Cultura

Cumbre rockera

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Con un disco doble, Roberto Pettinato desgrana su mirada sobre la banda que integró como saxofonista. Más allá del mito de Luca Prodan, la obra mantiene su vigencia y encuentra su fundamento en la estatura artística de cada uno de sus integrantes.


Históricos. Una de las formaciones del grupo: Prodan, Sokol, Pettinato, Daffunchio y Arnedo. (Claudina Pugliese)

Tuvieron que pasar 30 años para que se borroneara el grafiti, para que el esténcil fuera tapado por otro esténcil, para que las remeras con su rostro representaran algo más que rebeldía y calle y, acaso, impostura. La reciente edición del disco doble Sumo por Pettinato puso en el tapete la figura de Luca Prodan desde otro lugar. Un sitio relacionado con lo artístico y no con lo simbólico.
Hay que decir que, como su título lo indica, el rescate de Pettinato no se circunscribe a Luca; o señalar directamente que Luca no era sinónimo de Sumo. Es un malentendido que propagó el grafiti, el esténcil, la remera estampada. Fue sin duda un emblema poderosísimo, una figura de perfil inédito en nuestro rock. Pero Sumo se trató de una banda conformada a través de una alquimia maravillosa. Para decirlo con trazo grueso, esa alquimia contempló virtuosismo (Ricardo Mollo), potencia (Diego Arnedo), buen gusto (Germán Daffunchio) y data y performance (Pettinato). Y quedó, sí, abroquelada alrededor de la volcánica, carismática, talentosa, destemplada y distinguida a la vez, personalidad del cantante.
A partir de 1987, la banda se desintegró y su historia y música apareció diluida entre la ya conocida tendencia argentina a la necrofilia. Los dos grupos principales que bifurcaron su estética (Divididos y Las Pelotas) pronto adquirieron vuelo y carácter diferenciados. Partieron de una matriz, digamos, ética, y enseguida construyeron ladrillo a ladrillo, disco a disco, sendas obras con su propio peso específico. Pero, como la humedad, la música de Sumo se filtra y aparece en el momento menos pensado. El periodista, conductor y saxofonista decidió que este era el momento para prestarle atención a ese estupendo magma.
¿Por qué ahora? La pregunta puede sonar obvia. «¿Por qué no?», responde el propio Pettinato. «Es como preguntarle a Paul por qué tocar los temas de los Beatles hoy y no antes, y habernos torturado con sus horribles discos solistas. Considero que estoy en condiciones de hacerlo y de emitir el concepto de lo que según mi parecer sonaba Sumo, se hacían los temas o se tocaban o lo que fuere. Lo puede hacer cualquiera, esto es cierto. Pero nunca va a estar hecho por alguien con el derecho a representarlo o por lo menos con un concepto más acertado ya que… ¡yo sí estuve ahí!».

Poder de seducción
Oscar Jalil es uno de los periodistas especializados en cultura rock más agudos y certeros a la hora de definir tendencias y procesos. Crítico, colaborador de la revista Rolling Stone, conductor del programa Los detectives salvajes (en la FM de la Universidad de La Plata, 107.5), en 2015 publicó Libertad divino tesoro, una minuciosa biografía de Luca Prodan. Opina que, finalmente, la música se impuso a cuestiones como el carisma o la actitud. «Me parece que si no hubiese estado la música o, mejor dicho, la tremenda autoridad musical de Sumo, la historia de Luca se quedaba en la anécdota del italiano que llegó a la Argentina en plena dictadura escapando de la heroína», dice Jalil. «Pero es indudable que Luca tenía un poder de seducción que imponía en todas partes, tanto en una entrevista, sobre el escenario o charlando con la gente una vez que Sumo terminaba de tocar. Luego su muerte amplificó el mito. Pero ahí estábamos todos los que alguna vez vimos a Sumo en vivo para testificar que no había nada parecido en el rock argentino. Era una experiencia totalmente under y sin ningún tipo de ataduras a la hora de combinar estilos, desde el after-punk al funk experimental, pasando por el reggae y la música disco».
En ese sentido, el álbum doble de Pettinato resulta ejemplar. Soslaya los pocos éxitos mainstream de la banda –«La rubia tarada», «Los viejos vinagres»– y de alguna manera le da sonido a su notable y homónimo libro Sumo por Pettinato. Siempre hay una historia que no está contada, siempre hay un Lado B que pide ser redescubierto. A lo largo de 16 temas, plumerea un material que recuerda lo que decía Jalil en cuanto a la variedad rítmica, pero que gana en «suciedad» al hacerse cargo el mismo Pettinato del canto. Si la voz de Luca era cruda pero paradójicamente limpia –un expresivo mix de Jim Morrison con Ian Curtis e Ian Dury–, el saxofonista tira un link a su primera banda posterior a la muerte de Prodan –Pachuco Cadáver– y procesa su voz a través de capas y doblajes digitales.
El procedimiento descrito no es ajeno a Sumo. La banda exhibió, sobre todo en su segundo disco Llegando los monos, una arista relacionada con lo industrial, el reciclaje, las texturas opresivas, totalmente alejadas de la gruesa escupida punk. Casi hasta se podría decir que Sumo utilizaba el reggae como colectora del punk inglés, pero también como recreo a tanta densidad. Pettinato se apoya en su álbum en la guitarra de Fernando Kabusacki –discípulo de Robert Fripp– y pone en valor joyas como «Warm Mist», «Estallando desde el océano», «Ojos de terciopelo» y «Night and day», entre tantas.
Kabusacki es clave en todo este asunto. «Cuando empezamos a ensayar encontré con gran sorpresa a un Petti que no conocía. Un músico tremendamente culto y capaz, con una capacidad de vuelo impresionante», cuenta el guitarrista. «El material de Sumo fue una rampa desde la cual pudimos ir a diferentes lugares. Petti nos informó desde el comienzo de algunas influencias que tenían Luca y él, bandas como Van der Graaf Generator, King Crimson, Gang of Four y otras. Me sorprendí mucho porque nunca lo supe a través de la música de Sumo», dice. ¿Qué le pidió Pettinato? «Que sea yo mismo. No intentar ser Mollo ni Daffunchio, algo que por otra parte nunca lograría. Mi desafío fue dejarme llevar, extenderme en los solos, con paciencia, respetar el vuelo. Petti siempre me mencionaba el desarrollo de ciertos solos de Frank Zappa».

Colectivo de lujo
Se sabe: la historia de la incorporación de Pettinato a Sumo fue luego de una entrevista a Luca que le hizo quien fue director de la última etapa de la revista Expreso Imaginario. Fue un deslumbramiento mutuo apoyado en los conocimientos alrededor de la cultura rock, un puchero en el que cabían corrientes que fueron fuertes en los 60, como cierto folk y cierta psicodelia, y las dos grandes y antagónicas músicas de los 70, como el rock progresivo y el punk.
Jalil prefiere poner el foco en el concepto, más que en la fría información del mapa de influencias. Para él, además de lo musical, lo más importante que trajo Prodan fue la libertad. «Antes de Sumo acá todo era muy formal, salvo Los Violadores y Virus no existía esa idea de “no me importa nada”. Veníamos de años de una dictadura feroz, mucha represión y eso estaba también en el rock», razona Jalil. «Para colmo el punk que cambió el rock en el mundo anglosajón acá llegó con varios años de atraso. Sumo sintetizó esos años de ausencias: nadie hasta ahora logró trabajar el reggae desde una visión blanca como Sumo. Digo blanca porque asumían la carencia de no haber nacido en Jamaica y lo interpretaban como una traducción bailable, cadenciosa y súper adhesiva. Por otro lado, Luca conocía de primera mano bandas experimentales como Throbbing Gristle o el punk inteligente de Wire y eso está presente en Sumo, y ni que hablar de Joy Division y el dark más tenebrosos. Pero toda esa data pasaba por el filtro de la banda, un colectivo de libre pensamiento con dos violeros totalmente opuestos, la mejor base rítmica del rock argentino de los 80, y el saxo de Pettinato rompiendo y creando climas, desde el funk de James Brown al free-jazz. No era solo la presencia y el dominio de Luca, Sumo fue una banda en el mejor sentido de la palabra».
En un año en que Soda Stereo volvió extrañamente de la mano de la compañía Cirque Du Soleil, en el año en que Charly dio un salto olímpico de su etapa Say No More y sacó un disco brillante que lo retrotrae en parte al pop-Prince de Parte de la religión (1987), Sumo vuelve –también extrañamente, pero con algo de la vieja dignidad under que queda tapada bajo el negocio millonario alrededor de Soda– con su gloriosa música, esa que sacudió las estructuras del rock argentino.
Los 80, decíamos hace un tiempo en Acción, están aquí. ¿Es que no pasa nada en la actualidad? Un periodista recordaba la frase de un editor de libros que, sorprendido por la cantidad de bibliografía rockera, trataba de explicarla: «Cuando no hay obra, hay memoria». La frase rima y da en un clavo.

 

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