De cerca | ENTREVISTA A JORGE VALDANO

«Yo hincho por la emoción»

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Ariel Scher - Fotos: Juan Quiles

El campeón del mundo del 86 recuerda a Maradona y habla de Messi y los sueños de fútbol. Los cambios en el juego y el negocio versus la pasión.

–El primero de tus libros se llama Sueños de fútbol. ¿Todavía soñás fútbol?
–Sí, sueño que juego. Hay un sueño recurrente que se parece mucho a «tengo examen y no estudié» me siento mayor, a punto de dejar el fútbol, e intento disimularlo delante de aquellos que deciden mi contrato. Y, claro, no me sale. Es una pesadilla. La pesadilla del exjugador que ya no se siente con vitalidad para soñar goles sino para errarlos y con consecuencias.
–Pero el fútbol te habrá permitido mejores sueños.
–El gol. Es algo inigualable. Una explosión interior. El día de la final del Mundial de México entendí que la felicidad tiene un tope. Que cuando pasás ese tope, aparece el clásico momento de «esto no me puede estar pasando». Recuerdo a mi vieja con un despertar inoportuno, en medio de un festejo, de un gol. Y yo decía «qué pena, con lo bien que la estoy pasando». Y, bueno, ese día, en la final, mi vieja no me despertó. Era verdad.
Jorge Valdano sueña sueños de fútbol en cada rincón en el que duerma y en cada rincón en el que se despierte. En la Argentina, por ejemplo, donde acaba de pasar unos días que le permitieron verificar que estar al borde de los 67 años no impide que la gente acorte distancias al tratarlo. Siempre es «Jorge» y otra vez «Jorge», siempre es el pedido de una foto y otra foto y otra foto, siempre es afecto y más afecto. A Valdano le gusta pisar una tierra en la que advierte la persistencia de saberes sobre fútbol y en la que los estremecimientos se le apilan porque en todos los barrios brillan murales para Maradona.
–Diego, dentro de la cancha, era el tipo más feliz del mundo. Y, cuando uno es feliz, es valiente, es generoso, es más inteligente. En la final de México, por ejemplo, tenía el partido en la cabeza: el partido, no su partido. Y ya no era Diego: era un prócer. Él no salió del partido frente a Inglaterra de la misma manera en la que entró. Ahí se convirtió en otra cosa para la historia del fútbol y también para la historia argentina. Jugábamos al lado de un prócer y teníamos esa conciencia. Además, era un prócer que te ayudaba a ganar los partidos. Estaba en un momento de plenitud. Es que Diego era inteligente para todo. Fue muy consciente, desde meses antes, de que el Mundial de 1986 representaba el cruce de caminos de su vida.
–A la distancia, ¿ese Mundial también te parece un sueño de fútbol?
–Desde que yo nací hasta que se jugó el Mundial pasaron 30 años, 30 años soñando ese momento. Y desde el Mundial hasta aquí pasaron más de 30 años, o sea más de 30 años recordándolo. Era más yo soñándolo que recordándolo. Si veo el gol de la final en estos momentos, me cuesta creer que soy yo. En cambio, cuando lo soñaba era indiscutiblemente yo.
–¿Y la pasión cambió?
–Me sigue apasionando el fútbol. Sigo en rebeldía con algunas cuestiones que, sin embargo, no me hacen parecer que estoy ante otro juego sino el de siempre. Solo me apena que la metodología se esté apoderando de un juego que, desde la espontaneidad, me hizo tan feliz. Me da la sensación de que cada vez se juga más de memoria y de que la creatividad tiene menos oportunidades. Eso castiga al amague, a la pausa, a la gambeta, a cuestiones que son el fútbol mismo.

–¿Por qué se da ese fenómeno?
–El entrenador ganó protagonismo. Y los entrenadores aman el control. Si controlan el juego, duermen mucho más tranquilos. Además, el fútbol se ha convertido en algo muy importante económicamente como parte central de la industria del ocio. Y las cosas que se vuelven importantes merecen investigación, análisis. Hay un ejercicio intelectual apasionante y muy meritorio. Todo lo que le ha dado Guardiola al fútbol merece un libro sobre creatividad. Pero hasta Guardiola exagera el método y eso atenta nada menos que contra la libertad, que es una parte esencial de la creatividad.
–Eduardo Galeano hablaba del fútbol como un viaje del placer al deber.
–Convertir en importante a un juego ya tiene algo de aberrante. El juego es algo que nos aleja de la realidad. Es trascendente porque de la economía depende su subsistencia, porque el entrenador conoce que del resultado depende su cargo. Hay trampas que tiende el capitalismo y que el fútbol no hace más que reflejar. En ese sentido, sigue siendo un juego muy sincero: hubo una época en la que el fútbol reflejaba a su lugar y ahora refleja a su tiempo. Este es un tiempo de globalización, en el que los grandes se comen a los pequeños y en el que ganar es un imperativo.
–Y en el medio anda alguien como Messi.
–Sí, pero Messi ya no juega por encima de esa realidad. Es anfibio. Mitad calle, mitad academia. Mitad libertad, mitad método. Hasta los 12 o 13 años, creció respondiendo a su naturaleza. Luego, lo metieron en una horma muy estricta en el Barcelona y tuvo suerte de encajar en una generación de grandes jugadores. Eso ayudó a que su naturaleza no se sintiera tan forzada a acomodarse a esa manera tan formal de entender el juego.
–Ese era el primer Messi. O las versiones que siguieron. ¿Y este Messi?
–Percibo que tiene un conocimiento absoluto del juego y lo expresa desde su condición de estratega. Antes era un hombre y una pelota. Ahora es un hombre y un equipo. Maneja los hilos del equipo con mucha sabiduría. Se adaptó a este imperativo tan brutal que es el paso del tiempo, acomodándose en la cancha en el lugar que más le conviene al equipo y a él para tener un alto número de intervenciones, algo que favorece al equipo. Además, encontró un aprecio entre los jugadores que lo vuelve medular. Basta con ver cómo se gritan los goles y cómo se festejan los triunfos en la Selección: todos van en busca de Leo. Se ganó la Copa América y daba la sensación de que los compañeros estaban más contentos por él que por ellos. Se logró esa comunión. Cuando un equipo consigue esa identificación personal, se puede esperar cualquier cosa.

–¿Decís que se puede soñar cualquier cosa con Argentina en el Mundial de este año?
–Argentina le puede ganar a cualquiera, pero le costarán los rivales, sobre todo los europeos. Cualquiera de esos equipos, es de cuidado, con jugadores de gran presencia física, partidos de gran ritmo, todos controlan y pasan a gran velocidad. Ahí la academia no estropeó tantas cosas. En cambio, en Argentina, la academia estropeó una cultura hecha de gambetas y de jugadores imaginativos. El tránsito de la calle a la academia no ha sido el mejor en este país.
–Cuando llegaste para jugar en España en 1975, descubriste los textos de Manuel Vázquez Montalbán. Su último trabajo futbolero fue Una religión en busca de un dios. Messi no había llegado. ¿Vendrán nuevos dioses para el fútbol?
–Vendrán distintos. Serán dioses más físicos, desequilibrantes pero más previsibles. Habrá dioses. El fútbol siempre nos renueva el asombro.
–Otro dios del fútbol, Alfredo Di Stéfano, decía esta frase: «Ningún jugador es tan bueno como todos juntos». ¿Se acentuará eso?
–El equipo cada vez es más importante que el individuo. Por eso ha ido desapareciendo el 10. En palabras de Arrigo Sacchi, el mediopunta es medio jugador. Pero siempre aparece el genio que hace a un equipo dependiente y al entrenador, también.
–Pero vos fuiste 9. Incluso, alguna vez, Osvaldo Soriano te envió una carta «de 9 a 9». ¿Qué hay del 9 según tus ojos de número 9?
–Están Haaland, el serbio Vlahovic y, si se le da la gana, Mbappé, que puede partir de cualquier lugar pero llega antes que los demás. Ninguno es genio, pero son tres figuras rutilantes. Y está Benzemá, el más talentoso de todos, que ahora se volvió un jugador total.
–¿Qué es saber de fútbol?
–Saber de jugadores. Aunque ahora esto se ha vuelto muy táctico. Y esa obsesión hasta trae un lenguaje nuevo. Ya no se puede ver un partido sin tener un conocimiento previo de los dos equipos, de su comportamiento colectivo. Aun entendiendo que esa obsesión se está apoderando del fútbol, saber de esto es saber quién interpreta la obra.
–¿Le recomendarías a un pibe o a una piba que sueñen fútbol?
–Si sienten placer por lo que hacen, el placer vale la pena. El problema es convertir al niño en un profesional a los 12 años y llenarle el juego de obligaciones. Ahí deja de merecer la pena. Se convierte en una materia hasta odiosa. Creo mucho en el placer como orientador de la vocación, de actividades futuras serias. Jugué al fútbol exclusivamente por placer y lo convertí en una profesión. Cuando la profesión me llenó el fútbol de obligaciones y de presión, necesité un placer sustitutivo y lo encontré en la lectura. Al final, la lectura se convirtió casi en mi segundo medio de vida: estoy en la televisión y en la radio, escribo artículos y libros. Eso se lo debo a la lectura.
Claro, la lectura: Valdano pasó por la Argentina acumulando libros. Disfruta de la obra de Juan José Saer, tan santafesino como él, y conserva las conmociones que le provocó Camila Sosa Villada con Las malas. Luego de las largas noches destinadas a charlar de fútbol tanto en el suelo natal de Las Parejas (donde dio una charla benéfica que reunió a 1.500 personas) como en la superficie porteña, dedicó ratos de fascinación a Yo recordaré por ustedes, de Juan Forn. Y buscó hasta detectar un ejemplar de La cigarra, una notable reflexión sobre el juego del filósofo estadounidense Bernard Suits que acaba de editarse por primera vez en la Argentina. La lectura lo vincula con muchas cosas y, en especial, con algo que le importa adentro y afuera del territorio de los sueños: la emoción.
–El fútbol vive de la emoción. Estoy en medio de un debate en el que hincho seriamente por la emoción. Se está confundiendo al fútbol con un entretenimiento. Incluso, en el periodismo. Hay muchos profesionales muy graciosos, que intentan hacer al fútbol más digerible, más divertido, como si se tratara de un entretenimiento. Si es eso, estamos perdidos porque en el teléfono tenemos una competencia imbatible. Ahora, como emoción, el fútbol no tiene rival. Como sentimiento a través del cual jugamos, el fútbol no tiene rival.
–La emoción de jugar a la pelota.
–La pelota es el ombligo del fútbol. El Negro Fontanarrosa tiene un cuento maravilloso: hay un chico que está sentado en un banco con una pelota al lado, se la olvida, llega a la esquina, le silba y la pelota se baja sola del banco y lo persigue. Ese cuento me sobresaltó porque el Negro tenía una capacidad sorprendente para llevar lo simbólico al territorio de lo real. Para un argentino, durante mucho tiempo, la pelota era casi más que el fútbol. Por eso amamos tanto a Diego, que hacía con la pelota lo que quería.
–Di Stéfano puso una pelota en la puerta de su casa con la leyenda «Gracias vieja». Después de tantos sueños, ¿te identifica esa frase?
–Seguro. Lo entendí de primera a Alfredo.
Dice eso Valdano, que después evoca a un partido cualquiera y cita un párrafo de un libro cualquiera y sigue, sigue y sigue soñando fútbol.

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