De cerca | ENTREVISTA A JULIANA GATTAS

«Me armé un personaje»

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Valeria Tentoni

A veinte años de la fundación de Miranda!, la banda lo celebra con un disco de versiones con invitados sorpresa y un show de estadio. El debut solista de la cantante.

Seguidilla. Después de dar cuatro shows en el Luna Park en octubre, el dúo de Gattas y Sergi desembarca en la cancha de Ferro el 7 de diciembre.

Foto: Subcoop

«Me da igual. Soy rara de todos lados», responde Juliana Gattas al camarógrafo cuando le pregunta qué perfil prefiere. Y es cierto que la integrante de Miranda!, banda que fundó junto a Alejandro Sergi hace dos décadas, sí que es una rareza: artista exploradora, cantante que entre otros talentos secretos se reserva el del dibujo o la escultura, por estos días además prepara el lanzamiento de su primer disco solista.
Después de pasar por Chile y Ecuador, Miranda! bajará la cordillera argentina por San Juan y Mendoza para aterrizar en Buenos Aires en octubre y entregar cuatro shows en el Luna Park. Pero la seguidilla que parecía coronar su fin de año no fue suficiente, y tras algunos shows en Uruguay y México, el dúo volverá a la ciudad de la furia el 7 de diciembre: Ferro será su primer recital de estadio. 
Ancestros árabes e italianos se cruzaron para que llegara al mundo en Buenos Aires hace 44 años. Gattas comenzó a tomar clases de canto con una paciente de su padre médico, el mismo que surtía los parlantes de la casa y el auto con discos de jazz y bossa nova. Aquella maestra fue Cecilia Escudero, que organizaba muestras de alumnos en el Café Tortoni cada fin de año. «Ahí me animé a cantar por primera vez. Me daba mucho pudor subir al escenario, pero vi que había algo», cuenta.
Cuando cumplió quince, a Juliana le dieron a elegir entre fiesta o viaje y se quedó con un vuelo a Nueva York acompañada por su mamá.
Paseando por la calle Broadway, entre los teatros se cruzaron con un negocio que vendía discos con pistas para practicar las canciones de los musicales en cartel. «Encontré uno con temas de Billie Holiday, Sarah Vaughan y Ella Fitzgerald, y me lo compré. Para mí era una gema. Cuando volví, empecé a ofrecer un show a restaurantes con ese mismo disco, del que hice varias copias por si se me rayaba. Las pistas eran fieles al cien por ciento del original y tenían unos solos larguísimos de batería, bajo o piano durante los que yo no sabía dónde meterme, esperando a que tocara un saxo que no existía. Y mi primera colaboración con Alejandro, que ya estaba haciendo música con computadora, fue pedirle que me cortara esos solos. Eso fue lo primero que hicimos juntos».

«En términos generales, está re bueno avanzar sobre los prejuicios y que le encuentres el sentido a todas las cosas. Y eso viene un poco del arte pop.»

Corrían los años noventa y Miranda! todavía era una promesa. «Omar Chabán publicó una solicitada en el diario Clarín en la que buscaba comediantes, cantantes, bailarines, performers, músicos, DJ. Así que fuimos los dos», cuenta. Cuando llegó al casting en Cemento, ella cantó lo que había aprendido: standards de jazz. Pero, después de terminar, Chabán le pidió que lo hiciera de nuevo. «Esta vez en alemán», propuso. Ella no conocía el idioma, pero obedeció. «Era una prueba. Ale quedó como musicalizador de la obra y yo quedé como cantante, aunque después me empecé a meter en los sketches de los demás. E ingresé a un mundito diferente», recuerda de esos meses en que formó parte del elenco del varieté Clásico amoral, un show que iba todos los miércoles y para el que se habían convocado exclusivamente a artistas desconocidos. Un buen día, de repente, Chabán les ofreció cambiar el programa y subir al escenario con Miranda! «Fue un gran bautismo de nuestra banda», dice.
–¿Y cómo siguió todo a partir de ahí?
–Fue escalonado, en realidad. Fueron como cuatro o cinco años de under. Nosotros siempre estábamos tocando. Siempre estábamos creciendo, de a poquito, y nerviosos porque cada vez venía más gente. Primero eran nuestros amigos, pero después nuestros amigos volvían. Venían a todos los shows y eso servía como indicador de que estaba bueno en serio, entonces nos daba ganas de darle mucha pelota al proyecto.
–Gustavo Cerati fue uno de los primeros en recomendarlos, ¿cómo fue ese encuentro?
Cerati fue una gloria. Él siempre fue muy curioso y salidor, nos vio en varios lugares y le llamó la atención, así que nos recomendó en un suplemento cultural con nuestro primer disco, Es mentira. Después vino a tocar en vivo con nosotros, esto incluso antes de que salgan temas más conocidos como «Don».
–¿Ahí dirías que «comenzó todo»?
–Lo que pasó con la banda fue más por Sin restricciones, que tenía temas como «Don» y «Yo te diré». Primero explotó en Chile y México, y el disco empezó a sonar en todos lados. Comenzamos a salir de gira, aparecieron los fan club. La gente pedía nuestros temas en las radios. Entrar a un local a ver un jean y escuchar un tema nuestro era psicodélico. Todavía lo es.

–¿Cómo fueron buscando su estilo, tan singular?
Jugamos mucho. Estábamos muy de acuerdo en que nos gustaba todo y que no nos importaba que nos gustara todo. En los noventa había una cosa muy marcada con los placeres culposos, y nosotros nos propusimos romper un poco con eso. Estábamos metidos en el barro con las bandas de rock chabón, pero por otro lado aparecía el under. Un profesor de guitarra me dijo algo que siempre recuerdo: él me estaba enseñando a tocar canciones de Joni Mitchel y bossa nova, piezas así, más cool. Un día a mí se me ocurrió tocar «Don’t speak» de No Doubt, pero no me animaba a decirle. Tardé mucho, hasta que caí con el tema en un discman y se lo mostré, con toda mi vergüenza. Para mi sorpresa, él me dijo: «Por supuesto que lo tocamos, este tema está buenísimo, pero además acordate siempre que cuantas más cosas te gusten, mejor para vos». Es tan básico como eso. En términos generales, está re bueno avanzar sobre los prejuicios y que le encuentres el sentido a todas las cosas. Y eso viene un poco del arte pop. De Warhol, por ejemplo, que avanzaba incorporando elementos de otras artes o del mundo doméstico, temas o personajes que el arte tenía prohibido, formas fáciles de hacer arte, cosas así. Y eso, salvando las distancias, se asemeja un montón a lo que buscamos hacer nosotros. Seguimos esa escuela de que no nos importe nada. Queremos movernos en mundos en los que incomodamos para terminar con la farsa de los prejuicios, que no sirven para nada.

Fantasías animadas
El aniversario de Miranda! cayó en pandemia: se cumplían dos décadas desde su primera salida, y lo que podría haber sido un disco de grandes éxitos polvoriento devino en Hotel Miranda, ambicioso proyecto que supuso colaboraciones en voz y producción de sus mejores hits. Artistas como Catriel, Andrés Calamaro, María Becerra, Emilia Mernes, Bándalos Chinos, Chano, Cristian Castro, Emmanuel Horvilleur o Juan Ingaramo protagonizaron versiones y videoclips diseñados con un hilo conductor que acerca el resultado al de una película musical por entregas, bajo la dirección de Melanie Anton Def. «Terminó siendo algo que no esperábamos. Algo que deseábamos que sucediera, pero no imaginábamos posible», dice Gattas.

«Ni siquiera la música me gusta tanto como para solo hacer música. Miro más películas que escucho discos, y puedo estar horas dibujando o sacando fotos.»

En simultáneo al éxito de Hotel Miranda, Gattas acaba de terminar el rodaje de Los domingos mueren más personas, una película de Iar Said en la que participan actrices como Rita Cortese, que aborda el tema del duelo y la eutanasia. Fanática del cine y de Federico Fellini, la cantante tuvo antes un par de incursiones en la pantalla grande, en La parte ausente e Hipersomnia, pero ahora le dieron, por primera vez, un papel más protagónico.
–Sos muy conocida por tu rol en Miranda!, pero la música no es el único arte que te interesa.
Siempre fui muy inquieta. Lo primero que me gustó, de chiquita, no fue cantar sino dibujar. De adolescente tomé cursos de absolutamente todo, pero los iba dejando y no porque me aburriese sino porque enseguida se me despertaba otra curiosidad nueva y enorme. Estudié violín, escultura, pintura… Quería aprender cómo se hacía todo, y después largaba. Durante mucho tiempo sentí culpa por ese comportamiento, mis padres siempre me reclamaban que dejaba todo a medio hacer. Con los años descubrí que mi personalidad es así, y que a la larga eso me sirvió. En Miranda! esto es explícito: estoy detrás del escenario, del maquillaje, de la ropa, del pelo, de la decoración. Hice mil minicursos de cada una de estas cosas. Ni siquiera la música me gusta tanto como para solo hacer música. Miro muchas más películas que escucho discos, y puedo estar horas dibujando o sacando fotos. No a un nivel académico, sino como un modo de expresión. No me interesa definirme. Y a mucha honra. Ya abandoné esa vergüenza. Organicé ese caos y lo amo.

Foto: Subcoop

–¿Clases de teatro tomaste?
Tomé clases de teatro para niños y no me gustaron. Me intimidaron y no quise ir más. Pero supongo que cuando estuve en la varieté de Cemento aprendí mucho de los actores, porque los veía trabajar. A mí me encanta hacer reír, desde chiquita: soy re payasa. Pero hay algo en hacer el ridículo que también es una especulación. Cuando hacés el ridículo, rompés algo. Se libera la tensión de la sala y el público disfruta más. Eso mismo que me enseñó Chabán de sacarme el prejuicio de querer hacerme la cool y venderme a mí misma, ahora lo hago por motu proprio en los comienzos de los shows. El ridículo habilita a la gente a estar más cómoda, porque en una situación de espectáculo la gente tiene miedo por más que no se vaya a subir al escenario. Temen que los vayan a señalar, que se les escape una tos en un mal momento. Para romper esa presión, en Miranda! salimos con la canción más fuerte que tengamos, vestidos ridiculísimos, maquillados con todo, usando máscaras y antifaces, y entonces la gente ya se para a bailar automáticamente. 

«El show en vivo es irremplazable. No es lo mismo que verlo en YouTube: no suena igual, pero además a las personas les gusta estar ahí. Es muy mágico.»

–¿Disfrutás los escenarios?
–Sí, lo que más me divierte son los shows en vivo. Pensar en los gestos, la ropa, las luces, el momento. El show en vivo para mí es lo más irremplazable que hay. No es lo mismo que verlo en YouTube: no suena igual, pero además a las personas les gusta haber estado ahí. Es muy mágico. El estudio es más matemático. Creo que en Miranda! es donde más cambia mi personalidad para subir al escenario. En algunas canciones participé en la letra, pero es más toda una obra creada por un cerebro y un corazón ajeno, el de Ale. Y en el escenario me armé un personaje que hace años voy modificando, ni loca soy la misma persona abajo. Me encanta la fantasía y no me entusiasma ir a ver a un músico y que me dé lo mismo escucharlo en mi casa que verlo en vivo: algo tiene que cambiar. Yo pienso que mi trabajo en Miranda!, y mi trabajo en general, como cantante, es de actriz. No soy tan autora. No me volqué tanto a eso. Soy mucho más intérprete, me gusta más eso y siempre le di mucha bola. 
–¿Cómo te llevás con ese rol?
–Me parece muy interesante. No me pesa para nada, no tengo estigma de no escribir canciones. Me gusta un montón interpretar y me dedico con mucha pasión a hacerlo. Siempre lo viví así. Son palabras ajenas, pero me divierte ver cómo las digo, cómo las atravieso, cómo llegan. En el caso de Miranda!, que tocamos un montón, les encuentro otro sentido, otro vestuario. Me dedico mucho más a eso que a comunicar algo de cero. Pero con mi disco solista voy a explorar.

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