De cerca | ENTREVISTA A VÍCTOR LAPLACE

Tiempos turbulentos

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Javier Firpo - Fotos: 3Estudio/Juan Quiles

A su papel en la serie Terapia alternativa se le suma el estreno de El sentido de las cosas en el CCC, una comedia sobre lo que duele y lo que alegra al corazón. El recuerdo de Nuevo Teatro.

El escritorio de Víctor Laplace es un auténtico caos, pero un desorden atractivo, que cautiva, lleno de papelitos, dibujos, programas teatrales, material de librería y apuntes que solo él entiende. Una de las paredes luce empapelada con fotos de todas las épocas, desordenadas: el premio Konex, su hijo Damián, sus dos nietas, Aurora y Camelia −que dice que reclaman más tiempo con el abuelo− y una imagen de un gran amor, como lo fue Nélida Lobato, la inolvidable vedette.
«¿Hay mucho lío? Yo me entiendo y eso es lo importante», dice. Y acomoda hojas con escritos de diversos colores. «Son marcas, situaciones o consideraciones que fui tomando nota según las apreciaciones y sugerencias del director», comenta. A pocos días del estreno, los tiempos de los ensayos son más tiranos que nunca para el protagonista de El sentido de las cosas, que llega a la sala Solidaridad del Centro Cultural de la Cooperación.
«Es una comedia dramática que imagina el encuentro en una isla del Paraná, en medio de una crecida, de dos personas: un viejo poeta, que vengo a ser yo y que ya no quiere saber nada del mundanal ruido, y un joven, que interpreta Gastón Ricaud, que trabaja en una central de comunicaciones, que conoce al viejo y desea homenajearlo por todo lo que fue y representó. Los dos se esfuerzan por sobrevivir ante la fiereza del río, con la intención de hablar de lo que les duele pero también de lo que les alegra el corazón, lo que les da la esperanza en tiempos tan turbulentos como los que viven ellos y los que vivimos nosotros de este lado del escenario», expresa Laplace, algo preocupado por su voz, que denota exigencia.

–¿Cómo fue la construcción de tu personaje?
–Fuimos armándolo con el director Andrés Bazzalo, a medida que le íbamos sacando la ficha. Cuando entendí su esencia, lo fui construyendo, hasta sacar al personaje del teatro y traerlo a casa. Debo reconocer que a veces me tiene preocupado la composición de ese hombre que está en el otoño de su vida, no es sencillo dar en la tecla: es complejo en todo sentido.
–Mencionaste al pasar que los «tiempos turbulentos» que viven los personajes se asemejan a los del presente.
–Es que siento que no se están haciendo las cosas bien desde el Gobierno y estoy siendo generoso porque, la verdad, están haciendo las cosas bastante mal. Dejando a la gente, a la clase media, como vulgarmente se dice, «culo para el norte». La gente está hambreada, yo no sé cuánto más podrá aguantar. Porque la gran perjudicada es la clase trabajadora, que es la que construye el país. Es un delirio inexplicable.
–¿La obra toca la situación actual? ¿Hay algún paralelo entre ficción y realidad?
–Es que el título, El sentido de las cosas, invita a los espectadores a buscar ese sentido. Y el Gobierno de Javier Milei no lo está haciendo, no está buscando el sentido profundo de lo que implica no tener para comer. Ahora resulta que los políticos se aumentan los sueldos. ¿Qué tienen en la cabeza? «No hay plata», es el eslogan, ¿pero para ellos sí hay? No provoquen a la gente, porque este pueblo generoso un día va a explotar.
–Desde tu rol, ¿se piensa en el precio de las entradas?
–La verdad es que no sabemos qué sucederá, porque el valor de las entradas es alto, como lo está siendo todo: huevos, tomate, bananas, carne. Y el hecho de no saber cómo será la respuesta del público, tampoco te permite proyectar a nivel laboral. ¿Puede la gente pagarse una entrada? Es una gran incertidumbre.
–Sos uno de los pacientes de Terapia alternativa, que se estrenó por Star+. ¿Cómo fue la vuelta a la televisión?
–Una hermosa experiencia, en la que fui dirigido por una estupenda persona como Ana Katz. Yo encarno a Raúl y con mi mujer Betty (Ana María Cores) vamos al consultorio del personaje de Carla Peterson. ¿Motivos? Bueno, somos dos artistas reconocidos pero que se llevan mal, chocamos mucho, hay discusiones permanentes. Ese Raúl que encarno es un viejo cascarrabias, se ve que estoy grandecito y me llaman para esos roles.
–¿Cómo es hacer terapia en la ficción?
–Distinta al psicoanálisis verdadero. Te lo dice alguien que hizo mucha terapia, sobre todo cuando volví del exilio en México y trataba de entender un poco lo que me pasaba con la vida. Estas sesiones, en cambio, son un cálido juego que propone la televisión.
–En mayo cumplís 80 años. ¿Cómo te tiene el cambio de década?
–Mientras me encuentre así, no tengo problemas en seguir cumpliendo años. Soy consciente de la finitud, pero a la vez sigo trabajando y haciendo muchas cosas.

–¿Quedaron en el camino muchos amigos en la profesión?
–Lamentablemente muchos extraordinarios compañeros se han ido: Rafael Bruza, Federico Luppi, Ulises Dumont, Hugo Arana, Pepe Soriano, Enrique Pinti, cómo se los extraña… De Pinti recuerdo que en los tiempos de Nuevo Teatro me lo crucé, él era conocido, yo no. Y me preguntó mi apellido, le contesté Laplace y me dijo «cambiátelo, porque no vas a llegar a ningún lado». Por eso digo que tengo conciencia del límite, pero me siento entero, por eso no estoy excesivamente preocupado por el tramo final, que no sé cuándo va a llegar.
–¿Te cuidás, sos de hacer ejercicios?
–Todos los días me levanto, corro la mesa en la que estamos ahora, pongo el mat de yoga y hago una hora: elongo, inhalo y exhalo. Y complemento con la bicicleta fija. Me ayuda mucho, es fundamental para la cabeza, para correrme de la melancolía, que igual que la culpa no ayudan en este momento. Me recuesto, pongo las piernas mirando al techo, con fondo de música brasileña, y disfruto.

–Tenés presencia en las redes sociales, casi 20.000 seguidores en Instagram, donde volcás tu pasión por la lectura de poemas.
–Ahora me corrí un poco por falta de tiempo y algunos seguidores protestan y preguntan qué está pasando que no aparezco y les explico los motivos, pero desde la pandemia decidí tener una presencia diaria leyendo cuentos, poesías, solo para intentar alegrarle el corazón a la gente y acompañar a las almas solitarias. Y creo que algo he logrado.
–Mencionabas la falta de tiempo, ¿cómo te llevás con el hecho de no poder encontrar espacios libres?
–Me gusta mucho el descanso, necesito el descanso. Como decía Juan Domingo Perón, que remarcaba el valor del ocio y del sueño: «La siesta es el valor de dos días. Cuando se duerme la siesta se está recuperando el tiempo».
–Lo interpretaste en Evita, Puerta de Hierro, Perón responde y en teatro en Borges y Perón. Te ha dado de comer el general.
–Exacto, cuatro veces lo interpreté y ya está, no más, finito. A mí me gustó mucho la serie Perón responde, porque de alguna manera permitió interactuar con el expresidente, en un contexto de preguntas y respuestas personalizadas, hacia referentes sindicales, historiadores y ciudadanos de a pie.
–¿Te llegaste a mimetizar con Perón?
–Lo estudié mucho durante varios años, no sé si llegué a mimetizarme, pero uno se pone obsesivo. No tengo dudas de que fue un gran humanista y uno de los presidentes más importantes de la historia de la Argentina. Componerlo no fue joda. De todos los Perón que hice y que vi de otros actores, como el que encarnó Darío Grandinetti en Santa Evita, quiero ser objetivo, me quedo con el que hice en la película Evita, junto a Esther Goris.
–En tu vasta trayectoria también te destacaste por ser un gestor de proyectos que no esperaba a ser convocado para ponerse en marcha.
–Todo mi vida, desde adolescente en mi Tandil natal, fui un practicante de la autogestión haciendo fiestas para niños, teatro infantil, todo generado por mí. Después lo seguí haciendo en Buenos Aires, ya con 18 años, para tener mi plata y pagarme la pensión y la escuela de teatro de Pedro Asquini, Alejandra Boero y Héctor Alterio. Nunca esperé que me llamen para trabajar y tengo la suerte de que siempre me convocan, pero cuando no suena el teléfono me aboco a mis proyectos.
–¿Qué enseñanzas te dejaron tus maestros Asquini, Boero y Alterio?
–Con ellos aprendí la disciplina, el rigor. «Dios de múltiples nombres, descendiente de Júpiter, que reinas en los valles de los seres». Y de pronto se escuchaba: «Más fuerte, maricón, que no se escucha». Era el vozarrón de Asquini, que nos tenía cagando. Y gracias a ellos nos convertimos en una generación que sabe hablar en el escenario, porque hoy a muchos no se les entiende nada, tienen una papa en la boca.
–¿Con el tiempo se agradece esa disciplina?
–Estoy sumamente agradecido a esos maestros. ¿Sabés lo importante que era pertenecer a Nuevo Teatro? Venía Mercedes Sosa a recitar con nosotros, también ese maravilloso poeta y letrista mendocino que fue Armando Tejada Gómez. Y estaba Héctor Alterio haciendo Sacco y Vanzetti y luego se calzaba las vestiduras de Lady Godiva. Y allí estábamos todos, qué belleza de tiempo.
–Qué fresca tenés aquella época.
–Era una fiesta, cómo olvidarlo. Yo hacía Julio César, dirigido por Jaime Kogan, con el que arranqué mi aventura teatral, que llega a las 100 obras. El mismo número que en el cine, incluyendo las cinco películas que dirigí, empezando con El mar de Lucas.

–¿Y en cine con quién debutaste?
–En la película Pájaro loco, con Luis Sandrini. Tenía 20 años y ese fue el puntapié inicial de una carrera que recién frenó en 1975, cuando me tuve que exiliar en México. ¿Qué recuerdo de mi debut? Sandrini era un genio y en esa película interpreta a un cura que tenía un sombrero enorme y me remarcó antes de filmar: «Cuando yo muevo la cabeza, correte un poco pibe, porque si no, con este sombrero te voy a hacer sombra, por eso te pido que te vayas unos metritos para allá y la luz te va a dar perfecta». Extraordinario.

–Recién hablabas de Nuevo Teatro y Alterio fue una de sus figuras.
–Lógico, un actor preponderante. Qué lindo haberme reencontrado con Héctor cuando estuvo por aquí, el año pasado, con su unipersonal A Buenos Aires. Tuve la oportunidad de verme con él, nos amamos, nos respetamos y nos mantenemos en contacto a la distancia. Es un prócer, tiene 94 años, es un modelo a seguir.  Con llegar a los 90 así, negocio, firmo donde sea.
–¿Sos de los actores que piden morirse en un escenario?
–Yo cuento con otra vida además de la actuación. Tengo dos nietas que me reclaman y con las que disfruto horrores estar. Tengo amigos que tienen bodegas y me invitan a tomar vino a San Juan y Mendoza, donde hay mucha actividad alrededor del oficio.
–¿Te hubiera gustado trabajar más con algún actor o actriz?
–Con Hugo Arana, un intérprete enorme, una persona extraordinaria. Hicimos unas funciones de Made in Lanús, nada más.
–¿Te quedan asignaturas pendientes?
–Creo que lo hice todo. Al menos todo lo que yo quería. No me puedo quejar, me he dado grandes gustos.

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