De cerca | ENTREVISTA A RODOLFO MEDEROS

«Estar vivo no es respirar»

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Mariano del Mazo

Entre la raíz y la vanguardia, el bandoneonista despliega su linaje tanguero con su histórico Trío mientras indaga en la sonoridad contemporánea con su nuevo grupo Pulso.

Foto: Juan Carlos Quiles/3 Estudio

Se va quedando solo, y lo sabe. Su arte, su forma de hablar y hasta sus silencios son manifestaciones del siglo XX. Como pocos, siempre parado entre la tradición y la vanguardia, entre la raíz y la ruptura, Rodolfo Mederos encarna los contrastes de un pasado que combina el brillo de los fulgores populares y el gris de las dictaduras.

Pausadamente, reflexiona sobre el paso del tiempo y sobre su propia música. Hace décadas que sostiene dogmas alrededor de muchos aspectos culturales, entre ellos el de la muerte del tango. La grieta, en su caso, es la que se abre entre discurso y obra. Ahora, a los 84 años, es seguramente el bandoneonista en actividad más trascendente del mundo, y él, obcecadamente, se nutre de la historia para mirar hacia el futuro. Formó Pulso, integrado por veinteañeros, y dice que encuentra cosas interesantes en el universo del trap y el rap. El próximo viernes 16 se presenta en el Torcuato Tasso junto a su nuevo grupo y su histórico Trío. El espectáculo muestra sus dos facetas y se titula, en efecto, Cara y cruz.

Pulso es de alguna manera una continuación de Generación Cero, la determinante banda que formó en los 70 bajo el influjo de corrientes como el rock progresivo, el jazz y las esquirlas de la revolución piazzolliana. Lo integran Santiago Medina en bajo eléctrico, Valentín Manzoni en batería y Juan Pérez Garber en teclados y sintetizadores.

Todavía no hay disco grabado, pero ya la conformación del grupo señala un camino. «Sí, efectivamente, es como una continuación de Generación Cero. Lo que estoy intentando, otra vez, es encontrar el sonido actual de la ciudad. El “pulso” de Buenos Aires. Siento un latido y, también, una latencia: de ahí el nombre del grupo. Lo mío siempre fue una búsqueda. Creo que en eso soy coherente», dice Mederos. La coherencia es un tema recurrente en sus declaraciones. En su histórica casa chorizo de la calle Solís del barrio de Constitución –una casa hermosa, densa, sobrecargada de objetos; una casa que habla de quien la habita– destaca un cartel: «La mentira tiene patas cortas, la verdad tiene patas largas. La coherencia tiene alas».

¿Por qué decís que Pulso es una continuación de Generación Cero?
–Bueno, es cierto que hay un salto en el tiempo considerable. Generación Cero fue en su momento mi manera de salir a la calle, hacia un mundo desconocido, de esa casa que es el tango. Mi última estadía había sido en la orquesta de don Osvaldo Pugliese. Fue maravilloso lo que aprendí ahí. No la técnica, no la música. Las cosas más humanas, diría. Pero necesitaba partir. Ahora también estoy saliendo a un mundo desconocido.

–¿Cuál es tu vínculo actual con el tango?
– A ver, otra vez… ¡el hogar, las casas! El tango es como la casa paterna. Para mí es como la leche de la teta de mi madre: lo que me alimentó, lo que hace que yo sea lo que soy. Pero llega un momento en que uno tiene que irse de casa. No porque entra en disisdencia, si no porque necesita afirmar la identidad. Y no es alejarse de los padres o confrontar: es buscar una casa nueva, intentar un camino propio, un espacio, hacerse cargo de uno mismo. Que no excluye hacer una visita ocasional a la casa de los viejos. Ir un domingo a tomar mate. Es lo que hago con mi orquesta típica, lo que hago con el trío que tengo con Sergio Rivas y Armando de la Vega. Es una forma de retroalimentarme. Pero la idea de hacer nuevas cosas no se puede evitar, sería una cobardía no hacerlo. No buscar lo nuevo, con todos los riesgos que eso implica, es un rasgo insalubre. Entonces, ahí está: Pulso.

–En Generación Cero la banda estaba integrada por contemporáneos, acá te rodeás de jóvenes.
–Es que soy medio vampiro. En algún momento también necesité abandonar Generación Cero. Y lo dejé de lado. Quiero andar, seguir equivocándome llegado el caso. En aquellos años 70 me sentí hermanado con esa música que representaba perfectamente la geografía urbana, que fue el rock. Escuché todo lo que había que escuchar, de Yes a Weather Report. Hablaba con Luis Alberto Spinetta, que siempre fue un artista diferente a todos. Generación Cero tenía eso: era generacional. Había como un sincretismo: me nutría de lo que me rodeaba. Una guitarra distorsionada o una batería eran las herramientas que tenía a mano y que utilicé para diseñar ese artefacto llamado Generación Cero. Ahora tengo 84 pirulos y me rodeo en Pulso de compañeros de 20, 21 y 24 años. Pude haber elegido músicos más cercanos a mi edad, pero me interesa el futuro y el futuro es de los jóvenes. Necesito que ellos me ayuden a ir hacia ese mundo lleno de incertidumbres, de incógnitas, de preguntas. Quiero ir de la mano de ellos. Es decir, ellos no van de mi mano. Es al revés: yo los sigo.


Músicas urbanas
Ese futuro que se abre como una gran pregunta tiene, dice Mederos, «aspectos interesantes». «Las llamadas músicas urbanas, por ejemplo. He escuchado, y hay cosas que merecen ser consideradas con toda la seriedad del mundo. Hay un camino por ahí, que se está formando. Habrá que ver hasta dónde llega. Ojo, hay algunos artistas que no me gustan para nada, pero otros, sí», aclara. Así como el porvenir es un signo de interrogación, Mederos observa el tango como un «hermoso libro cerrado». «Me pegaron duro cuando dije que el tango estaba muerto. Me cansé de decirlo: creo que el tango ya dio todo lo que tenía que dar. No le pidamos más. Es una naranja a la que ya le sacaron todo el jugo. Y pertenece a otras épocas. Hubo un tiempo en el que uno caminaba por Buenos Aires y escuchaba cómo salía el sonido de un bandoneón desde adentro de las casas, de los patios. Desde que nació a principios de siglo XX hasta las décadas del 40 y 50 ha tenido muchas modificaciones, pero todo ocurría naturalmente. Prendías una radio y escuchabas tango, el cana de la esquina silbaba un tango. Y así. El pueblo vivía en tango. Eso ya no existe más. Además, esta es una época de absoluta inmediatez, frivolidad e inmaterialidad. ¿Qué lugar puede tener el tango? La globalización ha traído la licuación de las fronteras. Ya no se sabe bien qué es la identidad y es un problema no saber de dónde viene uno. No es un tema argentino, es un problema de la humanidad. Hay un filósofo llamado Bauman que hablaba de la “sociedad líquida”. Por eso, también, creo que el tango ya fue. Son procesos: las músicas nacen, se desarrollan, se amesetan y mueren. El tango pasó de ser totalmente popular a ser escuchada por una élite, como ahora. ¿Eso quiere decir que no voy a escuchar a Horacio Salgán? No, para nada. Es música totalmente actual, como Bill Evans. O Bach. Estar vivo no es respirar; estar vivo es otra cosa. Ya está: el tango fue algo excepcional, a niveles musicales y poéticos. Irrepetible. El tango hizo algo extraordinario: el barroco necesitó 300 años para llegar a Bach, al tango le alcanzó con 50 años, desde las primeras músicas hasta Horacio Salgán, por ponerte un último eslabón de la cadena. Y dirás, ¿y Piazzolla? Yo creo que es la última capa de pintura, pero no termina de ser la materia».

Foto: Juan Carlos Quiles/3 Estudio

–En los 70 hubo un momento de acercamiento entre el tango y el rock, que quedó trunco. ¿Qué pasó?
–Sí, es cierto. Primero fue tensión. El rock había llegado para patear el tablero del viejo tango, y en ese gesto hubo un acercamiento a Piazzolla. Después se caminó un territorio común. Era caminar por la ciudad, cada uno quería decir su verdad. Y estábamos todos juntos: éramos jóvenes. Con bandoneón o con guitarra eléctrica, pero jóvenes. Cada uno pugnaba por mostrar su verdad.

–¿Tuviste problemas con la dictadura?
–Bueno, al hacer música instrumental no estaba tan expuesto. Pero sí leían mis declaraciones. Y claro, era «rojo», como se decía entonces. Figuré en las listas negras, las de «prohibida su difusión». Fue una época siniestra.

–El tango fue la manifestación musical de una amplia cultura popular. ¿Qué ves ahora en términos culturales?
–Creo que la cultura es una manera de manifestar la memoria. La memoria no como un elemento de la melancolía, del pasado. Para mí la cultura es la huella que nos permite entender que hay un camino del cual venimos. Cuando se desnaturaliza –ya sea por el mercado, por la moda o por alguna política– el pueblo queda sin esa manifestación cultural. Es como tener una planta y no regarla: se seca y dejar de dar frutos. Y si no hay frutos no hay posibilidad de futuro. Este Gobierno es muy cruel: es muy seria la acción anticultural de esta gestión. No mide las consecuencias. Todos nos quedamos sin cultura, ellos también. Pero no lo saben, o no les importa. Es muy grave.

–¿Qué se hace, entonces?
–Sigo creyendo en los cambios. Claramente, estamos en un retroceso histórico. Pero esto es así, son avances y retrocesos. Creo firmemente que esto va a terminar, y que las ideas se van a clarificar. Habrá una renovación de líderes, que logrará iluminar el camino. Hoy, la derechización del mundo nos nubla. Es tiempo de grietas, de enfrentamientos, de mezquindades, todo saturado de tecnología, robótica. Es el invierno de una primavera que llegará. 

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