De cerca | ENTREVISTA A VALERIA LOIS

«Soñé con llegar al lugar donde estoy»

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Javier Firpo

Reconocida por su trabajo en obras como La mujer puerca y Precoz, la actriz brilla en Esperando la carroza y disfruta de su debut como directora. Miedos, proyectos y mirada crítica.

Foto: Guadalupe Lombardo

Valeria Lois es una actriz hipnótica desde el escenario y sencilla y terrenal mientras charla tomando un café. Ella no advierte esa diferencia, dice que es su forma de ser y se encoge los hombros. Por estos días, la actriz tiene una agenda cargada: protagoniza tres obras de teatro (Esperando la carroza, La vida extraordinaria y Precoz) y está realizando su primera incursión como directora en Viento blanco, sobre un texto de Santiago Loza. Y eso no es todo, porque en la entrevista con Acción habla de una nueva pieza que la tendrá en el centro de la escena. Se trata de Madre ficción, de Mariano Tenconi Blanco, el mismo autor y director de La vida extraordinaria, una suerte de caballito de batalla de Lois junto a su colega y amiga Lorena Vega, que vienen representando desde 2018.

«Madre ficción es una comedia dramática que me tiene muy entusiasmada por lo que significa volver a trabajar con Tenconi. Solo puedo decir que encarno a la madre del título, a partir del vínculo que tiene con su hijo escritor y director. Recién estamos en las primeras lecturas, no tengo demasiada información», se excusa la intérprete, que parece haber encontrado un punto de inflexión en su extensa trayectoria. «Siempre están el temor, los nervios y la incertidumbre con lo nuevo. Me pasó con volver al teatro comercial con Esperando la carroza, me pasó con dirigir mi primera obra y ahora imaginando qué puede suceder con la nueva obra. Esos miedos, que están siempre, conmigo se multiplican», confiesa.

–¿Cómo se combaten esas dudas?
–Con ensayos, con trabajo, arriesgando y apostando. Una con los años va teniendo sensaciones sobre lo que podría llegar a pasar, pero lo cierto es que nadie sabe cómo responderá la gente. Me pasó hace años con La mujer puerca y con La vida extraordinaria y, mirá lo que son las cosas, todavía siguen en cartel.

–¿Nunca está esa sensación tranquilizadora de «esto va a ser un golazo»?
–No es la visión que se tiene, porque estamos hablando de trabajos autogestivos, que traen otras raíces, que no especulan. Yo como actriz estoy ahí, dando lo mejor de mí, pero no ingenuamente, sino sabiendo que es un proyecto hecho a pulmón, que será una incógnita, que se desconoce si le llegará o no al público, pero también que se trata de algo auténtico y genuino.

La actriz cuenta que desde que Esperando la carroza llegó a su vida, su cotidianidad cambió por completo. Fue Ciro Zorzoli quien la convocó, el mismo director que la había llamado para La verdad (2019), su última experiencia en la calle Corrientes. «Soy monotributista y gano dinero si trabajo, si no, no entra un mango. Entonces la afluencia de trabajo también tiene que ver con lo que se necesita para vivir. Por suerte, disfruto cada uno de los espacios, tanto del circuito independiente como del teatro comercial».

–Da la sensación de que, después de la pandemia, no solo los teatros lucen con más espectadores, sino que la cartelera es más amplia.
–Hay una cantidad insólita de actores haciendo teatro, creo que es un récord. Me refiero a actores que no siempre estuvieron en el circuito. Realmente llama la atención la cantidad que hay repartidos en unipersonales, obras independientes y comerciales… Por suerte la gente responde a tamaña oferta.

Foto: Guadalupe Lombardo

–¿A qué se debe?
–A la falta de ficción en la televisión y a la poca oferta de producción audiovisual, sin duda estamos viviendo un momento crítico. Esperemos que sea una transición, aunque está siendo un poco extensa. Ojalá que se acomode y que la industria renazca.

–En Esperando la carroza interpretás a Nora, el famoso personaje que hizo Betiana Blum en la película. ¿Cómo fue la experiencia?
–«¿Cómo va a salirme? ¿Cómo lo tendré que hacer? ¿Funcionará un texto de hace tantos años?». Todo eso me iba preguntando mientras Zorzoli me comentaba su idea. Me tranquilizaba saber que había un elenco al que conocía y que buena parte provenía del teatro independiente, como Paola Barrientos, Ana Katz y Milva Leonardi. Si bien al principio era un no como respuesta, me tomé mi tiempo y me convencí de que tenía que dar el salto, me la tenía que jugar. Una vez que acepté y arrancaron los ensayaos, conocí a actores con los que nunca me había cruzado, como Pablo Rago o Campi, que son grandes compañeros.

–Siendo habitué del circuito independiente, ¿ves mucha diferencia con la forma de trabajar en el comercial?
–Los veo cada vez más parecidos. Primero noto más gente del off que está incursionando en la calle Corrientes. Después, siento que el proceso de ensayo es similar en cuanto al tiempo de trabajo, cuando siempre creí que en el off esa franja era mucho mayor. Y en cuento a poner el cuerpo, la dedicación y el aspecto lúdico son similares.

–¿Qué podés decir de tu interpretación de Nora?
El texto de Jacobo Langsner me resonaba y me indicaba hacia dónde había que ir. Y las palabras que utiliza Nora, el floripondeo del personaje y esa cosa de ser siempre una metiche, entrometida, me fueron armando un tipo de mujer que es el monumento a la «fallutez», lo que me pareció divertidísimo de actuar. Esta Nora es grandilocuente, un tipo de mujer que me está tocando seguido últimamente.

–¿Decís que no te tocan personajes calmos, dóciles?
–En general compongo roles en los que voy al frente, me descompenso, me agarran ataques. Estaría bueno, también, aprender a realizar otros más reflexivos, que observen, que sean más sobrios. Que existan sin necesidad de estallar como sucede en La mujer puerca, en Estado de ira, en La vida extraordinaria y en Esperando la carroza, que tienen como denominador común el patetismo actoral, que es mostrar y hacer reír con la desgracia, con la exhibición de algo que no debería ser exhibido.

–Algo que no ocurre en Precoz.
–No, allí es posible que lo que se vea sea lo vulnerables de esa madre y de su hijo, en un ambiente hostil. Con lo que se describe es suficiente, no hace falta comerse el viaje del «¡qué horror!». Es una obra en la que el estallido no se exagera, casi que se da naturalmente por la dura situación de los protagonistas.

–Con Viento blanco se produce tu debut como directora. ¿También aparecieron los miedos y las dudas?
–Sí, un miedo más propio de la persona que de la actriz o, en este caso, la directora. «¿Cómo es? ¿De qué manera encararlo?», me martillaban la cabeza. Entonces siempre me quedaba tranquila y en mi zona de confort, pegada a la actuación, para qué innovar. Pero claro, como con Esperando la carroza, la propuesta se hizo irresistible. El propio autor de Viento blanco, Santiago Loza, y el protagonista, Mariano Saborido, me pidieron que la dirija y se hizo cuesta arriba rechazar la propuesta. Solo puse una condición: poder trabajar con Juanse Rausch, un director que había conocido en la pandemia y que me parecía muy interesante para poder contar con una doble mirada.

–¿Cómo encarás esta nueva faceta?
–La dirección está totalmente asociada a la actriz que soy. A Mariano Saborido le digo: «Te entiendo perfectamente lo que sentís y lo que te está pasando, pero desde afuera te tengo que decir que hagamos esto y lo otro, o probemos con esto y aquello». Y descubrí que ver un trabajo desde afuera me sirve un montón para volcar, luego, en la actuación. Siento que en esta primera experiencia la dirección me aporta, me nutre y me alimenta. También creo que es un proceso que no termina en el estreno de la obra, sino que continúa.

Foto: Guadalupe Lombardo

–Sos una directora mujer que se suma a un colectivo en el que los hombres son mayoría. ¿Pensás en el cupo femenino en el mundo teatral o te da lo mismo?
–Nuestro mundo, nuestro metier, tiene más presente la mirada del varón, sobre todo. Es algo que viene desde hace tiempo, el director hombre era un formato de hacer teatro, nos hemos acostumbrado a eso. Patriarcado, varones al poder, siempre más varones que mujeres dirigiendo en cine y en teatro. Me viene a la memoria el video que grabamos para el Teatro Picadero por el Día de la Mujer, que tenía que ver con la importancia de la mujer en la escena teatral. Francamente, yo no sabía bien qué decir porque se trata de un teatro, El Picadero, donde el 80% de sus producciones están integradas por mujeres, algo que hoy me parece lo más normal del mundo, pero entiendo que es importante seguir bajando un mensaje. 

–En la serie Caja de herramientas interpretabas, con humor e ironía, a personajes que bajaban línea sobre el feminismo.
–Fue una experiencia alucinante y pude caricaturizar cuestiones en las que vivíamos las mujeres. Justo esa serie coincidió con el devenir de la marea verde. Al día de hoy, Caja de herramientas es un material que no perdió actualidad y vale la pena compartir porque tiene pedagogía y mucho humor. 

–¿Cómo es tu relación con la Asociación Argentina de Actores?
–No tengo vínculo ni estoy involucrada. De hecho, hubo elecciones el año pasado y no fui a votar. Con Alejandra Darín teníamos una relación social, afectuosa, pero por fuera de la Asociación. Yo decidí no tomar partido ni tener una postura y, sinceramente, no tengo mucha información para hablar del infierno que estamos viviendo.

–¿A qué «infierno» te referís?
–Al del país, de la política, del trabajo. Me refiero a la cuestión macro y puntualizo también la actoral, un sector en el que hay una cantidad enorme de personas sin trabajo. Lo asocio con este Gobierno porque se está filmando menos, además de que hay muy pocos subsidios. Esta dirigencia apuntó contra nuestra industria de una manera realmente espantosa, poniendo a los actores como los enemigos, llamándonos «planeros» y diciendo que vivimos del Estado, o señalando con el dedo acusatorio a artistas indefensos frente a lo que es el aparato del Gobierno. Realmente me parece triste y preocupante.

–¿Hay salida?
–No lo sé. Aunque por otro lado pienso que los artistas y el arte en general sobrevivieron a muchas cosas, resistieron, entonces creería que sí, que hay salida, que volverá a renacer y florecer todo. Pero a la vez temo que nos adaptemos a esto y que la industria se empobrezca y se achique aún más. Perdón, pero es un panorama espantoso. No sé, pienso eso, quizás estoy grande.

–¿Con qué soñás?
–Te diría que soñé con llegar al lugar donde estoy. Soñé en el pasado con el momento actual. Cuando empecé a desandar este camino era una chica que le encantaba actuar y me pagaba los cursos de teatro con Pompeyo Audivert y Nora Moseinco, me quedaba ensayando hasta las dos de la mañana. Y al otro día me levantaba temprano porque trabajaba como secretaria de un instituto de inglés. Ya en ese entonces soñaba con esto, con poder llegar y vivir de la actuación. Pero fuera de eso, sueño con que mi hijo Ciro encuentre algo que le apasione, como me pasó a mí con la actuación.

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