18 de enero de 2025
Después de ganar el último Grammy Latino dedicado al dos por cuatro con Apiazolado, el pianista y compositor analiza el lugar de su Quinteto en la escena contemporánea.
Diego Schissi es pianista, compositor, docente y fundador de un conjunto en cuyo ADN se inscriben la imaginación y el riesgo en torno a un nuevo lenguaje para el tango. Con siete discos y gran cantidad de conciertos a nivel local e internacional, el Diego Schissi Quinteto recibió en noviembre pasado el espaldarazo global de un Grammy Latino en el rubro tanguero gracias a Apiazolado, un álbum donde la agrupación visita a su modo el legado de Astor Piazzolla.
«Nosotros en general hacemos música propia, pero justo este trabajo por el que ganamos el Grammy es un material a partir de Piazzolla y a lo mejor es por eso que lo ganamos», reflexiona en charla con Acción, que transcurre en la sala lateral de su casa del barrio porteño de Villa Pueyrredón donde aloja el piano. En ese espacio crea una obra que, aunque entre risas y citando a Leo Maslíah define como parte de la «música impopular», está destinada a dejar marca.
Hijo del escritor y dramaturgo Oscar Viale (responsable de sucesos teatrales, cinematográficos y televisivos como Convivencia, Chúmbale, Plata dulce y Los Campanelli), evoca como en un sueño tangible y agradable «escuchar a mi viejo dándole a las teclas de la máquina de escribir Olivetti y una linda música tronando: Brahms, Beethoven, Piazzolla, Morricone».
«Yo creo que la persona clave en mi vida y en la de muchos es Astor Piazzolla, que fue quien dijo “che, escuchen lo que esta música puede llegar a narrar”.»
Aquella herencia melómana, los estudios y una profesionalización que pasó por diferentes escalas entre Argentina y Estados Unidos construyeron al artífice de un grupo que desde 2009 se completa con Santiago Segret (bandoneón y voz), Guillermo Rubino (violín), Ismael Grossman (guitarra) y Juan Pablo Navarro (contrabajo). Aunque este último grabó Apiazolado, al momento de las presentaciones le dejó definitivamente su lugar a Cristian Basto.
En su camino el Quinteto amasó un tango personal e inspirado que se plasmó en otros seis discos: Tongos (2010), Tipas y Tipos (2012), Hermanos (2014, junto a Aca Seca Trío), Timba (2016), Tanguera, la música de Mariano Mores (2018) y Te (2021), compuesto a partir de 19 de las 46 palabras que Luis Alberto Spinetta utilizó para su canción «Por».
«Mi puerta de entrada al tango fue Piazzolla, pero tocarlo y así incorporarlo a mi vida fue algo que me pasó viviendo, estudiando y tocando en Estados Unidos, donde estuve durante siete años», cuenta el músico, que prepara un libro con partituras propias que este año publicará la editorial Mil Campanas.
–¿Viajaste a Estados Unidos para formarte?
–Llegué allá porque me salió un laburo cuando tocaba con el «Puma» Rodríguez y, finalmente, terminé estudiando y vinculándome con algo de la escena del jazz, que es una música alucinante que yo venía haciendo en Buenos Aires, junto con otros trabajos. Me acuerdo del primero de ellos, cuando siendo un nene, a mediados de los 80, me tocó ser el pianista en un dúo con Rubén Goldín, que estaba recién salidito del boom encabezado por Juan Carlos Baglietto.
–¿Y ahí apareció al tango?
–Sí, ahí me picó el tango, que me agarró con todo cuando descubrí a las orquestas de Horacio Salgán y de Aníbal Troilo y me volví loco. Entonces me dije «yo quiero volver a Buenos Aires a hacer tango». Y finalmente pude volver a los 27 años, después de todo un periplo. En ese momento se me juntó todo, el haber oído antes a voces importantes como las de Julio Sosa y Carlos Gardel y darme cuenta de que en esto del tango hay un montón de cosas. Ahí empezó también algo que nos pasa a los músicos cuando nos interesa algo: vas para atrás y para adelante y volvés. Y en todo ese recorrido pude reconfirmar que el tango es una música inagotable, en el sentido de que cada tema te propone una escucha en la que siempre se descubre algo nuevo. Esas revelaciones despiertan muchísimas posibilidades y siento que fue entonces cuando empezó el recorrido.
–¿Qué otros afluentes reconocés?
–Yo creo que la persona clave en mi vida y en la de muchos es Astor Piazzolla, que fue quien dijo «che, escuchen lo que esta música puede llegar a narrar, lo que puede llegar a unir», al llamar la atención sobre la potencia del tango. Fue lo que me llevó a querer arrimar el bochín para ese lado, sumando lo que traía del jazz y entendiendo que se trata de una música bastante exigente, difícil de tocar, que tiene su demanda. Pero además, sobre el año 2000 tuve la suerte de hacer una experiencia muy linda como parte de la Orquesta Escuela de Tango que dirigía Emilio Balcarce, donde pude conocer a un montón de maestros y tocar con Julián Plaza. Eso me llevó a sentir como una pertenencia a esa música, a esas personas, a este país y a esta ciudad. Aunque no sé si algo de eso te tiene que pasar para hacer música, a mí me pasó, me pasa, me toca, me importa, me resulta importante, no me resulta igual.
–¿Haber hecho Apiazolado se inscribe en esa tendencia?
–Sin dudas, pero además el disco tiene algo de travesura, porque yo jamás en la vida le hubiera tocado una nota a Piazzolla, porque sus creaciones, aunque obviamente corresponden al género popular y son tangos, entran en la categoría de obras maestras de la música que tienen todos sus aspectos resueltos, que no necesitan intervención, ni una regla, ni ninguna otra versión. No necesitan nada, solamente tocar lo que está ahí. Pero bueno, a nosotros nos llegó primero la invitación que nos hizo su nieto «Pipi» para tocar en el festival Experiencia Piazzolla, donde la convocatoria consistió en abordarlo a nuestro modo y lo hicimos con todo el amor y negociando imaginariamente con Astor qué se puede y qué no. Pero todo como un tributo, como un homenaje, como un gracias enorme.
«El tango es una música altamente interpretativa y, por tanto, es abismal la diferencia entre la información que da la partitura y lo que hay que tocar.»
–¿Tendrá relación que el Quinteto haya logrado su primer Grammy Latino con un disco sobre Piazzolla?
–Me parece que cierta parte del reconocimiento, y no quiero que eso se tome de forma vanidosa, tiene que ver con que no es fácil meterse con la escritura de Piazzolla: eso puede salir muy mal. Yo creo que no salió tan mal porque si no, no tendríamos nada, nos estarían puteando y aunque puede que alguno esté puteando, eso no se escucha desde acá, y eso a mí me pone contento. Con el Quinteto tenemos una manera de hacer música y para nosotros fue más lógico encarar el proyecto desde un material con ese carácter que versionar al maestro dentro de la lógica que un montón de grupos hacen fenómeno. Pero bueno, no era para nosotros ese otro proyecto, sino este.
–Es interesante porque es una obra tan rupturista en un montón de sentidos y, sin embargo, muchos colegas tuyos consideran que no se puede ir más allá.
–Es un dilema que no tiene una solución fácil, porque la de Piazzolla es una música que está lista para que la toques como está escrita y, más aún, ni siquiera como está escrita, sino como la toca él, porque lo que está escrito es una parte de lo que hay que tener en cuenta y lo demás no está en ninguna partitura. Sabemos todos que el tango es una música altamente interpretativa y, por tanto, es abismal la diferencia entre la información que da la partitura y lo que hay que tocar, lo que hay que poner para que suene. Así que encarar este disco sobre Astor también fue hacerle justicia a la propia historia sonora del Quinteto.
–¿En tu rol como compositor sos más riguroso? ¿Realmente escribís lo que tocás o también dejas una parte librada al intérprete?
–Es una pregunta bastante dilemática, porque hay una parte donde yo siento que conviene poner detalles, pero siempre se juega un borde que pueden ser o demasiado pocos o demasiado condicionantes para el intérprete. En mi caso se va reformulando en cada proyecto o a cada momento, pero ciertamente la composición te da la oportunidad de decirle a una persona «mirá, cuando llega este momento vos hacé esto». Todo un instructivo que no es la música aunque da contexto, tratando de no inhibir cualquier impulso que pueda tener el intérprete, pero sin escatimar información.
–¿Qué significa haber ganado el Grammy Latino?
–Primero, una sorpresa porque fue algo totalmente inesperado. Después, con los premios tengo una especie de doble o triple vara: Obviamente siempre son importantes, porque son un reconocimiento que se puede compartir y demuestra una cierta apreciación por el trabajo que se hace y pareciera que le llama más la atención a los demás que a vos, y lo digo porque siempre se genera alguna efusividad de algún familiar que se acuerda que existís. Por otro lado, en general, los premios son lo que son y no pasa nada, no cambian nada. Pero es cierto que con el Grammy Latino uno se ilusiona un poco con la posibilidad de que habilite una suerte de proyección internacional. No sé qué puede pasar con un grupo que está escondido en el sur del mundo: mover de acá a cinco personas es casi utópico en este momento.
–¿Qué fantasías igualmente afloran en torno a una distinción de este tipo?
–El Quinteto propone un tango muy segmentado, que apunta a un tipo de público que en realidad ni siquiera existe todavía, aunque llevemos 15 años y haya gente que nos sigue. Es una construcción permanente, alejada de la línea del tango tradicional o del que está vinculado al baile, sino más bien con Piazzolla, pero el mundo de Piazzolla es Piazzolla y todos los demás venimos atrás y un poquito que nos cierran la puerta. Yo creo que un tipo de ámbito que podría ser interesante para nosotros sería un festival de jazz, en cuanto a cierta afinidad estética que puede tener la música o cierta posibilidad de que encaje en un espacio así. Mientras tanto, continuamos con la necesidad de reinventarnos, de buscar cosas y de atravesar las realidades que nos tocan.
«El Quinteto propone un tango muy segmentado, que apunta a un tipo de público que ni siquiera existe, aunque llevemos 15 años y haya gente que nos sigue.»
–Al respecto, ¿cómo resuena en vos el hecho de estar buscando en esa memoria colectiva en estos momentos de la Argentina, donde parece estar en cuestión quiénes somos y adónde vamos?
–Me parece que estamos haciendo la banda sonora de un país que está escondido y no sé dónde está ahora. Es una situación que en el caso del Quinteto nos pone más que nunca primero en la fragilidad de sostener algo así, porque dependemos exclusivamente de nosotros mismos y, si no tenemos la fuerza, no pasa nada. Siempre fue así, pero ahora lo es de una manera extrema. Frente a esto, tenemos que empujar desde acá porque es lo que nos tocó para sostener esta utopía de un tango para ser escuchado, de un tango de concierto, de como lo expresaba Piazzolla, asumir una música que puede aportar otros sentidos más allá de a cuánta gente le importe. En definitiva, nos empuja la fuerza del deseo y de entender que hay un espacio que, si no se ocupa, no existe. Y depende de cada uno de los actores seguir sosteniéndolo.
–¿Y eso también se apoya en tu labor como docente?
–Sinceramente, es una de las cosas que más me sostienen en muchos sentidos y, a nivel emocional, es un lugar donde justamente veo algo en las personas que estudian y a la vez percibo cómo el género empuja, siempre despierta interés, siempre llama la atención. Y si no pasa por el tango, hay un gran amor por la música, que es un mundo de alegría que me alimenta permanentemente.