De cerca

Mujeres fuertes

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La actriz vuelve a ponerse en la piel de la teniente Ripley, en una secuela de «Alien». Pero también disfruta de su papel de madre y abuela en la inminente «Un monstruo viene a verme». Sus comienzos y las experiencias que la marcaron. Temores y certezas de una estrella con los pies en la tierra.

(Foto: Rex Shutterstock/Dachary)

 

Aunque su carrera se extiende a lo largo de cinco décadas, ha sido nominada en tres ocasiones al Oscar y algunos de los personajes que intepretó han quedado inscriptos para siempre en la historia del cine, Sigourney Weaver siempre parece sorprenderse de que se la trate como una leyenda de la pantalla grande. Tan alta como elegante, la actriz de 67 años a la que todavía seguimos viendo como la teniente Ripley –el personaje que volverá a interpretar en la nueva secuela de Alien– sigue teniendo un intenso ritmo de rodaje. En estos días se la puede ver encarnando a la madre de Felicity Jones en Un monstruo viene a verme, de Juan Antonio Bayona; ha completado el rodaje del thriller Re-Assignement y graba actualmente la serie Los defensores. Y como si todo esto fuera poco, espera el momento en que James Cameron comience a filmar las tres secuelas de Avatar, que se estrenarán a partir de 2018.
–Juan Antonio Bayona creció viéndote en Alien y soñando con dirigirte algún día. ¿Te sorprende que sigas consiguiendo trabajo gracias a ese papel?
–Sí, me sigue sorprendiendo. Pensaba que era la única que se había dado cuenta de que esa era la razón, pero es cierto: pensé que Bayona me había contratado porque estaba convencido de que soy una gran actriz y, por supuesto, cuando nos conocimos, de lo único que quería hablar era de Alien. Es un gran director y Un monstruo viene a verme ha quedado muy bien. Para mí fue un gran desafío y le estoy agradecida por haberme ofrecido un papel dramático muy jugoso. A esta altura de mi carrera no me los suelen ofrecer, aunque es algo que les pasa a casi todas las actrices de mi generación. Lo cierto es que me encantó el material y disfruté mucho de trabajar en Barcelona. Lewis MacDougal es brillante, lo mismo puedo decir de Felicity Jones. Fue uno de esos trabajos en los que no ves la hora de llegar al set cada mañana.
–¿Cuál es el monstruo personal que más te asusta?
–Supongo que el miedo a fracasar con cada nuevo trabajo que hago. Estoy segura de que todos los actores están tan aterrorizados como yo con cada nuevo personaje. Con cada película es como si nunca hubiese actuado antes. Siempre siento que estoy empezando de cero y ese es un monstruo personal. Tengo que tranquilizarlo: es una parte de mi personalidad que vive un ataque de pánico con cada desafío. Es parte del proceso para mí. Todo pasa por no entrar en pánico y tratar de amigarme con mi monstruo.
–¿Cuál dirías que es tu legado en el campo cinematográfico?
–La verdad es que hice solo unas pocas películas que han trascendido. Y, obviamente, la más importante fue Alien, porque todo el mundo se conectó de una manera u otra con ese film. Pero lo que traté de hacer con mi trabajo es interpretar a diferentes mujeres de la manera más auténtica posible. Cuando me dicen que fui una especie de pionera en interpretar mujeres fuertes, suelo responder que piensan eso porque no estuvieron rodeados de mujeres. Para mí las mujeres son fuertes por naturaleza y verdaderamente fascinantes. Prefiero ser actriz y no tener tantos papeles ni ganar mucho dinero, a ser actor y solo poder encarnar a hombres. Las mujeres me parecen mucho más interesantes, y más difíciles de predecir. Lo cierto es que cada vez que miro hacia atrás me doy cuenta de que he tenido mucha suerte, porque trabajé con muchos directores que intentaban revalorizar a las mujeres, como Ridley Scott. Nunca hablé con él sobre lo dura que debía ser Ripley. Simplemente sentí que estábamos en la misma linea de pensamiento. Había ocasiones en las que  Ripley mostraba una fortaleza admirable para la época.
–Las mujeres fuertes también pueden ser emotivas.
–Es cierto. Y esa fue precisamente una de las razones que me atrajeron de Un monstruo viene a verme, porque me tocaba interpretar a una mujer que sentía que su misión era lograr que todo siguiera funcionando, porque no era ella la que se estaba muriendo. Ella tiene que apoyar a su hija y a su nieto. Obviamente, en mi vida privada soy muy emotiva, y por eso me encanta hacer de madre o de abuela en el cine. También disfruto de todos los papeles extraños, pero cuando puedo hacer de personajes más cercanos a la realidad la paso muy bien transitando por un territorio más emocional.
–¿Hay un cambio generacional en el estilo de actuación?
–No sé si es necesariamente así. Me quedé muy impresionada con la forma en la que Felicity encaró su papel. Nos sentamos a hablar con médicos, visitamos hospitales y muchas de esas cosas las hicimos juntas. Ella se dedicó a aprender todo lo que pudo sobre cómo es ser una enferma terminal de cáncer y eso para mí es una forma muy tradicional de explorar un papel. Por cierto, nunca sentí que yo fuera la eminencia y ella la aprendiz. Pero, por otro lado, también es cierto que cuando llego a un set suelo ser la de mayor edad de todo el elenco. Tuve mentores como Hume Cronyn y Jessica Tandy, por lo tanto sé cuán importante es que alguien con más experiencia te guíe cuando recién estás comenzando. Pero también sé que en el momento en el que empezamos a rodar, ya nadie necesita de ningún mentor, por eso intento no darme ningún aire de importancia. De verdad siento que la parte más estimulante de mi trabajo es poder colaborar con gente de diferentes generaciones y nacionalidades: es algo que se vuelve más interesante a medida que pasan los años.

Heroína. La célebre teniente Ripley de Alien. (Rex Shutterstock/Dachary)

 

–¿Cómo fue que decidiste ser actriz?
–Nunca tomé esa decisión, porque no creía que pudiera lograrlo. Jamás me lo planteé como una meta. De alguna manera, la vida me llevó por este camino. No fui una de esas chicas que a los 7 años dicen que van a ser actrices y no tienen un plan B. Desde pequeña tuve una faceta muy extrovertida y otra muy tímida, por eso creía que iba a ser periodista. Me encantaba escribir y descubrir historias. Creo que en cierta manera no hay tantas diferencias entre ser actriz y ser periodista. La nuestra es una experiencia que transcurre en la ficción y luego se la presentamos a una audiencia, mientras que el periodista investiga la realidad y luego comparte lo que descubrió con sus lectores. Sin embargo, asistí al conservatorio y ahí me desalentaron bastante, aunque mis amigos siempre me daban los papeles más ridículos en las obras que montábamos. Debo confesar que recién decidí ser actriz después de unos años de tener cierto éxito, cuando tuve que admitir que no me iba nada mal dedicándome a esto.
–¿Cuándo pasó eso?
–Debe de haber sido por la época de La tormenta de hielo. Hasta ese momento, me la pasé pensando que iba a encontrar otras cosas que me interesaran más. Me apasionaba la idea de convertirme en bióloga marina. Estaba segura de que interpretando tantos papeles, iba a encontrar una profesión que fuera realmente la mía. Ahora soy consciente de que soy una buena actriz, pero me llevó un buen tiempo asumirlo.
–¿En qué medida tu altura ha impactado en tu trabajo?
–Fue una gran ventaja, por más raro que suene. Aunque en otras ocasiones también sirvió para que no me consideraran para ciertos papeles. Nunca pude aspirar a roles como los que hoy puede hacer Amanda Seyfried, pero en cambio sí a los que le podrían tocar a Kristen Stewart. Recuerdo que, cuando recién comenzaba, si llegaba a una sala de audición para una prueba junto a una gran estrella, los productores se sentaban porque no querían que se notara que yo era mucho más alta que todos los que estaban ahí, incluyendo al actor. En ese sentido, creo que fui afortunada, porque terminé participando en historias que trataban de una mujer y no de una mujer en una relación sentimental. Por lo general me ha tocado interpretar mujeres excéntricas, que han sido dejadas de lado por la sociedad. He hecho muchos papeles de gente rara. De joven, mis mejores amigos solían ser muy bajitos. Siempre le llevaba dos cabezas a todo el mundo, especialmente a mis mejores amigos. Curiosamente, creo que eso me salvó de intepretar gente convencional. Y todavía sigue siendo así.  
–Interpretar a jefes te sale muy bien, ¿a qué lo atribuís?
–Tal vez a que tuve mi propia compañía durante mucho tiempo. En aquel entonces tenía un cartel en mi puerta que decía Katharine Parker, el nombre de mi personaje en Secretaria ejecutiva. Y debajo estaba escrito: «Jefa infernal», porque así la describían en la película, pero en la vida real yo era lo opuesto. Suelo hacerme amiga de mis empleados. Trato de contratar a actores jóvenes para que me ayuden, para que aprendan cómo funciona esta profesión, lo complicado que es encontrar buenos guiones y buscar papeles que te desafíen. Y en cuanto se ponen a trabajar conmigo, descubren que no me paseo con un tapado de visón ni voy a todas partes en limusina.
–¿Preferís dar órdenes o recibirlas?
–No me imagino recibiendo órdenes. Puedo aceptar sugerencias, pero no que me ordenen lo que tengo que hacer. Tampoco soy de dar órdenes. Siempre pido las cosas por favor. Soy muy precisa en lo que pido, pero nunca falta el por favor.
–Tu papá era un ejecutivo, ¿no es así?
–Sí, entre muchas cosas fue presidente de NBC, y también fundó la primera cadena de cable en California. Tuvo una carrera muy variada, en la que siempre se arriesgó mucho. Y aun en los casos en los que le fue mal, nunca perdió el sentido del humor. Siempre decía que ese negocio era un chanchullo. Recuerdo que cuando le dije que iba a probar suerte como actriz pensó que me iban a comer viva, porque de joven yo era muy educada y muy tímida. Mis padres pensaban que era un milagro que me hubiese ido bien en esta industria. Él siempre me decía que yo tenía que hacer una película comercial. Y esa fue una gran lección, porque muchos colegas míos se la pasaban buscando lo artístico en todo gran papel, y en cambio yo siempre busqué una buena historia. No me importa si el papel es grande o pequeño. Sé que algo voy a poder hacer con lo que me den, pero mi objetivo es ser parte de una buena historia, que cause un impacto y que se vea. No me gusta participar de películas que no llegan al público. Trato de trabajar en el cine que llega a una gran audiencia, algo que no comparten otros actores que quieren hacer algo artístico. Yo prefiero participar en proyectos que sean comerciales, que sean vistos por la gente, y eso es algo que aprendí de mi padre.
–¿Tu mamá a qué se dedicaba?
–Ella era inglesa y nunca contaba mucho de lo que había hecho antes de casarse. Nunca dijo nada sustancioso. Una vez regresé a Los Angeles, me ocurrió algo desafortunado y ella me dijo que probablemente iba a poder entender por qué ella había renunciado a todo. Años después de que falleció, encontré todos los programas de las obras de teatro en las que había trabajado. Ella participaba de una compañía de repertorio en Inglaterra y fue la gran estrella de un par de obras en Londres. Me hubiese encantado haber podido hablar con ella sobre esa parte de su pasado, pero prefería callar. Tal vez porque había renunciado a todo cuando tuvo a sus hijos. La liberación femenina no existía en esos días, no se podían hacer las dos cosas. Mi padre tenía una posición muy importante y en esos tiempos una esposa tenía que estar con su marido. Supongo que a ella le asombraba que yo pudiera tener una carrera y también una familia.

Espesor emocional. En Un monstruo viene a verme, Weaver compone a un personaje más «cercano a la realidad» que en otras películas.

 

–¿Te acordás de cuál fue el primer cheque que cobraste?
–Claro. Fue por cantar en el coro de la puesta de Yale de Las ranas, dirigida por Burt Shevelove. Por una cuestión legal, todo el dinero que me correspondía iba al sindicato de actores, por lo que mi cheque decía Sigourney Weaver, total 0,00. Debería haberlo enmarcado y guardado para la posteridad.
–Nunca quisiste someterte a una cirugía estética.
–Como espectadora, disfruto ver el rostro de los actores. Me encanta cómo los seres humanos desarrollan diferentes rostros a medida que aparecen las arrugas, porque es una muestra de que esas personas han vivido sus vidas. Eso no quiere decir que no me guste salir bien en las fotos o que no me moleste si se me ve mal en una película. La iluminación, tanto en el cine como en el teatro, es muy importante. De todos modos, esa es mi mirada. Cada actor o actriz tiene el derecho de ver las cosas a su manera y de tomar las decisiones que crea correctas. Pero yo creo que la movilidad de mi rostro es muy importante para mí. Una vez interpreté a una mujer que se había aplicado demasiado botox. Y lo probé. Me puse un poquito en la cara. Me fui a mi casa y tanto mi hija como mi marido se dedicaron a burlarse de mí. Durante los dos meses que siguieron me miraban y me preguntaban si seguía estando sorprendida. Fue muy duro y no valió la pena. Apenas terminó esa obra, supe que tenía que olvidarme del botox y seguir con mi propia cara. Hoy en día, por suerte, el mundo está lleno de gente mayor que no quiere lucir como si tuvieran 20. Además, no todo pasa por la industria del cine para mí. Prefiero ser una persona mayor mucho más relajada que tratar de mantener la imagen que tenía a los 40. Pero, por sobre todas las cosas, es demasiado trabajo y yo soy muy cómoda para ocuparme de algo así.

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