3 de septiembre de 2025
Actriz, directora y escritora, se aleja de los estereotipos para indagar en la maternidad en su reciente novela Hija biográfica. El camino de la autogestión y el recuerdo de El estudiante.

Actriz, dramaturga, directora. Y escritora. Si se lee cualquiera de las cuatro novelas de Romina Paula, pueden hacerse especulaciones, hipótesis, encuadramientos en corrientes y tradiciones. Ante la primera, Vos me querés a mí, varios lectores la señalaron como una heredera de Manuel Puig, por su intenso trabajo sobre el lenguaje coloquial. Si bien esto no resulta erróneo, puede profundizarse un poco más al resaltar uno de los tantos hallazgos de su literatura, elogiada por la ensayista Beatriz Sarlo, recientemente fallecida, entre tantos otros. Sarlo ponía en duda esa fililiación para validar la calidad de su obra bajo otras formas teóricas. Y es para celebrar cuando la ficción genera contrapuntos analíticos.
El cruce con Puig también emerge en cuanto a sus referencias a expresiones de la industria cultural no necesariamente recientes o centrales, sino ajustadas a la trama. Cine, televisión, música, pero no redes, ni streamings. En Hija biográfica, su novela más reciente, las canciones de la banda de rock No te va a gustar y una película para público juvenil, Mi primer beso, estrenada en los años 80, se introducen para sumar a los juegos de imitación teatral de las amigas de la historia. Los elementos pop conviven de manera realista con el personaje central y sus paisajes serranos, los del monte cordobés.
«Desde el principio, lo que escribo está muy ligado a la oralidad. No es que me lo propuse, son esas cosas que después vas descubriendo que hacés.»
Hija biográfica puede leerse como un relato de iniciación dual: el de Leonor, la narradora, y Leticia, su madre adoptiva; el camino de crecer en un caso, y el de aprender a ser madre, del otro. Lo que le pasa a Leticia está contado desde la perspectiva de la hija, que se sirve de lo que su madre cuenta sobre sus viajes y su trabajo como actriz cuando era más joven. Ambos elementos son centrales en ese pasado de Leticia, ya que el subtema de la trama es la vocación, en cada área de la vida. Los otros pasajes refieren a experiencias compartidas por ellas dos, y con otra hermana más chica, en el presente de la narración. Si en nuestros días abundan historias y ensayos sobre la maternidad, la mirada de Paula tiene su particularidad: no recurre ni a la engolada romantización ni a la queja.
La narradora es graciosa, inteligente y reconstruye tiernos giros del decir preadolescente, como llamar a su amiga con nombre y apellido (Camila Aluminé) o expresiones torpes que esconden pudor, como «hacer el sexo». Las historias fluyen en familias expandidas y enormes como la de Ciro, o de duos de mujeres, como la de Camila, criada por la abuela, sin que se ponga en tema la «familia tradicional», ni se recurra al cinismo para jerarquizar estas nuevas filiaciones.
Romina Paula suele repetir la misma anécdota para dar una clave sobre su obra. Dice que, cuando asistía a su escuela de dramaturgia, Mauricio Kartun le dijo que ella escribía literatura como si fuera teatro y teatro como si fuera narrativa. Decidió publicar sus novelas en el sello Entropía, sus crónicas en Marciana y, como actriz y dramaturga, prefiere los círculos independientes. Hace unos años sigue en cartel, gracias a una beca de Arthaus, su obra Sombras, por supuesto, producida por su propia compañía, El Silencio. Allí se reecontró con Esteban Lamothe, Pilar Gamboa, Susana Pampín y Esteban Bigliardi. Estudió actuación con maestros como Pompeyo Audivert, Ricardo Bartis y Alejandro Catalán.
–¿De qué experiencias se nutre tu literatura?
–Desde el principio, lo que escribo está muy ligado a la oralidad. No es que en su momento me lo propuse, son esas cosas que después vas descubriendo que hacés. Y eso creo que está bastante vinculado al teatro, la primera persona. Pero no lo sé, en mi cabeza van como por separado la narrativa y el teatro. Sin embargo, cuando escribo narrativa escribo mucha primera persona. Y siento que en el teatro es como si me pusiera un poquito más literaria, porque en general son personas que conversan.
–Tu obra, como ha sucedido con otras autoras, podría ir bien en circuitos más comerciales. ¿Cómo es tu experiencia en relación con los editores?
–Cuando publiqué el primer libro en Entropía, creo que hubo un momento donde se me acercaron algunas editoriales un poco más grandes. Pero yo tengo tiempos muy largos para escribir, y después en realidad no tengo esa ambición ni pienso que necesariamente una editorial más grande me daría más visibilidad. Seguramente esté mejor distribuida al principio, pero eso no significa nada. Y, por lo que yo escribo, siento que llego a los lectores que tengo y puedo llegar.
–¿Hay una coherencia entre la editorial y tu material?
–Sí, siento que hay coherencia entre lo que yo escribo y Entropía. Y además, parece presumido, pero no creo que se vendería más en otro sello. Eso me pasa, quizás me equivoco. No tengo Instagram, no podría ni siquiera publicar en una editorial grande sin Instagram.
«Para mí, en el teatro o la literatura, lo independiente no es un lugar de paso: me representa y siento que los lenguajes que trabajo tienen ahí su público.»
–No vivís el mundo de lo independiente como lugar de paso.
–Hay escrituras que soportan más eso, que necesitan más ese recorrido. Para mí, tanto en el teatro como en la literatura, lo independiente no es un lugar de paso: es un lugar que me representa y siento que los lenguajes que trabajo tienen ahí su público.
–En Hija biográfica, como en otras novelas tuyas, no hay una tematización en cuanto a si a un personaje le gusta una chica o un chico. En ese sentido, la única voz que quiere bajar línea es la de otras mujeres lesbianas que están asombradas por esa cosa nueva que le pasa a Leticia. Y es gracioso, no aparece un mundo heterocis opresor, un tono de denuncia.
–Para mí un poco también es la fantasía de generar un mundo que me gustaría haber vivido, que me gustaría que existiera. Y no tengo una hija mujer, entonces también es algo que siempre me va a haber quedado pendiente. Para mí, todo lo que nos cuenta Leonor es como algo de la moral que Leticia, la madre adoptiva, quiere compartir con ella, en ese mundo un poco más aislado como es la sierra. Quizás lo de crear tus propias reglas sea una fantasía, pero parece más fácil de fundar que en una ciudad. Tanto en el teatro como en la literatura, trato que eso esté como en el tejido y que no esté dicho claro.
–En otras novelas hay madres más abandónicas también, pero no hay estereotipos de cómo se suele representar a la maternidad. ¿Es una decisión consciente?
–No es que me lo proponga de esa manera, pero sí me doy cuenta de que cuando me topo leyendo o viendo algo demasiado opinado o cristalizado, no me gusta. Hay extremos, lo muy idealizado o el «ahora rompamos todo» y «es una mierda». Igual siempre depende del cómo, la verdad. Puedo leer una novela a favor de la maternidad o una en contra si me gusta cómo está escrita. Y no es que me propongo no ser una de esas cosas, quizás uno a veces recae en lugares que no le gustaría representar de esa manera. Pero trato de no juzgar demasiado, que mis personajes no juzguen tanto.

–En la novela los varones no tienen un rol en la familia, sino que aparecen como novios y hasta como piezas lúdicas. Y estas mujeres que se vinculan y que transitan la vida haciendo un montón de cosas, no lo hacen como una forma de resistencia.
–Estas mujeres resisten el patriarcado, pero sucede sin grandes dramas. Es algo que está en acción, que es como me gustaría que fueran las cosas: poder incorporarlas y habitarlas, más que solo pensarlas. Pero bueno, son distintos momentos de los procesos. A veces uno necesita militar mucho algo para después poder ponerlo en el cuerpo. Pero para mí el estadío final es cuando ya está en el cuerpo y ni siquiera hay que estar explicándolo. Es militarlo desde la acción.
«Si me topo algo demasiado opinado o cristalizado, no me gusta. Puedo leer una novela a favor o en contra de la maternidad si me gusta cómo está escrita.»
–Actuaste en El estudiante, la película de Santiago Mitre, que tuvo una gran repercusión cuando se estrenó en 2011. ¿Qué significó para vos?
–No teníamos una lista cooperativa, como tenemos en mi compañía de teatro, pero sí fue muy independiente el modo de hacerla. La filmamos durante mucho tiempo, cuando se podía, con un equipo muy chico. Siempre cuento esto porque me divierte mucho y siento que es muy elocuente: los directores de fotografía ganaron en el BAFICI a Mejor Director de Fotografía y eran cuatro. ¡Porque al rodaje venía el que podía! Era el modo en el que yo estaba acostumbrada a trabajar y me gustaba hacerlo, pero a la vez el guion era muy bueno, creo que eso también hace que la película sea tan profesional, aunque la filmamos de un modo bastante amateur, también en el mejor sentido de la palabra amateur. Se terminó armando esa película que está buena, y tiene un modo quizás muy mainstream de contar, por cómo avanza desde el guion; pero hecho de un modo muy independiente. Fue una buena combinación. Era la primera película de Santiago solo. Y para nosotros también fue importante, para Esteban Lamothe y para mí, fue el primer protagónico. La hicimos con mucho entusiasmo y mucho amor.