18 de octubre de 2025
Mientras presenta un nuevo disco como trompetista, Gillespi conduce su propio espacio radial y participa en el clásico de Alejandro Dolina. La doble vida entre la música y los medios.

La primera fascinación con la trompeta llegó a través del sonido brillante de las grandes orquestas que su padre escuchaba en su equipo todos los sábados y domingos por la tarde. Era un ritual: ponía un disco a todo volumen que rebotaba en todas las habitaciones de ese hogar de clase media en Monte Grande. Y también era una de las pocas actividades culturales que Gillespi compartía con su padre. La otra era ir a ver los desfiles militares. «Mi padre era peronista y no simpatizaba con los militares, pero vivíamos en Monte Grande y era la única oportunidad de ver todos estos instrumentos sonando en vivo y en directo. Y bueno, venían los 9 de Julio, los 25 de Mayo, cortaban la calle y eran 30 monos con trompeta. Nos íbamos ahí con mi viejo y disfrutábamos mucho de la sonoridad, la potencia que genera la suma de los instrumentos de viento. Ese poderío», cuenta.
Es un día de lluvia y frío. A través de la vidriera se ven las personas corriendo debajo del aguacero. Los paraguas se doblan por la fuerza del viento. Gillespi está en una pequeña casa de música donde venden instrumentos de viento, un refugio que tiene en el microcentro. Abraza una trompeta Atlas. Luego sopla y toca unas notas, un fraseo agudo que se mantiene flotando suavemente en el aire. Para poder hacerlo con fluidez, Gillespi estudia todos los días. «Es un instrumento cruel. Te vas diez días a Santa Teresita de vacaciones y, cuando volvés, tenés que empezar todo de nuevo, si no no te sale nada», dice, sentado sobre el amplificador de una guitarra.
«Me gusta mucho más la cultura rock que la del jazz. Me parece más rica, más pesada en el mensaje, en la búsqueda de los artistas. El rock es una maravilla.»
Fue Marcelo Rodríguez, su nombre de nacimiento, hasta que Roberto Pettinato se lo cambió por el apodo de Gillespi, un homenaje al trompetista estadounidense, uno de los más grandes de la escena del jazz. «A priori parece que fuera complicado tener como dos nombres que representan a dos personas. El tipo normal y el tipo del mundo de la música, del arte. En el caso mío es más sencillo porque el Gillespi ya tiene su vida propia. Es una construcción como la de todos los artistas. Digamos que Marcelo Rodríguez ha quedado para hacer trámites o para reuniones familiares. Después ya salgo de mi casa y soy Gillespi», dice el músico.
Gillespi, el artista, el músico que tocó con Sumo, grabó con Las Pelotas, tocó en la despedida de Soda Stereo y en otras bandas de rock argentino, y grabó once discos entre los cuales se encuentra el proyecto Experiencia 432 con Divididos y su sorprendente último trabajo solista, Forma, que registró junto al tecladista Álvaro Torres. «Nos conocemos hace veinte años con Álvaro y le dije :“metamos todas las referencias que se nos ocurran y caguémonos de la risa si sacamos un compás que se parece al de Stevie Wonder”. Todo lo hizo alguien antes, entonces fue decir hagamos lo que nos divierta y que nos haga sentir bien».
En su historial la música se entrelaza con una vida paralela como guionista de programas de televisión, escritor, humorista y conductor de radio: tiene su programa Perdidos en el espacio todos los días en Radio Provincia, y también es uno de los partenaires de Alejandro Dolina en La venganza será terrible en la AM 750. «Todas las cosas que me gustan de mi profesión eran las que me gustaban de chico. Digo, no es un personaje tan grande el que armé, es muy parecido a mí. Pero en determinados ámbitos, supongamos La venganza será terrible, hay una potenciación de mi estado humorístico, porque si no, no me pagan. Si soy muy común, solo un pibe de barrio, no merezco ganar un sueldo. Es mi profesión, mi oficio. En la música es lo mismo», explica.
–¿Cómo fue la construcción de ese personaje artístico que hoy todos conocen como Gillespi?
–Yo creo que uno inocentemente copia y hay algo en la cocina de todo esto, en la alquimia, que hace que sea tuyo. Por eso termina siendo un producto más o menos original. Eso se nota mucho en el jazz. Toda la vida la parte de la pedagogía del jazz es escuchar los solos de los músicos que te gustan, transcribirlos, copiarlos. Lo que pasa es que vos los copiás, hacés todos los deberes, pero a la hora de tocar en el escenario ya los deformás porque vos tenés otra impronta, porque alguna frase ya la suprimiste porque no te gustaba, a otra le agregás algo tuyo. Bueno, inmediatamente ya no lo encontrás más al que copiaste.
–Robaste un poco de cada experiencia de la que participaste.
–Yo soy un bicho raro. Si me decís que soy un músico de funk, puede ser un halago, pero no me representa. Si me decís que soy un músico de jazz, puede ser un halago, pero tampoco me representa. No te voy a mentir. Me gusta el jazz como género y al tocar la trompeta naturalmente voy hacia ese punto, pero yo escucho al flaco Spinetta en el auto, escucho los Beatles, escucho Earth, Wind and Fire. No soy puro para los jazzistas. Me gusta mucho más la cultura rock que la cultura del jazz. Me parece más rica, más pesada en el mensaje, en la búsqueda de los artistas. El rock es una maravilla, digamos, sobre todo el de los 60 y los 70.

«Entré a Sumo en un momento muy caótico. Fue el último año. Un momento donde quizás a Luca la experiencia del grupo exitoso ya no le satisfacía plenamente.»
–Entonces no te sentís parte del ambiente del jazz.
–A mí me ponés con un montón de jazzeros porteños y me parecen un embole. Yo creí que eran monos que estaban cambiando el mundo, no unos flacos que tocan instrumentos. En el rock, en cambio, vos te encontrás con un Indio Solari, un tipo que leyó 500 libros, o Luca Prodan, un tipo culto. Es gente muy interesante. Te ponés a hablar con Pedro Aznar, o con David Lebón, y te quedás hablando todo el día. Hay algo en ellos que quiere cambiar un poquito las cosas, no solo tocar el instrumento.
–La trompeta fue tu primer instrumento.
–En realidad, mi hermano mayor, que tuvo su breve paso por el rock como guitarrista con otros vagos de Monte Grande, me contagió la idea de tocar la guitarra. Después me empezaron a gustar los instrumentos de viento: el clarinete, el saxo y la trompeta. La vida hizo que me encuentre con una trompeta, que pueda comprarla y ahí sigo hasta el día de hoy.
–El cruce con Luca Prodan aceleró tu ingreso fuerte en la música.
–Sí, me metió un turbo. No sé qué hubiera sido de mí quedándome en Monte Grande como único plan. Muchos amigos que empezaron conmigo terminaron abandonando la música.
–¿En que etapa entrás a Sumo?
–Yo creo que entré a Sumo en un momento justo, pero en un momento de la banda muy caótico. Fue el último año de ellos. Un momento donde además quizás a Luca la experiencia del grupo de rock exitoso ya no le satisfacía plenamente. Yo lo conocí en la época en la que estaba muy amigo de Rodrigo Espina, que era director de cine, actuaba en cortometrajes, iba al Parakultural, se juntaba con Andrés Calamaro. Estaba un poco disperso, Luca. Yo creo que quizás también signado por síntomas que le hacían ver la cercanía de la muerte, entonces el proyecto de la banda de barrio y de triunfar en la música ya no le cabía tanto. En esa cosa rara, incluso en una relación por momentos polémica de Luca con Pettinato, entro yo a tocar la trompeta. A mí eso me vinculó con muchos músicos, estar tocando para un público de verdad, multitudes por momentos. Y me pegó una acelerada de horno.
–Este año compartiste en tus redes que encontraste material inédito de Sumo.
–Sí, cassettes grabados por mí, la mayoría. Siempre me procuré buenos aparatitos para grabar porque quería capturar cosas. En el caso de Sumo, además tenían un grabador de esos gigantes de raperos que lo utilizaban para sacar temas, y grabé algunas veces en ese mismo grabador. Nadie llevaba cassettes a esa altura porque estaban transitando esa película y no pensaban en la trascendencia. Después fue completamente distinto lo que pasó con Luca y la permanencia de Sumo hasta el día de hoy.

–¿Dónde encontraste el material?
–En un galpón que tengo al fondo de casa, donde hay muebles, bicicletas, cajas de todo tipo que no se sabe qué contienen, estufas de tubitos de cuarzo rotas, ventiladores, ropa vieja, las cunas de mis hijos, como en cualquier casa. En algunas de esas cajas hay libros, en otras hay VHS. Y ahí apareció una primera caja que es la que yo promocioné, pero apareció una segunda que no vi qué tiene todavía. En la primera hay cosas de Sumo, ensayos, conciertos, toda la etapa previa de Divididos, muchas cosas con Arnedo y Mollo más informales, que por ahí tienen un valor histórico. Y otras con Mex Urtizberea, cuando teníamos una banda. Mi misión ahora es digitalizar personalmente esos cassettes.
«Con Dolina hay mucha improvisación. En realidad, es más cómo se vinculan nuestras personalidades humorísticas. Solo hay que tirar un tema y desarrollarlo.»
–¿La veta del humor siempre estuvo?
–Según mis compañeros de la escuela siempre estuvo, aunque yo no la reconozco. Sé que era tímido y medio aparato, la típica. Lo del humor se fue dando. Con Pettinato se potenció porque en aquel momento empezamos a trabajar de eso. Contaba chistes en el programa de los domingos de Sofovich y había que abastecer todo ese monstruo, entonces me puse a escribir monólogos con temas de actualidad. Me empecé a profesionalizar. Después incorporé un poco esa mecánica y perdí timidez. Hasta el programa Orsai yo no quería aparecer en cámara. Ahí hacía el personaje de Aníbal Hugo, pero no aparecía. Toda esa situación para mí fue un aprendizaje y un cambio de postura.
–La entrada a La Venganza será terrible ya te agarra en otra etapa.
–Sí, ya es una profesión para mí. Como que me coloco en un modo humorístico, es como ese pequeño switch que se acciona. Naturalmente no lo haría quizás.
–Con Dolina se da una cosa de improvisación sobre lo que van hablando, como en una jam.
–Sí, hay mucho de improvisación. En realidad es más cómo se vinculan nuestras personalidades humorísticas, que ya están definidas. Solo hay que tirar un tema y empezar a desarrollarlo. A veces me preguntan cómo es trabajar con Dolina y les digo o es muy fácil o es imposible. Si vos sos vos y hablás, es fácil. Si vos querés agradarle a él o ser más gracioso que él, es imposible, durás dos días en el programa. Es como dejarte llevar, es como en una jam session.