De cerca

«Soy un sobreviviente de una época»

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Testigo privilegiado de los tiempos dorados de la literatura latinoamericana, el editor y ensayista estudió la obra y compartió la intimidad de figuras como Vargas Llosa, Borges, Walsh, Puig y Saer. Reconocido por su labor como crítico, pone en foco el pasado y el presente de las letras en la región.

Considerado uno de los críticos literarios de mayor renombre en la Argentina y Latinoamérica, Jorge Lafforgue es hoy el vivo testimonio de una gran época de la literatura de la región. Editor y ensayista, profesor universitario, todavía enseña en la Universidad de Lomas de Zamora, donde desde 1987 se encuentra a cargo de la cátedra sobre literatura latinoamericana. Ha trabajado en editoriales como Losada, Alianza y el Centro Editor de América Latina, y en varias revistas. También dictó seminarios y conferencias en la Universidad de San Pablo, de Bogotá y de Roma, entre otras casas de altos estudios extranjeras. A los 83 años, sigue activo. Recibió a Acción en una de las salas de la sede de la CONEAU (la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria), en la avenida Córdoba, en pleno centro porteño, donde se desempeña como asesor.  Afable, de mirada atenta y de muy buen humor, se mostró por completo dispuesto a hablar sobre lo que ha definido su vida: la literatura.  
«Yo vine a Buenos Aires desde Villa María, Córdoba, en el año 55 o 54 del siglo pasado. Estudié Derecho y Filosofía, pero solo terminé la carrera de Filosofía», cuenta. «Al comienzo, pensaba dedicarme a la filosofía latinoamericana, aunque me interesaba más la literatura, porque me parecía más fácil. Además, como por entonces yo había empezado a trabajar en Losada, reemplazando a Edgardo Cozarinsky que se había ido a Primera Plana, me llamaron unas muchachas que estaban en la Universidad del Salvador y me ofrecieron, ante mi asombro, hacerme cargo de la cátedra de Literatura hispanoamericana y argentina. Después supe que Anita Barrenechea, que era muy influyente en ese momento y a quien yo conocía bastante, me había recomendado. A todo esto, por esa misma época, David Viñas dirigía una nueva colección en Paidós y me ofreció que hiciera algo. Así fue como publiqué mi primer trabajo como compilador: Nueva novela latinoamericana».
–La época del boom latinoamericano.
–Exacto. Y a raíz de un extenso ensayo crítico que hice sobre La ciudad y los perros, de Vargas Llosa, me hice amigo de él. Alguien le hizo llegar mi artículo a París y quiso conocerme. Por supuesto, ya no somos amigos. No comparto en absoluto sus posiciones políticas e ideológicas. Pero en ese momento me invitaron a China y pasé por París, nos conocimos y quedó una amistad. He leído las últimas novelas de Vargas Llosa, pero sinceramente creo que las primeras obras son las más sólidas. Conversación en la catedral es una gran novela. También las obras iniciales de Carlos Fuentes son muy superiores a las últimas.
–¿En qué momento decidiste estudiar literatura latinoamericana?
–Solo después de estudiar Filosofía me dediqué intensamente a estudiar literatura latinoamericana, pero no me formé académicamente en Letras. Lo cierto es que abandoné la filosofía, como hicieron todos los del grupo de amigos donde yo estaba, es decir: Eliseo Verón, León Sigal y Oscar Masotta. Todos estudiamos filosofía y ninguno se dedicó a ella. Verón se inclinó por la semiología, Masotta por el psicoanálisis.
–Hoy se considera a Masotta uno de los introductores de la teoría lacaniana en la Argentina.  
–Según Germán García, fue el primer introductor de Lacan en la Argentina. Por aquella época, Masotta escribía literatura y producto de eso fue su primer libro, Sexo y traición en Roberto Arlt, publicado por Editorial Jorge Álvarez en 1965. Un libro extraordinario. Después Oscar trabajó en el Di Tella. Pero, un día, fuimos a la mejor librería especializada en filosofía donde comprábamos libros, Lohlé, que estaba en Viamonte y Suipacha. Y compré una revista francesa de psicoanálisis donde había un artículo de Lacan que despertó la atención de Oscar. Era un tipo muy particular: cuando algo le interesaba, se zambullía en eso. Y al poco tiempo publicó un artículo sobre psicoanálisis con una nota enorme sobre Lacan en la revista del Centro de Estudiantes de Letras que yo dirigía.  

–Con el tiempo, a partir de tu tarea de crítico, ¿lograste desarrollar una visión de conjunto de la literatura latinoamericana?
–En Cartografía personal, un libro que publiqué hace unos años, me refiero a la literatura latinoamericana contemporánea a partir del boom, que es a lo que me he dedicado, aunque todavía enseño toda la historia de la literatura latinoamericana. Confieso que, entre los últimos, Roberto Bolaño me dio vuelta la cabeza. Después del boom ningún escritor verdaderamente superó a los maestros, hasta Bolaño. Me parece que es el primer gran escritor que supera la estructura del boom, aunque en el postboom en la Argentina se destacan Walsh, Saer y Puig. Pero de lo que más conozco es de literatura rioplatense. Hay muchos elementos en común entre la literatura uruguaya y la argentina. El mismo padre de la dramaturgia argentina, Florencio Sánchez, era uruguayo, como Horacio Quiroga. No solo yo sino otros críticos hablan de teatro rioplatense, porque claramente es una zona diferenciada. Lo que ocurre es que los viejos manuales de literatura parcializan mucho por países, y no es tan así. Hay zonas en la literatura argentina, el noroeste, por ejemplo, que está más ligada con cierta literatura de las sierras bolivianas y peruanas. Es el caso de Héctor Tizón, un notable escritor argentino cuya obra no puede englobarse con la literatura porteña o la zona del litoral.
–¿Eso explica tu interés por la literatura rioplatense?
–Pero también por las figuras principales del boom. Aunque con diferencias, Vargas Llosa, Julio Cortázar, Carlos Fuentes y García Márquez componen un núcleo. A comienzos de los años 70, todos ellos y otros importantes escritores latinoamericanos se encuentran viviendo en una zona: Barcelona. Allí estaban Carmen Balcells, una excepcional agente literaria, y Carlos Barral, el editor de Seix Barral, quienes fueron realmente los artífices del boom. Lo cual no quiere decir que el boom se concentrara en Barcelona, porque en Buenos Aires, por ejemplo, estaba Paco Porrúa, de Sudamericana, que publicó Cien años de soledad, de García Márquez, y Rayuela, de Cortázar. Pero, en gran parte, Barcelona fue la sede del boom.
–Sin embargo, salvo Vargas Llosa, ninguno de esos autores figura en tu obra crítica.
–Es cierto. Me he ocupado más en mi obra crítica de escritores nacionales. He estudiado, por ejemplo, a Antonio Di Benedetto, y he escrito cosas sin mucha importancia sobre Borges y Arlt, aunque quien más me ha interesado es Walsh. Incluso coordiné un volumen sobre su obra que se publicó, primero, en la Universidad de Stanford y, luego, en editorial Alianza. Un libro muy importante, con bibliografía y material fotográfico. Desde luego, lo conocí a Walsh, del mismo modo que fui amigo de Saer, Puig y Piglia. En realidad, yo soy un sobreviviente de una época. Con Walsh fuimos amigos cuando trabajaba en la editorial Jorge Álvarez, en los años 60. También traté bastante a Puig cuando yo trabajaba de periodista en las revistas Siete días y Panorama, donde conocí a Germán Rozenmacher, el autor de Cabecita negra.  
–¿Trabajabas de periodista de actualidad, en general?
–No, yo hacía eso que llaman «periodismo cultural», aunque en la última etapa en Siete días coordinaba algunas secciones fijas, como salud, ajedrez, música, teatro, cine, literatura y cocina. Trabajé bastante en periodismo, pero lo más importante, tal vez, fue a los 22 o 23 años cuando, durante el rectorado de Risieri Frondizi en la UBA, estuve al frente de la oficina de prensa de la universidad.
–En cualquier caso, si estuvieras forzado a elegir, ¿quién es el escritor argentino que más te ha impactado?
–¿Forzado? Es que hay varios.
–Así es.
–Bien: Roberto Arlt. Pero fui muy amigo, y hay cuentos de él que me parecen excepcionales, de Bernardo Kordon. En una época dirigimos juntos una asociación cultural argentino-china. También hicimos juntos la revista Capricornio, donde entre otros intelectuales cercanos al maoísmo, escribía Carlos Astrada, realmente un filósofo, porque hay muchos profesores y divulgadores de filosofía, pero filósofos muy pocos. Quiero decir, con pensamiento propio. En cambio, yo, como muchísimos de mi generación, fui sartreano. Para nosotros Les Temps Modernes, la revista que dirigieron Sartre y Simone de Beauvoir, y que cerró hace poco, era «la» revista.


–Sin embargo, Kordon no es un autor muy frecuentado.
–Te doy la razón, pero lo que ocurre es que Kordon no formó parte de ningún círculo literario. Fue, en realidad, un posboedista. Creo que Un horizonte de cemento es su primera novela. A mí, sus relatos o novelas breves me parecen extraordinarios porque, aun siendo un realista, para decirlo malamente, no deja de resolverse en lo fantástico. Hace unos años, hicimos unas jornadas sobre Kordon en el Museo del Libro y de la Lengua con escritores jóvenes. Te diría que al menos diez de sus cuentos se ubican entre los mejores de la literatura argentina, sin duda alguna.
–De nuevo, si estuvieras forzado a elegir, ¿quién es el escritor latinoamericano que más te ha impactado?
–Bueno, Augusto Monterroso, un escritor hondureño-guatemalteco. Me ha gustado muchísimo y he leído casi toda su obra. Pero también Mariano Azuela, uno de los fundadores de la literatura de la Revolución Mexicana. Agregaría, como grandísimos escritores, a Alejo Carpentier, Lezama Lima, José María Arguedas y Juan Rulfo.
–Todos esos prominentes escritores que mencionaste, sin embargo, surgieron en ciertas condiciones socio-culturales. ¿Hoy están dadas esas condiciones?
–Es muy difícil ponerse en perspectiva histórica respecto del presente. Hoy a mí me parece que Samatha Schweblin o Leila Guerriero son escritoras de primera línea, pero todavía no han consolidado su obra. En cambio, escritores como García Márquez, Octavio Paz o Vargas Llosa han ganado el Nobel de literatura. Desde luego, el clima sociocultural de Latinoamérica cuando surgió el boom era otro, porque hubo un quiebre grande con las dictaduras militares. Allí realmente se generó una grieta.
–La gran literatura no surge sin ciertas condiciones culturales.
–Eso es verdad. Estos años con Macri no han sido buenos, para decirlo suavemente. Pero, a pesar de todo, la cultura argentina no se ha aplanado. Si las condiciones sociales mejoran, por lo que es de esperar, como en Ecuador o Chile, es posible que se respire un clima cultural mejor. En Argentina, luego de la dictadura, volvieron los escritores argentinos exiliados en España o México. En los 80 hubo un resurgimiento. Por entonces, yo publiqué a varios en una pequeña editorial que dirigía. Además, las situaciones políticas y sociales poco simpáticas de los últimos años han sido más leves que las dictaduras. Por eso creo que, si las condiciones sociales cambian, es posible un nuevo resurgimiento de la cultura argentina y latinoamericana y, desde luego, de sus literaturas.

Fotos: 3estudio/Juan Quiles

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