De cerca

«Mi arte es joven, no yo»

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Referente de los años dorados del Di Tella, el pintor y escultor se erigió en una de las figuras centrales del arte pop local y también obtuvo reconocimiento a nivel internacional. La actualidad de una obra que atrae a las nuevas generaciones. Ideas y creaciones impregnadas de humor e ironía.

Figura estelar del arte pop argentino y latinoamericano, Edgardo Giménez es un artista visual ligado con el Instituto Di Tella que se ha destacado como diseñador, pintor, escultor y arquitecto. Luego del cierre del Centro de Artes Visuales del Di Tella, dirigido por el crítico y teórico de arte Jorge Romero Brest, trabajó con él en diversos proyectos y diseñó su Casa Azul, en City Bell. Ha recibido numerosos premios y sus obras se exponen en diferentes museos de todo el mundo. La pieza que presentó en la última Bienal de Arte Joven de Buenos Aires, «Tarzán y la fuente mágica», expuesta desde hace meses en el Centro Cultural Recoleta, a pocos metros de su departamento en la Ciudad de Buenos Aires, atrae a una multitud de visitantes. La entrevista con Acción se celebró en uno de los bares de la zona. Con mucho sentido del humor y del retruécano, de los tonos irónicos e insinuantes, que lamentablemente se pierden en el lenguaje escrito, Giménez se refirió a su trayectoria y su participación en arteBA en abril próximo, a sus proyectos y logros, además de otras observaciones sobre el arte.
–Nuevamente presentás tu obra en arteBA. ¿De qué se trata esta vez?
–Presento una obra nueva, que es una serie de esculturas de perros caniches, en el espacio de mi galerista, María Calcaterra. Es una cosa nueva, porque a mí se me conoce por los monos, pero esta vez me he dedicado a los perros, y a los más sofisticados y disparatados. Son un poquito más grandes que los naturales y están hechos en madera, con el corte de pelo demencial que le hacen las dueñas millonarias. Pero descubrí que, a través de ese corte de pelo insensato, esa gente se divierte. Y también hace divertir a los demás, estropeando algo.
–¿Se trata de un homenaje a los caniches?
–La obra es un homenaje a la demencia humana, que yo agradezco, porque gracias a esa locura nos salvamos todos de aburrirnos profundamente, en un mundo donde pasan tragedias todo el tiempo. Entonces, esa gente que no sintoniza con la tragedia cotidiana, que es otro tipo de locura, merece ser reconocida. En toda mi obra he apuntado a eso, pero ahora lo hago con más énfasis.
–Una parte considerable de tu obra está dedicada a los animales.    
–Claro, porque me encanta observar lo que me rodea. El taller que tengo afuera, en Punta Indio, está rodeado de naturaleza, por todo un parque inmenso que yo diseñé. Y realmente me deleita mucho estar ahí. Me di cuenta de que por el parque andan como nueve tipos de picaflores y no sé cuánta variedad de alguaciles. Lo que sucede es que tengo ejercicio de saber mirar y no dejo pasar nada sin mirarlo. Son siete hectáreas y de bosque debe haber un poco menos que la mitad. Por supuesto, hay mucha variedad de árboles, de flores y de perfumes que muy pocos perciben. Es una lástima, porque como uno está de paso en este planeta, se pierde de experimentar cosas maravillosas.
–Participaste varias veces de arteBA.
–Siempre, desde el primer arteBA; estuve en todas las ediciones. En la primera estuve con la galería de Federico Klemm y expuse pintura, si bien no habitual. En otras ediciones también participé con pinturas, pero además con esculturas y objetos. Creo que en 2010 estuve con una instalación, con la escenografía que hice para la película Sexoanálisis, que era el dormitorio de una super-star y la invité a Moria Casán, que aceptó encantada. El periodismo se puso como loco con ella, porque, ya sabemos, el cholulismo está en todas partes. A Moria la conocía desde antes, cuando hice body-art con ella, en mi primera retrospectiva, en el Museo de Arte Moderno, en los años 80. Siempre me ha ido muy bien en arteBA. Eso es para destacar.
–¿Por qué sería para destacar?
–Porque también te puede ir muy mal. Pero mis obras siempre han interesado en arteBA y muchos coleccionistas las han adquirido allí. La presidenta de arteBA, que es la nieta de Amalita de Fortabat, Amalita Amoedo, compró en un arteBA el famoso mueble de la piedra, un diseño que hice en 1967, con lo que me anticipé unos veinte años a la aparición en Italia del grupo Memphis, el gran movimiento de arquitectura y diseño industrial fundado a finales de los 80. Es un mueble bastante increíble.
–Tanto que te convierte en precursor del movimiento Memphis.
–Es que mi actividad es tan múltiple que difícilmente se me puede preguntar sobre algo que no haya hecho.
–No puede ser.
–Puede. Mirá, comencé en publicidad haciendo diseño gráfico y escenografías para cine y teatro. Seguí con arquitectura, pintura, escultura y diseños de objetos de uso cotidiano. La primera presentación de Susana Rinaldi, en el Embassy, tuvo escenografía mía. En aquella época no me gustaba el tango y si ahora me gusta es debido a ella, una gran artista, porque me llevó a un territorio que yo negaba. Ahí uno percibe cuándo un artista es realmente un artista. O sea, sin diploma de nada, porque yo no tengo ningún título habilitante ni como arquitecto ni como diseñador, pero hay obras mías de arquitectura expuestas en el MoMA de Nueva York, porque lo que gustó mucho es la casa que hice para Jorge Romero Brest, en City Bell, la Casa Azul, a principios de los 70.
–¿Existe esa casa todavía?
–Existe, pero la han modificado. Lo que mejor hace la gente es destruir. Los sensibles, los delicados, los que saben mirar, siempre son los menos. Por suerte, no es una raza en extinción, y son aquellos que mantienen el gusto. Hay que considerar que, a mis 77 años, me han invitado a la Bienal de Arte Joven de Buenos Aires, lo que es bastante significativo, ya que por edad soy lo opuesto a eso. Mi obra «Tarzán y la fuente mágica» se expone en el Centro Cultural Recoleta, dentro del marco de la Bienal, con un éxito muy especial.
–Considerando justamente tu edad, ¿por qué te invitaron?
–Porque mi arte es joven, no yo. Y no todos los jóvenes hacen arte joven.


–¿Pero no te sorprendió la invitación?
–No, no me sorprendió. No era para tanto, dado que mi obra sigue vigente. Tanto los medios locales como los extranjeros, sobre todo estos últimos, se ocupan de mi producción con mucha seriedad y respeto. En Estados Unidos existen siete museos nuevos que tienen obra mía y hace poco la fundación estadounidense Isla compró mi archivo personal. Por lo tanto, ¿qué es ser joven? ¿Qué es ser viejo? A Romero Brest, a los 80 años, lo entrevistaba gente muy joven, porque lo que proponía le interesaba a los jóvenes. El quiebre que logró Romero Brest en el arte, en esa década dorada de los 60, se debió a esa gran apertura que tenía y que los culturosos de siempre despreciaron, pero que afuera muchos, como el crítico Pierre Restany y otros, reconocieron. Tanto es así, que todavía se habla del Di Tella, que es como una especie de equivalente a Gardel en el arte argentino.
–¿Te llevás bien con los jóvenes?  
–Muy bien. Todos mis fans son jóvenes. Algunos se hacen tatuajes con diseños míos. Hay uno que diseñó una estampita que se llama San Edgardo Giménez, con un rezo en el dorso y todo. Eso me parece genial. En mi próximo libro me refiero a mi experiencia con los jóvenes, porque son ellos los que verdaderamente se divierten con mi obra. Aparte, me quieren mucho, con un cariño totalmente inesperado para mí, ya que nunca me imaginé que algo así me iba a pasar a mi edad. Yo pensé que sería olvidado, como le ocurre a la mayoría de los artistas, especialmente en este país, donde la gente se olvida de todo. Pero no, los jóvenes se han ocupado para que yo siga vivo y siga provocando con mi arte, sobre a todo a ellos.
–Recién hablabas de un próximo libro, ¿en qué consiste?
–Ya he publicado tres libros, diseñados y producidos por mí, pero el que viene no lo diseño yo. El último, Carne valiente, fue financiado por Art Democracy, una revista de arte que ahora se discontinuó, y Carlos Landín, un coleccionista. Ese libro, una especie de autobiografía cómica, lo promocioné como el único libro antidepresivo del mundo del arte, lo que funcionó muy bien. Y hasta hubo gente que lo compró buscándolo así… Es un libro divertido, con muchas imágenes y frases, máximas y sentencias, que a mí me gustan porque me hacen pensar lo que antes no pensaba y me muestran otros puntos de vista. Por ejemplo, hay una frase de Tolstói que dice: «Hay que considerar la opinión de los estúpidos porque son mayoría». Esa me encanta: es una verdad indiscutible. O esa frase de Woody Allen que dice: «El sexo sin amor es una experiencia vacía, pero es la mejor de las experiencias vacías», también me parece muy genial, como muchos de los aforismos y máximas de Oscar Wilde. Una de sus frases dice: «Solo hay dos tipos de personas realmente fascinantes: los que lo saben absolutamente todo y los que no saben absolutamente nada».
–Extraordinaria frase, ¿pero de qué trata tu nuevo libro?
–El nuevo libro se llama Inéditos y se compone de todos los proyectos que nunca pude concretar, que no son pocos, en distintas áreas, ya que no siempre fui profeta en mi tierra. Es un libro visual, con diseños y maquetas de casas, de vajillas, de esculturas, de cantidades de cosas que quedaron en bocetos. La producción está a cargo de la fundación Isla y la fundación I-D-A, que quiere decir Investigación en Diseño Argentino, y lo escribe María José Herrera, que conoce mucho mi obra, y un redactor de la revista alemana Taschen del que, lamentablemente, ahora no me acuerdo el nombre. El proyecto está muy avanzado pero, como decía, no lo diseño yo. Los que están a cargo no quieren que lo diseñe porque necesitan otro estilo que no sea el mío, que tiende a mostrar en grande, mientras que ellos prefieren hacerlo con muchas imágenes pequeñas y detalles menores. Creo que el criterio es correcto, porque el libro es como una especie de diccionario Giménez.
–¿Hay que esperar mucho entonces para otro libro con diseño tuyo?
–No tengo idea, pero el próximo libro que pienso publicar con obra y diseño míos se llama ¡Pum para arriba!, que será la continuación de Carne valiente, con la diferencia de que tendrá mucha opinión de otros respecto de mi obra y una selección de reportajes que me han hecho, algunos muy buenos. También pienso dejar todo indicado por escrito para una muestra mía post mortem, que podría llamarse Edgardo Giménez desde la tumba, aunque todavía es un proyecto que no tengo del todo claro, pero me gusta la idea.  
–Esperemos que esa muestra se demore mucho.
–Nunca se sabe.
–Fuera de arteBA, ¿en qué espacios locales es posible conocer obra tuya?
–En la galería de María Calcaterra, por supuesto, en el Museo de Arte Moderno y en el Museo de Bellas Artes, donde se expone el mono blanco y una pintura con un cupido con una paloma en la mano. También hay obra mía en el Museo de Rosario y en el Museo Mar, de Mar del Plata.
– ¿Te gustaría volver a estar en la Bienal de Arte Joven este año?
–Por supuesto, yo me divierto muchísimo con los jóvenes y con lo que hago. Como dice el tango de Tita Merello: «La vida es corta y el pasarla a té de tilo, preocupado y con estrilo me parece que es atroz». Esa frase regula mi vida.

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