De cerca | ENTREVISTA A ALEJANDRO APO

El hombre de los afectos

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Ariel Scher

«No podría concebirme sin la radio y sin el fútbol», dice el periodista que unió sus pasiones con la literatura al narrar a autores entrañables. Víctor Hugo, Maradona y el poder de la palabra.

Foto: Juan Quiles

El Negro Fontanarrosa diría así, sin más y sin menos, como en un cuentazo muy suyo, «usted no me lo va a creer». Tal cual: usted no me lo va a creer. Pero, aunque usted no me lo va a creer, el eje entre los ejes de Alejandro Apo no es esa voz que se construyó un sitio entrañable entre todas las voces del mundo porque acaricia oídos con el regalo de la literatura y con la sensibilidad para el fútbol. No, no: no es esa voz ni tampoco el eje habita en la calidez y en la sapiencia que desparrama cada semana, desde hace cuantísimo tiempo, en los comentarios de partidos que modela al compás de los relatos artísticos de Víctor Hugo.
La clave es otra: los ojos.
Hay que enfocarse en los ojos. Cuando oye el título de un texto que le invade las entrañas o cuando le hablan del eco de un micrófono o cuando se sabe a minutos de parpadear delante de una cancha, a Apo se le encienden los ojos. Como a un pibito se le encienden. Como el pibito que fue y que sigue siendo. Como se encienden los ojos cuando lo que hay es pasión o lo que hay es vida. «Usted no me lo va creer», insistiría Fontanarrosa, a quien Apo leyó tanto. «El secreto de sus ojos», añadiría Eduardo Sacheri, cuyas primeras páginas se hicieron públicas también gracias a la garganta de Apo. Contento porque sus lecturas de cuentos multiplican ahora resonancias dentro del canal de YouTube de Relatores (La Barrera – Roberto Fontanarrosa | Los cuentos de Apo (youtube.com), editadas como nunca y emocionando como siempre, conversa sobre radio, sobre fútbol, sobre literatura y, en especial, sobre el universo que une todo eso. Conversa con los ojos vueltos sonrisas. Usted no me lo va a creer. Pero vale la pena creerlo.

–¿Qué es la radio para vos?
–Lo primero que me aparece es la infancia. Es el sonido ese que me acompaña. Primero, yo soy oyente, exigente oyente. Después, laburé en los medios, voy a cumplir cincuenta años de profesión el 4 de agosto. No debe haber muchos. Lamentablemente, algunos se fueron pronto. Gente que hizo camino y me dejó la huella. La radio es Guerrero Marthineitz. Porque yo escuchaba «El show del minuto», que para mí es el mejor programa de radio de todos los tiempos, desde las 2 hasta las 6. Desde que Hugo decía «Hola, hola, camarón con cola, como decía un paisano de mi tierra» hasta que a las 6 decía «Hasta mañana, si Dios y los omnibuses lo permiten». La gente, en general, se acompaña con la radio: yo la escuchaba. Me acuerdo avisos de memoria, frases de memoria que él inventaba. Ahora, en Donde quiera que estés, mi programa de cuentos de la 750, voy a inventar unos diálogos que van a calificar a unas cuantas personas que nos gobiernan. Y lo voy a hacer como el Negro, que empezaba y decía: «Señor, señor, bien sabéis que aquellos que alaban y elogian vuestras bondades, no son más que torvos eredípetas». Fui a buscar «eredípetas»: eran cuervos carroñeros, gente fea. Yo le voy a poner «Canallas crueles».

–¿Y qué es la radio con fútbol?
–Es el primer sonido de mi infancia. El relato de don Félix del Alcázar o de Fioravanti. Yo soy del final de Fioravanti y la afirmación de (José María) Muñoz, ganándole la posición con ese despliegue impresionante y ese relato vibrante. Fioravanti era esa pausa, esa manera de manejar el idioma que nadie superó. Creo que Víctor Hugo está en ese nivel, pudiendo expresar como pocos o como Fiora lo que pasa en una cancha. Víctor Hugo ha logrado eso. Por eso, para mí, es el más completo de todos: reúne la pasión y la poética con la base cultural. Así hace el relato más extraordinario de todos los tiempos. Pero a Fiora lo tengo grabado. Me acuerdo de frases: «No obstante la acción de su cancerbero, consigue eludirlo». Decía: «algazara», «alboroto»,«algarabía», «barrena»,«valladar», «empalizada». Me fascinaban esas cosas con todo lo que significaba el fútbol.

Foto: Juan Quiles

–¿Sos eso, Alejandro?
–Yo no podría concebirme sin la radio y sin el fútbol. No sé qué sería. Pero están adheridos a toda mi vida y a todos mis comienzos. Escuchar la radio, meterse en esa intimidad con el hombre o la mujer que está hablando. Y meterse en las transmisiones de fútbol, mi pasión.

–Y ahí, en ese espacio, le sumaste la literatura…
–Eso surgió cuando apareció la idea de hacer un programa a la tarde en Continental y la radio no quería transmitir el Ascenso. Víctor Hugo me planteo por qué no inventábamos un programa que mantuviera la información, pero reemplazara las transmisiones. «Se me ocurre un programa para mí», le contesté. «¿Un programa egocéntrico?», me respondió. Y yo le dije que no, que era un programa para mi generación. Me propuse buscar literatura de fútbol, pero no había mucho. A Víctor Hugo le gusto. Surgió Todo con afecto. Cuando yo, al aire, leí «19 de diciembre de 1971», de Fontanarrosa, se produjo algo muy fuerte con los oyentes, una especie de enamoramiento. Y ahí me escribió Sacheri y empezó todo lo que sucedió con sus cuentos.
–Tu trabajo se volvió como un antídoto frente a ciertos prejuicios.
–Es que los futboleros y las futboleras no somos solo fanáticos locos y energúmenos violentos. También nos involucramos con la cultura popular, también hemos leído muchas cosas que no tienen que ver con el fútbol específicamente y sí con la razón, con la pasión, con las luchas de la gente.
–¿Dónde está el comienzo de ese arte de leer?
–De muy pibe. Ese vínculo se lo agradecía todos los días a mi mamá. Cuando la pienso ahora, digo: «Gracias, mami». Es que nos pedían que, entre los hermanos, buscáramos un cuento para decirlo después en la cena, leerlo en voz alta y discutirlo con todos. Así, de muy chico, conocí a Borges, a Cortázar, a Viñas, a Bradbury. Y eso me dio mucha idea para sugerir el contar un cuento y que la gente hiciera una pausa y lo escuchara.

Foto: Juan Quiles

–Desde tu valoración tan fuerte y tan cálida del poder de la palabra, ¿qué ves en el uso de la palabra en el periodismo deportivo ahora?
–Uno de los peores momentos. Difícil. Veo chicos que se instalaron mucho más en lo que significa la fama, la cosa social, el ascenso y no se han formado férreamente para expresar todas las ideas. Vos escuchás un relato de Víctor Hugo –y no quiero lastimar a nadie con esto, por cierto– y no es comparable. Más allá de que él sea Maradona en eso, se notan la formación, la lectura, la manera de acumular no solo conocimientos sino vocablos. Eso lo logra la lectura. Un consejo: leer. Creo que el periodismo ahora adolece un poco de eso. Está más vinculado a la técnica y a la táctica que a la poética del pueblo, a todo lo que nos mueve la mano de papá para llevarnos a la cancha, a los ídolos, inclusive a los ídolos no masivos del juego, jugadores más pequeños que los ídolos de todos, pero que los tenemos en el corazón.
–O sea que observás una cuestión formativa.
–Pero no se trata de leer a Shakespeare o a Cervantes: leé lo que te gusta. Pero leé. Yo soy un hombre formado por el fútbol. Me daban para leer mi papá y mi mamá, pero el fútbol me constituye. Me constituyen muchas de las cosas que leí en El Gráfico, en Goles, en los análisis de los partidos, en esos grandes escribas: Osvaldo Ardizzone, Villita (Estanislao Villanueva), Julio César Pasquato, El Veco. Soy hijo periodístico de Mario Trucco, maestro de maestros, el gran comentarista de Fioravanti, mi segundo padre. Me enseñó todo. Si no hubiera pasado por mi vida, yo sería seguro más gris.
–¿Cómo te llevás con el fútbol que ves ahora?
–Soy un optimista. No soy un negador. Entiendo los momentos que vive el fútbol con la pérdida de espacios y las urgencias por crear situaciones lindas. Y la Selección Argentina me dio un regalo con el mundial. Y eso que yo nunca, después del primer partido, hubiera dicho que saldría campeón. Un equipo que se construyó en el camino y me devolvió la alegría en relación a mis hijos y a mis nietos: yo ya había visto dos títulos. Con un entrenador milagroso, sin experiencia previa. A los técnicos más duchos, esa primera derrota con Arabia Saudita los hubiera sacado de rumbo. A Lionel Scaloni no le pasó eso. No se casó con ningún jugador. La imagen de la Selección me pone los ojos muy alegres. ¿Y el fútbol local? Partidos malos hubo en todas las épocas. El campeonato argentino me parece muy entretenido. No siempre ganan River y Boca. 

–Medio siglo de transmisiones, dijiste. ¿Qué sucede con el entusiamo?
–Cada vez que comparto una transmisión, siento la misma sensación de alegría, de esperanza, de estar involucrado en el juego del fútbol que desde que, a los 19 años, empecé a ir a cada cancha para comentar un partido.
–¿Por qué Maradona es tan poético?
–Messi es extraordinario, Pelé es extraordinario. Pero Maradona es único: eligió el camino más bello para ser el más contundente. A las dificultades que el fútbol le puso en su recorrido, él ofreció inteligencia, habilidad, sutileza, mando, la personalidad. Siempre está vinculado con lo heroico, con eso que nos pasaba con el equipo de la otra cuadra al que le ganábamos con un gol ya entre sombras. Puso todo al servicio de ganar en situaciones hostiles. Diego transmitió que para ir saltando los charcos de la vida puso todo su ingenio, todo su don. Y eso se lo pasó a la gente. Es el inventor de la pelota. El más amateur de los superprofesionales. Por eso hay mucha literatura de Diego. El poema de Héctor Negro abarca todo. Lo que hizo Ciro Ferrara, compañero en el Nápoli, hablándole a Diego muerto… Extraordinario. Y me gustan mucho las canciones que le dedicaron.
Después, Apo reitera «Diego», desparrama diez historias más de la radio, repasa infinitos jugadores e incontables equipos de fútbol y sigue dándole cuerda a unos sonidos y a unas memorias que dan gusto. Lo mejor, sin embargo, permanece en los ojos. En esos ojos que, encendidos, siguen sonriendo.

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