31 de marzo de 2016
Luego de trascender con la serie Breaking Bad, Bryan Cranston interpreta en el cine la historia real de un guionista de Hollywood de la década del 40 perseguido por sus ideas políticas.
Es probable que no se haya llevado el Oscar al mejor actor, por su notable labor en Trumbo, simplemente porque este era el año de Leonardo DiCaprio. Pero si algo ratificó con la película este veterano de la pantalla chica que se convirtió en ídolo de masas gracias a Breaking Bad, es que es dueño de un talento excepcional y que puede hacer todo tipo de papeles. Ahora que se le han abierto las puertas de Hollywood de par en par, es probable que la verdadera carrera de Bryan Cranston recién esté comenzando. No importa que en marzo haya cumplido 60 años y que, para muchos actores, esa sea la edad del ocaso. Con otras cuatro películas terminadas y tres más en rodaje, el nativo de California está decidido a no dejar pasar la ola que esperó durante varias décadas.
–¿Cómo construiste a tu Dalton Trumbo?
–Nunca intenté concentrarme en una sola cosa. No me interesaba imitarlo, pero a través de mi investigación aprendí sobre su sensibilidad, y la forma en la que movía su cuerpo. Miré filmaciones en las que aparecía y le presté mucha atención a su forma de hablar, tratando de capturar la cadencia de su voz. Era importante su actitud física, pero me parecía más interesante tratar de capturar su sensibilidad, su esencia emocional, su actitud intelectual. Qué era lo que le estimulaba, qué le enojaba. Tuvimos mucha suerte, porque la suya es una historia muy reciente y hay mucha gente que lo conoció con la que pude hablar. Todos se mostraron muy dispuestos, porque sabían que íbamos a hacer la película y era mejor que le retratáramos tal cual fue. Una de las cosas que me llamaron la atención, por ejemplo, era la forma en la que fumaba: encendía un cigarrillo atrás de otro y eso, obviamente, se notaba en su forma de hablar.
–¿Qué te atrajo de su historia?
–Que hay un período muy oscuro en la historia de Hollywood, que fue el reflejo de un período aún más oscuro en la historia estadounidense. Cuando una dictadura fascista toma el poder en Haití o en un país africano, o tal vez en Asia, la gente piensa que es lógico que ocurra algo así, pero en una sociedad que se jacta de haber conquistado duramente sus derechos civiles, esas son cosas que deberían ser sacrosantas. Nadie debería olvidarse de lo que es vivir bajo un régimen en el que la opresión es la norma y el derecho a decir lo que uno piensa, a creer en lo que más le guste, a reunirse con quien le plazca, no existe. Pero eso fue lo que ocurrió en Estados Unidos durante un tiempo. Y a mucha gente le quitaron el derecho de ganarse la vida con la profesión que eligieron y, en el caso de Trumbo, lo mandaron a la cárcel junto con nueve colegas. Le quitaron su libertad, no porque hubiera cometido un crimen sino porque el gobierno descartó los derechos civiles: lo único que le preocupaba era que los comunistas no invadieran el país. El que no quería responder preguntas terminaba en la carcel. No voy a comparar las atrocidades de la Alemania nazi con Estados Unidos en este período, pero lamentablemente las tácticas eran muy similares. Por eso espero que las nuevas generaciones vean esta película, tal vez porque les interese mi actuación o la de los otros actores, o porque hayan escuchado que es entretenida. Nuestra intención no fue meterle mensajes en la cabeza a nadie, ni dar una lección de historia, pero tal vez se marchen del cine preguntándose cómo es posible que algo así haya ocurrido en Estados Unidos.
–¿Interpretar a una figura pública te genera ciertas limitaciones como actor?
–Por supuesto. Cuando uno interpreta a un personaje de ficción puede explorar muchas aristas y eso puede terminar convirtiéndose en algo difícil de manejar, pero cuando encarnás a alguien que existió de verdad, o a un contemporáneo, tenés que respetar ciertos parámetros. De todos modos, nunca me sentí limitado por intepretar a personas reales. Eso solo me ocurrió cuando tuve que hacer de Buzz Aldrin, en De la Tierra a la Luna, hace muchos años. Y por eso no quise hablar con él antes de hacer el papel, porque no quería sentirme abrumado por su personalidad.
–Hedda Hopper era famosa en Hollywood por sus chismes y tenía suficiente poder como para crear un enemigo mediante rumores falsos. ¿Es más fácil lograrlo hoy con Internet y los canales de noticias transmitiendo 24 horas por día?
–No. Soy un optimista y por eso pienso que las cosas han mejorado antes que empeorado. Nos enteramos de las injusticias casi instantáneamente, y gracias a las cámaras nos damos cuenta que el oficial de policía está mintiendo. Los autores de los atentados en Boston fueron descubiertos gracias a la tecnología. Por eso es importante poder entender cómo funciona la información como herramienta, para poder usarla en lugar de permitir que la usen en nuestra contra. Uno no quiere que lo bombardeen todo el tiempo con información. De todos modos, el acceso inmediato sirve para mantener la honestidad de la gente. En cambio, en otras épocas, alguien podía poner en marcha la usina de rumores y luego se convertía en un huracán que era verdaderamente imparable. Eso fue exactamente lo que ocurrió con Trumbo. Los alarmistas salieron a decir «Partido Comunista de Estados Unidos. Comunismo. Stalin. Rusia». Todo daba lo mismo. Lo cierto es que el Partido Comunista de Estados Unidos había surgido de la Gran Depresión. Nadie tenía trabajo: era la rama política de los sindicatos que necesitaban tener una voz. En aquel entonces decían que todos debían compartir los resultados de su trabajo. No tenían nada que ver con Stalin, pero igual trataron de mezclarlo todo. Si eras miembro del Partido Comunista, decían que querías apropiarte del mundo. Una simplificación que desesperaba a Trumbo, porque él tenía bien en claro que su ideología apuntaba a que todo el mundo tuviese trabajo.
–¿Detrás de las acusaciones contra Trumbo había otras intenciones de gente que envidiaba su talento y su posición de privilegio dentro de la industria?
–Es posible. Yo creo que quienes participaron de la cruzada anticomunista también fueron en parte víctimas de la propaganda, porque creyeron todo lo que les dijeron. Si le decís a alguien que tiene que tener miedo de algo, muchos van a estar aterrorizados más temprano que tarde. Recuerdo cuando Dick Cheney dijo que si la gente no votaba a George W. Bush para un segundo mandato, iba a haber un nuevo ataque como el del 11 de setiembre. El miedo es un gran motivador, y así se puede manipular a un montón de gente.
–¿En algún momento sentiste que las cosas no iban a funcionar en tu carrera?
–No, nunca. Jamás me conformé con lo que me tocó, ni me relajé pensando que cualquier cosa que hiciera iba a estar bien. Siempre estuve buscando oportunidades. Creo que la mayor queja de cualquier actor es precisamente esa, la falta de oportunidades. Si no te dan la posibilidad de poder participar en una audición y mostrar lo que sabés hacer, puede llegar a ser muy duro, pero ese no ha sido mi caso. Cuando tenía 25 años, me mudé a Nueva York y de inmediato firmé un contrato para trabajar en una telenovela durante dos años. Y desde entonces y hasta ahora, esta es la única ocupación que he tenido. Debo decir que mi mayor logro profesional es que estaba tan desesperado por ganarme la vida como actor, que cuando me convertí en profesional fue como sacarme un peso de encima: estaba feliz de poder hacer el trabajo con el que soñaba. A partir de ese primer contrato, me dediqué a navegar por todos los canales para seguir trabajando, aunque sabía que con eso no alcanzaba. También hacía falta mucha suerte. Y lo puedo confirmar ahora: para mantener una carrera a lo largo de muchos años hacen falta muchas dosis de suerte, muy bien repartidas. No se puede planificar, ni tampoco se puede predecir: todo pasa por tener un gran golpe de suerte. De pronto se alinean las cosas y todo sale maravillosamente bien.
–Gracias a Breaking Bad, finalmente pudiste convertirte en protagonista en el cine. ¿Cuán complicada ha sido la transición?
–Es interesante, porque no quiero decir que sea una víctima, pero uno se convierte en el resultado de su más reciente éxito. Recuerdo que cuando hice aquella telenovela hace 35 años, los directores de casting decían que yo era un actor de telenovelas. Y aunque estaba en Nueva York y me presentaba a audiciones, no logré conseguir una sola obra de teatro. Si la historia hubiese sido otra, habría desarrollado una carrera en Broadway. Pero en cambio me dieron series, y así fue como me convertí en un actor de televisión. Todo el tiempo me etiquetaron de una manera o de otra. Cuando me tocaron más papeles de actor invitado en series dramáticas que en comedias, dijeron de mí que era un actor dramático. Y cuando por fin conseguí un papel en Seinfeld, descubrieron que podía hacer comedia. Gracias a que me convertí en un actor de comedia, obtuve el papel en Malcolm. No importa lo que hagas, la gente se siente más cómoda si te puede poner una etiqueta. Y cuando por una serie de golpes de suerte conseguí el protagónico en Breaking Bad, esa percepción volvió a cambiar. Espero que si alguien se toma el trabajo de analizar mi caso en particular, se pueda dar cuenta de que las etiquetas no sirven para nada.
–¿Una carrera se forja a base de buenas oportunidades?
–Totalmente. Un actor es como un surfista que espera una buena ola. Tiene que ser paciente. Y, por supuesto, tiene que tener talento. Pero uno nunca sabe el tamaño de la ola que va a venir. Yo me he pasado muchos años haciendo equilibrio, preguntándome si podría seguir manteniéndome sobre la tabla durante mucho tiempo más. Ciertamente, me han tocado buenas olas. Tuve siete años en Malcolm, algunos papeles de actor invitado en televisión, alguna que otra película. Estaba satisfecho con cómo me iban las cosas. Nunca me quejé, nunca sentí que me debieran nada. Simplemente, trataba de mantenerme a flote. Y de pronto vino esta buena ola llamada Breaking Bad. Logré subirme, y luego se convirtió en una ola gigantesca. Sabía que tenía que aprovecharla todo lo que pudiera y mantenerme sobre ella. Cuando leí el primer guión de Breaking Bad, enseguida supe que el que consiguiera el papel de Walter White iba a cambiar su vida. En ese momento no sabía que iba a ser yo, pero vi el potencial de la propuesta.
–No han faltado los rumores de que Breaking Bad podría regresar.
–Sería una idea terrible. Por empezar, mi personaje está muerto. Pero a decir verdad, no extraño Breaking Bad, sino a la gente que trabajaba conmigo en la serie. Durante seis años desarrollamos una relación muy estrecha con todos, porque en esta industria cuanto más estrechos son tus vínculos, cuanta más intimidad tenés con tus colegas, más vulnerable te podés mostrar y eso hace que puedas hacer mejor tu trabajo. En una oficina en la que cada uno está en su cubículo durante seis años, hay un límite a lo que pueden compartir, pero en esta profesión es muy distinto. De alguna manera, se forma una familia sustituta, y eso es lo que extraño, pero hacer otro episodio de Breaking Bad sería un grave error. Es como cuando uno va a un hermoso restaurante, come una entrada deliciosa, una ensalada exquisita, un plato principal inolvidable. Terminás tu cena con un postre espectacular y tal vez con un buen café. Sentís que disfrutaste de una comida memorable. Eso es lo que siento hoy con respecto a Breaking Bad: me ha dejado profundamente satisfecho.
–¿Cual fue el mejor consejo que te dieron sobre el mundo del espectáculo?
–Yo era uno de esos actores que se tomaban las audiciones con mucha angustia. Siempre miraba por encima del hombro al actor con el que estaba compitiendo por un papel, y me torturaba pensando que con semejante competencia nunca me iban a dar el papel a mí. Nunca me sentía listo cuando me tocaba pasar a audicionar, y cuando terminaba lo llamaba a mi agente y lo bombardeaba con preguntas. Hasta que fui a uno de esos seminarios que eran muy habituales en los 80, que daba un hombre llamado Breck Costin. Me dijo que tenía que concentrarme solamente en el trabajo, sin poner ninguna expectativa en cuál iba a ser el resultado. Y ese consejo me iluminó: me di cuenta de que mi trabajo como actor es crear un personaje que sea interesante y cautivador, que sirva al proyecto y que, luego de haberlo hecho, me tengo que ir sabiendo que es lo único de lo que me tengo que ocupar. Empecé a hacer las cosas así hace 26 años, y el resultado fue espectacular. Comencé a conseguir trabajos y mi vida mejoró considerablemente, porque dejé de preocuparme por lo que venía después. Si en la audición me encontraba a un gran actor compitiendo por el mismo papel, no me importaba. Solo me concentraba en lo que yo iba a hacer cuando me llamaran. Había entendido que decidir quién se quedaba con el papel no era mi trabajo, por lo que dejé de concentrarme en las cosas que no puedo controlar. Me iba a mi casa y tiraba el guión por ahí. Y lo sigo haciendo. Lo tiro y me olvido por completo de él, hasta que mi agente me llama y me lo recuerda. Y cuando me avisan que me dieron el papel, tengo que hacer memoria porque de verdad me he olvidado de la prueba. Me lo tomo de la misma manera cuando me nominan para un premio. No actúo para que me premien y tampoco lo hago para ser famoso. Actúo porque me hace sentir bien como persona. Si alguien me dice que tiene algo para mí, sea un papel o un premio, me sorprendo, porque no me lo espero. Vivo sin sentir que me merezco nada y, desde entonces, todo fue mucho más fácil.
—Gabriel Lerman
Desde Los Angeles