De cerca | ENTREVISTA A CARLOS NÚÑEZ CORTÉS

Amorosa pasión

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Javier Firpo - Fotos: 3Estudio/Juan Quiles

El pianista y compositor publicó un libro que rescata historias de su vida personal y de sus 50 años como integrante de Les Luthiers. La huella humorística y musical de un grupo único.

Recorrer la casa de Carlos Núñez Cortés es un viaje a la nostalgia, un vuelo rasante a la historia de Les Luthiers y a los espectáculos más importantes de su extensa trayectoria. El anfitrión elige un sector del living donde se siente abrazado por las imágenes de Marcos Mundstock, Daniel Rabinovich, Carlos López Puccio y Jorge Maronna, de quienes hay fotos que remiten a distintas épocas. Recuerdos de piezas de música y humor eximios con títulos como Todo por que rías, Bromato de armonio, Lutherapia, El reír de los cantares y Viejos hazmerreíres, entre otros. A cada rato Carlitos, como lo llama todo el mundo, se da vuelta para mirarlos y evocar alguna anécdota. «Pasaron muchos años, sin embargo parece que fue ayer. Extraño a los amigos, una vida juntos, y también extraño tocar el piano en el escenario. Hoy toco acá, es algo más terapéutico», dice, mientras señala el instrumento ubicado frente a un hermoso jardín en su casa de San Isidro. El compositor, pianista, humorista y, también, licenciado en química, publicó Es que me pasaron muchas cosas en la vida, un libro en el que se zambulle en historias relacionadas al genial grupo, pero también en su vida personal. «Me pasaron muchas cosas, por empezar estuve 50 años en Les Luthiers, desde 1967 hasta 2017: más que una vida», sonríe este encantador hombre que ya había escrito Los juegos de Mastropiero (2007), donde ponía el foco en el efecto que producía la palabra en los espectáculos, y Memorias de un luthier (2017), en el que describía los instrumentos informales que fabricaron.

¿Cómo apareció la idea de escribir estas memorias?
–A partir de la necesidad de contar otras cosas, además de mi vida en Les Luthiers, que por cierto está muy presente en Es que me pasaron muchas cosas en la vida. Pero también aposté por rarezas que experimenté, por ejemplo con Jorge Maronna, cuando estando en México nos escapamos de un huracán que había dejado varios muertos. Tenía un tendal de historias, incluso sobre mi mamá y mi papá, y no me quería ir de este mundo y llevármelas conmigo a la tumba. Es decir que, si no las cuento yo, no las cuenta nadie.

–Mencionaste a tus padres, ¿cuán seguidores fueron del grupo?
–Mi papá Anselmo, que era relojero, falleció relativamente joven, pero pudo ver todos los espectáculos de Les Luthiers hasta 1980. Y mi madre, Julia, tiene el récord de ser la persona que vio más shows en su vida. Ella empezó a verme desde los comienzos de I Musicisti, en 1965, antes de los comienzos del grupo y de ahí no paró más. Estuvo presente en cada uno de los espectáculos, y a veces vio más de una función del mismo, hasta que vio el último que se llamó Lutherapia, en 2017. Mamá murió a los 100 años, en 2020.

Ya no están Rabinovich ni Mundstock, ¿se ven con Maronna y López Puccio?
–No, ¿sabés qué pasa? Hubo una diferencia de deseos. Unos años antes de cumplir los 50 años en el escenario, celebración que ocurrió en 2017, yo reuní a mis cuatro compañeros y les propuse: «Vamos a cumplir medio siglo actuando, cifra que no existe en el mundo. ¿Por qué no hacemos una actuación de despedida, con entrada libre, en el Obelisco y con un programa que elija la gente?». No sabés las caras que me pusieron los cuatro, me querían matar. Ellos querían seguir actuando, decían que se irían de este mundo con las patas para adelante.

En 2015 falleció Rabinovich.
–Sí, tremendo lo de Daniel, lo sentí como una puñalada en el corazón. Costó seguir, pero mantuve mi palabra. Yo había avisado que me iba cuando cumpliera los 50 años y lo hice: me fui por la puerta grande. En octubre de 2017 nos dieron en Oviedo el Premio Princesa de Asturias y en noviembre, en Buenos Aires, la UBA nos otorgó el doctorado Honoris Causa.

¿Y qué pasó después?
–Yo me fui, en la UBA fue mi última actuación. «Muchachos, como les había dicho, hasta acá llegué».

El grupo continuó.
–Así es, pero al poco tiempo, López Puccio vino a casa a hablar conmigo. «Carlitos, yo quiero seguir con Les Luthiers. Yo creo que todavía se pueden hacer cosas», me dijo. Yo le respondí: «Pero Les Luthiers éramos cinco, ¿a vos te parece? Bueno, que tengas mucha suerte, cualquier cosita me decís». Y así nos despedimos. Junto a Maronna sumaron cuatro actores al grupo y lanzaron el espectáculo Más tropiezos de Mastropiero, un título muy original. Ellos siguieron hasta hace muy poco, que anunciaron la despedida final.

¿No funcionó?
–Es que la sensación que yo tenía es que ya no era Les Luthiers. Los nuevos eran muy buenos actores, cantaban bárbaro, pero era otra cosa.

¿Qué fue lo más increíble que logró Les Luthiers?
–Hacer reír a través de la música y la cultura. Y eso se logró gracias a la increíble complejidad y a la amorosa pasión que teníamos por la música y por el humor.

¿Cómo se repartían los roles en Les Luthiers?
–Mundstock y Rabinovich jamás escribieron una nota musical, pero se juntaban y la inspiración brotaba, aparecían los chistes, surgía algo hermosísimo. En la primera etapa los músicos éramos Ernesto Acher, López Puccio, Maronna y yo. Puccio y Maronna formaron un dúo indisoluble. Yo siempre me aboqué a la parte musical del grupo. A dos obras de las 175 que tiene Les Luthiers yo le puse la letra: «El teorema de Tales» y «La cantata de las píldoras anticonceptivas». Después nunca más escribí una palabra.

¿Cuál fue la mejor obra musical de la banda?
–No tengo dudas de que la más maravillosa y compleja fue «Teresa y el oso (concierto sinfónico)», que creó Ernesto Acher.

¿Con quién tuviste más afinidad dentro del grupo?
–En 50 años te imaginarás que hubo convergencias y divergencias, algo inevitable, pero logramos un vínculo muy fuerte. Es cierto que tuvimos una separación, porque nosotros empezamos como sexteto, pero Acher se terminó yendo en 1986, y quedamos cinco que seguimos hasta el final. Curiosamente, con Ernesto teníamos mucha conexión en el escenario, éramos muy felices y eso se trasladaba a la vida fuera de Les Luthiers.

¿Por qué se fue Acher?
–Bueno, él tenía su personalidad fuerte y a veces no estaba convencido de las decisiones que se tomaban. Sí, era un poco calentón, pero un gran tipo. Yo me sigo viendo con él y recordamos un poco aquellos tiempos dorados.

Se recuerda la popularidad de los últimos tiempos, pero en un principio no eran tan convocantes.
–Nuestra carrera es muy prolongada y la explosión fue muy, pero muy gradual. Cuando actuábamos en el café concert La Cebolla, haciendo «Cartas a mi querida condesa», había ocho, nueve personas: nosotros en el escenario éramos más que el público. Fue muy lento el proceso. Al tiempo pasamos al Margarita Xirgu, un espacio para cien personas; de ahí al teatro Lasalle, donde estábamos emocionados, porque era un lugar pequeño, pero con butacas. Fuimos creciendo paulatinamente hasta llegar al Odeón y luego saltamos al Coliseo, donde estuvimos muchos años y todos pensábamos que hasta ahí habíamos llegado. Pero apareció el gordo Lino Patalano, que era nuestro productor, y nos dijo: «No, muchachos, acá no se acaba, ustedes tienen que terminar en la calle Corrientes, en el teatro más grande de la Argentina». Y así fue que desembarcamos en el Gran Rex donde estuvimos hasta el final.

¿Qué es lo que más extrañás?
–Tocar el piano en un escenario, supongo que porque era lo mejor que yo sabía hacer. Y recuerdo que entré en Les Luthiers porque en uno de los ensayos del coro de la Facultad de Ingeniería, Gerardo Massana me dijo allá por 1965: «Carlitos, vos tocás muy bien, tenés formación clásica, ¿no tenés ganas de hacer una zarzuela en joda?». Y así fue como Gerardo me llevó como pianista y nunca más me fui.

¿Y a nivel humano?
–Me llevaba muy bien con todos y con todos tengo historias muy lindas. Daniel Rabinovich era muy pata y a él le gustaba jugar, le encantaba el póker, el billar, el escabio y a mí no me gustaba nada de eso y, sin embargo, compartimos veladas maravillosas en Los 36 Billares. Con Marcos Mundstock formamos una dupla de creatividad impresionante a lo largo de los 50 años de Les Luthiers. Nos veíamos mucho y juntos nos potenciábamos. Un día me dice: «Loco, vos sos el único que puede ponerle música a esto que escribí: una zarzuela gallega». Y así nació «Las majas del bergantín». Con López Puccio también armamos una dupla musical. Él tenía facilidad para hacer textos muy complicados y un día preguntó: «¿Vos sabés algo de cumbia? Porque escribí un tratado sobre la epistemología». Siempre fue un gran rupturista. Con Jorge Maronna, siendo muy jóvenes, nos juntábamos a fumarnos un porro y a escuchar las novedades de Los Beatles, y disfrutábamos como nadie ese momento. Y también escribimos obras memorables como «La Bossa Nostra», «El Negro quiere bailar» y la «Romanza escocesa».

¿Cuán importante fue el psicoanalista Fernando Ulloa para mantenerlos unidos?
–El grupo tuvo las pelotas así para aguantarse los momentos bravos, porque no fue nada sencillo. Pero ese mérito hay que adjudicárselo a Ulloa, que fue el responsable de mantenernos juntos, de limar las asperezas y de terminar dándonos el alta.

¿El problema mayor eran los egos?
–En primer lugar, el paciente era Les Luthiers, no sus integrantes por separado. Fernado Ulloa siempre nos lo dejó claro: «Yo no estoy psicoanalizando a cada uno de ustedes, ni sus cuestiones personales. Yo estoy acá para salvar a Les Luthiers, para mantenerlo con vida». Fue muy inteligente para manejar durante 17 años una terapia grupal. No hay dudas de que Ulloa fue el sexto luthier.

¿Por qué tipo de influencias Núñez Cortés quedará en la memoria de Les Luthiers?
–Mi primera influencia, la number one, es ser un muy buen pianista y me animé a tocar de todo: Beethoven, Chopin, Tchaikovsky. Y en eso Les Luthiers me sacó provecho. Y mi segunda influencia es que yo podía escribir música de cualquier género del mundo. La escuchaba dos horas y después me animaba a interpretar lo que fuera porque, además, tenía muy buen oído.

¿Se extraña el cariño, el aplauso del público?
–Sí, claro, eso es una droga, con perdón de la expresión; pero uno siempre quiere más y más. El aplauso del público es lo más lindo de la profesión cuando el artista termina de trabajar: esa caricia por dentro se extraña.

¿Por qué no volviste a tocar en algún lugar pequeño o intimista?
–¿Solo? No… dejá. En su momento tenía «kiosquitos» y colaboraba con la música para comedias musicales o avisos publicitarios, pero ya no más. Nada de nada. Después de 2017 bajé la persiana, ya tengo mis años y quiero vivir como un buen jubilado de mis ahorros gracias a mi trabajo de tantas décadas con Les Luthiers.

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