De cerca

«Lo mío es retorcerle el pescuezo a la realidad»

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A 25 años de su estreno, «Amanece, que no es poco» es un objeto de culto. José Luis Cuerda cuenta cómo transcurre su vida entre el cine, la escritura y los vinos. Su visión sobre la realidad española.

Es un referente del cine español, tras haber dirigido joyas como El bosque animado, La marrana, La lengua de las mariposas y Así en el cielo como en la tierra o producido, por ejemplo, los tres primeros largometrajes de Alejandro Amenábar. Sin embargo, hace unos meses, cuando se cumplieron 25 años del estreno de Amanece, que no es poco se produjo un fenómeno muy particular. Hubo homenajes, presentaciones, debates. Fue entonces que José Luis Cuerda, nacido en Albacete hace 68 años, cayó en la cuenta de que aquel filme incatalogable se había convertido en un objeto de culto. Las publicaciones especializadas dan a esa película como la preferida de los españoles de los últimos 60 años. Y eso que cuando se presentó por primera vez, muy pocos espectadores la fueron a ver al cine y, de ellos, los hubo que no entendieron de qué se trataba: decían que era surrealista. «Lo que yo hago con la realidad es enfrentarme con ella, retorcerle el pescuezo», dice este hombre que acusa 3 profesiones principales, la cinematografía, la literatura y la vitivinicultura. En ese orden sigue, sin habérselo propuesto, la senda de Francis Ford Coppola.
Dueño de un sentido del humor exquisito, pero al mismo tiempo con un talante que a primera vista puede parecer arisco, Cuerda se encuentra con Acción en la Estación de Ferrocarriles de Atocha, en Madrid, donde fue a despedir a un amigo que partía en el tren de alta velocidad. Últimamente, el cineasta publicó un libro que recopila una andanada de tuits propios, Si amaestras una cabra, llevas mucho adelantado. Y tiene pronto a salir de la imprenta uno nuevo, Me noto muy cambiá, que, aclara, tiene un paréntesis en el título que señala: «atribuido a sir Winston Churchill». «Cosas que invento y yo digo, que son atribuidas a él y ya está», explica, como si tal cosa.
–¿Cómo es que se fue interesando en Twitter? No parece tan usual que esa red social se convierta en un medio para publicar esta suerte de greguerías.
–Yo lo uso como un vehículo, como una gatera por la que surto lo que siento en un momento determinado, con la obligación de hacerlo sintéticamente y, por lo tanto, buscando también el lenguaje más eficaz, en pocas palabras y, sobre todo, los calificativos que puedan ser más expresivos. Y me lo paso muy bien.
–¿Y de qué manera descubrió sus posibilidades?
–Alguien me dijo «entra y mira esto», no sé cómo, pero fue hace años.
–Y ya logró un montón de seguidores.
–Hay 80 y tantos mil.
–¿Cómo se lleva con las nuevas tecnologías para la comunicación?
–Pues unas con intensidad, como es el caso de los tuits, otras no me gustan nada. En Facebook no sé escribir, no conozco la mecánica. La técnica en sí no es nada, depende de lo que se le meta adentro, porque Twitter también está lleno de imbecilidades. Yo creo que las técnicas están ahí para usarlas. La televisión o el cine, por ejemplo, depende de qué televisión o de qué cine. Ahora mismo, del cine americano me gustan más las series que las películas.
–¿Cuáles le impactaron?
–Hay montones, Breaking bad, Girls, ni me sé los títulos, El detective de no sé cómo. Series donde ha ido a refugiarse la inteligencia, porque el cine ya no quiere aprovecharse de ella sino que producen espectáculos vistosos e inanes, inocentes al máximo, violentos al máximo, o sea todo al máximo. Yo creo que los grises tienen más matices que el negro y el blanco.
–Se ve que con ese cine no se lleva.
–El paradigma del cine estúpido es ese en el que van los personajes hablando por una calle o un bosque o una carretera y hacen así (chasquea los dedos) y lo que tienen debajo es un robot. Por encima parece que son de carne pero no, son un robot. Y entonces ya ha dejado de interesarme por completo la historia, porque lo que le pueda ocurrir al robot a mí no me interesa en lo más mínimo.
–Hace poco se cumplieron 25 años de Amanece, que no es poco. Fue un acontecimiento, se convirtió en una película de culto. ¿Cómo vivió eso?
–No lo sé, ha conectado con casi 3 generaciones de personas, de la de más abajo y de la juventud. Por razones distintas imagino, porque no tienen intereses comunes. Quizás sea una válvula de escape para muchas cosas. A mí, cuando me hablan de cine surrealista, me pasa que no creo en las posibilidades de hacer cine surrealista. Porque hacer una película requiere pensar mucho lo que uno va a hacer, dónde coloca la cámara, con qué objetivo, a qué distancia del actor. No hay nada de esa inmediatez que, en términos escolásticos, exige el surrealismo. Hay más de una manera de retorcerle el pescuezo o los testículos al realismo. Yo creo que es un cine en el fondo muy reflexivo por mi parte, muy culto.
–Pero eso es lo curioso, que al mismo tiempo haya ligado con lo popular.
–Bastante tengo con hacer ese cine como para pensar por qué lo hago y para qué lo hago (risas).

–¿Y cómo lo siente?
–Tengo que reconocer que escribiendo muchas veces me daba la risa a mí. Llamaba a mi casa y le decía a mi mujer: «Mira lo que se me acaba de ocurrir». Si se reía también, yo decía, «pues somos mayoría, vamos a darlo por bueno».
–Me comentaba por teléfono que ahora mismo tiene varias ideas, pero que todavía no están lo suficientemente plasmadas como ir a un productor y presentarle el proyecto.
–Tengo el corazón dividido entre cine, libros y vino, son las tres cosas a que me dedico: tengo una bodega y hago vino en Galicia.
–¿Qué vino está produciendo?
–Tengo una bodega de Ribeiro blanco a la altura del Leiro, entre Rivadavia y Carballino, en Orense. Este año se nos plantea una vendimia muy complicada. Yo si veo una ciénaga, pues que me meto. Los tres negocios en los que estoy son ciénagas en las que te hundes hasta el cuello.
–Pero lo del vino le llegó de grande.
–Mi primera vendimia fue en 2005. Había plantado en 2002. Era una finca con viñedo, de la que tengo documentación desde el siglo XVI, pero tuve que replantar todo por completo.
–¿Y le va bien con eso?
–Me va bien, sí, y algunas monedas me tira, no tanto como los otros negocios, que fueron muchos, como productor. La marca con que sale a la venta es Sanclodio. Es el monasterio de los monjes cistercienses franceses que se establecieron ahí entre el siglo XII y el XIV. Son los que enseñaron a los ribeiranos a hacer el vino como hay que hacerlo, a rotular las fincas cuando había que vendimiar. Y eso es lo que hago, seguí la tradición y por eso le llamo al vino con el nombre del monasterio del que tengo su viñedo.
–¿El proyecto original era el viñedo?
–Pues no. Yo había pensado hacer una fundación para distintas disciplinas artísticas, como hacer exposiciones de pintura, conferencias, ciclos de cine. Tenía algo en vista, pero no conseguí comprar aquello y lo que conseguí fue otra cosa que estaba cerca, que era la sede de una bodega. Cuando la vi me gustó muchísimo, pero allí ya no había para todas esas funciones y me dije: «¿Qué hago aquí?». Y me respondí: «Pues tendrás que hacer vino, que es lo que se ha hecho aquí toda la vida». Bueno, pues hago vino. Y no me arruiné.
–Tuvo que aprender.
–Tuve que aprender, pero conté con muy buenos maestros. De hecho, tengo un viticultor. Estoy encantado y muy contento del resultado, pero a la vez muy preocupado, porque la distribución del vino, como la de los libros y las películas, es muy complicada.
–¿Cómo ve la situación en España?
–En lo que concierne al cine, que es lo que concentra nuestro interés, es un desastre, porque la legislación actual no es que no ayude o propicie la producción de películas, sino que parece que tiene especial interés en impedirla. Paga las deudas que adquiere con los productores con dos o tres años de retraso, introduce unas medidas fiscales que lo único que pueden hacer es que nadie se anime a invertir en cine, etcétera, etcétera.
–¿Esas medidas le pusieron fin a un ciclo del cine español?
–Es que hubo un cambio de signo político, de intereses. Y la cultura desde luego no es algo que tenga un interés particular para este gobierno, como no sea el de torpedearla, impedirla. Porque nos ha bautizado a todos de «rojos peligrosos» y no le interesamos nada, sino como sujetos a los que abatir. Creo que es un fallo de cálculo espantoso, porque va a tener sus efectos a corto, medio y largo plazo. No va a poder destruir lo que son los elementos culturales, que tendrán alto mérito para quienes los cultiven, pero va a entorpecer de manera significativa o determinante lo que es esta industria. Yo creo que se olvidan, por ejemplo, de que España es más conocida en el extranjero por Pedro Almodóvar que por el último ministro de Asuntos Exteriores. Allá ellos. Esto por hablar de lo nuestro, porque la situación general del país es lamentable: esta será la primera generación en que los hijos van a vivir peor que sus padres. Esto normalmente no ha sabido ser así. Desde la desaparición de los dos bloques, el bloque occidental y capitalista se ha sentido sin enemigo, sin nadie que le pueda hacer sombra, y está aprovechando al máximo. En estos momentos, cuando se habla de nacionalismos, me produce cierta sorpresa porque no hay independencia posible de ningún país: la política ha pasado a manos de los financieros, no está en manos de los políticos. La política económica de los países se dicta desde un par de centros estratégicos en el mundo. Están jugando con nosotros como muñecos que mueven en el tablero como les da la gana y cuando les da la gana, y se está engañando a todos. No son las cosas como ellos las presentan, mienten en las cifras, en el significado de las cifras y el mundo va muy mal. Hace poco un viejo pescador que tiene un restaurante en Málaga, en una playa, El Palo, después de haber comido allí, nos acompañaba al tren y en un momento se quedó parado, dejó de hablar, hizo una pausa y terminó sentenciando: «A mí realmente la historia de España es que no me gusta nada nada». Había pasado mucha hambre, había pasado por muchas circunstancias y veía que se iba para adelante a tramos y se iba para atrás en otros y el balance general era bastante malo.

–Usted hablaba de nacionalismo, ¿qué opina acerca del deseo independentista de Cataluña?
–Lo siento, pero la creencia en el nacionalismo, en el independentismo, me parece una ingenuidad en el mejor de los casos, porque ningún país es independiente en este momento. Ni siquiera Estados Unidos, porque depende de los movimientos que haga China en un momento determinado, depende de los movimientos que haga el Tercer Mundo, la manera en que se siente o se autoconvenza de intervenir en determinadas zonas del mundo, dejando en eso vidas humanas, millones de dólares en armamentos. Hay una interdependencia tan enorme, tan definitiva y tan determinante entre los países, que pensar que un país pequeño puede independizarse, en el mejor de los casos es una ingenuidad. En el peor, pues es una nube de humo que lo que hace es ocultar los verdaderos problemas económicos de zonas en las que en algunos casos se añaden elementos culturales y lingüísticos. Esos son valores a preservar, a defender con uñas y dientes, porque nadie tiene por qué renunciar a lo que le es propio culturalmente y vitalmente. Es que ha habido una represión en este país que fue espantosa, pero de ahí a creer que políticamente se puede actuar sin contar con el vecino, con los que están un poco más allá de los vecinos y mandan mucho… Angela Merkel tiene ahora mismo un poder que no le pertenece por nada que no sea un potencial económico del que hace uso de la fuerza para obligar a otros a adquirir una deuda, para luego cobrársela con unos intereses increíbles. Son deudas inducidas. Pero ustedes los argentinos conocen de eso mucho más que yo.
–¿Cual es su mirada sobre lo que está ocurriendo en América Latina?
–He estado en Argentina dos o tres veces, he estado en Cuba, en México. No me siento en absoluto dotado para hacer un análisis sobre lo que ocurre. Es cierto que muchos en España miran a América Latina con cierta envidia o esperanza, pero no me siento con capacidad para hablar de ellos. Pero veo que, desde luego, como no se ejerza en estos sitios una oposición a los derroteros a que nos lleva la corriente predominante, ya sabemos a dónde vamos: a que los ricos sean cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. Está desapareciendo una clase media que no va a ningún sitio, está en terreno de nadie, nadie la anima a nada. A mí quien me cae personalmente muy simpático es el ex presidente de Uruguay, José Mujica: es un hombre con mucha gracia y que dice frases que valen ser esculpidas en oro.
–¿Tiene esperanzas de que las cosas vayan a cambiar?
–No veo ningún signo, excepto muy minoritario, que por el momento permita ser optimista con el derrotero que se tiene. No veo señales suficientes como para pensar que el mundo va a corregir sus derroteros, porque hay quienes viven muy bien y son los que tienen el poder. El poder está en manos del dinero al 10%, no es como antes, que había contrapesos porque los gobiernos se habían creído eso del bienestar del ciudadano. Yo no sé hasta qué punto los gobernantes son conscientes de que son nuestros empleados, que nosotros somos la patronal, que los podemos poner en la calle, que están viviendo del dinero que nosotros les damos, que nosotros no estamos aquí para hacer lo que ellos dicen, que ellos están ahí para hacer lo que les digamos. Pero el discurso está invertido totalmente
–¿Se puede saber sobre qué trata su próxima película?
–No conviene saberlo (risas). Tengo varias opciones y uno nunca sabe cuál es la que va a tirar para adelante. Yo estoy ahora trabajando muchísimo para conseguir filmar. Son los trabajos que hay que hacer: escribir, moverte para ver si consigues tener un apoyo suficiente para salir adelante. Y lo estoy haciendo en tres terrenos que son muy movedizos, muy fluidos y muy complicados de dominar, que son el cine, los libros y el vino.
–¿Cuál es el que le da más placer?
–Antes que nada, yo me considero un hombre de cine. He hecho ya bastantes películas y llevo muchos años dedicado fundamentalmente a eso, es lo que más dinero me ha dado y del que me permito vivir, y no voy a ser cínico: vivo bien, preocupadísimo, pero vivo bien.

Alberto López Girondo
Fotos: Andrea Randi
(Desde Madrid)

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