Después de interpretar a San Martín en la película «Encuentro en Guayaquil», siente que alcanzó la cima de su carrera como actor. Y sin nuevos desafíos a la vista, planea que su rol como intérprete le ceda cada vez mayor protagonismo a su actividad al frente de una productora de cine y televisión.
27 de julio de 2016
Le tocó en suerte: encarnar a José de San Martín en Encuentro en Guayaquil. Estrenada el año pasado, se trata de una película intimista de Nicolás Capelli, basada en textos de Pacho O’Donnell, que hace foco en la reunión cumbre que San Martín y Simón Bolívar sostuvieron en 1822. «Por lo que pude leer y estudiar, se supo poco de ese encuentro. Hubo que retratar cómo fueron esos días de un San Martín golpeado, poco querido por el gobierno de Buenos Aires, liderado por Bernardino Rivadavia, que fue a pedirle ayuda a Bolívar, que atravesaba su etapa más esplendorosa», repasa el actor.
–¿Es una parada brava interpretar al general San Martín?
–Es un personaje tan atractivo como difícil, porque tenés todas las de perder.
–¿Por qué?
–Primero, porque hay pocos antecedentes: Alfredo Alcón lo interpretó en El santo de la espada, luego Rodrigo de la Serna en El cruce de los Andes y después yo, con una pequeña participación en el telefilm Belgrano, que hizo Pablo Rago. Entonces era una patriada meterse en la piel de este San Martín, digamos, más humano.
–¿Por dónde pasó la mayor dificultad?
–Por colocar al personaje en contexto, por saber qué características debía tener más allá de lo poco que se conoce sobre el hombre, y no sobre el prócer.
–¿Dudaste o aceptaste hacerlo enseguida?
–Acepté porque se trataba de uno de los pocos sueños que me quedaban pendientes como actor. Francamente, hoy no me desvela interpretar ningún personaje, creo que hice todos los que deseé. Para Hamlet, que era un viejo anhelo, ya estoy mayorcito. Pero San Martín fue llegar a lo máximo.
–¿Qué te sedujo de la propuesta?
–Poder humanizar al bronce. Poder bajarlo a tierra y hacerlo de carne y hueso. Creo que conocer la intimidad del general le agrega algo diferente a este tipo de películas históricas, que no suelen abundar en nuestro cine.
–Para tener más herramientas para preparar a San Martín, el director Nicolás Capelli te pidió que vieras las conferencias de prensa de Marcelo Bielsa.
–Sí, es cierto. Capelli es un profundo admirador de Bielsa y me pidió, entre otras cosas, que prestara atención en la parte más obsesiva y estratega de Marcelo. Capelli supone que San Martín organizaba sus entramados militares con el afán, la pasión, el tiempo y la puntillosidad con la que Bielsa trabaja con sus equipos. El director quería que me metiera en una cabeza atestada de pensamientos, planes, estrategias y Bielsa, conceptualmente, era un buen referente contemporáneo.
–¿Quedaste conforme con tu trabajo?
–Siempre hay detalles que uno encuentra y que tienen que ver con la esquizofrenia del actor, pero confieso que me quedé conforme.
–¿Cómo te afectan las críticas?
–Me afectan, me impactan, sería mentira si dijera que me da lo mismo.
–¿Te molestan?
–A esta altura ya no, pero negarlo también sería ridículo.
–¿Qué cambió?
–Mis deseos y mis fantasías de ser un gran actor se diluyeron y mis inquietudes se diversificaron.
–¿Cuáles eran tus metas como actor?
–Trabajar con Robert De Niro: ese era el objetivo. Soñaba con lograr el reconocimiento unánime, caminar por la alfombra roja. Quería ir a Hollywood, pero llegué a España y no está nada mal. Nada mal.
El hacedor
Antes del encuentro con Echarri, Capelli, el director, había remarcado en una entrevista la importancia de tener a un actor como Pablo en el equipo. «Es el capitán, se pone el equipo al hombro y va para adelante», había dicho el realizador. Capelli además reveló que el protagonista de La leona llamó a casi todos los actores que integran el elenco (Luciano Castro, Arturo Bonín, Eva de Dominici) para «garantizar el compromiso» con la producción. «Me gusta ser así, comprometerme con el proyecto y conseguir nombres para darle mayor visibilidad al trabajo», dice ahora el actor.
–Sos de tomar la batuta.
–Sí, es mi forma de ser, cuando me comprometo con un laburo me meto de lleno: soy un obsesivo, un rompehuevos importante. Por suerte está la productora, que me permite canalizar toda esa carga eléctrica que tiene mi personalidad.
–¿Qué te ocurre cuando no hay nada para hacer?
–Trato de que eso no suceda, porque mi cabeza se llena de signos de interrogación.
–¿Interrogantes que te asustan?
–Me desestructuran. No estoy acostumbrado a tomarme mucho tiempo de ocio porque siento que mi cabeza puede rumbear para pensamientos nocivos.
Cuenta Echarri que, pese a la separación de su socio Martín Seefeld, la productora El Árbol seguirá su camino. De hecho está ampliando el rango y a los proyectos televisivos sumó Al final del túnel, la primera y muy buena película como productor, que protagonizó Leonardo Sbaraglia y dirigió Rodrigo Grande. «La verdad es que fue una gran experiencia y calculo que será el primer eslabón de una larga cadena», adelanta.
–¿Como productor?
–Yo creo que el productor llegó para quedarse y apropiarse de mí artísticamente. Creo que al actor no le quedan muchos más cartuchos. Y si me apurás un poco, se quedará con el lugar del actor: es un ave rapaz el productor.
–Toda una revelación
–Es una sensación cada vez más fuerte y necesaria.
–¿A qué se debe?
–A los caminos artísticos que uno va tomando. Aparecen necesidades, inquietudes, ganas y no ganas, etapas y sueños cumplidos.
–¿La del galán es una etapa cumplida?
–Cumplidísima. El galán, así como un día irrumpió en mi vida, también un día se fue. Y yo le agradezco a ese galán que le dio una gran mano al actor, pero el galán ya se deterioró y el actor mejoró.
–¿Al galán se le hizo más difícil actuar?
–Por supuesto, siempre tuvo que dar un plus porque siempre se imponía el galán. El actor que yo buscaba quedaba de lado ante esa imagen.
–¿El actor generaba dudas?
–Sí. No en mí, pero sí en el afuera, porque tenía que esforzarme para lograr una mayor confianza en el que me miraba de reojo. Pero con el tiempo fui explotando esa veta de galán en beneficio mío.
–¿Y cómo está ese actor que se va despidiendo?
–Curiosamente, está saciado. Siento que hay una etapa interpretativa, sobre todo en televisión, que se va cerrando, lo que no quiere decir que el actor se muera. Me puede llegar una propuesta con un personaje que me enamore y allí estaré. Pero lo que siento es que estoy creciendo como productor y necesito darle el tiempo que eso se merece.
–¿Te reditúa ser productor?
–Dentro de una industria casi inexistente, con espacios de ficción cada vez más chicos, la verdad es que no me puedo quejar. Pero es un trabajo desgastante producir, no es ninguna boludez.
–¿El actor llegó a su techo?
–Creo que me desarrollé hasta donde pude. No me quejo, ni me saco el sombrero, pero dejé todo en la actuación: hoy me siento más vacío, qué sé yo. Veo muy fértil el campo de la producción, el de hacedor, me gusta esa cosa integral. Además, llevo más de 20 años como actor. Y no es poca cosa.
–¿Cuáles dirías que fueron tus dos programas o personajes más fuertes?
–Partiendo de la base de que en la carrera tenemos altibajos, porque no toda la vida uno está allá arriba, creo que dos de los picos más altos fueron Resistiré y Montecristo.
–¿En que te modificó como artista la faceta de productor?
–En saber ver las cosas desde afuera y en no estar enfrascado. Ya lo habíamos vivido en El elegido, con Lito Cruz, Leticia Bredice y Paola Krum. En La leona había historias paralelas tan importantes como la de los protagonistas que componíamos Nancy (Duplaá) y yo, lo que permitió que el espectador encuentre más de un tema de interés. Estaban las subtramas de Miguel Angel Solá y Ester Goris, la de Peter Lanzani y Juan Gil Navarro, la de Hugo Arana y Patricia Palmer, la de Martín Seefeld y Julia Calvo, además de Dolores Fonzi y Andrea Pietra.
–Abrís el juego, ¿sos más generoso?
–Es una estrategia, más allá de que me gusta formar grupos, abrir el juego y que todos tengan su lucimiento. Y siento que todo eso, que favorece al producto final, también me surge naturalmente, sin ningún esfuerzo.
–La leona se grabó en su totalidad en 2015. ¿Perjudicó o benefició que no se haya podido hacer ningún tipo de modificación?
–Objetivamente siento que a La leona le fue bien, aunque es cierto que no es frecuente que una tira se realice en su totalidad un año antes. Pero bueno, no se pudo estrenar en 2015 y estamos muy satisfechos de cómo le fue. Yo, como productor, busco la permanencia del producto y creo que cumplí con el objetivo primordial.
–¿Cuánto te altera el ánimo el rating?
–A los 46 años poco y nada. Yo puedo ser más o menos popular, pero no hago programas masivos. Ni El elegido, que anduvo bárbaro, ni La leona van al corazón más romántico del público. Jugamos con herramientas que son más elitistas, si se quiere. Nos permitimos escenas fuertes, arriesgadas y jugadas, porque sabemos que contamos con un público fiel pero acotado. No es nuestro interés que nos vea gente nueva, sino que nos dirigimos a ese televidente que nos sigue desde el comienzo, o ese otro que busca algo, me animo a decir, distinto.
–Si tuvieras la posibilidad de cambiar algún capítulo o darle más cabida a un personaje que sabés que rinde, ¿lo harías?
–No, definitivamente no pegaría el volantazo en pos del minuto a minuto. Queremos que nos vea la gente, pero no por algo deliberado, no me gusta especular con tal escena para captar al televidente un día de la semana. Por eso no haber tocado ni una escena de La leona desde que la terminamos de grabar el año pasado me pareció algo dichoso.
–¿Qué proyectos te mantienen ocupado hoy?
–Tengo varios, pero todavía nada concreto. Hay posibilidades de hacer cine en Brasil y Uruguay. Y hay en carpeta algunos proyectos de televisión, en mi rol de productor. También estoy muy metido en la Sociedad Argentina de Gestión de Actores Intérpretes (SAGAI), donde hemos impulsado aspectos legislativos para levantar una industria que está agonizando.
–¿Tuvieron algún encuentro con Hernán Lombardi, el ministro de Medios del gobierno nacional?
–Sí, lo tuvimos y le hemos planteado encarecidamente que es imprescindible sacar una ley de producción audiovisual, como existe en otros países. Es más, desde SAGAI sentimos la necesidad de contar con un Instituto de la Televisión, así como existe el INCAA, que es el Instituto de Cine, con el fin de poder tener, realmente, una industria televisiva.
Fotos: Juan Carlos Quiles