29 de agosto de 2023
La actriz se luce en Okasan, un unipersonal que agota las localidades en cada función. El reconocimiento a su trabajo en televisión y su próximo estreno en cine.
Prepara un té de jazmín en la amplia cocina de su casa del barrio Monserrat, adonde vive hace treinta años, mientras el viejito Enzo, su amado perro, la sigue detrás, lento pero sin pausa. «¿Olés el aroma?», pregunta esta amante de la infusión cuya cuenta de Instagram es @tedechina. El ambiente ameno y el buen gusto en la decoración la pintan de cuerpo entero, al igual que la melodía que susurra de fondo el teclado de Keith Jarrett.
Carola Reyna recibe a Acción en su espacio, sentada en un mullido sillón blanco, frente a un amplio ventanal que da a la calle Azopardo. «Estoy en un gran momento, en una etapa de disfrute, pero es un disfrute distinto: paladeo el trabajo, sin presiones ni corridas», dice a modo de introducción la dueña de casa, que luce concentrada sirviendo el té en bellas tazas blancas.
Rodeada por los libros, discos y fotos que pueblan los anaqueles de la sala, la actriz cuenta que atraviesa un presente de disfrute, tranquilidad y bienestar. Quizás, parte responsable de ese cuadro emocional tenga nombre: Okasan, diario de viaje de una madre, unipersonal que realiza en el Teatro Picadero. «Estaba previsto que fuera un puñado de funciones en junio y julio pero seguimos agregando, por ahora hasta octubre, aunque como viene la mano la tendencia será seguir», hace saber con una sonrisa de satisfacción.
«Okasan es sentida, profunda y me identifica, porque habla del primer viaje de una madre al Japón para visitar a un hijo que está establecido allí.»
–¿Qué significa «okasan»?
–Significa madre en japonés. De la pieza puedo decir que es sentida, profunda y que me identifica, porque habla del primer viaje de una madre al Japón para visitar a un hijo que está establecido allí hace una década. Ella relata la experiencia, el reencuentro con su hijo al que no ve hace tiempo y describe su estadía en un lugar tan lejano como desconocido.
–¿Por qué te sentís identificada con la obra?
–Porque mi único hijo, Rafael, vive hace años en España, con lo cual esta temática no me resultó para nada ajena: no fue sencillo tomar distancia, pero tampoco fue algo mortificante.
Basada en el libro homónimo de Mori Ponsowi, la pieza marca su bautismo como productora independiente. «Me llegó a través de mi mejor amiga, Sandra Durán, que me contó que a ella la movilizó mucho el libro porque tiene dos hijos viviendo en el exterior. “A mí me fascinó la historia y no puedo de dejar de pensar en vos, leelo y algo tenemos que hacer”, me dijo. No se equivocó, me lo devoré en dos tardes, tirada en este sillón: fue como un flechazo directo al corazón», recuerda.
–¿Ella pensó en vos como amiga o como actriz?
–Yo creo que tuvo en cuenta ambas cosas. Somos muy amigas y muchas charlas han girado en torno a nuestros viajes a visitar a los hijos, a cómo se sobrelleva la vida con ellos a la distancia y a cómo encarar la nuestra, y si cada vez que teníamos un hueco libre o vacaciones, había que sacar plata de nuestros magros ahorritos y pagar el pasaje y viajar a ese destino. Entonces siento que ella pensó en mí por lo que tenemos en común, pero también porque soy una buena contadora de historias en un escenario.
–¿Cómo fue encarar Okasan desde la autogestión?
–Fue un gran desafío la puesta en escena desde el vamos, pero también algo muy reconfortante porque trabajé con amigas profesionales. Como todo proceso creativo hubo que darle su tiempo de inicio, desarrollo y maduración, y dejar de lado expectativas y ansiedades personales que podían entorpecer. Destaco el trabajo intenso de este grupo sui géneris que formamos con mi amiga Sandra, que tuvo el impulso inicial y con la directora Paula Herrera Nóbile, quien le dio orden, forma y estética para que yo pudiera interpretarla.
–¿Había temores por el resultado de tu primer trabajo como productora?
–No, para nada. Estaba al frente de un proyecto casero que, sin embargo, por lo informal, digamos, fluyó en todo momento. Fue tan aceitado y dinámico el trabajo con las chicas, que estuvimos más pendientes del hacer cotidiano que del resultado final, el cual fue llegando solito, sin pedir permiso. Para nosotras, lo más importante era desandar el camino, sin pensar si se trataba de un buen o mal material. De hecho, nunca nadie vio ningún ensayo durante el proceso de puesta a punto. No tuvimos la necesidad de querer compartirlo y aún no tengo claro si fue por inconscientes o porque estábamos seguras de que funcionaría. También nos pasaba a las tres que lo hacíamos todo con placer, otra señal positiva. Entiendo que si hubiera sido más consciente de que estaba ensayando para mi primer unipersonal de una obra autogestionada me habría aterrado.
«Vivimos tan alienados y estresados con las pantallas de los celulares, estamos tan absorbidos por estos aparatos, que el teatro se convirtió en un refugio.»
–¿Y cómo te resultó encarar un personaje de una madre que, como en tu realidad, va a visitar a su hijo al exterior?
–Me resultó natural. Está claro que hay una ligazón de la historia de la obra con mi vida: dos madres con hijos viviendo lejos. Pero, a la vez, no es mi historia, yo soy Carola, la mamá de Rafael, no tengo nada que ver con lo que le pasa a la madre de Okasan. Todo esto me permitió separar los tantos para trabajar con paz interior. De todas maneras, en los ensayos sí me pasaba que comparaba algún tipo de reacción del personaje con lo que me había pasado a mí, pero nunca me invadió una sensación de incomodidad, emoción o confusión.
–¿Qué te dice la gente después de la función?
–Me pasa algo increíble desde que hago esta obra. Hay público que me espera en el teatro para contarme sus historias, que tienen hijos afuera, que viajaron. Y en las redes sociales es una locura la cantidad de mensajes que me llegan. Me convertí en una especie de representante de madre a la distancia, soy como una suerte de abanderada, algo que me emociona mucho, porque son las madres, especialmente, las que se abren y me confiesan las vicisitudes que arrastran con esto de tener una hija o un hijo a miles de kilómetros.
–Okasan es una de las obras que agotan casi todas sus funciones, ¿cuál es tu lectura al respecto?
–Es espectacular lo que está pasando. Yo creo que vivimos tan alienados y estresados con las pantallas de los celulares y las computadores, estamos tan absorbidos y tomados de rehenes por estos aparatitos, que el teatro se convirtió en un refugio, en uno de los pocos lugares donde prácticamente te obligan a apagarlo o a silenciarlo. Y es en la sala donde se produce ese milagro, que es la conexión real con el otro. El actor en el escenario y el espectador en la platea mirándose a la cara sin chateo mediante. Esta imagen tan simple hoy cotiza en bolsa y para mí es una de las razones que explica que las funciones en Buenos Aires desborden.
–En la reciente entrega de los Martín Fierro estuviste ternada por tu trabajo en El primero de nosotros y, si bien no ganaste el premio, en las redes todo el mundo te apoyó.
–Sí, me enteré de lo que pasó en ese universo paralelo. Debo reconocer que me sorprendió lo que generó este personaje, la doctora Karina Pereyra, que empezó a crecer y a pasar de un papel secundario a tener cierta preponderancia en la trama. Ahí entendí que uno no es del todo consciente de hasta dónde puede llegar lo que se hace en la televisión.
–¿Es difícil interpretar a una médica?
–No son de esos roles que se suelen esperar con un abrazo. Es muy difícil hacer de médica o de policía en una tira, porque inevitablemente caés en un lugar común y se nota mucho que no sabés o no entendés de lo que estás hablando. Y debo reconocer que me daba un poco de impresión conectar con Santiago Luna, el personaje de Benjamín Vicuña, un paciente oncológico grave. Pero creo que lo que conseguí y el televidente reconoció la humanidad de esa doctora, la contención e incondicionalidad que mostró.
–Tu paso por la televisión dejó recordados ciclos como La niñera y Amas de casa desesperadas. ¿Están entre tus preferidos?
–Fueron dos sitcoms maravillosas, pero a la vez complejas de realizar, porque se trataba de un género que todavía no se conocía mucho, entonces fue un desafío de esos que uno necesita para dar vuelta una página. Pero no quiero dejar de recordar la tira Cuéntame cómo pasó, en la TV Pública, donde encaré un personaje que vive un sinfín de situaciones, o los momentos divertidísimos que disfruté con Educando a Nina. Es difícil destacar un programa por sobre otro, yo en la tele la he pasado muy bien en general, tengo grandes recuerdos de las diferentes experiencias, puedo decir que no caí en personajes repetidos ni aburridos. Siento que me las rebusqué para encontrarle siempre la vuelta a las cosas, aún aquellas que no me parecían tan atractivas.
Dupla inesperada
Si bien no hay fecha de estreno confirmada, se espera para el último trimestre del año el arribo a la cartelera de cine de Las corredoras, película de Néstor Montalbano que la unió a Diego Capusotto en lo que ella describe como «una dupla inesperada». «Fue una experiencia inolvidable, disfruté hacer esa película y amé reencontrarme con Capu, un actorazo y un tipo espectacular. Y la vida me cruzó con el loco Montalbano, lo digo cariñosamente, porque es una persona hermosa, apasionada, con ideas muy personales y algunas imposibles de alcanzar».
«Es difícil destacar un programa por sobre otro, yo en la tele la he pasado muy bien en general, tengo grandes recuerdos de las diferentes experiencias.»
–¿De qué se trata Las corredoras?
–Por empezar es un homenaje, una oda al cine de género, al melodrama de los años 50, que tiene pinceladas de Hitchcock, matices de Almodóvar y abordajes del viejo cine argentino. Mi personaje, Mabel, es la víctima de la historia y la que por cuestiones argumentales llega a un campo donde viven las corredoras de autos de turismo carretera del título, que son los personajes de Capusotto y Alejandra Flechner.
–¿Cómo fue trabajar con Capusotto?
–Diego es un fuera de serie, uno de esos compañerazos que querés tener siempre al lado, porque además de su virtuosismo, potencia tu laburo. Aquí hace un trabajo diferente al que solemos ver, irreconocible, ya que encarna más de un personaje y con un tono infrecuente. Tuvimos un ida y vuelta estupendo, dinámico, como si trabajáramos juntos todo el tiempo. Y la última película que habíamos hecho había sido como hace veinte años, India Pravile, de Mario Sábato. Después nos vimos en algunas participaciones que yo hice en sus programas, donde teníamos que hacer distintas parodias sobre la solemnidad de los actores. ¡Lo que nos reímos, por favor!
–¿Tenés alguna cuenta pendiente o sentís que el medio esté en deuda con vos?
–No, la verdad que no. Qué plomo sería si pensara así, un bajón. Si yo creyera que el medio está en deuda conmigo estaría poniéndome en un lugar de mierda, haciéndome la víctima por algo que no está sucediendo como yo quisiera y sería pura frustración.
–¿Cómo definirías tu actualidad profesional?
–Me siento tan conforme con los pasitos que fui dando y a lo que me fui atreviendo, como esto de autogestionarme un trabajo, que no pido más. Soy una agradecida al oficio. Tal vez en otro momento hubiera dicho que me encantaría escribir un guion de cine, pero hoy, aquí y ahora, estoy en una etapa de disfrute en lo personal y en lo profesional.