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Historias mínimas

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El humorista gráfico encontró un estilo personal con sus viñetas, que retratan con gracia y encanto desde el psicoanálisis hasta el amor. Multifacético, además de publicar varios libros lanza un disco con sus propias canciones. La relación con su padre, Caloi. Sus maestros y sus contemporáneos.

El universo creativo de Tute es tan ancho como variado. Abarca un cuadro diario en la contratapa de La Nación y una viñeta en su revista dominical; una muestra itinerante por la Argentina; un disco a punto de salir con sus canciones; el guion de un largometraje; una novela gráfica sobre la relación con su padre, Caloi. Y aunque su labor más reconocida es la de humorista gráfico, con deliciosas observaciones sobre las relaciones humanas, el psicoanálisis y las vicisitudes del amor, él subraya que su verdadera pasión es otra: contar historias. «Yo puedo dejar de dibujar, pero no puedo dejar de narrar. Porque a veces ni siquiera es una historia. Es un detalle que me llamó la atención».
Tute es Juan Matías Loiseau y a los 43 años atraviesa un momento formidable. Por un lado, celebra sus dos décadas de trayectoria con la muestra retrospectiva Universo Tute. 20 años de laburo!, que reúne sus ilustraciones, animaciones, poemas y cortometrajes. La exposición se presentó en Córdoba y Santa Fe, y este año llega a Buenos Aires. Por el otro, sigue generando proyectos, como la salida de su primer disco solista, Canciones dibujadas, en el que, a modo de director técnico, escribió todos los temas y convocó a figuras para ponerle voz a sus composiciones. Pero Tute tampoco cree que haya planeado las cosas así, sino que se dieron de modo natural. «Ante todo soy un alma inquieta. Primero me gusta ser espectador y luego me pregunto si podré jugar a ser músico, poeta o cineasta. No soy nada de eso, pero me lo tomo en serio».
Sus pasiones están reflejadas en los objetos de su estudio hogareño. Hay libros amontonados, discos, dibujos, lápices, bocetos. Es uno de los ambientes de un antiguo departamento en San Cristóbal. Allí vive con su mujer, Pilar, y con sus hijos. Ni el ritmo familiar ni la vorágine laboral, que incluye la entrega urgente de un cuadro cada día para La Nación, parecen alterar la parsimonia que luce en la entrevista con Acción. «Ya aprendí que con el trabajo tengo revancha todos los días», explica con voz grave y tono pausado. «La dinámica de un diario te da una gimnasia extraordinaria, te mantiene el músculo ejercitado».
–¿Una viñeta surge de la observación?
–Sí, me encanta el detalle. Pongo el ojo en esos lugares mínimos y en la gente que pasa desapercibida. Miro al que nadie ve: qué hace, qué dice, qué gestos tiene, a quién le teme. Los grandes rasgos son más fáciles de reconocer y de copiar. El truco está en el detalle, eso nos diferencia.
–¿Tenés un método de trabajo?
–Muchas veces apelo al oficio por falta de tiempo o de ideas, pero cuando no recurro a lo que ya conozco, aparecen las ideas que me sorprenden. Eso es lo más divertido. Tampoco creo que la inspiración sea algo que te atraviesa en un bar de madrugada: creo mucho más en el hecho de transpirar la camiseta. Muchas veces aparece una idea cuando estoy en la cama a punto de dormir, pero es el fruto de la previa frente al tablero.
–Uno de los tópicos de tu trabajo es la relación de pareja. ¿Por qué te atrae tanto?
–A esta altura puedo decir que es una obsesión. Los conflictos de pareja dan muy bien para el humor, pero me interesan todas las relaciones: la familia, los amigos, las amistades. Siempre me pregunto: ¿cómo se mueve una persona en un grupo o en otro? ¿Por qué alguien cambia tanto en una entrevista, al hablar con un amigo o en la vida íntima? Ese es otro gran tema que me apasiona: la comunicación o, mejor dicho, la dificultad para comunicar.

De tal palo
Los primeros pasos de Tute en el humor gráfico fueron a mediados de la década del 90. Empezó publicando en el diario El Expreso, luego en La Prensa y desde 1999 lo hace en La Nación. Y se destaca por su mirada poética, aun cuando sus tiernos personajes convoquen a la reflexión con comentarios agudos. Solo en la Argentina ha editado quince libros. La saga de Batu, el personaje gráfico para chicos que saltó de la gráfica a la televisión, ya va por el sexto volumen. Sus dibujos también se han publicado en Brasil, México, Colombia, Estados Unidos y Francia, entre otros países. Seguir su huella no es una tarea sencilla: se despliega en libros de poesía, ciclos televisivos, novelas, obras de teatro y cortometrajes. «Me es difícil predecir dónde voy a estar parado en los próximos años. La verdad es que no tengo ni idea».


–¿Quiénes fueron tus maestros?
–Quino es la persona que más admiré. De hecho, en una época era una especie de figura fantasmagórica que aparecía arriba del hombro cuando estaba dibujando. También tuve otros referentes, como mi padre y Roberto Fontanarrosa. Con el tiempo fui descubriendo a nuevos artistas y a los pioneros: el caricaturista Saúl Steinberg es el padre de todos.
–¿Caloi te guió hacia el humor?
–No, mi viejo fue muy tranquilo. Nunca operó. Sin embargo, intervino una vez cuando yo era adolescente y le dije que tenía ganas de trabajar en un garaje para poder independizarme y dibujar. Yo veía que era un trabajo que te dejaba mucho tiempo libre. Mi viejo me sacó corriendo, me dijo que lo mío era el diseño gráfico. Y yo me preguntaba «por qué no el humor gráfico, si toda la vida dibujé». Pero como era obediente, empecé diseño gráfico. Obviamente, al año abandoné la carrera. En lugar de planos, entregaba dibujos. Ahí me metí a estudiar en la escuela de dibujo de Carlos Garaycochea. Al poco tiempo estaba trabajando.
–¿Y se sintió orgulloso de que siguieras su camino?
–Siempre estuve en su misma vereda y con un sentir parecido, pero al mismo tiempo con formas distintas de dibujar, de encarar y de pensar el humor. Él estaba contento de que siguiera el humor gráfico. En la revista Viva, de Clarín, llegó a hacer una página sin boceto previo y la firmó: «A lo Tute». Ahora estoy armando una novela gráfica sobre nuestra relación, desde mi nacimiento hasta su muerte, todo dibujado. El título del libro es Diario de un hijo, sale en julio.
–¿En qué momento diste el salto del dibujo al humor gráfico?
–Fue cuando estudié con Garaycochea. Ese fue el momento clave, en el que me pregunté: «¿Puedo hacer humor?». Me puse una noche con un papel hasta sacar un chiste. Hacía humor para mis amigos, pero una actividad distinta es que sea para cualquier persona. Esa noche no dormí, produje muchas cosas y encontré mi destino.
–¿Con los años cambiaron tus intereses?
–Cuando empecé, copiaba mucho. Todavía no había encontrado mis asuntos. Leía los libros de Fontanarrosa con el fútbol y la política; a Caloi con el psicoanálisis; y a Crist que hacía chistes de astronautas. Y como en humor gráfico hay que hacer chistes de náufragos, los hacía. Copié mucho buscando mi identidad. El gran cambio se dio cuando empecé a encontrar mis intereses. Lo que sobrevino naturalmente fue un abordaje personal: las cosas que quiero contar. Hacer humor es una herramienta para analizar la realidad. Por eso no me interesa dibujar las ideas de otros.
–¿El humor puede ser una herramienta poderosa?
–Sí, aunque no me imagino que pueda derrocar un gobierno. Lino Palacio decía en broma que quería derrocar un gobierno con sus dibujos, pero que siempre le ganaban de mano. Hubo revistas satíricas y humorísticas que tuvieron impacto en el poder. Hoy no lo veo tan poderoso, aunque sí es fuerte para generar conciencia entre la gente. Me genera placer cuando alguien dice que hay que prestarle atención a un tema por un cuadro y comparte el dibujo en las redes sociales. Quizá sin el dibujo esa persona no se hubiera sumado al reclamo. Eso ya es importante.
–El humor gráfico tiene una historia muy potente en la Argentina. ¿Cómo ves hoy a tu generación?
–Yo creo que armamos un tándem con Liniers, Diego Parés, Max Aguirre. Con mis compañeros de La Nación conseguimos algo parecido a lo que habían logrado en la década de 1970 en Clarín, que es un humor más joven y osado, entre comillas, en términos de estilo gráfico. Cada generación viene a correr un poco los límites: lo había hecho la de mi viejo y previamente la de Garaycochea. Nosotros pudimos desplazar un poquito más esa frontera.
–¿Ustedes en qué aspectos renovaron el humor?
–En la edición de libros y novelas autobiográficas; en tiras sin obligación de remate humorístico; en que nos corrimos del clasicismo en la forma de contar. No es mérito, pasa naturalmente. Veo los chistes de Lino Palacio o Eduardo Ferro, que en su época eran la vanguardia y hoy me parecen pueriles. Siempre apoyada en lo que vino antes, mi generación le exige más al lector. Antes que nosotros, ya estaba Rep con cuestiones poéticas. No inventamos nada. Es el deber de una generación. Pensemos que el trabajo del dibujante tiene un componente muy infantil.

–¿Cuál es el componente infantil?
–Si te abstraés del contenido y de los globos, sos un adulto haciendo dibujitos. Hay un permitido en el orden de lo infantil que está latente: le diste permiso a ese niño para que se siga expresando. Pero tampoco creo que existan los dibujos inocentes. Todos tienen una carga, incluso a pesar de su autor.

En terapia
Tute viene de editar su segundo libro consagrado al psicoanálisis. El título es Humor al diván y continúa la temática de Tuterapia, en el que toma la sesión como punto de partida para ejercer su humor. «Cuando se junta mucho material armo un libro. Me pasa cada dos o tres años», explica.
–¿Qué es lo que te atrae del psicoanálisis?
–Me enseñó un modo de leer lo dicho. Me interesa lo que se dice, pero me interesa más lo que se esconde en lo dicho. Si te ponés a pensar, ese es el mascarón de proa de la poesía: es lo que decís y lo que no decís. La poesía no es literal, es un género metafórico. El psicoanálisis opera de la misma manera. Los sueños son metáfora de algo, las palabras esconden otras palabras, los dichos esconden otros sentidos. Por eso digo que se retroalimentan: la poesía tiene muchos elementos del psicoanálisis y viceversa. El humor necesita una buena síntesis para ser eficaz.
–¿Qué repercusión tuviste entre los psicoanalistas?
–Los analistas me han escrito contándome que algunos de sus pacientes van a la sesión con mi libro y les explican sus problemas a través de las páginas. Y también de pacientes que me cuentan que van con los dibujos a pedir el alta. Hace poco me invitaron a dar seminarios a la Facultad de Psicología.
–¿Y aceptaste la propuesta?
–No. Soy humorista gráfico, no psicoanalista. Ni siquiera soy leído en la materia. Solo espié su dinámica. La conozco mucho más como paciente que como lector de Freud y Lacan. No puedo dar un seminario, solo puedo contar cómo laburo y cuál es mi proximidad con el psicoanálisis, que es a través del dibujo.

Fotos: Juan C. Quiles/3Estudio

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