9 de octubre de 2014
Apasionado a la hora de hablar sobre su trabajo o sus ideas políticas, Darío Grandinetti repasa su carrera a la luz de su experiencia actual. Los pormenores del oficio y la vida detrás de escena.
Es un muy buen año para Darío Grandinetti. Además de ser parte del actual boom del cine argentino, Relatos salvajes, la película de Damián Szifrón que ya superó los dos millones de espectadores, estrenó con gran éxito en el Paseo La Plaza, Novecento, un monólogo teatral del italiano Alessandro Baricco –que fue llevado al cine por Giuseppe Tornatore, el realizador de Cinema Paradiso–, bajo la dirección de Javier Daulte, con quien también se asoció para Personitas, una obra pensada para el circuito off que, sin prensa y apelando apenas al boca a boca, llena todos los lunes la sala del Teatro Callejón del barrio del Abasto. «Lo bueno es que esos proyectos son iniciativas mías. Yo los llamé a Daulte y a Pablo Kompel, productor del Complejo La Plaza, para hacer Novecento, una obra que me tiene atrapado desde que la leí. Y también lo entusiasmé a Javier para que vuelva al under», cuenta Grandinetti, que a esta altura de su trayectoria suele manejar sus tiempos: tiene la posibilidad de escoger cada trabajo que hace.
–¿Cómo vas armando tu agenda, en función de los trabajos que te ofrecen y lo que vos soñás con hacer?
–Bueno, primero debo aclarar que no tengo una agenda tan cargada, no es que me llueven las propuestas. Siempre puedo acomodarme si el trabajo realmente me interesa. Tomo en cuenta sobre todo la historia: me tiene que gustar el cuentito. Es muy difícil hacer cine, es mucho trabajo, mucho tiempo, mucha plata. Y todo eso para algo que quizás dure una semana en la cartelera. Por eso no vale la pena hacer tanto esfuerzo para algo que uno considera una boludez, porque lo ves de entrada, cuando te llega la propuesta. Confío en mi instinto para detectarlo.
–A veces pasa que el proyecto está bueno pero el público igual no acompaña.
–Claro, pasa muchas veces. Hay muchas películas en las que estuve que no tuvieron buena respuesta en la taquilla y que yo volvería a hacer sin dudar. Es doloroso, porque se pone en juego un deseo colectivo para llevar adelante una historia y al final pasa eso, pero me quedo conforme cuando el resultado coincide con lo que ese equipo que laburó en la película se propuso. Si eso no coincide con el gusto del público, ya es otra cosa, no se puede remediar.
–¿Con algún trabajo sentiste que habías alcanzado todo lo que podés dar?
–Hay muchos trabajos que hice que me gustan, pero en ninguno pienso que alcancé una cima. No me pasa ni creo que me pase. En cine, particularmente, uno suele ver su trabajo un año después de haberlo hecho, con suerte y viento a favor. Entonces es probable que tu mirada sobre ese personaje y esa historia hayan cambiado un poco. En teatro, tenés revancha en cada función.
–¿Preferís el teatro, entonces?
–No, no tengo preferencias. Me gusta mucho hacer cine y me gusta mucho hacer teatro. La tele sí me gusta menos porque se hace todo corriendo, hay menos chance de probar. Igual no me llaman tanto de la tele, salvo para cosas muy puntuales. Saben que por lo general elijo unitarios. Una tira es una locura.
–¿Mirás televisión?
–Sí, al menos para ver de qué se trata, para estar enterado.
–¿Por qué creés que, por lo general, los programas más cuidados, menos superficiales tienen menos rating?
–No sé muy bien por qué, pero en todo caso habría que preocuparse más por hacer una televisión mejor, sin tanto interés en el rating y la guita. Parece una obviedad, pero no creo que mucha gente de la tele esté pensando en eso. Hubo muchos casos de buenos programas con buen rating: los que hacía Alejandro Doria, por ejemplo. Creo que venimos de muchos años de no tener cuidado con lo que vemos en TV o lo que leemos en los diarios: no les prestamos mucha atención a las elecciones que hacemos. Todo lo que podríamos lograr con una sociedad atenta, comprometida, democrática y activa, queda en el camino si no nos ponemos las pilas en ese sentido. También hay que tener en cuenta que todo esto es un poco nuevo para nosotros, que esta democracia tiene apenas 30 años y que hay un déficit de 30.000 tipos. Con esos 30.000 vivos este país sería distinto y estaríamos hablando de otra cosa.
–¿Has tenido en algún momento problemas por pensar así?
–Por lo general, no. Me han llamado siempre para laburar en distintos canales, incluso en los que hoy están claramente en contra del Gobierno. Si alguna vez pasara que no me llaman, me daría igual, no cambiaría absolutamente nada. Y está claro que no todos los actores que trabajan en Canal 13 están en contra de este gobierno, ni todos los que laburan en la TV Pública son kirchneristas. Lo demás son fantasías. Hay gente que piensa que a mí me pagan para decir lo que digo. Y se supone que se trata de personas pensantes, que trabajan en los medios. Son los mismos que dicen que Cristina ganó las elecciones gracias a su viudez. En fin, deben creer que las obras y las películas en las que trabajo las producen De Vido y Boudou. Dicho todo esto, me soprendió que un diario muy importante no publicara ni una sola línea sobre Novecento. Es la primera vez que ocurre, pero me puso un poco en alerta.
–¿Los actores están cada vez más reticentes a hablar de estos temas?
–No me parece. Cada vez somos más los que hablamos. Claro que hay compañeros que evaden estos temas, uno se da cuenta cuando los escucha. No hablo de lo que aparece en la prensa gráfica, porque ya no se sabe bien qué es cierto de eso y qué no. Pero la puesta en valor de la política de estos últimos años ha permitido incluso que algunos impresentables tengan programas políticos y digan lo que se les canta. Gente que se ha ganado la vida divulgando intimidades en programas dedicados a la farándula hoy también habla de política.
–Tenés fama de temperamental. Cuando hablás de política en tu vida privada, ¿también sos así?
–Sí, soy cabrón en general, no sólo cuando hablo de política.
–¿Qué cosas te perturban, te enojan?
–La falta de seriedad y de rigor en el trabajo. Y el miedo y la inseguridad que te llevan a no opinar, a no meterte para intentar modificar las cosas. En mi oficio me he cruzado alguna vez con gente insegura. Los directores inseguros están llenos de temores ridículos, temen que les cambies la letra, que hagas un gesto que ellos no pensaron. Eso me pone nervioso, porque estar comprometido con un proyecto no significa obedecer ciegamente. Por lo general, hago lo que me piden, salvo que sea una pavada. No soy dócil cuando un tipo que me dirige se asusta y dice que no antes de escuchar.
–¿A qué actores argentinos admirás?
–Me gustan mucho Rodrigo De la Serna, Julio Chávez, Oscar Martínez, Jorge Suárez, mis amigos Jorge Marrale, Hugo Arana y Juan Leyrado. El año pasado vi Sonata otoñal y me parecieron impresionantes los trabajos de Cristina Banegas, María Onetto y Luis Ziembrowski. Hay muchísimos grandes actores en este país, y no sólo en Buenos Aires. Gracias a experiencias como la de Teatro Abierto hay una tradición muy rica acá, tanto en el teatro comercial como en el off.
–Te han premiado algunas veces, con el Emmy por citar un caso. ¿Te sirvió para algo?
–No, la verdad que no. No es que me llaman para ofrecerme más trabajo o que aparecen más laburos del exterior porque me premien, aún cuando sea un Emmy. Los Oscar que ganaron películas argentinas no hicieron crecer a la industria nacional, eso es un mito. Una película se vende afuera no por los premios, sino porque es buena.
–¿Te gustaría dirigir cine o teatro?
–Es que no sabría cómo. Creo que un buen director tiene que saber muchas más cosas de las que yo sé, tiene que poder arrancar de cero. A mí me das un texto y se me ocurren pocas ideas que no tengan que ver con mi oficio, con la actuación.
–Se habla mucho del boom del cine argentino, pero la realidad es que son pocas las películas que convocan y casi siempre dependen de que haya alguna estrella como Darín o Francella en el elenco.
–Bueno, esos actores tienen lo que tienen y eso hace que la gente los vaya a ver. Eligen bien sus laburos, tienen talento, saben hacer muy bien su trabajo, son buenos actores: eso está claro. Y la gente, cuando ve que están Darín o Francella, va al cine de movida. El asunto es encontrar la manera de que las películas en las que no están ellos permanezcan más tiempo en cartel, que no vuelen en una semana si no cumplen con una media de espectadores. Las que no tienen ese handicap necesitan más tiempo, que haya la posibilidad de un boca a boca o un buen sistema de promoción. Yo creo que mucha gente ni siquiera llega a enterarse del estreno de algunas películas, eso es lo tremendo, lo perverso de este estado de cosas. Hay que laburar en la promoción y, sobre todo, en la exhibición. Nos iría bastante mejor de los que nos va si atendiéramos ese problema.
–¿Te resulta más difícil la comedia o el drama?
–A mí me encanta hacer comedia, no sé si es más difícil o no. El humor tiene un tiempo determinado. El drama tiene distintas aristas. No es nada fácil hacer un chiste. Lo dice alguien y te morís de risa. Y lo dice otro y no pasa nada.
–¿Qué lugar ocupa tu carrera entre tus prioridades?
–Entiendo que se use la palabra carrera, pero a mí mucho no me cierra, no la uso para hablar de mi oficio. Este oficio es un recorrido en el que yo aprendo, crezco día a día y que no ocupa ningún lugar más importante que otras cosas de mi vida. A mi oficio lo nutro de mi paternidad, de mis amores, de mis divorcios, de los asados y el vino con amigos, del fútbol. Soy el actor que soy porque soy este padre, este hijo, este hermano, este amigo. Por otro lado, hice más cosas de las que soñaba con este oficio. Podría perfectamente vivir sin actuar.
–¿No estás siendo falsamente modesto?
–Para nada. Tengo la vanidad necesaria para llamar la atención, pero no más que eso. Y siempre me interesó tener muy claro para qué llamo la atención, eso tiene que ver con el rol que cumplo en la sociedad. Sé que lo que digo puede ser más escuchado que lo que diga un verdulero, y esto no implica ningún juicio de valor sobre los verduleros, obviamente. Entonces sé que tengo que cuidarme, que tengo que hacerme cargo de haber dicho alguna boludez. Mi única deuda con el espectador es hacer bien mi trabajo, nada más que eso.
–¿Con quién te gustaría trabajar y aún no pudiste?
–Ya lo dije varias veces, con Adolfo Aristarain. De hecho, un día me llamó y me dijo: «Tengo las bolas llenas de escuchar que querés trabajar conmigo, así que te llamo para hacer una película». Lamentablemente ese proyecto, que era fantástico, se cayó. Hay directores argentinos que deberían filmar sí o sí cada dos años: Aristarain, Eliseo Subiela, Luis Puenzo. Deberíamos ocuparnos de eso.
–¿Pensaste en ocupar alguna vez un cargo pollítico?
–No serviría. Sobre todo porque la función pública demanda un tiempo que no me permitiría seguir actuando. Prefiero seguir viviendo de mi oficio. Hay trabajos muy complicados, que no te llenan, que no elegís y que tenés que hacer igual por necesidad. Soy un agradecido de este trabajo que sí elegí y que me permite vivir muy bien. Sería ingrato que lo abandonara.
—Alejandro Lingenti