De cerca | ENTREVISTA A LALO MIR

Animal de radio

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Damián Damore - Fotos: Juan Quiles

Desde 9 PM hasta Aquí Radio Bangkok, pasando por Lalo por hecho, su trayectoria dibuja un mapa de la AM y la FM. Música, humor y experimentación frente al micrófono.

Con más de 50 años de trayectoria, pionero en renovar sus formas, su lenguaje y su vínculo con la audiencia, Lalo Mir se convirtió en una de las voces más reconocidas de la radio argentina. Desde 9 PM –un tramo que inaugura un estilo de conducción en Radio del Plata, que sigue vigente con su ciclo Sábado de moño en Nacional Rock– su carrera trazó un mapa posible del medio: una red de humor, inteligencia y experimentación que lo ubicó en la zona alta del dial. Lalo y su tripulación irrumpieron en el aire en la década de los 80, cuando los programas matinales todavía sostenían la estampa robusta de Rapidísimo, con Héctor Larrea, Beba Vignola y Rina Morán al frente de un Fórmula 1 verbal que se largaba a rodar con el amanecer.

El antídoto contra la épica radial era el juego. Y la herramienta, la voz. Lalo la convirtió en un instrumento polifónico: podía narrar un texto como si fuera un poema beat, anunciar un tema como si viniera de Marte, o entrevistar con una familiaridad que desarmaba cualquier pose. El poder de esos matices vocales no estaba en la impostación, sino en la ductilidad interpretativa: sabía cuándo dejar que la frase se deslice con ironía, cuándo cortarla en seco, cuándo bajarla al susurro.

Con la música como combustible, la palabra como performance y la risa como herramienta subversiva, el viaje sonoro que inició en 9 PM tuvo (y tiene) muchas más estaciones: Aquí Radio Bangkok, Tutti frutti, ¿Buenos Aires?: Una divina comedia, Cabeza de pescado, Radio Pirado, Macedonia, Animal de radio, Lalo por hecho. Con el tiempo, esa ruta fue espesándose hasta volverse una ganache sabrosa, especialmente con la incorporación de radio La Colifata, la primera radio en el mundo en transmitir desde un hospital neuropsiquiátrico, el Borda de Buenos Aires, que Lalo encastró en sus mosaicos radiales. El sentido siempre fue el mismo: una curiosidad sin fecha de vencimiento, un oído entrenado para detectar lo raro, lo potente, lo que no se acomoda. En cada formato, no buscó imponer una marca, sino abrir un campo de juego. Una zona libre de solemnidad donde la radio no es un decorado, sino una forma de vida.

«Empecé haciendo suplencias en 1974. Hice un año, un año y medio de suplencias, sobre todo en Radio del Plata, aunque también en Rivadavia. En Del Plata, como locutor de tandas comerciales, y en Rivadavia en el rotativo del aire, escribiendo noticias. Tenía 22 o 23 años. Después, por esas cosas de la vida, caigo en la productora JC y Asociados, que era una agencia de publicidad que trabajaba específicamente con radios. Mis referentes ahí eran el Cholo Gómez Castañón y Freddy Ojea: ellos producían programas en la radio y me llamaron para integrarme al equipo. Fui productor de comerciales y programas de radio hasta que, en 1982, empecé con 9 PM. Prefiero decir que volví al micrófono», comparte sobre su llegada a un clásico de la radiofonía local, el inicio de su sociedad artística con la «Negra» Elizabeth Vernaci.

–¿Cómo fue tu infancia en San Pedro?
–La infancia en San Pedro es una época maravillosa de mi vida, un muy buen recuerdo, más allá de ciertos detalles que pasan en la vida de cualquiera. Vida de pueblo, pero en las márgenes del río Paraná, un universo para el niño, con mucha libertad. Era una época donde las puertas no se cerraban con llave, y si íbamos a la escuela y entregábamos las tareas más o menos a tiempo, no había mucho control. Salíamos, volvíamos. Era una vida muy salvaje, por decirlo de algún modo. Silvestre, sería mejor. Así transcurrió hasta mi adolescencia, cuando, por relaciones personales, amigos y curiosidad, empecé a recalar en una propaladora, que luego se convirtió en circuito cerrado. Eran aquellas radios que había en los pueblos, que transmitían por parlantes, y en un momento se instalaron cables en el pueblo para que la gente tuviera el parlantito en su casa. Una cosa llevó a la otra, no hubo un día en que alguien me señalará el camino, no hubo la Virgen que me iluminara. Para mí, es interesante resumirlo en una anécdota que creo que es la más formal. Fernando Bravo, «Puchulu», sanpedrino como yo, se fue a Buenos Aires, hizo la carrera de locución en el Iser, se recibió de locutor, empezó a trabajar y tuvo éxito. A los pocos años, lo vimos aparecer en un Peugeot 504 cero kilómetro. Los que andábamos pululando entre una cosa y otra en la propaladora, circuito cerrado radio de San Pedro, nos cayó la ficha y dijimos «¡ah, se puede!». Me anoté en el Iser, pero no entré. Rendí, me bocharon. Entré al tercer año, hice la carrera y empecé como suplente en Radio del Plata. Pero no hubo un mandato, no hubo una señal. Se fue dando, me fui acomodando, que de alguna manera es como funciona mi vida: me dejo llevar y voy por ahí.

–Volvamos a Del Plata, ¿cómo se abrió la puerta de 9 PM?
–Primero con Horacio Moret, un locutor que era el director artístico de Radio del Plata. Nosotros éramos la gran producción de JC y Asociados para Radio del Plata, pero trabajábamos también con Continental, El Mundo, Excelsior, Splendid, Mitre y Antártida. Manejábamos cerca de 80 horas de radio por día; era una fábrica de radio.

–¿Qué tareas hiciste?
–Pasé por todo: guiones, música, coordinación, grabaciones, entonces me fui haciendo un background importante. Manejaba todas las herramientas de la radio cuando en 1981 tuve un ataque y dije «me voy a tomar un año, me voy». Fue porque estaba cansado, no me gustaba lo que hacía. En 1979 salí de Argentina por primera vez. Me fui dos meses con mi compañera de entonces, Adelita, nos encontramos con mi hermano y recorrimos países. A mí me picó ese bichito. Nos agarró el impulso de viajar. Había juntado unos pesos y dije «me voy de viaje».

–¿Dónde estuviste?
–Subimos por América: Perú, México, Los Ángeles, costa este de Estados Unidos. Recalamos en la casa de mi hermano en Washington, donde me quedé unos meses estudiando inglés. Después fuimos al Caribe, luego volvimos, y después a Brasil. Fue un año de muchos viajes, visité a mucha gente de radio y escuché muchas radios con otras lógicas.

–¿Escuchaste alguna radio que te impactó?
–Sí, una cadena de radios que escuchaba en Nueva York y Washington, la 101: era bien rockera. Yo no era del palo del rock, venía de San Pedro, con folclores, Sandro, Leonardo Fabio, Palito Ortega. La radio popular AM era lo que había en San Pedro, no había FM. Pero en la agencia se producían programas y había rock, así que formaba parte de mi mundo musical, como una fuente más. Cuando volví le dije al Cholo Gómez Castañón que tenía ganas de hacer un programa de rock, me respondió que a las nueve de la noche no se vendía. Hacía dos años que ese horario, de 21 a 22.30, estaba caído. Hablé con Horacio Moret, director artístico de Radio del Plata: me dijo que a las nueve podíamos hacer algo. «Dale, lo hacemos juntos», le dije. Necesitaba a alguien que me empujara. Creo que empezamos el 14 o 15 de marzo de 1982. El 2 de abril se desató la Guerra de Malvinas. Eso catapultó 9 PM hacia la estratosfera.

–Era curioso escuchar rock en la noche de la AM.
–Nosotros pasábamos Deep Purple, Led Zeppelin, Rush, Serú Girán. De pronto, la música en inglés murió: era el 60 o 70 por ciento de nuestra programación. Y era ese power que necesitaba para subir y transmitir con potencia. Las radios dejaron de pasar música en inglés. Esto hizo que 9 PM se convirtiera en un fenómeno. Vinieron 400 millones de demos de bandas nuevas. Era 1982, la dictadura estaba en caída, la Guerra de Malvinas la liquidó, y en 1983 tuvimos elecciones. Había dos millones de pibes tocando en sótanos, garages, cuartitos de fondo o terrazas. Y empezaron a aparecer grandes bandas. Cuando volvieron a pasar música en inglés, meses después, ya la programación tenía una base de rock argentino. A mí me gusta más decir rock argentino o argento que rock nacional, que me suena a término militar.

–Rock & Pop es un poco heredera de 9 PM.
–Claro, si el armador de Rock & Pop fue el Negro Budiño, que venía de ser operador de 9 PM. Era una estética más americana, inspirada en radios como Westwood One o la 101, con mucho punch y energía. Acá las radios eran más lánguidas, más charladas, salvo Rivadavia que era muy rápida y marcial. El rock era un tono más bajo, y eso no estaba ni escrito ni planeado: se fue dando. Cuando apareció Rock & Pop con veinticuatro horas de rock y separadores muy cuidados, apareció la FM de formato: música con locutores que hablaban cada dos o tres canciones, más comerciales. Eso fue entre 1980 y 1985, con Rock & Pop, FM 100, Horizonte, Láser y Aspen. Ese fue el nacimiento de la radio de formato, que ya existía en Chile y Uruguay. Trabajé bastante en Chile, en radios como Radio Concierto y Futuro. Me instalaba en Viña del Mar durante el verano. Hice programas durante once años.

–¿Cómo surgió la dinámica entre los integrantes de Aquí Radio Bangkok?
–Al principio no teníamos idea de qué hacer con Bangkok, recuerdo que en ese momento estaba haciendo Videoscopio en televisión, programa de videoclips que producía Carlos Moyano. Había que completar cuatro horas de aire, de 10 a 14, pasar 15 o 16 canciones por hora con tandas, sin mucho espacio para hablar. Decidimos hacer un magazine medio disparatado, pasando noticias y con separadores sonoros muy elaborados en Bangkok. Necesitaba a alguien conmigo. Es que yo solo no sirvo, no ando, no funciono en radio. Si me encierro para grabar algo, sí. Pero en vivo pierdo la atención, necesito alguien que esté conmigo, entonces les empecé a hablar a Quique Prosen y Bobby Flores, que estaban en segundo plano. Les decía «contéstenme», ahí nace la muletilla «¡contéstele!». Eso generó una situación de comedia, un acting radial, algo nunca experimentado antes. Había un coro de voces. Una puesta en escena teatral que luego se completó con la llegada de otros más. La gente sentía ganas de escuchar más, aunque a veces no se entendiera todo. Eso fue lo disruptivo: esa idea superó el límite del micrófono tradicional. El concepto era que vos prendías la radio y no sabías si estabas en una FM.

–¿Recordás algún episodio especial?
–El concierto de bolsas para papel. Viene un amigo que vivía en Nueva York, Hugo Laurencena, un pintor hiperrealista. Hacía pinturas de tamaños gigantes y en esa época pintaba bolsas de papel, las que usan los gringos en el supermercado. Era un cúmulo de dos bolsas pintadas como si fuera una foto. Me dice: voy a montar una muestra en la sala principal del Recoleta. ¿Qué hacemos? Y le digo: traé doscientas bolsas de papel grandes, doscientas medianas, doscientas chicas. ¿Qué vas a hacer? Un concierto de bolsas de papel. Inflamos las bolsas y las explotamos. Bobby, que era el más rata, me tira una idea, tenemos en AM a la locutora de Radio Nacional: «A continuación, en Radio Bangkok, el concierto de bolsas de papel número 4». Y entramos a romper bolsas de papel. Alguien lo tiene filmado en un video. No sé dónde está. ¿Entendés la idea? Eso era. Superamos el hecho del micrófono.

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