24 de agosto de 2012
De regreso, Dolores…», podríamos cantar, emulando a aquel Juan Carlos Baglietto jovencito con pinta de hippie que marcaría una época del rock argentino, allá por los primaverales 80. Pero esta vuelta, seamos justos, tiene matices mucho menos dramáticos que los de aquella canción que alguna vez cantamos todos. Dolores Fonzi vuelve luego de un paréntesis que eligió abrir para dedicarse a la crianza de los hijos –Lázaro, de 3 años; Libertad, de 1– que tuvo con su pareja, el actor mexicano Gael García Bernal. Y este retorno que la tiene feliz, entusiasmada, es además multiplataforma: cine, teatro, televisión, todo junto.
Acaba de estrenar Isósceles, una comedia ágil y muy graciosa –escrita y dirigida por Mariana Chaud– que protagoniza con Ezequiel Díaz y Violeta Urtizberea; grabó unas participaciones especiales en Graduados, uno de los hits televisivos del momento, nuevo caballito de batalla de Telefé en su eterna pelea por el rating con el 13; es parte del elenco de la inminente En terapia, versión local de la serie estadounidense In treatment que se sumará muy pronto a la oferta de la TV Pública, con Leonardo Sbaraglia como su pareja y Diego Peretti en el rol del psicoanalista; y es la protagonista de El campo, film de Hernán Belón que se estrena por estos días, otra vez con Sbaraglia como compañero.
Por si todo esto fuera poco, dice que tiene muchísimas ganas de hacer radio. «Mi fantasía es ponerme una radio en casa. Siempre me gustó. En una época Andy Kusnetzoff me llamaba todos los días para que salga al aire, a veces hasta me despertaba, y yo salía igual. Ahora estoy saliendo todas las semanas en Nacional Rock, por lo general los viernes entre las 17 y las 19, en el programa de Julia Mengolini. Algún día montaré esa radio en casa, quién sabe», se ilusiona.
Entusiasmada, hiperactiva, Dolores también sueña con recuperar algunas costumbres del pasado. No tanto las más alocadas, claro. «Una de las cosas que me copan de volver a hacer teatro es el post», confiesa. «Ir a cenar y a tomar una copa con el grupo, conversar con amigos después de una función, esas cosas. Era algo que extrañaba, pero que sabía que iba a retomar porque mis hijos van a crecer, naturalmente. Hoy me acuesto, leo dos páginas de un libro y me quedo dormida. No voy al cine, ni a recitales, ni al teatro, nada. Veo las películas infantiles que ve mi hijo Lázaro: Shrek, Mi villano favorito, Río, Toy Story… Pero eso va a cambiar en algún momento».
–¿Sos una madre permisiva o imponés disciplina?
–Depende. Si mi hijo tiene un berrinche en mi casa, es una cosa. Si lo tiene fuera de casa, es otra. No puede gritar en cualquier lado, hay que poner límites. Ahora que va a un jardín que es bastante estricto en ese sentido, me doy cuenta que fui un poco permisiva. Pensaba que lo mejor era que él experimentara su propia violencia y ya, pero me di cuenta de que lo que está pidiendo con ese comportamiento es justamente que le ponga un límite. Son cosas que vas aprendiendo. Igual, voy y vengo con las teorías, porque hay tantas… Tengo la casa llena de libros con consejos para criar hijos. Laura Gutman, la de El poder del discurso materno y La familia ilustrada es una especie de gurú. Lo que sí creo es que los chicos de hoy son distintos a los de mi época de niñez, por ejemplo. Parezco una tía diciendo esto, pero es así: hacen lo que quieren cuando quieren. Es difícil entonces que acaten órdenes así nomás.
–Hablemos de trabajo. Estás de regreso, y con todo: cine, teatro, televisión.
–Sí, estoy muy contenta. Lo de hacer cine, teatro y tele se dio así, no es algo buscado. Tengo más tiempo para el trabajo y aparecen cosas. Igual, no volvería ni loca a hacer lo que hacía a los 20 años, cuando laburaba 18 horas por día. No podría, además. El cine y el teatro me gustan mucho, porque me dan la posibilidad de concentrarme un tiempo en el laburo y después desconectar. El cine, sobre todo, te da esa chance. Ahora voy a filmar la ópera prima de Hernán Gerschuny, un crítico de cine que se decidió a hacer una película. El otro protagonista es Rafael Spregelburd.
Y nunca se estrenó Salamandra, una película que filmé en el sur y de la que me siento súper orgullosa. Hubo un problema entre el director, Pablo Agüero, y el productor, y sólo se exhibió un par de veces en el Malba en el 2009. Una pena.
–¿Hay algún trabajo de los que hiciste que te guste particularmente, que te represente cabalmente como actriz?
–Creo que ese trabajo está por llegar. Me gustan los trabajos en los que me dan mucha libertad, donde puedo proponer.
–En Isósceles, por ejemplo, ¿es así?
–Sí, Mariana, la directora, es una genia. Empezamos a trabajar en febrero y fuimos avanzando muy rápido. Es una obra con un guión muy redondito, es difícil que fallemos. Y creo que va a crecer con el paso de las funciones, como todas las obras. Hay mucho humor, mucho desprejuicio y un registro bastante lanzado que pospusimos los tres actores. De hecho, Mariana nos bajó un poquito. Pero es una obra muy divertida. Nos divertimos haciéndola, y eso se transmite al que la ve.
–¿Cómo es tu papel?
–Es una mujer resentida, que no está conforme con lo que es. Ella tenía una expectativa a los 20 y, a los 35, siente que no pudo llegar a casi nada de lo que pretendía. La idea que propone la obra es que todo el tiempo haya dos personajes contra uno: la pareja contra la amiga, las chicas contra él, ellos como amantes contra mi personaje. Esos pactos cambian todo el tiempo: esa es la dinámica de la obra.
–¿Seguís sintiendo miedo antes de subir a escena, como pasa generalmente cuando se empieza a actuar?
–Sí, pero soy muy kamikaze, me mando a por todas. Me gusta el show, subirme a un escenario y gatear, hacer cualquier cosa. Soy mandada. Hacía cinco años que no hacía teatro, pero me subí al escenario y fue como si eso hubiera sido ayer.
–¿Es muy diferente trabajar en el circuito independiente y en la calle Corrientes?
–Cambia el público. Me parece que muchas obras del teatro independiente ganan en mística por las dimensiones en las que se mueven: vas a un teatrito muy pequeño, con gradas, tenés a los actores muy cerca. Eso es la modernidad a pleno. Pero quizás esa misma obra, en un teatro más grande, pierde esa mística. Y el público que elige a qué lugar va es consciente de eso. El que busca la mística del off sabe a dónde ir. Para los actores creo que es más o menos lo mismo. Está claro que hay actores muy buenos en el off y en el teatro comercial, por otra parte. Es más: muchas veces un muy buen actor del teatro independiente pasa a la tele o a una obra más comercial y el resultado es pésimo. Y al revés: un actor de la tele hace una obra independiente y la rompe.
–¿Pero trabajar en el off no te da más prestigio?
–¿Qué es el prestigio? Para mí, te lo da trabajar en cosas buenas, sean o no comerciales. El teatro off te da prestigio entre los teatreros, entre los que forman parte de un círculo muy restringido. A mí me encantaría provocarlos.
–¿Te molestan las críticas?
–No, pero lo cierto es que nunca recibí una crítica espantosa.
–¿A quién escuchás a la hora de recibir devoluciones sobre tu trabajo?
–A Gael, que es muy bueno para articular devoluciones. Ahora mismo, a Ezequiel Díaz, compañero de Isósceles y padrino de mi hijo. Es decir, a gente que me quiere, que está interesada genuinamente en mi trabajo.
–¿Sos tranquila en el trabajo o te ponés un poco tensa?
–Soy re buena onda, cero aprensiva. Quizás si alguien me pone nerviosa puedo reaccionar, pero no pasa; de hecho, nunca me peleé con nadie en el laburo. Creo que el pelo blanco intimida (risas). Por otra parte, el laburo me levanta todo, me sirve como terapia. Está buenísimo ir, hacer catarsis actuando y volver a tu casa relajado. Si un día estoy mal porque alguno de mis hijos lloró toda la noche y no me dejó dormir o porque discutí con mi pareja, voy al laburo y vuelvo renovada.
–¿Con quién te gustaría trabajar sí o sí en cine?
–Con Lucrecia Martel. Me encanta lo que hace y me encanta ella, su estilo. No quiero ser una chica Almodóvar, quiero ser una chica Martel.
–¿Qué remake de cine te gustaría protagonizar?
–Muchas. Todas las de Cassavetes, con esa improvisación sanguínea. E.T., Splash, Perdidos en Tokio… No sé, un montón.
–¿Estás interesada en la actualidad y en la política?
–Sí, me interesan. Ahora veo como un problema esta división que existe entre nosotros: si estas de un lado, si estás del otro. No hay términos medios. Decís me robaron el auto y te contestan «es que es la inseguridad, es tremenda», cuando eso pasó siempre. Yo voté a Cristina, y este gobierno me cae mucho mejor que otros, la verdad.
Creo que hizo un montón de cambios importantes. En la tele, por ejemplo: programas como Duro de domar no existían antes. Hoy todos los canales dicen cosas distintas, hay diversidad; antes había mucha más uniformidad en el discurso. Está bueno que hayan podido romper esa estructura. Siempre pienso en las diferencias entre Argentina y México, un país que conozco bastante por mi relación con Gael. Ellos tienen tradición, raíces. Están conectados con la tierra en la que viven. Acá la tierra está negada, se barrió con lo que había y quedamos completamente disgregados. Volviendo a la pregunta: sí, me interesa la política, y hablo bastante de eso con mi hermano Tomás y con Gael.
–Hablando de la relación con Gael, hubo un momento de mucha persecución mediática. ¿Cómo lo vivieron?
–Obviamente, fue un plomazo, pero ya está. Creo que nosotros supimos controlarlo. Con Gael hacemos mucha vida de familia. No me interesa hablar tanto de esto, porque por lo general me preguntan cualquier cosa: si lo consulto, si lo respeto… Y sí, ¿cómo no voy a consultar y respetar a mi marido? Parecería que me están cargando. Gael sintió más la presión que yo, pero de a poco fuimos zafando. Uno puede elegir correrse de ese lugar. Es inevitable volverte loco si están persiguiéndote para sacarte información sobre tu vida privada, pero si no hacés nada para que eso sea posible, podés evitarlo. No voy a eventos, ni a lugares donde sé que puede haber ese tipo de prensa. Los artistas saben a qué lugares no deben ir si no quieren sufrir ese acoso.
—Texto: Alejandro Lingenti
Fotos: Juan Carlos Quiles/3 Estudio