De cerca | ALBERTO GIUDICI

Del arte a la política

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Viviana Vallejos

Pintor, crítico, curador y cineasta, cuenta con una trayectoria tan destacada como diversa que hoy lo encuentra al frente de la Sala Abraham Vigo del CCC.

Foto: Jorge Aloy

Alberto Guidici escribe en diarios y revistas desde hace medio siglo. Publicó notas en Clarín, La Opinión, La Razón, El Cronista, Crisis y, desde sus inicios, en Acción. El periodismo y la crítica de arte siempre fueron sus actividades centrales, pero no las únicas: como cineasta viajó a Cusco para filmar la película con la que ganó el primer premio de documentales en el Festival de Oberhausen (1982), como artista plástico mostró su trabajo en el Teatro del Pueblo de Leónidas Barletta, y como curador organizó una legendaria y muy recordada muestra sobre arte y política en el Palais de Glace. Hijo de Ernesto Guidici, periodista y figura relevante del Partido Comunista argentino, y de Fina Warschaver, también militante de izquierda, además de escritora y traductora de francés, Alberto publicó libros sobre los artistas Enrique Policastro, Carlos Alonso y la vanguardia ruso-soviética. En sus trabajos suele darse una síntesis de los dos universos de ideas que transita por herencia y elección: el arte y la política.
Giudici tiene una historia personalísima con «Ejercicio Plástico», el famoso mural que el artista mexicano David Alfaro Siqueiros pintó en 1933 junto con sus colegas Antonio Berni, Juan Carlos Castagnino y Lino Spilimbergo, en el sótano de la quinta que Natalio Botana, fundador del diario Crítica, tuvo en Don Torcuato. Luego de la muerte de Botana, la obra fue desmembrada, extraída de sus paredes, techos y pisos, y fue a parar a un contenedor por 17 años, bajo el sol y la humedad. «El mural es un mojón en mi vida», dice Guidici, quien tuvo el privilegio de visitar la obra cuando aún estaba en su sitio original, durante una excursión que hizo como estudiante de pintura, acompañado por otros talleristas y por el mismísimo Castagnino.

¿Por dónde empieza esa historia?
–En los 60, Siqueiros fue preso porque en una manifestación había insultado fuertemente al presidente de México. Entonces hubo en Argentina un movimiento muy grande por su libertad, en la Sociedad de Artistas Plásticos. Estuvo presente el poeta español Rafael Alberti, que recitó un poema en su homenaje, y también Castagnino, que había sido parte del equipo que trabajó con el pintor en «Ejercicio Plástico». En aquel momento, Siqueiros estaba en una especie de exilio en la Quinta de los Granados, de Botana, porque le habían dicho que si iba a un acto sindical a hacer revoltijo se tenía que ir del país. Y dicho y hecho, no aguantó, y se fue a una asamblea sindical. Fue durante el Gobierno de Justo y dentro de todo fueron benevolentes. Le dijeron que se podía quedar pero bajo algunas condiciones, y entonces Botana lo llevó a la quinta. Tenemos una foto en la que estamos todos los alumnos del taller de Cecilia Marcovich y los de Castagnino en la visita al mural. Esa foto está en la Casa Rosada, donde hoy está la obra.
Fuiste uno de los primeros que levantó la voz para difundir la situación crítica del mural y lo llevaste a la tapa de Clarín. ¿Cómo fue eso?
–Fue cuando se estaba derrumbando el Gobierno de De la Rúa y salió la ley de Patrimonio, que después vetó Eduardo Duhalde, el presidente provisional. En ese momento dije «sonamos, este mural está vendido al exterior». El país se está incendiando y él veta una ley de recuperación de un mural: acá hay un negocio fenomenal. Así que empezó la lucha para que eso no sucediera. Felizmente vino un señor llamado Néstor Kirchner, que lo declaró patrimonio, y después Cristina Fernández lo consiguió prestado para exhibirlo, porque en realidad ni se sabía quién era el propietario, ya que tiene una historia muy turbia esa obra.
La directora de cine Lorena Muñoz filmó Los próximos pasados a partir de haber conocido la historia del mural con la nota que publicaste.
–Leyó la nota y se le ocurrió hacer una película. Un día tocó el timbre de mi oficina y así empezamos a trabajar juntos. Cuando la recuperación del mural ya estaba casi terminada, Muñoz hizo una serie de diez capítulos para Canal Encuentro, donde estaba Tristán Bauer, y también ahí trabajamos juntos. Aparezco como un periodista que está investigando.
¿Comenzaste a pintar muy joven?
–Dibujaba mucho y mi madre era muy amiga de la escultora Rebecca Gruss. Ella tenía una hermana, Cecilia Marcovich, una gran escultora bastante olvidada, entonces le sugirió a mi mamá que yo estudiara pintura en su taller. Empecé durante el primer año del secundario. En esa época había una enseñanza formal en la Escuela de Bellas Artes y en la Belgrano, y también había dos talleres independientes, donde había gente de izquierda que habían estado en la Agrupación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores (AIAPE), que en los años 30 aglutinó a toda la intelectualidad del Partido Comunista. Ellos tuvieron el primer taller de artes plásticas que estuvo a cargo de Lino Spilimbergo y Cecilia Marcovich. De esa experiencia inicial, Cecilia crea su propia escuela en Constitución. Luego Demetrio Urruchúa arma su taller y también Castagnino. Todos estaban en el mismo radio.

«El cine era algo que se relacionaba con la plástica. En los 70 había un artista que también era cineasta, Edmund Valladares, que hacía docuficción.»

Foto: Jorge Aloy

¿Cómo llegaste al cine?
–El cine era algo que se relacionaba con la plástica. En los años 70 había un artista plástico que también era cineasta: Edmund Valladares. Su película más conocida es Nosotros los monos, que era un documental sobre el boxeo. Lo que hacía se llamaba docuficción y llegó a fundar una escuela de cine, un emprendimiento bastante audaz donde estuve un poco más de un año. El profesor era José Martínez Suárez, uno de los que formó parte de esa generación importante del cine argentino de los 60. Un tipo extraordinario por su calidad humana.
Recorriste festivales con tu película Causachum Cusco, ¿cómo fueron los días de filmación?
–Viajé con mi esposa y mis hijos a Cusco, donde estuve tres meses. El viaje era para ir a Machu Picchu, a vivir toda esa cultura. Fui con el proyecto de hacer un documental sin tener idea de lo que iba a filmar. Me compré un montón de rollos de película como para filmar cuatro horas. Fue cuando se produjo en Perú la Revolución de Juan Velasco Alvarado, un golpe de los militares peruanistas ligados con el proyecto de liberación nacional, donde hubo una integración de las Fuerzas Armadas con el movimiento campesino. Conocía lo que estaba pasando y entonces me conecté con SINAMOS (Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización Social), el organismo del Estado vinculado con el movimiento agrario. Y por otro lado, teníamos contacto con una titiritera argentina que alquilaba una casa y ahí nos alojamos esos meses. 
¿Hay alguna escena de esa película que atesores especialmente?
–Dentro de la estructura de SINAMOS había un teatro que era como los carromatos de la Edad Media, espectáculos populares que iban haciendo funciones de bufos o títeres en los pueblos. Me contacté con esa gente y fui con ellos. Creo que es una de las cosas más lindas de ese documental: llegamos a un pueblo que quedaba a una hora de Cusco y se puede ver a todos los chiquitos muriéndose de risa en la función. La trama contaba una situación entre un campesino que tironea con un hacendado, con el policía y con el cura. Tiene una estructura que se liga con el tema de la Reforma Agraria.

«En la agencia DAN empecé a trabajar como redactor, primero, y después como jefe de redacción. Esa agencia duró hasta el colapso de la Unión Soviética.»

Sos uno de los fundadores del Grupo Cine Testimonio, junto con Tristán Bauer. ¿Cómo recordás esa etapa?
–Tristán Bauer ya había terminado su primer trabajo, una película que hizo con Silvia Chanvilland, quien era su compañera. Hubo una irrupción de gente que había estado trabajando en un género que no era bien visto. Y después de la dictadura hubo un momento en el que peleamos por la inclusión de los cortometrajes en la nueva Ley de Cine, para que se incluyera la obligatoriedad de proyectar cortometrajes en los cines. En ese período empezamos a exhibir mucho en ámbitos no comerciales. El primer festival al que fuimos fue en Mendoza, ahí también obtuve el primer premio, después fuimos a Mar del Plata y ahí ganaron Tristán y Marcelo Céspedes. Luego con Silvia y Tristán fuimos a un festival de Cine Antropológico en México y el trabajo de ellos ganó una distinción. Viajamos mucho.
Ya habías empezado a escribir en los medios, en paralelo.
–Sí, había empezado a trabajar a los 20 en una agencia de noticias chiquita que empezó a distribuir material de las agencias de los países del este: de la agencia TASS (Agencia de Telégrafos de la Unión Soviética); la agencia Xinhua, hasta que se produjo la ruptura chino-soviética; una agencia checa que se llamaba ČTK; y ADN, una alemana. Entré como dactilógrafo y ya después, cuando comenzó el primer Gobierno democrático de Frondizi, se conformó como una agencia comercial, la Distribuidora Argentina de Noticias (DAN). Y ahí empecé a trabajar como redactor, primero, y después como jefe de redacción. Esa agencia duró hasta el colapso de la Unión Soviética y ahí trabajé más de 15 años.

«Me doy cuenta de que hay cosas que se van cruzando y mezclando, y eso no es casual. El cineasta, el pintor, el crítico, el curador se van articulando.»

Estás a cargo de la Sala Abraham Vigo del CCC, ¿cómo llegaste a la curaduría?
–El salto se da en 2002, cuando Aníbal Jozami, el rector de la UNTREF, que tiene mucha obra del Grupo Espartaco, estaba buscando a alguien que le interesara eso. Alicia de Arteaga, crítica de arte de La Nación, que hacía muy poco había conocido a un crítico de arte zurdo, que era yo, le recomienda que me contacte. Él me propuso hacer una muestra del grupo dentro del arte de los 60 y yo le hice una contrapropuesta: una exposición del arte de los 60 en la que incluyéramos al Grupo Espartaco. Y fue una muestra impresionante. Hubo una investigación gigantesca que consistió en revisar todo lo que se produjo en esa época, que fue realmente explosiva. Esa fue mi primera curaduría y la muestra más vista del año. Ahí apareció el «enganche» de que soy el tipo que hace muestras de arte y política. Me doy cuenta de que hay cosas que se van cruzando y mezclando, y eso no es casual. El cineasta, el pintor, el crítico, el curador, en mi caso, se van articulando.

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