De cerca

Provocador profesional

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Pablo Marchetti. Reparte sus inquietudes impregnadas de humor corrosivo entre sus textos periodísticos, sus programas radiales y sus letras tangueras. Exdirector de «Barcelona», marido de la diputada Victoria Donda, presenta un libro de ensayos y desgrana su mirada sobre los medios, la política y el poder.


 

Es un renacentista sin sosiego que por estos días prepara conciertos, participaciones televisivas, guiones y grillas de programas de radio, mientras avanza con paciencia con la escritura de una novela chúcara que no fluye. A mediados de año comandó un ciclo en el Tasso que tituló Marchetti Tasso Club. Otra previsible kermés anarco-peronista, al frente de su conjunto Falopa y, también, con el guitarrista Rafa Varela. Ya está grabando con el mismo Varela un disco que se va a titular Tangócratas, con invitados como Agustín Guerrero, Pablo Mainetti, Diego Schissi, Ignacio Varchausky, Federico Marquestó y otros, un mix de tangos de su autoría, más tangos clásicos y contemporáneos.
Continúa con su canal web Mentira TV y con sus dos programas de radio: Hoy lloré canción, por Radio Ciudad y Jóvenes de ayer, por la 750. «Y sigo tirando bombas desde esa trinchera comunicacional y poética que es Mu. Me llena de orgullo ser parte de esa cooperativa de trabajo, ese medio de comunicación, esa forma de vida», dice. Pablo Marchetti no para. Muestra su muy buen libro Pensamientos incómodos, un compilado de notas que lo revelan como un ensayista menos incómodo que agudo. Fue creador de la revista Barcelona –de la que se alejó traumáticamente– y vive feliz con su amor: la diputada Victoria Donda, a la que llama, dulcemente, «Viki». La estampa que tiene se lleva bien con lo que propone: pelado, robusto, su traza es la de un guerrero oriental, anacrónico y obstinado. Su esencia, la de un intelectual mediático y provocador al que le gusta camuflarse en el humor. «Lo único que me interesa es divertirme», dice.


 

–¿Por qué un libro? ¿Es una manera de quitarle fugacidad a notas que aparecieron en medios periodísticos?
–Sí, es una manera de quitarle fugacidad a algunas notas periodísticas que fueron escritas por fuera de la fugacidad y en función de un libro. De este libro, con este título. Lo que no sabía es que el libro iba a ser tan revelador en cuanto a mostrarme qué estoy haciendo y cuál es la lógica de todo esto. Por un momento pensé: «Mirá vos, había un plan detrás de todas estas cosas dispersas, y no me había dado cuenta». Un plan que no puedo definir, pero sí me doy cuenta de que había una lógica, que todo lo que hago va en una dirección y que forma parte de un mismo universo común. Y fue revelador porque siempre pensé que hacía cosas dispersas, incongruentes y hasta contradictorias.
–¿Qué es hoy ser incómodo, incorrecto?
–Creo hay una trampa en eso de la incorrección. A mí lo que me gusta es desarmar el sentido común. Mostrar que eso que se nos presenta como algo natural –en mi caso, en los discursos y los relatos de los medios– no es más que el reflejo de una construcción de poder. Pero dicho así es aburrido. Y a lo que nunca voy a renunciar es al placer, a divertirme, a pasarla bien. Por eso uso la sátira: porque se puede desarmar la lógica del discurso establecido, y porque me puedo divertir haciéndolo. Por supuesto que hay una intención de despertar alguna conciencia. Me parece berreta no tener esa intención si actuamos en los medios, si comunicamos. Si no, ¿para qué hacemos esto? Pero también me parece muy pelotudo decir: «Yo despierto la conciencia de la gente desde mis textos».
–¿Cómo te llevás con tu imagen pública? Ese ser extraño que se mueve en un abanico que va de la creación de la revista Barcelona a una relación de pareja bastante cacareada con Victoria Donda.
–Me llevo bien, básicamente porque no pienso en «la imagen». Pienso en lo que me divierte. Insisto con la diversión porque está un poco banalizado el término. Parece que divertirse es dejar las neuronas en remojo y no hacer nada. O ser espectador de lo que no nos merece. Y a mí me divierte la obra de León Ferrari, las canciones de Yupanqui o Zitarrosa, los poemas de Juan Gelman o Leónidas Lamborghini. Me acuerdo de que cuando vi personalmente por primera vez una obra de Joseph Beuys, un piano cubierto de fieltro, me estremecí, me emocioné. Hay una emoción y una diversión que tienen que ver con lo intelectual, a lo que le doy mucha bola. Y nombro a estos artistas por hablar de un plan estético y político. Yo soy un anarquista que en vez de andar con la biblioteca a cuestas, actúo desde los medios. Un anarquista por convicción, hippie de corazón y marxista en su accionar. Porque si bien tengo como libro de cabecera La sociedad del espectáculo, a diferencia de Guy Debord, no trato de ponerme en los márgenes ni fuera, sino en el centro del espectáculo. Con la utopía de destruir la trampa desde adentro. Suena ridículo, pero dejame creer en algo. Hablando de creencias, completo el cuadro ideológico: espiritualmente soy peronista.
 


 

–Es significativo que en el libro parece que te reís de todo, pero cuando hablas de tus padres aparece una ternura especial. Como si fuera un lugar que no querés contaminar.
–Esto tiene que ver con la trampa de la incorrección política de la que hablaba antes. A mí me gusta provocar, está claro, pero no me gusta ser el banana más canchero de la cuadra. No me gusta provocar porque sí, porque no me divierte. Me divierte cuando tiene un sentido. Como no me causa gracia burlarme de las víctimas ni de quienes sufren los abusos del poder: siempre el eje está puesto en los victimarios, en los poderosos. Y vivimos un momento donde hay mucho «bananeo». Las redes sociales dan mucho para eso. Y a mí me gusta hablar de lo que me emociona, lo que me deja en carne viva. Hace unos años saqué un libro de poemas que se llamó El amor. Me metí en terrenos que seguramente a algunos les habrá parecido que rondaba la cursilería. Y me hago cargo: me encanta correr ese riesgo, porque me gusta correr riesgos y me gusta ser honesto conmigo mismo. Lo mismo pasa en esos textos a los que hacés mención: el recuerdo de mi vieja, fumarme un porro con mi viejo, el nacimiento de Trilce, el parto de Viki. Curiosamente, creo que en épocas donde la incorrección política es el deber ser y donde hay hasta un marketing de eso –tanto que por momentos parece que si sos incorrecto no tenés permitida la emoción–, dejarme llevar por la emoción es lo realmente incómodo, lo verdaderamente incorrecto.
–Otro lugar que parece impoluto es la música. Desde Sometidos por Morgan hasta Falopa has hecho mucho. Son muy buenos tus textos, pero tu voz a veces parece forzada. ¿Cómo te llevás con tu voz?
–Me gustaría llevarme un poco mejor. Por eso ahora retomé clases de canto, algo que había dejado hace muchos años, y estoy feliz. Parece medio bolu-zen lo que voy a decir, pero la voz implica un laburo profundo con el cuerpo, con lo que decís, con lo que pensás, con la palabra. Y eso me está haciendo bien. Me gusta mi voz en función de los textos que digo. Pero ahora, con Rafa Varela incorporé algunos tangos clásicos y creo que ahí tengo mucho por laburar.
–En estos tiempos tan particulares en cuanto a posicionamientos políticos en los medios, ¿te sentiste utilizado?
–Siempre somos utilizados políticamente, todos. El tema es ver cómo seguís el juego y qué hacés vos para diferenciarte. Por un lado, hay una creencia de alguna gente de que todo lo que hago tiene que ver políticamente con lo que hace Viki. Y nada que ver: tenemos concepciones políticas muy distintas. Ella es una chica orgánica, yo soy un anarco. Tenemos, sí, posiciones muy parecidas en cuanto a determinados reclamos puntuales: nos conocimos en un encuentro contra el gatillo fácil y seguimos viéndonos en un acto a favor del aborto, en charlas por la despenalización de la marihuana y un festival por Luciano Arruga. ¡Somos el lugar común de la pareja progre! Pero ella tiene acuerdos electorales que a mí no me representan en absoluto. Eso sí: no digo más nada al respecto porque amo a mi mujer y respeto lo que hace. Así como ella no va a decir nada si yo escribo algo que no le gusta o si desafino cuando canto. Nadie bardea a su mujer en público, ¿no? Yo tampoco. Entonces no voy a expresarme públicamente sobre la gente con la que hace alianzas políticas. Además, si ella se pusiera a criticar a mis amigos impresentables, creo que saldría perdiendo yo. En cuanto a lo demás, la utilización política de los lugares donde estuve o estoy, pasa porque me convocan para demostrar pluralidad. Por ejemplo, cuando me convocó Diego Gvirtz para Duro de domar, me dijo: «Poné bombas y correnos por izquierda». ¿Qué más podía pedir? ¡Encima me pagaban bien! Lo mismo Radio Barcelona en Nacional: Éramos la carta que tenían para mostrar y decir: «Miren qué plurales que somos». El otro día, Rodríguez Larreta dijo eso: que la radio de la Ciudad era plural porque me tenía a mí. La utilización política, supongo, sería esa. Pero eso es también un acuerdo: las autoridades me usan para mostrar pluralismo y a mí nadie me rompe las pelotas y digo lo que se me canta. Estoy muy cómodo laburando en Radio Ciudad, me tratan muy bien. Como me tratan muy bien en la 750, donde empecé este año. Grieta… ¡la tenés adentro!
–¿Creés en eso, en la grieta?
–Ni ahí. Siempre me pareció muy ridículo. Entiendo que pudo haber existido algo así en Cuba en 1960, ponele. Porque había una situación concreta de dinamitar viejas estructuras, de expropiaciones, etcétera, pero no entiendo cómo es que se armó algo así con un proceso político que logró apasionar, no hay dudas, pero que no tomó medidas que estuvieran ni remotamente a la altura del discurso. Creo que hay una necesidad mutua de identidad de quienes, se supone, están a ambos lados de esa «grieta». Yo me siento totalmente al margen de esta dicotomía. Nunca fui kirchnerista y nunca fui antikirchnerista. Pero, por otro lado, al estar más cercano estructuralmente al kirchnerismo que al antikirchnerismo, marcar las diferencias, sobre todo cuando son grandes, se hizo más difícil durante el kirchnerismo. Porque todo el mundo sabe que no tengo nada que ver con el PRO. Entonces, si me llaman de una radio pública que maneja la gente del PRO, saben que es para tener a alguien que piensa distinto. No me piden que me encuadre. En cambio, el kirchnerismo pretendía encuadrar a toda persona más o menos de izquierda o progresista. Y si no te encuadrabas, te expulsaban del paraíso progre.