De cerca

Viajar con la creación

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Dibujante, vestuarista y escenógrafa, su obra la llevó a recorrer el mundo con destacadas puestas en escena. Los comienzos y las experiencias que moldearon su carrera. El particular vínculo artístico que construyó con figuras como Oscar Araiz, Charly García y Vinicius de Moraes.

Renata Schussheim es una notable creadora de extensa trayectoria como artista plástica, vestuarista teatral, escenógrafa, diseñadora e ilustradora. Vivió en Olivos hasta los 5 años, cuando se mudó con su mamá a Belgrano R. Dice que fue una chica tímida, retraída y muy concentrada en sus cosas. En casa de sus abuelos paternos, se reunía un grupo de artistas, músicos y actores. A los 9 años su mamá la llevó a clases de dibujo y desde entonces no se detuvo.
Al terminar la primaria, quiso ingresar en la Escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano pero, como era muy chica y había pocos cupos, no pudo entrar. Al verla triste, su papá la anotó en una escuela más chica, equivalente y privada que se llamaba Augusto Bolognini (ya no existe). Cuando terminó, siguió en la Prilidiano Pueyrredón, pero abandonó y comenzó a tomar clases particulares con Carlos Alonso, a quien admiraba.
Hizo su primera muestra individual a los 15 años, en la galería El Laberinto. A partir de allí expuso sus óleos y dibujos en prestigiosas galerías de diferentes lugares del mundo: Uruguay, Venezuela, México, Francia, Italia y España. A los 19 años comenzó a trabajar como diseñadora de vestuario y, más tarde, como escenógrafa. Sus obras escénicas han sido reconocidas en Río de Janeiro, San Pablo, Madrid, Munich, París, Nápoles, Torino y Ginebra. También realizó numerosos trabajos en colaboración con Oscar Araiz y con Jean François Casanova.
Diseñó el vestuario de espectáculos con Julio Bocca. Fue vestuarista de una versión de Romeo y Julieta en el Teatro Principal de Valencia; de las puestas de Lady Macbeth y El barbero de Sevilla en el Teatro Real de Madrid; y de Edipo XXI en el teatro Grec de Barcelona. Realizó el vestuario de Eugene Oneguin, estrenada para la Ópera de Lille, y La púrpura de la rosa presentada en Ginebra y Madrid. Realizó la dirección artística para Viva la Revista, Babel y los diseños de Tango x 2 en el Centro Cultural San Martín.
Estuvo a cargo de Pericón.com.ar y Candombe Nacional, ambos espectáculos de Enrique Pinti. Con Charly García realizó varios trabajos, como el arte de tapa de los discos Música del alma y Bicicleta, de Seru Giran. Y en el caso de este último, también se ocupó del diseño del escenario para su presentación oficial en el Teatro Opera en junio de 1980. Este año, Sugar volvió a la calle Corrientes con una producción de Susana Giménez y Gustavo Yankelevich. Y el vestuario de la obra, claro, estuvo en manos de Schussheim.
La artista expuso una retrospectiva de su obra en el Museo Nacional de Bellas Artes. Y también recibió numerosos premios, entre otros: ACE, Trinidad Guevara, Florencio Sánchez, Konex. Ahora recibe a Acción en su departamento de Barrio Norte, vestida de oscuro y acompañada por dos perros (uno blanco, otro negro) inquietos y desbordantes de energía. Su cabello rojo y sus ojos verdes le otorgan al rostro de Renata un aire de venir de tierras remotas, volcánicas. Luego de posar para las fotos y servirnos un café, se inicia el diálogo sobre los primeros años de su carrera.   
–Antes que su precocidad como dibujante, quizás llama más la atención su precocidad como diseñadora de vestuario.  
–En realidad, empecé en teatro porque me llamó Oscar Araiz, que dirigía el ballet contemporáneo del Teatro San Martín. Éramos amigos y mi fantasía era por entonces hacer algo en teatro, pero no sabía bien qué, salvo que fuera actuar. Yo lo conocía a Araiz porque había visto Halo, sobre el Adagio, de Albinoni, cuando tenía 16 o 17 años. Él fue a la exposición que hice en la galería El Laberinto y me llamó para el vestuario de una puesta de Romeo y Julieta. Y yo me mandé con el vestuario, que era bastante atemporal, pero también con el afiche. En esa versión había tres Julietas, porque ella es más importante que Romeo. Así empezó un matrimonio artístico con Oscar, que este año cumple 50 años. No tengo idea cuántos trabajos hice con Araiz. A partir de allí, comencé a trabajar también en teatro de prosa.


–Desde el debut con Araiz hasta Sugar, actualmente en cartel, ¿ha cambiado su concepción del vestuario teatral?
–Mi concepción varía con cada espectáculo. Aparte de eso, hay un mecanismo laboral que no cambia. Se hacen los dibujos, los ve el director y los aprueba o pide modificaciones. Luego, se busca el material y los realizadores. Se hacen las pruebas de ropa y yo superviso todo. Ese es el mecanismo hasta el día del estreno. Es un trabajo en colaboración con el director. Nos complementamos muy bien con Araiz: compartimos una mirada muy parecida, en general, en la vida. Por ejemplo, escuchamos una música y nos imaginamos cosas muy parecidas. Se puede trabajar sin esa afinidad, pero no resulta agradable.
–¿Le ha sucedido?
–Por suerte muy poco. En realidad, solo una vez no me han gustado las ideas del director con el que he trabajado. No acá, sino en España. Para mí es necesario tener una sintonía afín. El teatro requiere la colaboración del equipo y todo tiene salir armónico y divino para que nada se arruine. Porque puede ocurrir que una luz mal puesta haga un desastre con la gama de color de la escenografía o del vestuario.
–¿Es mejor la creación en soledad?
–Es muy agradable trabajar sola, pero también en colaboración. A veces, frecuentemente, los mundos se mezclan. Muchas veces algo que dibujo independientemente aparece en el teatro y a la inversa. Y eso me parece bueno, porque no se trata de esferas tan separadas la una de la otra. Mis colaboraciones escénicas son parte de mi obra. Mi manera de encuadrar es, de por sí, plástica. Cuando leo la obra o me la cuentan, me imagino los colores incluso antes que las formas. Es decir, que mi sensibilidad artística es la misma.
–¿Tuvo alguna importancia en su formación el Instituto Di Tella?
–Yo frecuenté de muy chica el Instituto, pero no me formé allí. En cambio, iba mucho al bar Moderno, cerca del Instituto. Pero fue más importante para mí estudiar con Ana Tarsia, que era discípula de Juan Batlle Planas, un pintor maravilloso. También me sirvió muchísimo conocerlo a Carlos Alonso. Estos maestros me formaron mucho en la técnica y en la manera de ver. Por mi edad, yo era más clásica que el grupo del Di Tella. Mi segunda exposición fue en la galería Alvaro Castagnino, que estaba en frente, con dibujos.
–¿Cuál considera su trabajo más significativo con Oscar Araiz?
–Hay uno que hicimos en Ginebra, con Sueño de una noche de verano, que siempre recuerdo porque lo realicé con marionetas, con las más pequeñas que pude construir, ya que mientras más pequeña es una marioneta más difícil resulta manejarla. Fue un trabajo hermoso diseñarlas, aunque también hice la escenografía. Era una propuesta para adolescentes, aunque la obra de Shakespeare es muy pícara y sensual: comienza con Titania y Oberón peleándose por un paje. La marioneta más pequeña que hice fue la de Puck, el duende al servicio de Oberón. En total, trabajamos dos años, durante los cuales dibujé las marionetas, las construyeron y realizamos la ropa. A final, cuando se estrenó la obra, sentía que las marionetas eran hijos míos.
–¿Las conserva?
–Me las quería traer en el avión, pero se quedaron con los marionetistas: eran de ellos. Conviví tanto tiempo con esas criaturas que fue muy difícil separarme de ellas.
–¿Hay algún otro trabajo que le haya dejado un recuerdo especial?
–Me gustó muchísimo hacer el vestuario de La tempestad, con dirección de Lluis Pasqual. También me divertía trabajando con Hugo Midón, un maestro del teatro para niños y padres pensantes. Aparte de eso, fue muy hermoso hacer en el Teatro Avenida de Buenos Aires, en co-dirección con Oscar Araiz, Boquitas pintadas, de Manuel Puig, donde combinamos la actuación y la danza. Esa novela de Puig es para mí el compendio de la argentinidad de una época. Además, me atrae mucho la ropa de los años 30 y 40. Todo tiene caída y dedicación. De cualquier manera, lo más entretenido es el viaje, más que llegar. Por eso algunas de mis exposiciones se llaman Travesías o Nave, por el tema del viaje y la creación artística.

Almas gemelas
El diálogo con Renata fluye a veces muy rápido y, otras, más lentamente, entre pequeños silencios y vacilaciones. Sin embargo, en el segundo tramo de la entrevista, de pronto todo gira en torno de sus trabajos en colaboración con Charly García, Jean François Casanovas y, en especial, su recuerdo de Vinicius de Moraes.  
–¿Por qué nunca diseñó moda?
–Tuve ofertas, pero el mundo de la moda es aburrido. Me parece más mágico el teatro. Me gusta lo que hace John Galliano, pero acá, en la Argentina, se necesita llegar a un nivel de muy alta costura para que las señoras compren la ropa que uno diseña. Además, a los más grandes diseñadores de moda, como Oscar de la Renta, lo que más les apasiona diseñar es justamente teatro y ópera. Y yo estoy instalada en ese espacio tan codiciado.
–Entre sus colegas, ¿quiénes son los que más le han interesado?
–Bueno, de acá, Jorge Ferrari. De afuera, Christian Lacroix o Bob Wilson. Pero Lacroix una vez diseñó el vestuario de un ballet y la gente aplaudía la ropa en vez del espectáculo. No estoy de acuerdo con eso. El diseño de ropa tiene que estar en función del espectáculo y no a la inversa. Es un trabajo de equipo. Me parece muy mal que Lacroix, porque es Lacroix, se lleve todos los aplausos. El vestido tiene que servir para lo que quiere el director o el intérprete, no para que se luzca el diseñador.
–¿Cómo fue que se acercó a Charly García?
–Porque me encantaba la música de Charly, ya desde La Máquina de Hacer Pájaros. Charly me dio la oportunidad de dirigir integralmente un espectáculo. Fue con Bicicleta, de Seru Giran. Allí hice todo: afiche, ropa, escenografía, fotos, el escenario, luz. Con Charly también trabajé en otros espectáculos: Piano bar, No bombardeen Buenos Aires. En 2013, hicimos el último Colón, cuando Charly presentó Líneas paralelas junto con dos cuartetos de cuerdas. Ahí me encargué de la puesta en escena y diseñé el vestuario que utilizaron Charly y su banda.  
–Supongo que la afinidad artística con Charly se puede comparar con la que tiene con Oscar Araiz.
–Y sí, son como hermanos, como almas gemelas. Cuando uno es chico busca maestros, y yo los tuve y muy buenos. Pero después, cuando crecés, buscás pares, gente con una sensibilidad parecida, para hacer acompañado el propio camino artístico. Otro amigo del alma fue Jean François Casanovas, incluso llegué a representar al grupo Caviar, además de trabajar mucho juntos.
–¿Y de quien más aprendió, sin que haya sido un maestro suyo?
–De Vinicius de Moraes. Lo conocí muy chica y fue para mí un maestro de la vida. Lo vi poco hacia el final de su vida, porque estaba enfermo, pero era una persona increíble. Lo conocí por su editor argentino, Daniel Divinsky, que es amigo mío y me había publicado un libro de ilustraciones, Griselda adolescente, en aquellos tiempos del Di Tella, que yo había dibujado a los 16 años. Entonces Daniel me pidió una ilustración para la tapa de un libro de Vinicius que estaba por publicar, Para una muchacha con una flor. La hice, claro, encantada. Después, cuando vino a la Argentina, lo fuimos a ver con Daniel al barco, porque por esa época a Vinicius le daba terror viajar en avión.  Así fue como lo conocí. Para mí, fue una persona muy importante en mi vida. Fue mi aparceiro, mi compadre.
–¿Hubo obras en colaboración con Vinicius de Moraes?
–Con él saqué en 1976 un libro de poemas y dibujos, Vinicius y Renata: los elementos. Fue una edición muy reducida y sofisticada, publicada por la embajada de Brasil. Eran cuatro poemas de Vinicius sobre los elementos: agua, aire, tierra y fuego. Mi parte eran cuatro ilustraciones, una por poema.
–¿Qué le transmitió Vinicius, que fue tan importante para usted?
–Una intensa manera de vivir, una frecuencia muy fuerte.

 

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