De cerca

«Escribo sobre lo que no comprendo»

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Además de actor y director, Rafael Spregelburd es uno de los dramaturgos más destacados del país. Sus mecanismos de escritura y su tránsito del teatro al cine.

 

Los comienzos de Rafael Spregelburd en el teatro no pudieron ser más promisorios. Con 19 años y su primera obra (Destino de dos cosas o de tres) recién salida de un taller que dictaba Mauricio Kartun, obtuvo el Premio Nacional para autores no estrenados. Desde entonces, y luego de formarse con Daniel Marcove y Ricardo Bartís, ha trazado un camino destacado y personal. Hoy es uno de los dramaturgos argentinos de mayor proyección internacional. Sus obras se montan con éxito en Alemania, Francia e Italia, países que además suelen pedirle piezas por encargo y en los que sus textos se traducen constantemente.
Actor, director y autor que rehúye lo obvio, Spregelburd suma a su labor teatral la de traductor de escritores célebres, como Harold Pinter, Sarah Kane y Steven Berkoff. Padre del pequeño Antón, el niño que tuvo hace un año con su mujer, la ilustradora y escritora Isol Misenta, también es aficionado a la natación y «pésimo» jugador de fútbol del Combinado Argentino de Dramaturgos, un equipo que nació para competir con sus pares alemanes en 2010, cuando Argentina fue país invitado a la Feria de Frankfurt.
Spregelburd proyecta una mezcla de seriedad, erudición y sentido del humor al hablar. Según dice, sentado en un café de barrio de Almagro, ubicado a pocas cuadras de su casa, le interesan «demasiados temas para una vida». Entre ellos, las matemáticas, que en el secundario lo fascinaban. «No quería tener nada que ver con la literatura como materia, aunque leía muchísimo. Jamás pensé que mi destino iba a estar ligado con la escritura, en un sentido profesional. Leía con tanto placer que me resultaba inaudito que me tuvieran que evaluar por eso», señala.
Hijo de una psicóloga y de un técnico de televisores que pasó sus últimos años al volante de un taxi, de adolescente Rafael iba al teatro tan seguido «como cualquier persona en la ciudad de Buenos Aires». «En esos años, los del Parakultural, había una efervescencia muy inquietante. El teatro, luego de los años de la dictadura, de pronto empezó a cuestionar la realidad de manera más libre, irresponsable y variada. Y aparecieron actores muy singulares. Mi generación estaba esperando ver qué iba a aparecer como texto. Yo tuve mucha suerte con mi primera obra, que ganó un premio y se estrenó en el Teatro San Martín, pero entonces no sabía si mi vínculo con el teatro iba ser estable y duradero. Y hoy, cada vez que hago una obra, renuevo este “matrimonio libre” que tengo con la actividad».
Con una treintena de piezas de su autoría, en las que figuran Lúcido, Acassuso, La modestia, La inapetencia, La extravagancia (las tres últimas forman parte de su «heptalogía» inspirada en la pintura Mesa de los pecados capitales de El Bosco) y Apátrida, este artista ha recibido una veintena de premios. Entre ellos, un Tirso de Molina a Mejor Obra Iberoamericana, un ACE a Mejor Director, dos Florencio Sánchez (Mejor Autor y Mejor Elenco) por La estupidez, y un Cóndor a Revelación Masculina por la película La ronda, de Inés Braun, en la que encarnó a un taxista-pintor y que marcó su debut cinematográfico.

 

Arte milenario
Desde 1994, Spregelburd está al frente de la compañía El Patrón Vázquez, llamada así por un personaje de El libro del desasosiego de Fernando Pessoa. La conforman, aparte de él, Andrea Garrote, Mónica Raiola, Alberto Suárez y Pablo Seijo. «Somos una gran familia, en la que cada uno vive de muchas cosas a la vez», resume el director, quien debido a sus compromisos en cine y sus viajes al exterior está más dedicado a trabajar «por fuera» de la misma. Pero este año volverá a reunirse con sus colaboradores, entre otras cosas, para encarar una retrospectiva dedicada a su obra, que tendrá lugar en la próxima edición del Festival Internacional de Teatro de Buenos Aires.
Un sello casi distintivo de este colectivo es que sus integrantes acostumbran a interpretar a dos, tres y hasta cinco personajes en el escenario. «Algo que parece una novedad, pero que está en la tradición teatral: Shakespeare escribía sus obras con muchísimos personajes que eran duplicados por actores, y a nadie le parecía extraño. Esto luego fue despreciado por el realismo psicológico», explica Spregelburd, quien asegura que, por necesidad de sus textos cada vez más complejos, requiere de muchos personajes.

–Solés decir que escribís desde la incertidumbre. ¿Cómo es eso?
–Parece una frase hecha, pero creo que mi relación con la escritura es una relación artística. Y todo artista no hace más que pensar en términos imprecisos. No hay nada menos interesante que un artista con certezas para transmitir. Yo suelo escribir de cosas que no comprendo, que me entusiasman, porque me parecen desconocidas, extrañas, ajenas. También es mi manera de investigar mi entorno.

–Sos actor, director, dramaturgo. ¿Qué es lo que más te gusta?
–Me gusta tener el control de los elementos poéticos de esa construcción que es una obra, y por eso he ido ocupando sucesivamente todos esos roles, aunque soy más productor que otra cosa. Lo que más disfruto es la actuación.

–¿En teatro o en cine? ¿O da lo mismo?
–En teatro y en cine. La diferencia es que en teatro lo hago bajo mis propias órdenes, con lo cual mis hallazgos y limitaciones son mi techo, mientras que en el cine trabajo bajo las órdenes de otro director, y a veces me llaman para hacer cosas que no me hubiera imaginado, roles que yo no hubiera escrito para mí. Por ejemplo, el personaje inocente de La ronda, es muy distinto de mis personajes en teatro, que son bastante neuróticos y oscuros. En Agua y sal (2010), de Alejo Taube, hice de un marinero, un pescador que vivía en un barco. Tuve que aprender habilidades para las escenas de riesgo en altamar. Son cosas que en el teatro no ocurren. Una situación dramática en medio del mar la tenés que imaginar. En el cine te tiran directamente entre las focas, y no hay nada que actuar: simplemente tenés que estar en el entorno. Ese «shock de realidad» es interesante.

–¿Qué persigue el teatro que hacés vos?
–Para esa pregunta grande siempre hay una respuesta precocida, que es: «El teatro amplía el límite de lo pensable». O si no: «El hombre sólo comprende cuando se le representa su realidad y la mira». El teatro existe desde que el hombre tiene uso de la razón y de la escritura y, por lo tanto, me imagino que sus funciones son dignas de preservar. Sin embargo, hay quien hace teatro por mera frivolidad, hay quien lo hace como negocio… Yo no puedo ser honesto con una respuesta, porque es para mí un ejercicio que no puedo abandonar. Me gusta mucho una frase de Pinter: «Yo hago teatro para corregir los errores de la obra anterior». Es la respuesta más honesta que he encontrado.

–¿Te interesa mostrar tu mirada sobre el hombre actual?
–Es inevitable: se filtra en mi obra, porque es lo que pienso. Nunca me propongo qué es lo que quiero mostrar con una obra. Yo no escribo temáticamente. Escribo por procedimientos: fabrico un juego y luego veo qué es lo que ese juego afirma o niega o interroga. Necesito que el espectador construya lo no dicho, las ambigüedades, con su propia afirmación, solamente para darse cuenta en la siguiente escena que eso que había deducido era incorrecto. Cada vez que das por sentado algo, la obra dice: «Ojo, que yo no lo afirmé. Esto lo debés haber creído vos». Nadie es un libro en blanco cuando se sienta en el teatro. Hay una información que está en tu cabeza y una obra que la viene a cuestionar.

–¿Buscás provocar al público?
–No pienso mucho en el público. En realidad, lo único que pienso es que ojalá sea más o menos parecido a mí, porque hago las obras que a mí me gustaría ver como espectador. Y después cruzo los dedos para que le guste a la mayor cantidad de gente posible. Sin proponérmelo, a veces lo provoco, porque aquello que escribo es algo que me provoca a mí. Hay cosas que me dan pudor y vergüenza, y para entender el porqué, las escribo. Pero ajustarme a aquello que uno sabe que el público espera o cree que debe darle, no es mi opción. Prefiero trabajar desde el desconcierto y no desde la complacencia.

 

Varita europea
Si bien no le gusta elegir sus piezas favoritas, Spregelburd se detiene en Bizarra, el disparatado culebrón político-social de 10 capítulos, inspirado en la crisis de 2001, que vieron unas 8.000 personas en el Centro Cultural Rojas durante tres meses en 2003. Y que hasta contó con un álbum de figuritas propio. «Me cambió la vida», confiesa. «Fue gestado en medio de la mayor crisis económica que yo haya conocido, que nos llevó a mí y a unos amigos actores a reunirnos en un acto de jolgorio, para no comernos el garrón de una sociedad que quería aplastarnos, entristecernos, destrozarnos. Fue una obra muy difícil: no ganamos un peso, y vivíamos escribiendo a un ritmo de televisión. Y hasta recortábamos las figuritas y las metíamos en los sobres para venderlas», rememora.
La crisis europea resucitó a Bizarra (editada como libro en Argentina en 2008) con versiones en Italia, Suiza y Francia, además de una lectura dramatizada en Alemania. En Italia, una frase del montaje llegó a convertirse en emblema, luego de la represión del gobierno de Berlusconi y del posterior anuncio de cierre del ente teatral italiano del que depende el Teatro Valle de Roma. Los actores entonces tomaron el recinto, que pasó a llamarse «Teatro Valle Occupato», con la leyenda «Com’è triste la prudenza» («qué triste es la cordura») sacada de Bizarra. «Cuando vi eso, me sentí útil a la sociedad, que es algo que uno como actor, en general, no siente. Lo que se decía ahí tenía sentido inmediato. Me llenó de un raro orgullo», admite Spregelburd.
En Europa, además de «citarlo», lo reclaman y lo becan. Ha sido autor comisionado del Royal Court Theatre de Londres y del Teatro Nacional de Hamburgo. En 2009, el Teatro Schaubühne de Berlín le propuso crear una obra sobre la identidad y la ideología, para que integrara un festival que conmemoraba los 20 años de la caída del Muro. Y así nació su montaje Todo.
Al año siguiente, como parte de los festejos del Bicentenario argentino, también habló de la identidad con Apátrida, basada en la polémica artística de 1891 (con duelo incluido) entre Eduardo Schiaffino, fundador del Museo Nacional de Bellas Artes, y el crítico español Eugenio Auzón. «Había espectáculos del Bicentenario por todos lados. Preferí otro episodio de la historia, más bien desconocido y fascinante, en el que se funda la noción de identidad, de patria», indica sobre esta ópera hablada, en la que él, único actor, es secundado por los sonidos en vivo del músico experimental Zypce.
Más allá de su carrera internacional, Spregelburd asegura que le gusta el 70% del teatro que ve en Buenos Aires. Y agrega que se siente cercano a autores locales como Javier Daulte o Federico León, e incluso a aquellos a quienes ha formado, como Matías Feldman o Elisa Carricajo, entre otros.

–¿Y en el exterior?
–Siento afinidad con autores como Juan Mayorga (España), Marius von Mayenburg (Alemania) y Gian Maria Cervo (Italia), que viven una situación similar, o sea: sus obras están haciendo punta en los teatros de cada uno de sus países. Ser tocado por la varita mágica del Royal Court implica que tu obra no se va a estrenar en Londres, porque a los ingleses no les interesa el teatro extranjero, pero sí en Rumania o en República Checa, y eso te convierte en autor internacional. Pero las realidades son muy distintas. Marius, por ejemplo, en cuanto despertó cierto interés, lo llamaron a trabajar para el Teatro Schaubühne de Berlín. Para mí es más fácil estrenar en el Teatro Nacional de Hamburgo, que en los teatros estatales de mi propia ciudad. Si yo presento mis proyectos al San Martín, me dicen que no, no les interesa.

–¿Y cómo se entiende?
–Ah, no lo sé… Creo que no es culpa de nadie. Acá reina el eclecticismo, y las salas estatales buscan darle voz a teatros muy diversos. No es que un teatro decide acompañar a un creador en su carrera, durante un tiempo. Casi todos mis últimos trabajos son financiados desde afuera. Me dicen: «Nosotros queremos ofrecer tu próxima obra». Acá, si voy a ofrecer mi obra anterior, me dicen que no. Es frustrante, pero yo puedo financiar mis trabajos en el ámbito independiente, gracias a lo que sucede a nivel internacional. Mis amigos extranjeros me preguntan por qué no me voy a vivir a otros lugares donde me tratan mejor, pero la verdad es que a mí el teatro que me gusta hacer lo puedo hacer aquí y de esta manera.

Francia Fernández
Fotos: Martín Acosta

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