De cerca

Dirección de la aventura

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Autor de célebres novelas de detectives, también firmó el guión de un clásico del cómic argentino: «Perramus». El escritor repasa sus vínculos con la historieta, el periodismo y la televisión. Y reflexiona sobre el acto creativo, el lugar de la literatura y sus distintos soportes.


Como somera descripción puede decirse que Juan Sasturain es un tipo sereno, simpático y no exento del gesto cómplice, entrador, de los porteños, pese a haber nacido en Gonzales Chaves, provincia de Buenos Aires. Paralelo a su pasión por la literatura es conocido su amor por el fútbol y, en la adolescencia, hasta llegó a probarse en San Lorenzo. Además de periodista y escritor (Manual de perdedores, Zenitram, Dudoso Noriega) Sasturain ha ejercido oficios varios, incluido el de guionista de historieta (Perramus), profesor universitario y conductor de televisión. Su incursión en la pantalla dejó programas literarios memorables como Ver para leer (Telefe), Continuará… y Disparos en la biblioteca (Encuentro).
A la espera de que Alfaguara lance al mercado en agosto sus Cuentos reunidos y con una novela recién salida del horno –El último Hammett, «un choclo de más de 500 páginas que todavía no sé quién publicará»–, en charla con Acción, Sasturain repasa su labor en los medios y pone en claro algunas cuestiones sobre la literatura, la historieta y el acto de leer. También habla sobre Pretextos, el libro publicado por Ediciones desde la Gente que reúne, entre otros trabajos, algunas de las notas que habitaron durante años en la contratapa de Página/12.
–¿Cómo se conforma Pretextos, seguiste algún criterio para la selección?
–Son textos sueltos que tienen en común cierto núcleo narrativo, pero nunca fueron concebidos como libro. Le puse así, Pretextos, porque si hay en mí alguna tendencia en el momento de escribir, una cierta compulsión, es a lo narrativo. Siempre, y cada vez más, me he sentido más cómodo escribiendo ficciones o poesía que desarrollando otro tipo de discurso. Incluso cuando me ha tocado durante muchos años trabajar en periodismo, más allá de la columna de opinión, de los análisis, siempre la tendencia ha sido hacia la ficción, la construcción de algún tipo de relato. En Pretextos la mayoría son escritos surgidos a partir de esta rutina de trabajo. Fui responsable durante diez años de un espacio en la contratapa de Página/12 de los días lunes, hasta el año pasado, que me jubilé. Se llamaba «Arte de ultimar», en el sentido de hacer la última. Los de este libro son de algún modo textos ocasionales, en el hermoso sentido de la palabra ocasional.
–¿El periodismo te despierta la misma pasión, el mismo interés que la literatura?
–Yo no lo confrontaría. ¿Por qué? Porque tengo muy claro, y siempre lo he dicho, que jamás tuve vocación periodística. Yo no soy periodista, nunca investigué, nunca me calenté por perseguir las noticias, pero siempre escribí en medios gráficos. No es que tenga un concepto peyorativo del periodismo, por el contrario, soy envidioso de aquellos que sí tienen esa vocación y con los que he trabajado durante más de 40 años. No he tenido una vocación periodística como no he tenido una vocación docente, y he trabajado de profe muchos años. Tampoco tenía una vocación televisiva y terminé laburando ahí. Son todas derivaciones de una única vocación central, que es la escritura.
–El que escribe, ¿por qué escribe?
–Porque lee, sin duda. Hay una vocación por la escritura derivada de la lectura. Todas las otras son formas de ganarse la vida. Lo que importa, pensando en tipos como Oesterheld y Walsh, es que en nuestra práctica no está diferenciado el campo del trabajo, del creativo. Y ese entramado de lo creativo con lo laboral, del trabajo con la palabra y la comunicación con el otro, todo junto, es lo que hace ideológicamente dónde te parás.
–Sin embargo, tu trabajo en periodismo es vasto, aunque no haya sido de investigación.
–A principios de los 70 comencé a colaborar en Clarín, La Opinión, en la revista Los libros. A partir de la dictadura, empecé a trabajar en otro tipo de medios. Me vinculé con el mundo de la historieta porque era una cosa que quería mucho y la había desarrollado en la docencia. Así empecé a escribir sobre temáticas relacionadas con el humor gráfico y el cómic, porque eran cosas que me interesaban a mí y que ya habían sido materia en la Universidad. Por ese lado volví a aquellos amores de la juventud, de la lectura, y a escribir sobre la historieta. Así fui sumando responsabilidades en Humor, después en SuperHumor y, más tarde, tuve a mi cargo la revista Fierro. Terminé escribiendo guiones de historieta, algo que jamás tenía pensado hacer, mientras iba forjando mi obra literaria. Cuando concluí mi primera novela, Manual de perdedores, la publiqué como folletín en un diario, La Voz.

–¿Se hizo difícil el hacer creíble un detective en la Argentina, donde se tiene la imagen de alguien que se limita a seguir personas para descubrir infidelidades?
–Ese es el desafío, porque la ficción, y la narrativa policial, siempre es una convención. Partamos de que hay tantos detectives en Los Angeles como en Buenos Aires. Pareciera que los tipos solo pueden volar en Ciudad Gótica y no en Buenos Aires; pero la realidad es que no vuelan en ningún lado. Lo que pasa es que lo  primero es más verosímil por las convenciones que se han establecido, de ahí proviene el neocolonialismo cultural. ¿Por qué no pueden volar en la Argentina? ¿Por qué no puede haber un detective acá? Es decir, esa es la operación que realizó Oesterheld: convertir tu situación cotidiana en aventurable. ¿Por qué la aventura siempre tiene que ser ajena y extraña a tu experiencia cotidiana? Entonces, el laburo de Oesterheld fue trabajar eso, dándole posibilidades al imaginario.
–Hacer que resulte creíble, por ejemplo, una invasión extraterrestre en Buenos Aires, como en El Eternauta.
–Por eso el verbo es «aventurar». Por eso decimos que Oesterheld fue un aventurador. Aventurar es mucho más que imaginar, es poner el cuerpo. Asumir la aventura. La aventura es posible en cualquier contexto. Lo que pasa es que en una lectura dependiente, colonialista, la aventura siempre transcurre en un lugar exótico, en otro lado. Por eso mi primer libro de ensayo sobre la literatura popular se llama El domicilio de la aventura, y ahí se plantea exactamente esa cuestión, convertir nuestro contexto de lectura, el lugar donde vos leés, en un lugar donde las cosas puedan pasar. Por eso Zenitram, por eso Perramus, por eso el viejo Etchenaik de Manual de perdedores. Me parece un lindo lugar desde dónde pensar la cuestión.
–Hace un par de años tu historieta Perramus se volvió a editar. Parece que siempre renueva su público.
–Sí, y está muy bien esa edición. Lo que pasa es que Perramus tuvo un destino bastante azaroso. Son cuatro aventuras en total, cuatrocientas y pico de páginas. Es así la cosa: el período de realización de Perramus fue a fines del 81, cuando escribí el primer guión, hasta el 89 más o menos que le entregué el último a Alberto Breccia. «El viejo» laburó con eso prácticamente toda la década. Son cuatro aventuras que se fueron publicando en distintos medios en diferentes países. En la Argentina recién se recopiló todo junto en las ediciones de De la Flor de 2013: en esos tres tomos está todo. En el primero están las dos primeras aventuras, en el segundo tomo está La isla del guano, y en el tercero y último está Diente por diente. Ahora hay una nueva edición de 001 Edizioni en la que han recopilado todo en un solo tomo, gordo así, y es muy linda. Salió en España, en Italia y está próxima a salir en Estados Unidos. Acá en la Argentina Perramus se conoció en forma muy discontinua, porque originalmente se hizo para el mercado europeo, no hay que olvidarse de que lo empezamos en plena dictadura.
–Hasta que Alberto Breccia te lo pidió, vos no escribías guiones.
–Nunca había escrito un guion. Y después de que Alberto murió en el 1993, hice poco y nada. Algunas adaptaciones para él, pero poco. Lo mío es otra cosa. Yo soy muy palabrero. No soy un narrador por imágenes. Siempre me ha costado mucho el guion, pero estoy muy orgulloso de un trabajo como Perramus, pese a las torpezas.
–¿Torpezas?
–Y… la impericia propia de un primer guion, de tratar de meter demasiadas cosas, demasiada reflexión. En términos simbólicos, metafóricos, cuenta el procesamiento interior de la circunstancia de la dictadura. En el caso de Perramus elige el olvido ante la incapacidad de estar a la altura del desafío, de la solidaridad con los compañeros. Para gran parte de la sociedad no es un espacio demasiado cómodo para identificarse.
–Hiciste televisión bastante tiempo. ¿Cómo viviste la experiencia de llevar los libros a la pantalla?
–Funcionó bien. Es que era televisión de aire, en Telefe, y es incomparable. También estos últimos años he trabajado en Encuentro, pero la televisión de aire te brinda una difusión que no encontrás en otro lado. Lo de Ver para leer fue distinto a otros programas de libros, el concepto fue introducir elementos de ficción y estaba muy bien hecho. ¿Sirvió para que la gente lea? No tengo la más remota idea. El hecho de que lo mirara mucha gente tampoco garantiza que se convirtieran en lectores. Tuvieron la experiencia de escuchar a un tipo al que le gustan los libros, de eso es de lo único que tenemos certeza.

–¿Hoy se lee menos?
–La verdad, no lo sé. Sí han cambiado los hábitos de lectura. Leer ficción, leer historias, cumplió durante muchísimo tiempo, y sigue cumpliendo, una función casi psicológica de necesidad personal, de que nos cuenten historias, de oírlas, y eso ha tenido distintos soportes en el transcurso de la humanidad. Y hoy en día no están en el papel. Están en muchos lados, también en las imágenes, en las pantallas de todo tipo. En ese sentido, el libro, la lectura, es un tipo de experiencia de adquisición de vivencias ajenas. Eso desde la perspectiva de la necesidad individual que tenemos todos, evidentemente psicológica, de que además de todo lo que nos pasa, nos cuenten cosas que no han pasado. Y a algunos nos sirve, por eso soñamos, por eso leemos.
–Es decir que mientras haya historias que contar la literatura permanecerá viva en el soporte que sea.
–La literatura es otra cosa, que no tiene que ver con lo que se cuenta sino con el cómo. Tiene que ver con el uso del lenguaje. Y esa es otra cuestión. Pueden desaparecer los soportes pero no desaparece la literatura entendida como trabajo sobre el lenguaje, que en definitiva es eso. La literatura no es qué dice, sino quién y cómo lo dice. Entonces los libros pueden pasar, la literatura no. Es forzar cada vez el lenguaje para hacerlo nuevo, porque las historias se repiten.

Fotos: Jorge Aloy