19 de septiembre de 2025
Referente ineludible de la improvisación, Mosquito Sancineto llega al Centro Cultural de la Cooperación con Este es el baile del monito, una sátira que cuestiona el clima político actual.

Fabio «Mosquito» Sancineto llega al Centro Cultural de la Cooperación, lugar en donde se concertó la entrevista y donde por estos días protagoniza Este es el baile del monito junto a Eduardo Calvo, otro destacado actor vinculado también con la comicidad. Desde su debut en 1979 con El príncipe idiota, que bajo la dirección de Inda Ledesma lo llevó a ganar el Premio Moliere, Sancineto no dejó de trabajar y de dar clases de improvisación. Esa fue la fuente del famoso «Match de improvisación», el ciclo que sirvió como una vidriera de lo que ocurre en sus talleres. Su pasión por la actuación surgió desde muy temprana edad y, según afirma, fue «como un juego».
–¿En algún momento supiste que ibas a consagrar tu vida a la labor actoral?
–Creo que fue puro instinto, pura emoción y puro deseo. Miraba las películas argentinas ya desde muy pequeño, cuando me cuidaba una señora y me «torturaba» de la siguiente manera: ella me obligaba a dormir la siesta en el cuarto de mis padres, encendía la televisión y miraba una película argentina. Y si yo quería espiarla o mirarla, me pegaba un cachetazo y me obligaba a dormir. Ahí descubrí mi espíritu de rebeldía; simulaba estar durmiendo y, con un ojo, espiaba toda la película. Me fascinaban esas historias en blanco y negro, de la década del 40, sobre todo las que pasaban a la tarde. Y aprendí que esos seres humanos eran dioses que solamente habitaban ese momento, en esa pantalla chiquita y eran especiales. Y yo quería ser como ellos, vivir esas aventuras, esos romances y decir esos textos. Luego empecé con Elena, mi prima hermana, a escribir pequeños guiones y representaciones que hacíamos frente a la familia. Ya a los doce años una tía le dijo a mis padres «tienen que llevarlo a estudiar teatro o a una escuela especial dedicada a las artes, porque este chico va para ese lado». Y así fue que ingresé al Instituto Vocacional de Arte. Para mí el teatro es un lugar de celebración y de festividad. Para mí lo es todo, es la vida.
«Amo nuestro cine, lo defiendo a capa y espada. Me pone muy mal este tiempo presente en donde hostigan tanto a sus realizadores. No nos merecemos esto.»
–Tu formación coincidió con los últimos tiempos de la dictadura. ¿Cómo fue nutrirse del arte en ese contexto?
–Si bien había una parte de mí que era consciente de que algo no estaba bien porque lo veía, lo sentía, para mí el Instituto Vocacional de Arte fue un refugio. Y tuve una familia que me rescató, me protegió para que la dictadura no me hiciera tanto daño. Pero yo la viví en el colegio, por ejemplo, cuando nos obligaban a cortarnos el pelo; o teniendo una educación muy estricta. Los varones por un lado, las mujeres por el otro. Y si en tu cuerpo empezaban a aparecer otras identidades, eran inmediatamente reprimidas por el entorno y por uno mismo. Ahí entendí que lo que a mí me estaba sucediendo como persona estaba mal visto en una parte de la sociedad y del poder, entonces tenía que cuidarme de todo eso y tomar distancia de una manera inteligente. El rescate era a través del teatro y de los juegos con mis compañeros y compañeros. Aún hoy, con esa camada, nos seguimos viendo. Seguimos siendo poderosamente seres extraños, pero ahora mucho más liberados, obviamente. Hemos luchado mucho.
–Se te asocia directamente con el teatro, pero ¿qué te ofrece como intérprete el cine?
–Amo esos dos ámbitos. Este año tuve la suerte de que me volvieran a convocar para hacer cine en producciones independientes. Estoy feliz porque, de alguna manera, retorno al cine con personajes adultos. Yo laburé mucho en cine cuando era adolescente y en la etapa de mi travestismo hubo algunas secuencias cinematográficas. Pero ahora me están llamando por mi calidad actoral o mi talento. Amo nuestro cine, lo defiendo a capa y espada. Me pone muy mal este tiempo presente en donde hostigan tanto a sus realizadores, sus técnicos, sus intérpretes. No nos merecemos esto, para nada.
–En cuanto a la improvisación, ¿sentís que es un género, un estilo, un modo de estar en la escena?
–Hoy es un género teatral al que lo continúan y lo desarrollan muchísimas personas. Yo empecé con la improvisación con un maestro francés hace 37 años ya. Y me gustó porque me dije «esto es el eslabón que yo necesitaba encontrar para la continuidad de mi propia historia personal». Porque ya desde pequeño me gustaba jugar todo el tiempo, entonces obviamente improvisaba personajes, escenas, y mis otros compañeros de juego eran mi gata y mi perra. Le ponía voces a todo. Por otra parte, el grado de imaginación que se desarrolla con la improvisación es amplísimo y profundo. Fue como volver a la infancia, como rescatar ese niño que había sido pero ahora en un cuerpo de adulto. Para mí es algo muy placentero para la vida también, porque dentro de la improvisación desarrollamos la buena escucha, la buena adaptación, el saber integrarse, el saber ubicarse. El teatro de improvisación es un teatro de construcción colectiva y te permite tener registros de género. Una improvisación puede ser una comedia musical, una ópera y, entonces, jugamos a ser cantantes líricos. Dentro de mis espectáculos de impro hacemos un homenaje al melodrama y al cine argentino de todas las décadas. Y yo me paso las 24 horas improvisando.
«Para mí es muy placentero para la vida también, porque dentro del teatro de improvisación desarrollamos la buena escucha, la buena adaptación, el saber ubicarse.»
–Con el estreno de En el barro volvió a verse mucho la serie de la cual deriva, El marginal. Tu personaje, Fabiola, es muy recordado. ¿Qué te dio esa composición?
–Para mí, Fabiola fue un maravilloso regalo del destino. Le estaré agradecido eternamente, porque me dio la posibilidad de interpretarme a mí mismo desde un lado femenino. Y cuando digo «mí mismo» lo digo porque yo me llamo Fabio. Cuando Alejandro Ciancio, el director, el primer día me dijo «Mosquito, el guion dice Travesti 1, buscate un nombre», inmediatamente me nació Fabiola. Y le gustó. Entré para dos capítulos, pero quedamos con todo el grupo en tres temporadas. Y fue fascinante, primero, visibilizar a las personas trans en situación carcelaria. Segundo, interpretar a este personaje solidario, que se sentía protectora de sus compañeras. Si ella tenía que dar la vida por las otras, lo iba a hacer. Y fue naciendo ahí mismo, en el desarrollo del personaje y en el vínculo con mis compañeras. Todavía la extraño, a veces sueño con volver a interpretarla. En el barrio, en Almagro, me dicen «Fabiola». Todavía hay gente que la recuerda y a veces me piden que le mande un mensaje a alguien, pero como Fabiola. Es algo muy tierno. Y yo accedo a eso, me gusta comunicarme con la gente. Si algo les gustó y fue tan poderoso, me gusta responder a eso también.

–En muchas entrevistas reflexionaste sobre lo queer como constitutivo a tu identidad artística. Hoy es un tema de agenda, pero para eso tuvieron que ocurrir muchas cosas.
–Yo tuve la fortuna de pertenecer a una generación de artistas que, después de la dictadura, empezamos a ejercer un mandato cultural y social muy importante. Al mismo tiempo, aparecieron espacios en donde se nos permitían ser y hacer. Y ahí apareció el embrión muy poderoso de la militancia, del activismo a través del arte, que nos ayudó a creer en nuestras identidades y llevarlas al escenario sin ningún miedo o prejuicio. Empezamos a vincularnos con otras personas, atravesados por las mismas problemáticas. Fue muy valiosa la movida de la Comunidad Homosexual Argentina en los peores momentos. Uno aprendió muchísimo de esas personas. Decidimos tomar la antorcha, generar una movida por nuestros derechos, pienso en lugares como Ave Porco. Yo producía las Fiestas Mayas, estuve en El Dorado, en Morocco. Ámbitos donde todo tipo de personas podían encontrarse, hallarse, estimularse y a la vez respetarse. Jamás viví una situación ni de violencia ni de rechazo en esos ámbitos. Sucede que ahora, con esta clase de gobiernos que atrasan décadas, que son tan nefastos, tenemos que empezar a defendernos otra vez. Porque el neofascismo o como lo quieran llamar, ha regresado. Aunque tenga intenciones de instalarse, jamás se lo vamos a permitir. Hay mucha historia en esta piel y en otras. Sabemos cómo enfrentarlo desde los argumentos, desde el arte, desde la movilización. Y lo vamos a hacer, estamos en eso.
«El neofascismo o como lo quieran llamar, ha regresado. Aunque tenga intenciones de instalarse, no se lo vamos a permitir. Hay mucha historia en esta piel.»
–La risa es una herramienta política muy poderosa, ¿qué encontraremos en Este es el baile del monito?
–Cuando vengan a ver la obra, primero se van a encontrar con dos intérpretes que se quieren muchísimo, Eduardo Calvo y yo. Estamos contentos de encontrarnos en el escenario. Es una metáfora de este presente. Eduardo compone al psicópata, al engendro que está todo el tiempo creando argumentos que son falacias. No para de hablar y te envuelve con un palabrerío. Y aparece la rebelión, en dos seres que quedan marginados en la isla Martín García, solos, librados a su suerte. Y, al mismo tiempo, comienzan a tener un vínculo, encerrados en un lugar abierto. Yo creo que quienes vengan van a encontrar humor y reflexión acerca de lo que estamos viviendo en el presente, a través de la sátira. Mi personaje es un pobre abogado que cree que es alguien importante en la vida, pero en realidad es el lacayo del otro hasta que se cansa y cambia de actitud. De alguna manera, se da cuenta del engaño en el que está viviendo.
–En este tiempo en donde la mayoría de la gente se ríe con memes, ¿el cuerpo cómico en escena, en presencia, adquiere otra entidad?
–Es interesante, porque es verdad. Hoy el celular influye muchísimo en nuestras vidas. El otro día me reía del meme de José Luis Espert huyendo en una moto, con la música del Correcaminos. Era gracioso, pero de pronto me dije de qué me estoy riendo, si es una realidad ponzoñosa y difícil. En el escenario vamos a tocar esta misma realidad, pero a través de una situación creativa, de un texto muy interesante cuyo autor es Pablo Calvo, el hijo de Eduardo, que también nos dirige. El adulto no está tan dominado por la virtualidad, el joven sí. Creo que van a ver dos memes en vivo, creando situaciones ridículas, creyendo que están hablando de una realidad coherente. Y eso es lo que está pasando.