De cerca | ENTREVISTA A LUIS PESCETTI

Jugar con las palabras

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Bárbara Schijman - Fotos: Jorge Aloy

En su nuevo libro, el reconocido músico y escritor propone un enfoque lúdico para abordar el aprendizaje de la lectura. Infancias y canciones en tiempos de pantallas.

«Estamos en aguas turbulentas en términos de información y comunicación. Lo que valida la comunicación, un mensaje o una historia, cambió. Es tal la fuente de entretenimiento y distracción que es ingenuo pensar que tenés que llegar con la tabla del Evangelio y decir “esto es lo que importa”», afirma quien hace décadas se dedica a ponerle letra a las emociones de pequeños y no tanto. Entonces «se dice que los chicos están en otra, y sí, a lo mejor están en otra, porque les seguimos vendiendo esas llaves de las puertas de la Edad Media. Y ahora vienen botoneras digitales para abrir las puertas», sostiene Luis Pescetti, escritor, músico y compositor, uno de los artistas más influyentes en el ámbito de la cultura infantil y juvenil en Argentina y la región.

Reconocido por su trabajo en radio, televisión y teatro, Pescetti recibió numerosos reconocimientos, como el prestigioso The White Ravens, que entrega la Biblioteca Internacional de Múnich, en 1998, 2001 y 2005, además de varios premios Gardel, el Grammy Latino al mejor álbum de música para niños en 2010, el Gran Premio ALIJA, el Konex y el Premio Casa de las Américas. En total, tiene editados quince discos. También publicó más de treinta libros, entre novelas y relatos para niños y adultos: Natacha, Frin, Miló, el invencible, Botiquín emocional, No quiero ir a dormir, La democracia, explicada a mis hijos, Cómo era ser pequeño, explicado a los grandes y la lista sigue. El más reciente se titula El chiste de leer.

–¿Cuál es el propósito de la frase inicial «este libro no es obligatorio»?
–Como autor, sos un anfitrión y, como tal, no podés obligar a las visitas a que coman todo lo que preparaste: es mala educación. Lo mejor es que los chicos sientan que pueden tomar lo que quieran, como si se tratara de una mesa buffet. Seguramente eso, como en cualquier primera cita, va a moderar la expectativa y va a permitir que surja el deseo. Sentirlo obligatorio inhibe el deseo. Es un gesto de amabilidad hacia el lector. Hace unos días veía el video con las palabras que dijo Jorge Luis Borges cuando recibió el Premio Cervantes. Entre otras cosas, hablaba sobre ser hospitalario con los temas que nos llegan. Es eso: hay que ser hospitalarios, es decir, no imponernos al lector. El chiste de leer es una recopilación de chistes con juegos, poemas, diálogos y acertijos. Creo que tengo algo de eso que llaman «sinestesia», que es ver los números o las palabras con formas o colores. Siento que las palabras tienen una cualidad física, táctil, que las puedo desarmar como si fueran objetos. Lo que hago es jugar con las palabras, desarmarlas y mostrarlas, lo que hace cualquier chico con un juguete.

–El libro invita a disfrutar del vínculo que une a quien desea aprender con quien se dispone a enseñar. ¿Cómo surgió el concepto?
–Después de la pandemia hubo chicos que se asustaban al ver la cara de otros adultos que no fueran los papás, porque solo conocían a los papás y a otras personas con barbijo. Durante ese tiempo, el encierro condicionó y dificultó el aprendizaje de la lectoescritura y de alguna manera los procesos de escolarización de los años que siguieron. La escuela, que acompañó lo mejor que pudo, trató de seguir, para que los alumnos no perdieran la escolaridad. A veces con estrategias que acompañaban bien y a veces con las únicas que se tenían en ese momento, en el que todos estábamos perdidos tratando de acomodar la vida como se podía. Pero no siempre lo mejor es mantener todo igual cuando las circunstancias son tan extremas, y lo eran. En condiciones así, lo que hay que resaltar es la condición de narrar y de enterarse de historias, es decir, que te lleguen historias distintas y poder contar historias a otros. No necesitamos el lenguaje para muchas más cosas que para que nos llegue la realidad, para transmitirla con una buena representación. No me imagino muchos usos más del lenguaje, sea el matemático u otro.

–Pasó su infancia en San Jorge, provincia de Santa Fe. ¿Recuerda alguna primera vivencia o indicio que lo haya hecho imaginar lo que vendría?
–Todos somos como guías turísticos del museo de la propia vida. Es el relato de lo que vivimos y es muy difícil volver a ponerse en la piel del chico que fuimos. Las imágenes que se me vienen son las de Hugo Benassi, un pianista de mi pueblo, talentosísimo, con una manera muy viril de ponerse en el piano y de tocar, muy romántico en la expresividad, sea tocando clásico, tangos o folclore. Los «quiero ser como él» así nacían. También había una banda que ensayaba con guitarras eléctricas y batería a una cuadra de casa. Ponían la música tan fuerte que sonaba en todo el barrio y tenían a todos escandalizados. Me encantaba ir a verlos, yo tendría unos 7, 8 años. La primera escritura fue en Buenos Aires, luego de tomar contacto con escritores de literatura infantil. Me volaron la cabeza los ejercicios de la Gramática de la fantasía, de Gianni Rodari. Me interesaba desarrollar la creatividad. Esto fue creciendo mientras enseñaba música en escuelas primarias de barrio, en Villa Urquiza, y en escuelas públicas en La Boca. Unos alumnos de sala de cinco me escribieron una canción de despedida porque empezaban la primaria. Y le puse música: así comencé a componer canciones.

–¿Quiénes han sido sus grandes referentes?
–Todos los libros de entrevistas de Borges, eran como masterclasses, especialmente la entrevista que le hizo Antonio Carrizo. Borges el memorioso es una masterclass de escritura. Otras personas o trabajos fundamentales: Dario Fo, el «Negro» Fontanarrosa, Julio Cortázar, La vida exagerada de Martín Romaña, de Alfredo Bryce Echenique. Modelos de narrativa que me inspiraban a querer escribir de ese modo. En algún momento, muy tempranamente, Woody Allen: analizaba los monólogos y trataba de imitarlos. Pero, sobre todo, el «Negro» Fontanarrosa.

–¿De qué manera se retroalimentan su obra literaria y su canción?
–Tener dos profesiones es como que tu hijo vaya de pijamada: vuelve con más ganas a casa. Seguramente lo que me retroalimenta de la escritura es no estar en el escenario y lo que me alimenta en el escenario es no estar escribiendo. Descansás y hacés descansar. Pero, sin duda, cuando escribo soy alguien que tiene conciencia del lector y siempre me da como una cierta urgencia o ansiedad estarlo perdiendo, que es algo que pasa en el escenario, o sea, se me traslada la conciencia de no perder al espectador. Y cuando estoy en el escenario siempre cargo con una conciencia que es la de no ser frívolo, que es la profundidad que te permite la escritura. Esos serían los traslados más evidentes que descubro.

–A pesar de los cambios de época y patrones de consumo, muchas de sus obras mantienen intacta su vigencia. ¿A qué lo atribuye?
–Creo que tuve una gran ventaja y es haber sido docente, eso me dio la posibilidad de tener un intercambio cotidiano e intenso con los chicos. También me preocupé de que nunca hubiera temas de tecnología en lo que hago, porque la tecnología envejece muy rápido. Y supongo que tiene que ver, además, con los temas que toco, que siempre son los básicos: el eterno tironeo entre adultos y niños, como en Natacha; los chicos queriéndose salir con la suya, los papás saliéndose con la suya, el deslumbramiento amoroso, como en Frin; el humor frente a la identificación y el verse reflejados, como en Natacha y en Frin, donde los chicos se ven, se reconocen y entonces dicen «ah, se puede ser así, somos así, ¿no?». Me pasó varias veces de encontrarme con jóvenes que me ven y se largan a llorar, pero a llorar inconteniblemente. No tengo respuesta a eso salvo alguna fibra que tocaste cuando te leyeron. Tal vez tenga que ver con algo que pasa cuando ponés la humanidad, la comedia humana o la tragedia humana hecha historia, y después se agradece y se lleva toda la vida.

–¿Cómo manejar la atención de las infancias en tiempos de redes y dispositivos?
–Cambiaron las condiciones climáticas en las que se navega y, sobre todo, lo que más cambió es que el chico ya se concibe a sí mismo como productor de contenidos. Las prioridades de la escuela tienen que redibujarse en relación a eso. Está bien, vos no vas a enseñar matemática con colorcitos para ser más atractivo, pero no podés seguir enseñando de la misma manera. El análisis sintáctico no sé si cabe en estos momentos, porque hay otras prioridades narrativas enormes con relación a todo esto que está pasando con el lenguaje y la comunicación. 

–¿De qué manera fomentar la imaginación y la creatividad frente al auge de la tecnología?
–Me tengo que pensar como papá para responder eso como profesional. Cuando hacía radio no perseguía una escucha top todo el programa, puede haber una curva: los ganás, los perdés, los recuperás, lo importante es que quieran volver a oír el otro programa, y no que estés incendiando lo que sea por capturar la atención. Entonces tenés libertad con el contenido, más profundidad y desarrollo, otro manejo del «tempo». Trato de hacer lo mismo como padre, sé que la pasaremos bomba un rato, que se aburrirán otro, que promediaremos un «más o menos» otro. Pero la ventaja de eso es la riqueza del contenido, la variedad, convivir con el «me aburro», y que no pase nada grave. Siempre sabiendo que estamos en una época de fragmentación e inmediatez, los adultos también. Compartir lo que nos gusta. Leer con ellos, jugar. No hay otra, son todas recetas de la abuela.

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