De cerca

Poesía en el teatro

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A casi 30 años de su estreno, Villanueva Cosse vuelve a poner en escena en el Centro Cultural de la Cooperación «Compañero del alma», la pieza que indaga en la vida y la obra de Miguel Hernández.

 

Villanueva Cosse es uno de los actores y directores rioplatenses (uruguayo de nacimiento, pero radicado en Buenos Aires hace décadas) más relevantes en la historia de nuestro teatro. Su trayectoria artística incluye hitos memorables: sus trabajos en El Galpón de Montevideo (gran centro de teatro independiente donde se inició), su participación en Francia junto a Jacques Lecoq, sus intervenciones en Teatro Abierto, su actuación en Arturo Ui y Príncipe azul, entre muchos otros.
Nacido en 1933 (va a cumplir 82 años), Cosse empezó a hacer teatro a los 20. Desde muy joven comenzó a dirigir, y tiene en su haber varias decenas de espectáculos que han quedado grabados en el corazón de los espectadores: Cocinando con Elisa (donde dirigió a la inolvidable Norma Pons), El viejo criado, Marat/Sade, Marathon y Viaje de un largo día hacia la noche, por solo mencionar algunos de los más recientes.
Y no para. Con producción cooperativa, al frente de un elenco de 11 actores, Villanueva Cosse está presentando en la Sala Solidaridad del Centro Cultural de la Cooperación una nueva versión de Compañero del alma, pieza que estrenó en el Teatro de la Campana en 1988, sobre la vida, la obra y el pensamiento del poeta español Miguel Hernández (1910-1942), muerto en la cárcel en los primeros años del franquismo.
–¿Por qué otra vez Compañero del alma?
–En cierto momento de la vida, cuando uno siente que el largo viaje ya está siendo demasiado largo, le vienen ganas de retornar, de recuperar momentos que fueron felices. Empecé con el teatro en 1953, así que ya son 62 años de trabajo. Siento que en mi historia quedó grabada aquella versión que hicimos de Compañero del alma, con Mauricio Dayub en el personaje de Miguel Hernández. La obra estuvo en cartel y en gira entre 1988 y 1990. Fue uno de los momentos imborrables de mi vida en el teatro.
–Firmás la dramaturgia con Adriana Genta. ¿Cómo escribieron la obra a cuatro manos?
–El alma mater de este proyecto fue Adriana. Nos habíamos conocido en un taller de actuación que yo dictaba allá por el año 79. Adriana era una muy joven y muy buena actriz. Me llamó la atención entonces su amor por la poesía, su inteligencia y, especialmente, su pasión por los autores del Siglo de Oro y la poesía española posterior. Adriana adoraba a Miguel Hernández. En 1980 Adriana se fue a España a hacer una investigación sobre él. No iba becada ni subsidiada por nadie, bancó ella solita su viaje. Viajó por Orihuela, Elche, Madrid, Alicante, Asturias, detrás de la memoria de ese poeta que le cortaba el aliento. Tuvo reuniones con todo tipo de gente: pastores de cabras, vecinos, lecheros, la viuda de Hernández, Josefina Manresa, personas que estuvieron con él en la cárcel, intelectuales, escritores como Carmen Conde, entre otros. Muchos años después, Adriana me acercó esos testimonios grabados y me dijo que quería que escribiéramos una obra con esos materiales. Yo estaba muy ocupado dirigiendo otras cosas, haciendo teatro. Ella me persiguió como dos años y al final me convenció.
–¿Cuánto tiempo llevó la escritura?
–Empezamos a reunirnos con Adriana y el músico Jorge Valcarcel, fue un proceso de mucho tiempo, nos recluimos en la piecita del fondo de casa, horas y horas, tirando ideas y escribiendo a partir de la transformación de los testimonios en obra dramática. Iba surgiendo paralelamente la música de Valcarcel, porque sentimos que la obra debía tener tanto una dimensión literaria como musical.
–¿Ya leías a Miguel Hernández? En aquellos años del estreno lo había popularizado Joan Manuel Serrat con sus canciones.
–Tenía conocimiento de Miguel Hernández porque, cuando entré al Galpón de Montevideo, a mediados de los años 50, en mis primeras reuniones de bar –que es una forma de empezar a hacer teatro, reunirse en el bar a discutir sobre obras y recordar lo que ha ocurrido en los ensayos– alguien mencionó al «poeta pastor». Me sorprendió, siendo yo un mozalbete, su extraña historia. Extraña porque, excepto en el fútbol o en el boxeo, no es frecuente que se pueda hacer una carrera artística reconocida por todos cuando se proviene de las clases más humildes. A los 12 años los padres lo sacaron de la escuela para que se dedicara a cuidar cabras. Cuando se viene de tan abajo, todo es muy difícil. Busqué sus libros y leí los poemas de Perito en lunas, El rayo que no cesa, El viento del pueblo, Cancionero y romancero de ausencias, El hombre acecha, obras inmensas. También su teatro: Quien te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras, con ese título tan raro, y Los hijos de la piedra, sobre la rebelión minera en Asturias.

 

Víctima del franquismo
Compañero del alma recorre, a partir de los testimonios recogidos por Genta en su investigación, los distintos momentos en la breve pero muy intensa vida de Miguel Hernández: sus orígenes como pastor de cabras, sus primeros contactos con el mundo intelectual, su amistad y su discusión con Ramón Sijé, su relación amorosa con Josefina Manresa, su presencia en el frente republicano durante la Guerra Civil Española, el nacimiento de su hijo, su encierro como preso político y su deriva de una prisión a otra, su tuberculosis no atendida y su muerte en la cárcel.
La obra es, al mismo tiempo, una vida de artista y una vida de militante por la causa republicana; es también un relato existencial sobre las experiencias del amor, el arte, la guerra, la política, la muerte. Desfilan en escena decenas de personajes que atravesaron los 31 años de vida de Hernández, encarnados por muy buenos actores que realizan numerosos cambios de vestuario: Juan Manuel Correa (en la piel de Hernández, el mismo actor de Puente roto), Lola Banfi, Verónica Cosse, Diana Kamen, Julieta Puleo, Nilda Raggi, Gustavo Bassani, Pablo Di Croce, Jorge Lozada, Mario Petrozini y Gabriel Schapiro.
–¿Qué momentos eligieron contar de la vida de Hernández?
–Con Adriana sentíamos que teníamos tanto material que podríamos haber escrito una tetralogía. Fuimos eligiendo momentos clave, mirados desde el presente de los personajes que testimonian. Por ejemplo, ponemos en escena dos Josefinas Manresa: la que ya grande testimonió para Adriana, y la joven que vivió junto a Miguel. Mientras la joven, que encarna la actriz Julieta Puleo, interactúa con Miguel en el pasado, la Josefina mayor, a cargo de Verónica Cosse, observa la escena del recuerdo. Se mezclan los planos de la historia: hacia atrás, hacia adelante, jugando con el flashback y el flashforward. Los testimonios se dicen al público, de pronto los testimoniantes discuten entre sí y, en otros casos, los testimonios se transforman en escenas actuadas. Por otra parte, está presente su poesía, reelaborada de distintas maneras, transformada en teatro.


–¿Para la nueva versión hicieron cambios en la obra original?
–Sí, varios. En la primera versión aparecían Pablo Neruda, Vicente Aleixandre, Federico García Lorca, era como una asamblea de famosos, se ponía como de Billiken. Lo sacamos. Neruda aparece mencionado por Hernández, y Aleixandre es citado por Carmen Conde. En la primera versión había además un escritor que recopilaba los testimonios. El teatro es un viaje hecho de pura imaginación: cuando uno hace bien las cosas en el escenario, el espectador viaja. Hablar de la Guerra Civil Española en teatro requiere la metáfora, pero es una guerra que está muy cerca. Todos tenemos parientes y amigos que han tenido relación con exiliados o con muertos en la guerra, directa o indirectamente. En la versión de 1988 habíamos inventado que la guerra fuera representada por el juego de un niño fascista y dos niños republicanos. Ahora nos pareció que teníamos que mostrarla de otra manera. Usamos coreografías, noticias de la radio, un personaje colectivo, coral, que va dando cuenta de los cambios históricos. En el diseño de los movimientos de los actores fue fundamental la colaboración de la coreógrafa Carolina Pujal, que de pronto abre el grupo como un estallido floral, o lo cierra como un arrecife de coral. Incluso ponemos en escena el festejo de los franquistas, en contraste con la desgracia de Hernández, que pasaba de una cárcel a otra: él decía que hacía «turismo carcelario».
–El franquismo lo obligó a casarse religiosamente en la cárcel.
–Exacto. Para que la mujer pudiera verlo, porque no la dejaban entrar a la cárcel, los obligaron a casarse religiosamente con la intervención de un sacerdote en la prisión. 9 cárceles conoció Miguel, peregrinando de una a otra durante 6 años. Primero condenado a muerte, luego conmutada la pena a 30 años de reclusión mayor, es decir, imposible rebajar esa cantidad de años. Los franquistas no querían repetir el tema de García Lorca, que había sido fusilado en 1936: en lo cuadrado de su cerebro, se dieron cuenta de que esto no jugaba a su favor, y le ofrecieron la libertad a cambio de que públicamente declarara que se había equivocado. Miguel dijo que no era una puta, que a él no lo compraba nadie. Y murió en la cárcel de una infección, que le devoró un pulmón y la mitad del otro, porque nunca lo llevaron a un hospital para que atendieran su enfermedad como correspondía.
–Para la nueva puesta recuperaste la música original de Jorge Valcarcel.
–Impecable. Imposible no recuperarla. Solo le hicimos algunos retoques de modernización en la instrumentación para el oído actual, porque han pasado casi 30 años. Y para eso colaboró con nosotros Mariano Cossa, que es un gran músico y entrenó a los actores en el canto. Mariano Cossa desde la instrumentación, pero respetando nota por nota a Valcarcel, incorporó vibraciones, durezas, contracturas, síncopas. En mi época ver una obra de tres horas era algo normal; ahora los espectadores parecen haber dejado la leche en el fuego, están apurados, una hora y media les parece mucho. Compañero del alma dura una hora cuarenta. Pero la gente ni tose.
–Es un teatro hecho de texto, música y actuación, en el espacio vacío, sin escenografía fija.
–Los actores van armando el espacio escénico con unos pocos objetos que ellos mismos traen a escena. Algunos tienen una función realista o naturalista, otros cumplen una función simbólica, como la vara del pastor en el final. Hemos armado un equipo independiente, en cooperativa, imbuido del espíritu de Hernández. El teatro es sanador. En general, todo lo que uno hace con amor, con deseo, con ganas, lo sana.

 

La libertad y la guerra
La respuesta del público frente a Compañero del alma es muy buena: la sala del CCC se va cargando progresivamente de emoción frente a los hechos de la vida de Hernández. En el programa de mano de la obra, Adriana Genta y Villanueva Cosse transcriben unos versos del poeta: «Hombres, mundos, naciones /atended, escuchad mi sangrante sonido, /recoged mis latidos de quebranto /en vuestros espaciosos corazones /porque yo empuño el alma cuando canto». Los autores agregan en esta presentación: «Con estos versos llamó Miguel Hernández a sus hermanos del mundo mientras ofrendaba a su pueblo su vida enamorada y nos dejaba los más bellos y potentes poemas de su época. La obra Compañero del alma surge en el diálogo con ese llamado de Miguel».
–¿Cómo participó Hernández en la guerra?
–En la plenitud de su carrera literaria, llega el año 1936, estalla la Guerra Civil y Miguel se transforma en el poeta de la República. Iba a las trincheras, pero no a pelear, nunca tiró un tiro, sino a recitarles poemas a los combatientes. Su vida está llena de contradicciones. Él, que odiaba la matanza y la muerte, animaba con la poesía a las tropas para el combate. De clase baja, aspiraba a una poesía de elevación espiritual. Estaba entre dos mundos, entre su referente de Orihuela, el poeta Ramón Sijé, fanáticamente religioso, y su amigo Pablo Neruda, fanáticamente ateo. Formado en la religión con austeridad monacal, Miguel siente su cuerpo inundado de hambre erótica. Amante de la libertad y de la naturaleza, fue enfrentado a la guerra más terrible.
–¿Qué efecto produce Compañero del alma en los espectadores?
–No es un efecto depresivo, es una especie de congoja por el destino de este gran artista, pero un sentimiento que no desanima. Al mismo tiempo, es una obra que no baja línea, no es una obra «mensajera», pero es clara. Habla sobre un hecho sobre el que mayoritariamente el pueblo argentino está de acuerdo: la injusticia tremenda de la Guerra Civil y lo que ocurrió con la República. No hay grietas ahí. Creo que los espectadores adoptan a Miguel Hernández como si fuera un familiar.

Jorge Dubatti
Fotos: Jorge Aloy