27 de junio de 2025
En su último disco, Trinar, la intérprete debuta como compositora con un puñado de canciones que le rinden tributo a su abuela y a su Catamarca natal. Identidad, reflexión y folclore.

Nadia Larcher es una de los exponentes del folclore más importantes de la última década. Ni espectacular, ni rutilante: es una presencia hecha de sustancia y talento, siguiendo la huella de artistas como Luciana Jury o, más atrás en el tiempo, Liliana Herrero. Se define como cantora, pero tal vez sea una expresión de pura y genuina modestia: a esta altura habrá que señalar que destaca por su concepción amplia de temas como la cultura popular, la identidad y la función de los artistas. Su voz se extiende mucho más allá del mero canto: se apoya y apunta al pensamiento. Ha realizado investigaciones sobre músicas ancestrales del noroeste argentino y se desempeñó como profesora de literatura en colegios secundarios.
Nació en Aldalgalá, provincia de Catamarca, y su último disco es, como no podría ser de otra manera, conceptual. Está consagrado a su abuela, una pastora que llegó a arrear unas mil cabezas de cabras en los cerros del oeste catamarqueño, y que vivió ciega los últimos treinta años de su existencia. La portada del disco es una foto preciosa de su rostro, una cartografía de arrugas y surcos, que tomó la misma Nadia con su celular.
«El folclore, que es de donde yo vengo, es una tierra donde vislumbrar lo nuevo, se manifiesta muy vital, es como humus negro, fértil, para seguir creando.»
El álbum tiene que ver con palabras como legado y herencia. Se titula Trinar – La flor, es su primer trabajo de canciones propias y lo produjo artísticamente Andrés Pilar, pianista y uno de sus compañeros en la agrupación Don Olimpio. «El disco está, sí, inspirado en la fuerza de mi abuela María y en su concepción de la música. Ella no decía “tocar” música, ella decía “trinar” la música. Era su idea, inspirada en los pájaros, que fueron su música mientras vivió en el cerro, mientras criaba once hijos y era pastora de cabras», dice.
Volverá a su abuela como forma de reconocerse; de plantear desde el pasado, el futuro. Larcher siempre se movió entre la raíz y las posibilidades más audaces del arte. Aquellas investigaciones y viajes por valles y montañas del norte quedaron plasmados en el documental El país de la vidala, dirigido por Ignacio Lovel y Carolina Cabrera. La película busca responder una pregunta que muchos se hacen: «¿Cuál es la música de Catamarca?». Pues bien, en esencia es la vidala, y ello lo explica en el documental con afán pedagógico y casi militante.
Hace doce años empezó a venir a Buenos Aires. Se hizo conocida primero con el dúo Seraarrebol, junto a Nacho Vidal, y luego con el Proyecto Pato, dedicado a difundir la obra del compositor catamarqueño Luis Víctor «Pato» Gentilini. Actualmente, sigue siendo la voz de Don Olimpio, quinteto que combina música de inspiración camarística y peña. Y alterna Catamarca, Buenos Aires y París, donde desarrolla un espectáculo con dos bailarines y otros músicos. Pero ahora está acá, en un patio de Palermo, especialmente apasionada con este Trinar – La flor.
–¿Por qué tu abuela, por qué ahora?
–Yo siento que hay un hechizo en ella, en pensar la música como una forma de hermanarse con los pájaros. Eso es lo que más me interesa, la posibilidad de ponerle alas al canto. Porque el folclore, que es de donde yo vengo, es como una tierra donde vislumbrar lo nuevo se manifiesta muy vital, es como humus negro, fértil, para seguir creando. Y mi abuela es como el combustible, el abono de todo eso. Además, por supuesto, todo lo que significa la palabra «abuela» en nuestro país.
–Las Abuelas de Plaza de Mayo.
–Claro. El arquetipo de la abuela en la Argentina es muy importante, tiene que ver con la representatividad. Las Abuelas de Plaza de Mayo son la metáfora perfecta de la búsqueda de la identidad. Son la restitución, la reconstrucción y, además, son pioneras en generar en el mundo un banco de datos para encontrar las personas. De ahí la importancia de este disco para mí: significa haberme reencontrado con mi sangre, con mi origen. Desde que salí de mi pueblo siento que emprendí un camino de iniciación. Casi como si fuese un cuento, la manera de volver es yendo hacia mi abuela. ¡Siento que soy más argentina que la bandera en ese punto!
El disco fue presentado el 17 de mayo en el Teatro Margarita Xirgu, en el corazón de San Telmo. Habla, y vuelve a la abuela, inevitablemente: «Me acuerdo que ella, para anunciar que los animales estaban llegando a las majadas, usaba un grito: “¡Uhu!”. Jugaba con el eco de la montaña. Yo tengo metidísimo eso cuando canto. Canto buscando esas dinámicas de los valles, de las montañas». Trinar – La flor son ocho canciones, con una banda base que integran Andrés Pilar en piano, Pedro Rossi en guitarra y Fernando Silva en contrabajo. La heterogeneidad de los invitados marca la variedad tímbrica del trabajo: Mariano «Tiki» Cantero, Juan Quintero, Luna Monti, Nicolás Ibarburu, Santiago Segret, Juan Pablo Di Leone, Ramiro Flores, Sergio Wagner y Juan Canosa.
«Escribir canciones puede ser un oficio alucinante. Mi modelo es Ramón Navarro, que recorrió el mundo abrazado a su guitarra sin olvidarse de dónde venía.»
«La musicalidad de Trinar – La flor viene de muchas influencias», dice. «Hay sonoridades que creo que representan mi ser como escuchante de la música argentina. Arrastran en esa vertiente lo que quiero decir y transmitir en esta época. Ojalá que el hecho de que sea de canciones propias sea un punto de partida, el inicio de un camino como compositora. Escribir canciones puede ser un oficio alucinante. Mi modelo en ese sentido es Ramón Navarro, un artista que recorrió el mundo abrazado a su guitarra y a sus canciones, sin olvidarse de dónde venía».
–¿De dónde creés que vienen esas ocho canciones tuyas? ¿Desde dónde componés?
–Yo hace tiempo estaba buscando una intimidad. Tanto en vivo, como en el estudio y en los trabajos colectivos, necesitaba un diálogo con la intimidad de la música. Como casi todo el mundo, en pandemia se cortó la posibilidad de tocar con otros, y me quedé sola con mi guitarra. Ahí comencé un proceso de composición que derivó, finalmente, en este disco.
–Formás parte de una tradición, la de las cantoras argentinas. Desde Mercedes Sosa a Liliana Herrero, pasando por Teresa Parodi, es una tradición riquísima. ¿Cómo te integrás a esa historia?
–Justo nombraste tres iconos y maestras de la música argentina. Pensando en ellas, podemos esbozar una idea para definir qué es una cantora argentina. Si arrancamos por Mercedes, creo que lo que ella hizo fue multiplicarse infinitamente en el deseo de alzar una voz para disfrutar, para hablar, nombrar y darle carne a la belleza. Y, sobre todo, para honrar a las otras, a las anteriores. Mercedes honraba a la figura de su madre, a la figura de otras madres con músicas como Margarita Palacios. Fue una artista que multiplicó. Liliana Herrero es una cantora que piensa desde la voz o, si querés, es una voz que piensa al cantar y nos invita a todos nosotros a pensar. Y Teresa Parodi es la cantora que se para a la par de su pueblo: el albañil, la campesina, el canoero. Nos trae la magia de lo cotidiano, habla y nombra a su tiempo a través del pueblo. O sea, Mercedes, Liliana y Teresa: lo colectivo, el pensamiento, el pueblo.

–Definiste con precisión a tres artistas clave. ¿Y a Nadia Larcher cómo la describís?
–Una cantora que se referencia en esas maestras para poder anclar, volver a la raíz con alegría. Alguien que entiende que es necesario escuchar. Escucharlas a ellas. Y probar una y otra vez, aunque la adversidad sea lo más fuerte.
–¿Cómo te parás ante esa adversidad?
–Yo lo planteo como algo que ocurre no solo en nuestro país, sino en todo el mundo. La cultura está asediada. Las políticas de derecha vienen con todo en contra de discursos que hemos ido construyendo acerca de la equidad, la igualdad. Este presente global invita a reflexionar. Entender cómo van a teñir nuestro canto la voluntad de resistencia, de lucha. O, incluso, de una nostalgia, de una pena. La voz es como un barro que va tomando los dolores del presente. Hay que pensar si nuestras voces van a agravar la angustia y el dolor y si van a traer la alegría de las resistencias. Una esperanza. Es el momento para estar con los pies en la tierra, al lado de la gente, de los luchadores, de los trabajadores, de las personas que están pidiendo por otro tipo de humanidad. Yo pienso mucho en los artistas de los 60, de los 70: Víctor Jara, Violeta Parra, Mercedes Sosa, Joan Báez. Ahí tenemos referencias para mirar este tiempo, que se ha puesto muy dañino. A diferencia de otras coyunturas, ya no tenemos la posibilidad de sentarnos en la mesa a conversar con ese poder. Hay un estado de voracidad y de ambición que no permite la escucha. Entonces, tenemos que empezar a escucharnos entre nosotros.
«La cultura está asediada. Las políticas de derecha vienen con todo en contra de discursos que hemos ido construyendo acerca de la equidad, la igualdad.»
–¿Qué estás haciendo en Francia?
–Ahora mismo vuelo a París. Me involucré en un proyecto buenísimo, junto a dos bailarines. La obra se llama Ultimo helecho, y la hago con Nina Laisné y François Chaignaud. Es muy interesante: la escenografía replica una gran roca, que está inspirada en las piedras de Catamarca. Y representa todo lo que estoy defendiendo hoy en día, que es la soberanía de nuestros recursos. Peleo por ese derecho, soy de Catamarca y sé de qué hablo. Es un espectáculo que a mí me interesa especialmente, porque fui invitada a participar de todo el proceso creativo. Mi temor era ir a Europa a representar un papel ya escrito, de algo que ellos creen que una es. Si hubiera sido así, no tenía sentido para mí todo esto. Hacer de coya, no. Al menos hasta octubre voy a estar haciendo Ultimo helecho en París, y también girando por distintos países.
–¿Barajás radicarte allá?
–Mirá, es saludable cómo existe en París una estructura estatal que defiendo la cultura. Y lo que es la historia de Francia, tan aguerrida. Es más, yo soy muy de los signos, de los números. Y nací el 14 de julio, el día de la Revolución Francesa. Mi apellido allá suena como «la arquera», no la del fútbol, la del arco y flecha. L’archer: no me disgusta. Te podría hablar horas de Francia, pero radicarme… ¡Ni loca!