A partir del reconocimiento obtenido con «Historia de un clan», el director consolida su carrera en cine y televisión. Luego del estreno de «Lulú», trabaja en una película sobre Carlos Robledo Puch y despunta el vicio como cantautor. El mundo privado de un artista inquieto y talentoso.
15 de septiembre de 2016
Escribe, compone, toca instrumentos y filma. Luis es, quizás, el Ortega más preparado y admirado de la famosa familia y, a la vez, el de perfil más bajo. No le interesa llamar la atención, tampoco se expresa por las redes sociales. Reafirma que es un desconocido cuando pisa la calle. «Nunca me paró nadie para pedirme un autógrafo, ni una foto. Creo que eso pasa si sos actor o músico, o si hacés petes y los subís a YouTube. Tengo mis límites», afirma, mordaz, en el escritorio de su casa de Villa Crespo.
Tiene fama de tener pocas pulgas, pero el director de Caja negra y Monobloc se ve tranquilo, a pesar de sus múltiples actividades. Tomar nota: viene de estrenar Lulú, su sexta y mejor película; acaba de lanzar su segundo disco, Tiene vida, producido por Daniel Melingo, donde se descubre a un compositor y vocalista pícaro y talentoso; recientemente dirigió un par de capítulos de la serie El marginal, emitida por la TV Pública; y está preparando una película sobre el asesino múltiple Carlos Robledo Puch.
La vida profesional de Ortega se destapó, sin duda, luego del boom provocado por Historia de un clan, con la que ganó un Martín Fierro en la categoría de Mejor director. La estatuilla de la discordia, esa que estuvo a punto de ser subastada en Mercado Libre con ofertas que superaban los 20.000 pesos.
–¿Querés aclarar qué pasó con el premio?
–Ya está todo dicho. Fue una puesta en escena para llamar la atención antes del estreno de la película Lulú. Sentíamos que así podíamos atraer a la gente. No sé, fueron las ideas que aparecieron para la promoción de un film que carecía de publicidad ante esos tanques que te pasan por encima.
–¿Historia de un clan fue una bisagra en tu carrera?
–Fue el trabajo que me dio más visibilidad. Tuve la suerte de haber trabajado en Underground, la productora de mi hermano Sebastián, que prioriza la exigencia, la excelencia y el trabajo en equipo. Pero fui un afortunado y tuve la suerte de contar con un elenco comprometido, con el que construimos una intimidad maravillosa. Terminé teniendo una hermosa amistad con Alejandro Awada, Cecilia Roth y el Chino Darín.
–¿Cómo es trabajar con tu hermano?
–Él es muy exigente, está todo el tiempo detrás de la perfección y a mí su estilo y dedicación me obligaron, me presionaron en el buen sentido, a estar al pie del cañón, a ser puntilloso, porque se trataba de un proyecto grande. Yo no estaba acostumbrado a un producto como este ni tampoco al mundillo de la televisión, por eso tuve que ajustar detalles y limar asperezas. Siempre trabajé con proyectos de dos mangos y terminaba endeudándome hasta la coronilla. Esto era la NASA.
–Esta vez habrás ganado bien.
–Pude saldar el tendal de deudas que me dejó Lulú, y con lo que sobró me compré un sillón espectacular, unos buenos anteojos de sol y cada tanto me permito tomarme un taxi.
–Para alguien que no prioriza lo material, ¿cómo es su relación con la plata?
–La que gano la invierto en herramientas que le compro a un peruano en Parque Chacabuco. No sé arreglar nada, pero me da confianza tenerlas ahí. La verdad es que no me interesa la plata, a no ser que sea mucha. Así dice el personaje de Lucas, que interpreta Nahuel Pérez Biscayart en Lulú. Y yo pienso igual.
–¿Cómo viste el debut de El marginal? ¿Qué diferencias hay entre el director de cine y el director de televisión?
–Solo hice un par de capítulos y me gustó mucho esa experiencia. Me imagino todo como una película, no pienso que estoy en un estudio de televisión, aunque después a lo filmado lo pasen en tele. Mi manera de trabajar es la misma. Siempre.
Cinéfila mente
Responde lo justo y necesario. Remarca que no es una persona televisiva. Se pone una mano en el corazón para repetir que no conoce el medio. Y dice que no tiene ninguna intención de ganar terreno. «Si me preguntás por la televisión de hoy, no sabría qué decirte, casi que no la enciendo. Tampoco veo series por Internet. No me llama la televisión. Puedo llegar a trabajar, pero con el lenguaje cinematográfico, que es el que yo mamé», revela Ortega, que hizo su primer film, Caja negra, en 1999, cuando tenía 19 años.
–¿No viste House of cards, Breaking bad o Los Sopranos?
–Solo empecé a ver el primer capítulo de Los Sopranos y te juro que no lo pude terminar, me aburrió mucho.
–Es raro que el director de Historia de un clan esté tan al margen del mundo televisivo.
–Siento que no tengo nada que ver con el mundo televisivo, con esta televisión. De todas maneras, negocio a mi manera.
–¿Cómo sería eso?
–Hasta no hace mucho, para sobrevivir, hacía trabajos de publicidad y otros más bien técnicos, como puestas de cámaras y pilotos que me pedía mi hermano Sebastián, que siempre me tiró un cable. No suelo tener un mango, con las películas no gané nada, apenas para unos días.
Suena raro escuchar al hijo de Palito Ortega decir «no tengo un mango». Pero Luis tiene una vida austera y nada consumista. En una época cercana confesó que no tenía familia, que no se iba de vacaciones, que no gastaba en nada ni tenía cobertura médica. ¿Y ahora? «Creo que familia siempre tuve. Hijos no tengo. Y ahora tengo Sadaic como cobertura y es buenísima, la recomiendo».
–¿Vacaciones?
–En el verano fui a Corrientes cinco días y también conocí Ciudad del Este, que es lo más feo que vi en mi vida. La palabra «vacaciones» me parece rarísima, siento que no me conviene hacer algo así.
–Una vida sin lujos.
–Qué sé yo, no entiendo nada, cada vez entiendo menos. No sé ni qué es el lujo. ¿Cómo se definiría el lujo? Ya no sé qué quieren decir las palabras. Creo que estoy loco. Pero no de loquero, eh, lo puedo manejar. Te puedo contestar algo coherente aunque no sepa qué estoy diciendo.
–Hace un tiempo decías que eras un «dromómano». ¿Qué sería?
–Es gente más pura de pensamiento, sin maldad, alejada del mundo, de este tipo de vida. El dromómano no comulga con el mundo, no tienen lógica, tiene otro idioma, como un lenguaje alienado. Yo tampoco comulgo con el mundo, pero puedo conversar con cualquiera. Todavía tengo esa capacidad. Pero el dromómano es, básicamente, alguien que va en el sentido opuesto a la civilización.
Hay que decir que Dromómanos (2013) fue su película más significativa. Invirtió años de esfuerzo, investigación y un arduo trabajo de campo para radiografiar a gente prácticamente caída del sistema, pero con la que sintió una confianza plena. «En ellos había encontrado básicamente a mis representantes en el mundo: estos actores pudieron comunicar lo que yo sentía y necesitaba de la manera más directa. Fue una película que sin duda me marcó de por vida», asegura. El realizador reconoce que se mimetizó con ese enajenado mundo, pero supo meter el volantazo a tiempo. «No creo haber sido nunca un dromómano, un marginal. Quizá sí un alienado. Cuando estás filmando es como hacer la colimba y eso te ordena. Pero ya volvió todo a la normalidad. A mí normalidad, que reconozco que es distinta».
–Además de Dromómanos, filmaste Verano maldito y Los santos sucios, donde construís un cine apocalíptico y marginal que también está presente en Lulú. ¿Qué tipo de reacción buscás en el espectador?
–Calculo que a esta altura, donde hay tan poco para ver, con un lenguaje estancado, lo que quiero es provocar agitación, sacudir a la gente. Busco precipitar el colapso que está ahí, en la puerta, porque, finalmente, estamos rodeados de gente medicada, psicótica, con ataques de estrés y de pánico.
–No buscás preservar al espectador.
–Para nada, todo lo contrario: tiendo a llevarlo a un campo más anárquico, sin reglas. Con mi cine pretendo colaborar con la aniquilación del código común, que colapse esa idea de que somos todos iguales, cuando en realidad no tenemos nada que ver los unos con los otros. Prefiero exponer el caos.
–¿Por qué te interesa especialmente el universo de los perdedores?
–Porque me siento un perdedor, y porque no me interesa ganar, ni los ganadores, ni las ilusiones que se hacen las personas con sus carreras. Ni nadie que haya resignado su identidad para pertenecer al club de los hijos de puta. Descartando a esos, que son la mayoría, te quedan los personajes que no tienen el amparo de la sociedad.
–En Verano maldito dirigiste a tu hermana Julieta. ¿Cuáles fueron los beneficios de trabajar con ella?
–Hubo uso y abuso, pero en beneficio de la película. El hecho de que seamos hermanos ayudó. Ella sabía que no tenía que hacerme pedidos extraños ni joderme; también sabía que contaba con todo mi apoyo. Y se la bancó como una reina, porque le hice pedidos sin escrúpulos, porque sabe que la amo. Pude hacer con ella lo que se me antojó, como que se la cogieran dos tipos, un rubio y un negro americano. Una escena muy violenta, loca, promiscua y muy bella.
–Lulú es tu última película y la más sólida. ¿Sentís que evolucionaste desde Monobloc hasta aquí?
–Por suerte creo que mejoré mucho. Estoy en un momento de más confianza y serenidad en el rodaje, tengo en claro qué es lo que quiero y aprendí a transmitírselo al grupo de trabajo. Pero cuando veo Monobloc me genera un fastidio tremendo y me quiero cortar la mano, por no decir otra cosa. Aunque fue mi primera película y era un pendejo, todavía siento que fue una oportunidad desperdiciada.
–¿Cómo van los preparativos de la película sobre Carlos Robledo Puch?
–Estoy leyendo, recabando información, averiguando todo sobre su vida. Estoy muy embalado. ¿Sabías que Carlitos Robledo fue un hijo muy deseado? La madre no podía quedar embarazada y un cura le dice que vaya a la iglesia y rece; que si Dios cree necesario un niño así en el mundo, lo va a enviar. O sea que el asesino es una obra de Dios. Nada nuevo.
–¿Cómo imaginás tu versión?
–Estoy reuniendo material para ir, luego, seleccionando. Pero lo que tengo claro es que no se verá a un monstruo. También me gustaría ir más allá y preguntar qué fue lo que llevó a un pibe de zona norte a hacer todo lo que hizo.
–¿Te sentís en condiciones de encarar esa película, que va a ser la más costosa de toda tu producción?
–Sí, estoy en condiciones, ahora más que nunca. Quiero que los productores se hagan millonarios. Nadie te trata tan bien como cuando hacés ganar plata: si pudieran, te darían el premio Nobel. El dinero mueve muchas emociones, más que el amor.
–Sos el Ortega que más cuestiona y se cuestiona, que mira la vida desde otro punto de vista, sin las comodidades y el confort que uno, a priori, supone.
–Por lo general, no hace falta que una familia esté de acuerdo en algo esencial para que siga siendo una familia. Yo me rodeo de las cosas que me son indispensables para sobrevivir, pero no creo que sea un valor en sí mismo prescindir de comodidades. Tener comodidades implica grandes sacrificios de tiempo.
–¿Sos un bicho difícil?
–Tengo unas cuantas manías y en lo que hago tengo mucha disciplina. No sé si estoy dispuesto a ceder cosas que tienen que ver con mi pasión solo por el hecho de ingresar en un estado de confort. Casi todas las novias que tuve empezaron a construir una relación, a tener un hijo una vez que se separaron de mí. Creo que conmigo nunca fue posible, o al menos fue lo que me dijeron. Son prioridades, no me arrepiento de haberme perdido algo. Hay gente que rápidamente necesita contención, armar una familia. Yo me llevo bien conmigo, con mis tiempos, la soledad, los silencios.
–¿Te cuesta proyectar, otear el horizonte?
–Puedo proyectar veinticuatro horas como mucho. Tendría un hijo si me dicen que va a nacer al día siguiente. Si no, ni en pedo: no puedo con mi ansiedad.
–Se te nota sereno, con la tranquilidad del que las vivió todas.
–Las viví, sí. A los 17 años me fui a vivir solo. Hice de todo, ya está. Viví momentos extremos, pero estoy muy bien ahora. Di vuelta la página hace tiempo. Me siento más ordenado, y creo que es gracias al trabajo.
–¿Sacaste algo positivo de esos momentos extremos?
–Sí, que todo lo hago mejor sobrio. El resto son anestesias, pero para trabajar siempre la sobriedad. Quizás para escribir sí recurra a tomar algo para adquirir cierto vuelo; de todas maneras, no estoy a favor del consumo de drogas, porque después de «dar la vueltita», de cerrar el círculo, la verdad es que no sé si es un buen negocio.
–¿Qué te falta?
–Me falta aprender a disfrutar en algo que no esté relacionado con el trabajo. Antes tenía el estímulo de abstraerme consumiendo ácido, hoy mi estímulo pasa por el laburo. Sí, por cierto orden laboral, disfruto más del día, de la luz del día. Me reconozco buena persona. Lo único que hago obligado es ir a ganar plata, poner la cámara y laburar. Me cuesta, pero entiendo que es el medio que tengo para sobrevivir.
–¿Con qué soñás?
–Sueño con no hacer absolutamente nada y que eso me genere un orgasmo eterno.
Fotos: Jorge Aloy