21 de agosto de 2023
El actor volvió a los primeros planos con una serie documental que reconstruye su meteórico ascenso del fisicoculturismo a la cima de Hollywood con Terminator 2.
Sueño americano. Después de ver un documental en la escuela, Schwarzenegger se obsesionó con la idea de triunfar en los Estados Unidos.
Foto: Mauricio Santana/Getty Images
Tiene una edad en la que podría dedicarse a disfrutar de su inmensa fortuna, pero Arnold Schwarzenegger no está dispuesto a quedarse quieto. Tan solo unas semanas después del estreno de FUBAR, la serie de Netflix con la que ha debutado en la televisión, y de la llegada a la misma plataforma de Arnold, un documental que examina su carrera a lo largo de varios capítulos, el actor llega al enorme cine del Museo de la Academia de Hollywood para presentar un lujoso libro de fotos de la editorial alemana Taschen que registra su asombrosa vida. Hablar del volumen ante una sala repleta es una buena excusa para revisar la trayectoria de este hombre que, como él mismo recuerda, nació en tierras arrasadas y lo conquistó absolutamente todo, desde el sitial de héroe máximo del cine de acción a la gobernación de California. En las últimas semanas, Schwarzenegger también presentó la copia restaurada de su mayor éxito hasta la fecha, Terminator 2: el juicio final.
«Siempre había batallado contra la frase “no podés hacer eso, es imposible”. Una de mis reglas para lograr el éxito es no escuchar a los que te dicen que no.»
–Nació en la Austria ocupada por los ingleses, poco después del fin de la Segunda Guerra Mundial.
–Yo suelo decir que la mía es la típica historia de éxito en Estados Unidos. Sin embargo se equivocan cuando dicen que me hice a mí mismo, porque soy el producto de millones de personas que me han ayudado. Cuando me convertí en gobernador, 5 millones y medio de personas votaron por mí en California: ellos fueron los que me dieron ese puesto. Pero lo cierto es que sí, nací en Austria dos años después de que terminara la guerra. El país estaba en una situación desastrosa. Estábamos ocupados por cuatro países, los franceses, los estadounidenses, los británicos y los rusos. El área en donde yo nací les correspondía a los británicos. No había comida. Mi madre se la pasaba yendo de pueblo en pueblo pidiendo comida a diferentes granjeros, solo para que mi familia no pasara hambre. Los hombres estaban deprimidos porque acababan de perder la guerra, todavía se estaban lamiendo las heridas. Crecí con personas que se sentían perdedoras, tomaban demasiado, por lo que a veces eran demasiado brutales. Mi crianza fue así, brutal y física. A los chicos nos golpeaban, aunque no siempre era así. Fue una combinación interesante entre la brutalidad, la vida dura y la falta de dinero y de comida, con un lugar hermoso. Los inviernos eran románticos y bellos. En noviembre comenzaba a nevar y salíamos a patinar sobre el hielo. Los veranos eran hermosos en los Alpes. Lo cierto es que era un lugar muy lindo, pero yo sentía que no pertenecía allí. Desde muy temprano tuve la necesidad de irme de ese lugar. Cuando sos chico no sabés cómo hacerlo, pero llegué a cierta edad en la que me obsesioné con Estados Unidos. Era el país con la economía que crecía más rápido. A los diez años, en la escuela nos pasaron una película sobre Estados Unidos, en donde se veían las playas de California y los rascacielos de Nueva York, los enormes autos y las autopistas con seis carriles. Y a partir de ese momento estuve mucho más interesado en estar ahí que en Austria. Eso me generó el deseo de encontrar algo que me permitiera irme lejos.
–¿Cómo fue que eligió el fisicoculturismo?
–Desde muy temprano tuve en claro que el fútbol, deporte al que jugaba casi todos los días, no me iba a servir para mudarme a Estados Unidos, por más que me convirtiera en el mejor jugador de Austria. Yo tenía unos amigos que hacían fisicoculturismo junto al lago del pueblo en el que crecí. Todo el mundo hacía ejercicio junto al lago. Y me di cuenta de que el fisicoculturismo era un deporte norteamericano, por lo que sentí que yo podía ser otro Steve Reeves, que luego hizo las películas de Hércules, o Reg Park, que también fue Míster Universo y luego hizo de Hércules, por lo que ellos se convirtieron en mis modelos. Me leía todo lo que encontraba sobre ellos y hacía todo lo que ellos habían hecho. Cuando leí que Reg Park hacía ejercicio cinco horas por día, simplemente repetí todas las rutinas que él hacía. Obviamente mis padres pensaban que yo estaba un poco loco, que me estaba pasando de rosca, que estaba obsesionado y que lo que hacía era malo para mi salud. Además, mi madre estaba un poco preocupada por todas las fotos de fisicoculturistas que tenía pegadas en la pared, hasta que el médico de la familia le explicó que lo mío era normal para un adolescente de mi edad. Lo cierto es que me entrené sin parar hasta que empecé a ganar competencias. Aunque me decían al principio que nunca lo iba a lograr, me di cuenta de que con mi determinación de convertirme algún día en Míster Universo, eso era posible. Y a los veinte años lo logré en Londres y me convertí en el fisicoculturista más joven en obtener ese título. A partir de ese momento comencé a recibir invitaciones para viajar a Estados Unidos. Y en 1968, después de ganar mi segundo título, me llegó un telegrama diciéndome que me pagaban el pasaje y el alojamiento para que me entrenara allí. Mi sueño de mudarme a Estados Unidos se convirtió en realidad. Cuando llegué, fue el mejor día de mi vida. Recuerdo que llegué al aeropuerto de Los Ángeles y besé el piso. Era así de importante para mí. No lo podía creer.
«En la primera Terminator hablábamos de las máquinas tomando conciencia de sí mismas, para luego apoderarse del mundo. Y ahora eso se volvió realidad.»
–Después de conquistar el mundo del fisiculturismo, su siguiente paso fue tratar de triunfar en el cine, y lo logró con Terminator.
–La primera película de Terminator fue algo que hice en los inicios de mi carrera cinematográfica. En ese momento yo solo había hecho las dos primeras Conan. Siempre había batallado contra la frase «no podés hacer eso, es imposible». Y por eso una de las reglas que tengo para lograr el éxito es no escuchar a los que te dicen que no. Siempre vas a encontrar a quien te diga que eso no se puede hacer. Lo cierto es que hubo un momento en el que me aburrí de las competencias de fisicoculturismo, después de ganar mi tercer título. Ya no me entusiasmaba tanto subir al escenario y ganarles a los demás. Sentía que tenía que haber algo que fuera más arriesgado, un sueño nuevo que pudiera perseguir, y eso era la actuación, más precisamente meterme en el mundo de las películas. Recuerdo que los agentes, los managers y los ejecutivos de los estudios con los que hablé me decían que me olvidara, que yo era un gran campeón de fisicoculturismo, que me pusiera un gimnasio y me olvidara de la actuación, porque nunca nadie había logrado triunfar en Hollywood con acento alemán. Me decían que podía hacer de un nazi en alguna película o de un guardaespaldas, pero que si quería ser la estrella en una superproducción con mi acento iba a ser imposible. Además, me decían que tenía un cuerpo demasiado grande. Y cuando yo les hablaba de las películas de Hércules, me respondían que eso habían sido los 60 y que estábamos en los 70, que los nuevos símbolos sexuales eran Woody Allen, Dustin Hoffman y Al Pacino, que pesaban 56 kilos, mientras que yo pesaba 115. Algunos años después el productor Ed Pressman me vino a ver y me dijo que había comprado los derechos de Conan el bárbaro pensando en que lo hiciera yo. Él había visto Pumping Iron y sintió que yo tenía el cuerpo para interpretarlo. John Milius, el director, solía decir que si no hubieran tenido a Schwarzenegger hubieran tenido que inventarlo. Algunos años antes era imposible conseguir un trabajo con un cuerpo como el mío, y de pronto era lo que necesitaban. Y luego vino John Cameron con la primera Terminator. Me dijo: «¿Sabés que es lo que hace que esta película sea tan exitosa? Que hablás como una máquina. Tu acento alemán ayuda mucho. Nadie más puede hablar como una máquina como lo hacés vos». De pronto todo lo que me habían dicho estaba equivocado. Y lo que antes era un problema se convirtió en una virtud.
–¿Por qué cree que Terminator 2 fue el mayor éxito de su carrera?
–En primer lugar, por James Cameron, que es un guionista genial. Hizo un trabajo fantástico en la primera y luego vino con una idea fantástica para la segunda parte. Inicialmente tuve mis resistencias, cuando me dijo que quería hacer un Terminator que fuera bueno. Yo le dije que si había matado 16 personas en la primera tenía que matar a 150 en la segunda. Jim me respondió que se iba a asegurar de que mi personaje en Terminator 2 no matara a una sola persona. Y entonces me explicó que la idea era que yo regresara del futuro con la misión de proteger a Linda Hamilton y a su hijo. Y eso fue todo resultado de cuán brillante es Jim Cameron. Me gustaría poder decir que se me ocurrió a mí, pero yo solo aporté mi interpretación del personaje. Lo interesante es que en aquel entonces, a principios de la década del 80, ya tocamos el tema de la inteligencia artificial, y hoy todo el mundo le tiene miedo, porque nadie sabe hacia dónde va a ir. En la primera Terminator hablábamos de las máquinas tomando conciencia de sí mismas, para luego apoderarse del mundo. Y ahora eso se volvió realidad: dejó de ser una fantasía.
–¿Le sorprende el nivel de fama que ha alcanzado?
–No cuando has sido una figura pública durante tanto tiempo. Voy a cumplir 76 años. Mucha gente alrededor del mundo me seguía cuando era campeón de fisicoculturismo, luego me metí en la actuación, lo que me trajo muchos fans de mis películas de acción, y también de las comedias. Más tarde me sumé a la política, lo que me permitió servir a la comunidad como gobernador de California. Luego me involucré en temas ambientales y en la reforma del gobierno. Eso llevó a que todo el mundo me conozca, no importa a que generación pertenezcan. Y la verdad es que sigo trabajando. Estrené una serie en Netflix, FUBAR, luego salió un documental, Arnold, que fue muy exitoso. Yo estoy muy orgulloso de que mis películas se hayan visto en todos lados, y eso hace que me sienta un ciudadano del mundo. Si bien pasé la mayor parte de mi vida en Estados Unidos, visité todos los continentes, en donde hice amigos y me trataron maravillosamente bien.
«Soy un producto de los medios y siempre estoy disponible, pero ahora tengo un canal más directo: puedo mirar a la cámara y hablarle a la gente en Twitter.»
–¿Por qué elige hablar de los temas que le interesan directamente en sus redes sociales?
–Es un lujo que me puedo dar porque tengo acceso directo a mis seguidores. Años atrás tenía que llamar a una conferencia de prensa para que los periodistas les contaran a sus lectores lo que yo quería decir. Ahora todo es más directo. Puedo decirle a la gente lo que quiero, sabiendo a quién le quiero hablar y lo que busco conseguir. Eso no quiere decir que ya no necesite a la prensa. Soy un producto de los medios y siempre voy a estar disponible para ellos, pero ahora tengo un canal más directo: puedo mirar directamente a la cámara en esos videos y hablarle a la gente. He podido contarles de mi viaje al campo de concentración de Auschwitz, o decir lo que pienso de la guerra de Rusia contra Ucrania. Son todos temas muy importantes de los que puedo hablar en mi plataforma. El último video que hice tuvo 5 mil millones de reproducciones. Si hiciera entrevistas sin parar con los medios jamás alcanzaría el mismo nivel de difusión. La tecnología tiene su lado negativo, pero también ha avanzado como para darnos esta posibilidad.
–¿Es cierto que es una de las 22 personas que Putin sigue en Twitter?
–Sí, y es una muestra de que tiene buen gusto…