De cerca | TRADICIÓN DEL NUEVO MILENIO

«El público creció con nosotros»

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Mariano del Mazo

A 30 años del debut de La Chicana, la banda con la que renovaron el lenguaje tanguero a pura irreverencia, Dolores Solá y Acho Estol le rinden tributo al género con un notable disco en vivo.

Foto: Juan Quiles/3 Estudio

En 30 años han hecho de todo. De versiones de Tom Zé a revisitas totalmente deformes de temas del Indio Solari o Nirvana. De exploraciones de sonidos africanos a la más pura milonga campera.

Son una muesca central de la renovación del tango ocurrida con el cambio de milenio, ese instante en el que convivían glorias del pasado de oro (Leopoldo Federico, Horacio Salgán) con imberbes que se paraban en la tradición para catapultarse hacia el futuro. Algunos, con respeto y hasta con un papel de calcar cada uno de los arreglos y yeites de las orquestas y los cantores de los años 40 y 50; otros, para romper estructuras y con los materiales de esa demolición intentar otra construcción. Un edificio nuevo, con bases en la raíz. La Chicana pertenece a este último grupo. Alardean de un mestizaje que es también una especie de promiscuidad sónica que, en ellos, se escucha orgánica, honesta, ineludible.

La Chicana son Dolores Solá (canto) y Acho Estol (guitarra, composición, arreglos, dirección), el núcleo duro de una banda que pateó tableros con actitud, dicen, punk. Acaban de publicar un disco en vivo con un título elocuente: Puro tango. Fue grabado en abril de este 2025 en Mendoza, en una casa histórica de la localidad de Maipú. «Era una asignatura pendiente: un disco de tango. Muchos nos lo pedían. Bueno, acá está», dice Acho, dueño de un discurso pasional que a veces se encima con los conceptos de Dolores, que también maneja ideas propias con intensidad. Se nota: juntos son dinamita. Fueron pareja en la vida durante décadas; hace un tiempo se separaron. Además del profesional, mantienen un vínculo afectivo de buenos ex y muchas veces se ven envueltos a lo largo de la entrevista en situaciones muy «Pimpinela» que no se preocupan en disimular.

–A esta altura, ¿qué es La Chicana?
–Acho: La Chicana es muchas cosas. Lo primero es la palabra: tiene un significado amplio. A mí me recuerda mucho a la palabra «milonga», que tiene varios significados. Le pusimos «chicana» porque nos gustaba la acepción de «artimaña legal que te deja salir bien parado de una situación dudosa». Ahora, lamentablemente, la palabra se convirtió en un ataque, una provocación, una punzada. Eso de «una chicana política», ponele. Una lástima, era más sutil la acepción lunfarda.
–Dolores: La chicana es algo legal, pero sucio. Y nos representaba con lo que era nuestra intención con el tango.

–¿Cuál sería esa intención?
–Dolores: En la banda conviven muchos géneros con absoluta libertad. Pero el tango es bastante emblemático. Empezamos desde ese sitio, pero en el primer disco ya comenzamos a sacar los pies del plato. Ocurre que Acho es un gran compositor de tangos, que le han grabado desde Adriana Varela hasta Cucuza Castiello, el Chino Laborde, Daniel Melingo. Entonces sí, somos muchas cosas, pero tenemos un lugar en el tango actual. Un lugar, creo, importante.
–Acho: No es para devolver la flor ni nada, pero a quienes les interesan los tangos clásicos les gusta de entrada cómo canta Dolores. Ella viene escuchando a Nelly Omar desde los cuatro años.

–Siempre se cuela la palabra «punk» cuando se habla de La Chicana.
–Acho: Es que si bien es cierto que nos gusta el tango profundamente como es, nuestras formas son punks. Cuando arrancamos éramos la honestidad total, en contraste con el tango de los 90 que era un asco, algo empastado, de sonrisas sintética y moñitos.
–Dolores: ¡Estol me sorprende siempre con sus explicaciones! Yo no creo en absoluto que el tango fuera un asco en los 90. El tango siempre fue maravilloso. Pero existía una guardia pretoriana alrededor del género. Tenías que andar en puntas de pie.
–Acho: Me acuerdo que Ben Molar fue a la presentación de nuestro segundo disco y salió indignado. ¿Cómo podía ser que componíamos tangos nuevos? ¿Qué es eso de componer tango? Claro, el tipo era dueño de una editorial, tenía grandísimos tangos bajo su ala.

–¿Por qué un disco de tango en vivo? ¿Por qué ahora?
–Acho: Cuando escuchamos la grabación, las pistas, nos encantó. Es bien parrillero. Capta lo que es el grupo en vivo. No hay camelo. Y muchos nos venía pidiendo algo así. La noche aquella de Mendoza fue perfecta: había buen clima, vino. Finalmente, creo que este disco responde a dos factores. Uno es una transgresión hacia nosotros mismos, que parecía que siempre teníamos que hacer algo ajeno al tango, mostrar nuestra condición de outsiders. Bueno, llegó el momento de mostrar nuestra antología tanguera. El otro factor es que Lola en vivo rinde de una manera especial, vibrante. Así como yo soy bicho de estudio, y puedo estar horas jugando con músicas belgas y búlgaras y juntarlas con violines de Magadascar, Lola en vivo canta dos horas seguidas sin pestañar, con muchísima eficiencia y energía. Quisimos retratar eso en un disco. Un disco en vivo no necesita un concepto, tiene que ser austero. Un disco en vivo es, por definición, una compilación de distintas épocas. Hemos hecho discos deformes, no es este caso. Gran parte del público creció con nosotros. Me gusta decir que venían chicos de cinco años que hoy son médicos o licenciados en Historia. Les gusta nuestra manera rockera y, con el tiempo, nuestros tangos más puros.
–Dolores: Quiero aclarar que yo nunca fui rockera. Más bien siempre fui clásica. He tenido algún disco de rock nacional, pero soy medio freaky. Me gusta la música mexicana, el flamenco. Nunca fui especialmente rockera.
–Acho: Bueno, pero hablo del rock como una ideología. Se notaba que veníamos de los Beatles o de Tom Waits, y que podíamos citar eso adentro de un tango. Ese barniz rockero nos permitía abordar un tango más antiguo y callejero, en cierta forma más simple. Y no olvidemos además la fatiga del rock. No nos satisfacía, era todo Pepsi, Quilmes, multinacionales. No había transgresión. Yo me sentía viejo para todo eso. De pronto cuando empezamos a incursionar en el tango nos volvimos jóvenes, ¡mágicamente!


Sabor porteño
La diferencia de gustos y opiniones se advierte en la prolífica y diversa discografía de La Chicana. Desde su irrupción con Ayer hoy era mañana (1997), su álbum debut, tensaron los límites y se deslizaron por sonidos que fueron de Santiago del Estero a los Balcanes, de Salvador de Bahía a Seattle, de Oaxaca a la Berlín de entreguerras.

Foto: Juan Quiles/3 Estudio

«Cuando empezamos, no nos importaba nada lo que nos dijeran. Ya en nuestro primer disco, había un chamamé con guitarras eléctricas o una milonga como “La patota” pero tocada a lo Olodum. Claramente tenemos gustos muy amplios».

El sabor siempre es esencialmente porteño. La temática del paso del tiempo es una omnipresencia y está implícita en el título de aquel primer disco. A La Chicana le gustan los anacronismos, los juegos de espejos, las simetrías. Por eso no sorprendió que en el brillante Revolución o picnic (2011) versionaran «A los jóvenes de ayer», de Serú Girán, una obra maestra que incluye en el mismo gesto cierto «bullyng» hacia los viejos tangueros y una autoprofecía de Charly.

Uno se convierte en lo que critica; la revolución se vuelve picnic y la renovación, canon. «Y sí. El paso del tiempo es un tema, claro. Yo creo que tiene que aparecer un pibe de 20 que la rompa. Alguien como el Chino Laborde, que es un genio. ¿Cómo puede ser que el tango sea tan refractario a la televisión?», plantea Acho.

–En tres décadas, vieron pasar todo tipo de presidentes. ¿Cómo fue el vínculo de La Chicana con los cambiantes vientos políticos?
–Acho: Honestamente, tendríamos que empezar por nuestro período menemista. Nosotros somos peronistas de corazón, pero llegó Menem y tal vez ligamos unos pincelazos de pizza y champagne. A Menem le gustaba mucho el tango. Nosotros tocamos para emperadores de Japón, para el Príncipe de Inglaterra, el actual Rey Carlos. O sea, evidentemente no fuimos muy punks ahí, porque tendríamos que haber llevado una ametralladora en el estuche de la guitarra. Pero no la llevamos. Íbamos con la guitarrita y tocábamos, como buenos boludos. Pecamos de inocentes, tal vez. Después, con la Alianza, igual. Queríamos un mundo mejor. Nos decíamos: cualquier cosa menos la derecha, cualquier cosa menos el gorila. No había tanta polarización como ahora. Son otros tiempos y con los años uno se pone calloso.
–Dolores: Bueno, después vino el kirchnerismo y ahí sí ocurrió un antes y un después. Pero quiero decir algo antes. Yo disiento, no creo que hayamos tenido un período menemista. Ninguno de los dos lo votamos, incluso. Ocurrió que éramos uno de los pocos grupos de tango joven. «Ay, qué bueno estos pibes, que no hacen un tango apolillado. Tienen onda», decían. Y además, el hermano de la chica que canta es… ¡Felipe Solá!
–Acho: Hay que decir que Menem era un encantador.
–Dolores: ¡Tremendo! Yo trataba de evitarlo.
–Acho: Era irresistible. Era como…. ¡Leonardo Sbaraglia!
Ríen fuerte. La casa de Dolores respira arte y política. Es un PH todo buen gusto en la calle Anchorena. Hay vino, pinturas y adornos de la liturgia peronista y dos perros. Acho fuma y fuma sentado en el umbral, Dolores da detalles de una refacción. El tema es el tiempo. Ahí están, juntos pero separados, tal vez más sabios, celebrando los 30 años de una banda de tango que huele a rock, o viceversa. El Tasso es el templo en el que juegan de local. Ahí, frente a Parque Lezama, sobre la calle Defensa, presentaron los sábados de octubre Puro tango: agotaron todas las funciones. Acaban de agregar el 28 de noviembre y el 13 de diciembre. Mucha agua pasó bajo el puente: parates, discos solistas, giras, zigzagueos. «Hemos tenido muchos puntos de inflexión. Ha pasado de todo. En algunas letras se observa: el idealismo puede derivar en un hastío sórdido que no lo remonta ni la peor ginebra Bols. Pero estamos en pie. Ya vendrán tiempos mejores. La Chicana resiste».

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