue asistiendo a trabajar en jogging, total normalidad. Veces hay en que modera el desacato por un rato y concurre con jean y remera, zapatillas. Hasta que aparece un día alfeñique de Capital Humano, cacique de la controlación que alcanza con pelada en lujosa exposición con suerte las tetas de O.o, muy furioso recrimina comportamiento enojoso y la conmina a deponer actitud con maneras de menesteroso pedigüeño, que no se entiende si es un necesitado o un descastado. Se sulfura O.o, se incomoda y recibe el gesto de inmovilizarle el brazo con latigazo de codo que manda al mono, monito, en bólido a estrolarse contra, primero, escritorio, y luego pared, con chicotazo. Lo observa caído desprotegido mientras la embarga vahído de no saber qué hacer ni cómo seguir. Qué pensarán de ella quienes la miran perpleja, quienes se alejan para no quedar en esa, misma bolsa, con ella. Con desconcierto y desacierto de cómo llegaron a esto la mira primate escupido por Capital Humano, se incorpora boquiabierto, ofrece paz, hagamos como que no es cierto: esto no sucedió, no estoy aún despierto. No activa O.o, emboludecida ve y escucha con estupor a su alrededor sordo sopor que se va, desaparece, en pos de runrún enloquecedor en el que se desaprueba o enaltece, crítica o ensoberbece sucedido indebido increíble pero –evidente– posible. No disfruta O.o de la atención, especialmente no de la del aparecido para conducirla al nido o redil que ahora siguiendo guion de colaboración la invita a charlar sobre “esta situación” en algún salón que para esa función cuenta la empresa. Le pesa a O.o que sea esa la única opción, como puede explica necesidad de excepción: retiro anticipado para repliegue por dolor de cabeza. Te pido mildis, reza, juntando palmas que sobre el pecho se besan, mientras enlaza morral dispuesta a disparar. Corro de curiosas retransmite con fotos y videos, audios y cacareos, en grupas de adictas y adeptas, amigas selectas, lo que así trasciende muros de contención y que a O.o le pesa, pese a lesa humanidad de la que se siente presa. Consigue mantener la compostura hasta llegar a su casa en la que la reciben Anoop y Arooj, quienes atestiguan su derrumbura que toma forma de persona mujer vencida, tirada despatarrada en el sillón de azul pana. Llora O.o la injusticia del mundo, su incapacidad de acatar, su necesidad de atacar, cree saber lo que tendrá lugar: telegrama, baja deshonrosa, desvinculación forzosa, etc. Sin embargo, las horas pasan sin novedad. Sobreviene paz poslaboral y nada arrasa.

Mañana siguiente, O.o se enfrenta a confusión, ¿qué hacer? ¿Volver fingiendo deserción de la razón, es decir, demencia? ¿Ir vestida de ensalada o respetar el código resistido, taquitos incluidos? No tiene estómago para enfrentar coro de comentadoras ni corro de exégetas del reglamento, no quiere ver a nadie, todo es fermento de vergüenza y desolación. Por lo cual se pide el día y luego lo que queda de la semana para arribar a paz mental y decidir cómo es mejor seguir y qué decidir. A continuación, se pide los días de vacación, que tiene –y muchos– pendientes. Luego siente que no puede continuar procrastinando la vuelta. Al mismo tiempo, de solo pensar en volver, se siente desfallecer, antes muerta.

Pero como hay que comer, se termina por convencer de que la única manera que se impone es el hacer, las paces o lo que sea, arriar las banderas, arrear lo que era fundamental hacia lugar que se deje arar sin parar las rotativas, es decir, sin generar invectivas ni expectativas de enfrentamientos con el resto del aparato productivo. Y sin embargo, lograr tranquilidad en el desempeño de la fea tarea que le espera le cuesta a O.o un Perú. Procrastina la vuelta con suelta de excusas que luego recusa con lógica de algo hay que vivir. Se sorbe los mocos, avanza y retrocede en la senda de quien no puede hacerse cargo de que algo del letargo de la inevitabilidad se ha roto, por poco que quiera llamar la atención es difícil que la Dirección se haga la sota. Presa de sorda desesperación llega a desempolvar taquitos de cuerina azul, uniformito de Pitufina full, pero no logra obligarse a doblegarse: algo en su ser todavía resiste, persiste en su vengativa negativa. Se odia O.o se detesta, quisiera la calma tranquila de las rectas que acatan o se callan, siempre perfectas. Circunspecta se repite molesta que no hay no existe no se gesta posibilidad alguna de renunciar, no ahora, menos ahora. Nunca es la hora para quienes ocupan espacio y son batracio mujer. Voy a tener que volver, machaca como si fuera letanía, tengo que embutirme el uniforme, fingir manía y dejarme de joder.

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