De cerca | ENTREVISTA A HERNÁN CASCIARI

En busca de nuevas historias

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Damián Damore

El escritor y editor decidió ampliar el proyecto que orbita alrededor de la revista Orsai con una escuela de narrativa. Películas, series, libros y obras teatrales autogestionados.

Foto: Jorge Aloy

El tiempo pasó rápido, y en medio de ese torbellino, es difícil precisar el punto de partida. Orsai, el proyecto de Hernán Casciari, comenzó como un blog en 2003, en los albores del siglo XXI. Su éxito lo llevó a convertirse en columnista de medios como El País, de España, y La Nación, de Argentina. Las entradas del blog se convirtieron en libros publicados por editoriales de renombre, consolidando un lugar propio en el panorama literario.

En 2010, no obstante, Casciari decidió cambiar las reglas del juego. Dejó atrás sus compromisos editoriales y lanzó Orsai, una revista impresa con un modelo de distribución tan audaz como singular: solo se imprimirían los ejemplares encargados, y el precio se ajustaría al poder adquisitivo de cada país. Como recuerda el pie de página de su web: «Un blog puede convertirse en cualquier cosa».

La revista, que este año celebrará su 15.º aniversario, se distribuye exclusivamente por suscripción a través de su página web. Por sus páginas desfilaron decenas de escritores destacados, además de numerosos ilustradores, dado que la publicación prescindió de las fotos redefiniendo el formato tradicional: «Fueron dos proyectos unidos, para hacer una revista necesitás armar una editorial. Con Chiri Basilis, mi mejor amigo y socio desde siempre, tuvimos una educación sentimental revisteril. Nos gustaban muchísimo ciertas revistas de la década de los 80 y 90, como Cerdos & Peces; Puro Cuento, de Mempo Giardinelli; la Co & Co, del Gordo Héctor Chimirri y de Horacio Altuna, una que se hacía en España; y Humor, por supuesto. Todas tenían algo en común: en algún momento aparecía la leyenda “Este es el último número de la revista”, porque ya no conseguían publicidad o porque ya no recibían el subsidio de no sé qué. Siempre nos pasaba que nos quedábamos pedaleando en el aire, porque otros decidían que ese medio ya no podía seguir jugando en esa comunicación con el lector. Lo primero que decidimos fue no gastar energía en golpear las puertas de Iberia, del Banco Santander, Coca-Cola, etcétera. Hubo que poner toda la energía en convencer a una comunidad para que finalmente fuera la usuaria de lo que queríamos hacer».

Apostar por un modelo de creación comunitaria no fue solo una decisión audaz para Casciari, sino también el eje de su propia épica. En esos años de incertidumbre, cuando todo parecía a punto de cambiar sin un rumbo claro, optó por un riesgo concreto: confiar en una comunidad dispuesta a sostener su proyecto. Ese gesto, basado en la colaboración y en el compromiso colectivo, se convirtió en el pilar de su carrera. En esa red de apoyo –pequeña en comparación con los grandes medios, pero sólida por su fidelidad–, se forjó una creación desconcertante en su aparente fragilidad, pero también irresistible por su capacidad de conectar a individuos dispersos en una trama colectiva.

¿Es rentable hacer una revista de papel hoy?
–Sí, es rentable para las seis personas que conformamos la redacción y para un montón de invitados por número. La idea es que cada número de la revista tenga diez contenidos ilustrados, que nosotros maridemos a un autor con una ilustradora, a esta escritora con este humorista gráfico; que hagamos de esa mezcla algo que nos provoque fantasía. ¿Les gustará? ¿Querrán? Ese es el trabajo que hacemos.

¿Cuánto tiene que ver el recorrido de la revista en la escuela de narrativa?
–Tiene mucho que ver. En los primeros años aprendimos mucho en la forma de gestión, pero en un momento comenzó a andar naturalmente. Las cosas enseguida empiezan a cuadrar y te ponés creativo. No tenés jefe, todo es mucho más divertido. La revista alcanzó una dinámica normal tan pronto que se nos cayó el desafío de lo imposible, así que saltamos al cine.

¿Cómo hicieron?
–Empezamos a hacer películas, series. Se dio de manera natural. En el proceso notamos que convocábamos a los mismos cincuenta editores, guionistas, ilustradores, todos mayores de 35 años. Nadie le encontró la vuelta a lo que buscábamos. Ahí descubrimos algo: el sistema educativo universitario sigue anclado en el siglo XX, sobre todo en las carreras de Comunicación, en Periodismo; de Filosofía y Letras; de Cine, guion y dirección.

¿Anclado en qué aspectos?
–Un escritor del siglo pasado es un tipo que escribe; hoy, no. Hoy es un creador de contenidos, con un equipo de gente acompañándolo en distintas tareas. Las universidades siguen formando empleados, gente que cuando egresa de la facultad sale a pedir trabajo, no a crear un sistema. Lo educativo es algo que necesitamos más que algo que queremos hacer. Entendemos que esta semilla que sembramos, si anda bien, porque es una prueba, nos reportará mucho talento.

¿Considerás que la educación pública tiene vicios?
–La educación pública no está viciada ni contaminada; simplemente, al ser tan grande y mastodóntica, le cuesta adaptarse rápido. Nosotros venimos desde otro lugar, con una necesidad clara: tenemos medios, una revista, hacemos guiones. También nos asociamos al Paseo La Plaza para hacer teatro. Todo eso está buenísimo, pero los mayores de 35 que trabajan con nosotros serán mayores de 45 en poco tiempo y mayores de 65 más adelante. Y si somos viejos, contaremos historias viejas, por más curiosidad y entusiasmo que tengamos. La idea de la escuela Orsai es cambiar esa lógica. Hasta ahora, cuando ingresás a un sistema de comunicación, te dicen: «Este es el cuento, te enseñaré a contarlo». Nosotros no. En Orsai, contale el cuento al equipo de trabajo y, si lo hacés bien, ellos mismos te convocarán de nuevo.

–Hay que contarle el cuento al que se asocia al proyecto.
Claro, si no, seguís siendo el tipo al que llaman, le dicen escribí este libro, te doy el 10% y nosotros nos quedamos con el 90%. Ahí está el gran cambio: no tenés que ser empleado de una radio, ni del diario, ni de una gran editorial: tenés que hacer un negocio cultural porque lo otro sigue siendo siempre lo mismo. Alguien en un punto te va a cagar, siempre será un administrador de empresas.

–¿Cómo se distribuyen las ventas en el modelo Orsai?
–Si el autor escribe un libro con nosotros, se lleva el 50% de las ganancias; los que trabajan en la revista, además de los honorarios, cobran un plus por éxito: si el número de la revista vende mucho, cobran más dinero. En una obra de teatro, tenemos socios productores. Me parece que el sistema es bastante natural, es raro el otro, el tradicional.

En 2020, Casciari y Basilis le dieron vida a Orsai Audiovisuales con la misma premisa que habían sostenido durante más de una década: «Producir cultura sin intermediarios». El proyecto replicó la lógica de la revista, apoyándose en el financiamiento colectivo como su motor esencial. La uruguaya es el largometraje fundacional del proyecto: se estrenó en 2023, fue financiado por 1.967 personas que se convirtieron en socios productores.
En la página de Orsai Audiovisuales, se pueden seguir los avances de cada proyecto en desarrollo. La lista es diversa, pero dos producciones llaman la atención: la miniserie Canelones, que duplicó a los socios productores de La uruguaya, y La muerte de un comediante, el debut como director de Diego Peretti, al que apoyaron más de 10.000 personas. 

Argentinos y extraterrestres
Reconocido por su capacidad para capturar momentos clave de la cultura popular, Casciari publicó hace dos años La valija de Lionel, un cuento que no tardó en volverse viral y que ofreció una mirada única sobre Lionel Messi después de la coronación en Qatar. La historia llegó a oídos del propio Messi, quien le transmitió a Casciari un mensaje a través de un programa de radio: «Lo escuchamos con Antonela y lloramos emocionados».

Foto: Jorge Aloy

¿Qué sucede cuando Messi y Maradona se encuentran en tu cabeza?
–Lo primero es que no tienen nada en común, excepto el fútbol, el juego con la pelota. Si ponés a un centrodelantero del Manchester o de Cerro Porteño, seguro tienen varias cosas en común, pero estos dos no comparten nada fuera de la cancha. Eso me sorprende: siendo de un mismo lugar, geográficamente cercanos, de clases sociales similares, habiendo vivido el deporte de maneras parecidas, están en planos totalmente distintos. Me maravilla esa diferencia, porque no es común encontrar tanta disparidad entre dos personajes que, en teoría, deberían darnos alegría por la misma razón.

Hace poco dijiste en una entrevista que, si fueras uruguayo, estarías fascinado con lo que está pasando en el país. ¿Cómo vivís este momento?
Los acontecimientos coyunturales prefiero verlos desde una perspectiva externa, como si fuera un extraterrestre. En la entrevista mencioné a Uruguay, no por el país en sí, sino para expresar que quiero salir de esa frontera del dolor, hablar desde un lugar menos personal, más objetivo dentro de lo posible. Bajo esa premisa, la Argentina de hoy es fascinante. No queda otra: no podemos decir «qué aburrido». Pero, claro, siempre hay que poner el disclaimer «estoy hablando como un extraterrestre», porque si no se enoja hasta mi tía. Mi objetivo es que nadie se enoje. Entonces, si fuera un extraterrestre y tuviera la posibilidad de elegir entre 224 países para quedarme un rato, definitivamente elegiría la Argentina. Está pasando algo interesante, hay un loco al mando y eso ya es atractivo: es un espectáculo. Te sentás a mirar, comés pochoclo y te divertís. Nadie sabe qué hacer con ese loco, ni cómo defenderse, ni cómo ser oposición, ni cómo hacer periodismo.

¿Qué harías si te cruzaras con extraterrestres?
–Me gustaría llevarlos por la calle Corrientes un jueves o un viernes a la noche para que vean cómo entramos y salimos de los teatros, y cómo siguen abriendo librerías hasta tarde. Quiero mostrarles eso no solo a un extraterrestre, sino a quien sea. Me da la impresión de que en las aventuras culturales de cada país siempre hay algo raro. Vas a México y encontrás golosinas con picante. Pero uno nunca envidia esas extravagancias. La nuestra es tener un mercado cultural de teatro tan grande y librerías abiertas de noche. Es una extravagancia que cualquier país envidiaría. Hasta un alemán diría: «Mirá qué bien esto, eh. ¡Qué maravilla!».

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