27 de marzo de 2024
Santiago Craig nació en Buenos Aires en 1978. Publicó los libros de cuentos El enemigo (2010), Las tormentas (2017, traducido al francés), 27 maneras de enamorarse (2018) y Animales (2021) y la novela Castillos (2020).
A veces Marcia sueña que es una cabeza que habla. Nada más. Una cabeza que flota en un espacio amarillo y blando: en el relleno de una almohada, en la carne de un queso. Nada más. No sabe qué dice esa cabeza que ella es, pero sabe que no habla acerca de la persiana rota, ni de la pila de revistas amontonadas en la cómoda de aglomerado, ni del crucifijo torcido que ve arriba del espejo cada día nuevo, cuando se despierta. Habla acerca de cosas extrañas y lejanas la cabeza que Marcia es en ese limbo lácteo; cosas difíciles de nombrar y capturar, complicadas y que, para ser sincera, le importan casi nada cuando la musiquita del despertador, tan estruendosa, tan disciplinada, tan idéntica, le indica el ahora sí del arriba a levantarse.
Marcia, cuando se levanta, tiene asuntos más importantes en qué pensar. Primero, en las nenas, después, en el color de la corbata. ¿Azul o verde? Es importante el color, son importantes las corbatas. ¿Y las nenas: están despiertas ya, rumiando por el pasillo, gatitos zombies maullando por el desayuno o todavía acostadas, envueltas en las sábanas como barriletes enredados en postes de luz? Es importante saber la hora justa, el acontecimiento. Es importante ser precisos y no desatender el comienzo de los días de las nenas. El color de la corbata. Tener lo importante para pensar. Es importante.
Sus desayunos son simples: tostadas, jugo y cereales. Nada de huevos ni café. Esas cosas son para la gente pueblerina y sin delicadeza. Eso le dice Marcia a sus nenas cada vez que se quejan pidiéndole algo más suculento que les vuelva mejor la mañana: «No sean brutas. Esos alimentos no son de gente fina». Escuchó decir eso. O leyó decir eso. O ella es la que dice eso. De todo eso, algo seguro.
A sus nenas les causa gracia la seriedad impostada con la que Marcia dice esas cosas; esa manera afectada, aristocrática, de hacer aletear las pestañas para destacar algunas sílabas. Marcia sabe que así hay que hablarles porque así hablan las personas distinguidas. Si están lo suficientemente despiertas o de buen humor, las nenas insisten: «Podríamos agregar unos ricos huevos o unos recortes de cerdo. Estos desayunos tuyos son para morirse de hambre, querida». Simulan indignación, enojo, copian el tono. Intercambian pataditas debajo del mantel. Sus risas de ardillitas. Si tuvieran un humor así esos ratones limpios. Si hubiera algo así como una risa de ardillitas.
Marcia les dice que podrían intentar no ser tan guarras y que si no eran ellas, al menos sus culos iban a agradecerle la dieta en un par de años. Y las nenas se parten de risa. Se parten. Guarras. Risas guarras.
Después de desayunar, una de las nenas junta la mesa y lava todo; la otra guarda el almuerzo de Marcia en su lunchera metálica. Las tareas son asignadas los domingos por la tarde. En la pecera de Goldie (las nenas no llegaron a conocerlo, era el pez de la madre de Marcia. Tenía una aleta más grande que la otra y nadaba siempre en círculos) mezclan trocitos de papel en los que anotan todas las actividades hogareñas y, con los ojos vendados, los van sacando de a uno para saber qué hacer durante los próximos seis días. «Recoger los restos del desayuno»; «Tender las camas»; «Limpiar el baño»; «Preparar el almuerzo». Marcia está convencida de que, para ser bueno, hay que empezar por ser ordenado. Dice: «Hay que hacerse un orden».
Antes de salir, Marcia se despide de las nenas con un beso. «Adiós Flora», dice, «Adiós Lucy».
«No te olvides de la tintura para el pelo. Y que esté todo», dice Flora. «Ni de las pastillas», dice Lucy.
Flora usa el pelo rojo. «Rojo Furor», según la frase impresa en la caja. El tono 7744. La caja tiene que incluir un instructivo, un sobre de tratamiento pre-coloración, un tubo de coloración en crema, un frasco aplicador con activador de color, un frasco de tratamiento fijador y un par de guantes plásticos profesionales. En diciembre faltó el tratamiento fijador y Marcia no quiso volver a la farmacia. Marcia cree que no hay que volver a hacer las cosas que ya se hicieron y que es mejor tomar precauciones, prepararse. Hay que hacerse un orden. Para no volver a hacer. Es vulgar repetirse. Por eso, ahora Flora anota todo en un papel y le pide que chequee el contenido de la caja antes de comprarlo. El papel ya no hace falta, Marcia sabe la lista de memoria. Pero Flora insiste con el papel: anotar los componentes de la caja la entretiene.
Lucy toma vitaminas. C para la formación y el mantenimiento del colágeno y como antioxidante; B2 para el metabolismo de prótidos y glúcidos y la oxigenación; K para la coagulación sanguínea; A para la hidratación de la piel y el fortalecimiento de los dientes y los huesos. Ningún médico le recetó las vitaminas, pero ella no necesita un médico para saber qué cosas son buenas para su cuerpo. Sabe qué tiene que tomar, lo leyó en Internet. No es una cría ya, no es estúpida.
Marcia nunca se olvida de los pedidos de las nenas, pero no siempre les lleva lo que le piden. Es vulgar decir siempre que sí; cumplir sin divergencias con sus caprichos las volvería idiotas. Más idiotas.
Prefiere comprar cohetes y explosivos sin avisar, sin motivos y dárselos para que salgan al patio de atrás a encenderlos. Su mamá hacía eso, a ella le gustaba. El ruido, el fuego, los colores. Su mamá.
A las nenas las aburre el asunto de los cohetes: ya no hay sorpresa, pero los encienden igual. Aprendieron que así Marcia se queda tranquila y las deja mirar unas horas la televisión. Es más fácil encender los cohetes y ver cómo explotan que ponerse a discutir con Marcia. Saben que discutir es vulgar, y ser vulgar es ser malo. Y ser malo no conviene. A nadie.
La tele está encima de un modular, encima de una carpeta tejida. A veces, en toda la casa, en toda la noche, es la única luz.
A las nenas les gusta mirar los noticieros. Aunque ya no aparezcan tanto como antes. Ni su foto, ni sus padres hablando del por favor y de la desesperación y de la piedad y de la esperanza. Muy de vez en cuando, sale su mamá en algún canal de tres cifras perdido en la grilla mostrando una foto de dos chicas que ya no se parecen en nada a ellas. Se ríen, se señalan. Lucy dice que todo lo que sale en la televisión debería prohibirse. Flora opina que a su madre le queda muy mono el pelo así, rubio y corto y lacio como un mantel. Como un mantel bueno. Como un mantel planchado.