Cultura | NÉSTOR FRENKEL

De vidas ajenas

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Mariano Kairuz

El documentalista estrena Después de Un buen día en el Bafici, un trabajo que indaga en el singular culto surgido alrededor de una película de Nicolás Del Boca.

En las salas. Después de pasar por el festival de cine porteño, el documental de Frenkel llegará en junio al C. C. San Martín.

Foto: Guadalupe Lombardo
(Agradecimiento al Museo Enrique Larreta)

«Yo jugaba en Chacarita, loco», dice Enrique Torres con una sonrisa y la convicción de quien se define como «un busca». «Quique» Torres vio su carrera de futbolista frustrarse, pero tuvo mil vidas más: fue miembro de un grupo de teatro experimental que le abrió las puertas a una aventura internacional, editor de una exitosa revista de la era del destape español; de vuelta en Argentina, periodista de una creatividad extrema, aventurera y sensacionalista en la editorial Perfil, y el insospechado autor de una década de brutales éxitos del universo de la telenovela: los 90 de (su cuñada) Andrea del Boca, con títulos inolvidables como Celeste, Antonella y Perla negra, así como algunas de las más exportadas incursiones de Natalia Oreiro.
Si bien termina por adueñarse del relato con su carisma, Torres es uno de varios personajes increíbles y la suya una de las múltiples historias que recorre Después de Un buen día, el nuevo documental de Néstor Frenkel, que mañana viernes a la noche se estrena en el Gaumont en el marco de la edición 25 del Bafici (repite el domingo 21 y el lunes 22). En junio llegará a la pantalla grande del Centro Cultural San Martín, donde la acompañará una retrospectiva de la obra de Frenkel.
Un buen día fue la única experiencia en cine de Torres y, un poco a la manera de su guionista y productor, tuvo caída y resurrección: filmada en Long Beach en 2009 con dirección del entonces octogenario Nicolás Del Boca y las actuaciones de Aníbal Silveyra y Lucila Solá (quien ya era conocida como «la novia de Al Pacino»), se estrenó con salas vacías y críticas impiadosas. Fundido a negro: tiempo después, Un buen día se convertía en objeto de culto y fanatismos y se gestaba el «Grupo de Apreciación», que predica literalmente la palabra a través de proyecciones multitudinarias en las que se escruta cada escena de la película y se repiten diálogos como contraseña y mantra.
«Es como una profesión lo de estos chicos: una inclinación a ser fans», cuenta Frenkel en entrevista con Acción. «Se me acercaban con muy buena onda, en especial a partir de mi película Amateur: Cinco de ellos se fueron en auto a Concordia a conocerlo a Jorge Mario, el protagonista de Amateur. Son gente extrema, buscadores de cosas, y en Un buen día se encontraron con algo fuerte que se multiplicó. No solo a partir de ellos, se dio por muchos lados, pero ellos tenían toda esta narrativa, tan linda, tan divertida y tan documentada. Me llega por redes y les pregunto si estaban grabando todo esto, y me dicen que sí, porque son medio freelancers y siempre están haciendo algo». Y entonces se le acercó Magrio, conocido creador de animaciones y uno de los portavoces del Grupo. «Yo le digo: “Pero vos tenés que hacer el documental de todo esto que pasó, lo tenés filmado”. Y me contesta: “No, ya lo pensamos, pero estamos muy adentro”. Y ahí un poco me tenté: había buena onda, una historia increíble. Había material».

Mucho para contar
Al ver ahora Después de Un buen día parece evidente que se trataba de una aventura perfecta para el director, que a lo largo de más de dos décadas dotó de una impronta inconfundible a documentales como Buscando a Reynols (sobre la banda liderada por un baterista con síndrome de Down), Construcción de una ciudad (la hipnótica historia del pueblo de Federación, desaparecido bajo las aguas en plena dictadura), la citada Amateur, Los Visionadores (que hizo en pandemia y cuyo «Círculo de Visionado» de policiales argentinos en VHS guarda más de un punto en común con el «Grupo de Apreciación»), o la más reciente El coso (sobre Federico Manuel Peralta Ramos): un mundo que ofrecía relatos de vida particulares, humor, excentricidad. «No había visto Un buen día pero me había llegado una historia que incluía no solo esta película, sino también a esta familia, estos personajes, la otra película homenaje, el mundo de las telenovelas». El desafío era tener tanto para contar.

Backstage. La entrevista a Torres, el guionista de «Un buen día» y de telenovelas exitosas como «Celeste» y «Perla negra».

Foto: Prensa

Desde el vamos estaba «todo dado, pero faltaba el otro lado»: Frenkel pautó una primera videollamada con Torres y, «al minuto, ya me había enamorado: es un encantador», dice. «Quique es una especie de mente superior, un espíritu elevado que vibra en una frecuencia propia. Tiene el poder de usar todo esto a su favor. Es como la frase de autoayuda: “elegí vos, lo sufrís o lo disfrutás”. Y bueno, él elige disfrutarlo. Lo que él hace con eso enriquece mucho la historia. O sea, también es una película sobre el consumo irónico: ¿está, no está, existe? ¿Es para darle entidad a esa figura o es una pose? Y ahí ya nos vamos por las cuestiones del arte, la estética. No vamos a resolver nada, pero podemos conversar y divertirnos un poco con esa discusión».
Lo cual nos lleva al otro personaje central: el actor Aníbal Silveyra. A diferencia de Torres, Silveyra –que muchos años atrás tuvo un momento de gloria teatral con su premiado protagónico de El beso de la mujer araña– quedó visiblemente dolido por las críticas (y burlas) de las que fue blanco por Un buen día. Por ese motivo recibió el acercamiento del Grupo de Apreciación con entendible desconfianza. En cámara, le confiesa a Frenkel que tenía miedo de darle la entrevista. «¿Por qué? Bueno, porque cada uno es quien es y convengamos que en este tipo de consumos problemáticos, los actores son los que se llevan la peor parte», dice Frenkel. «El que puso la plata, el que la soñó primero, fue Quique. Quique dejó la vida ahí, pero el otro puso la carita. Si vos ponés Aníbal Silveyra en internet, lo primero que vas a ver son 100 memes».
Respecto del estado de alerta de Silveyra, Frenkel tiene plena conciencia de aquello de que «contar la vida de otro siempre es una traición. No podés pedir permiso y nunca vas a hacer lo que el otro está esperando. Si lo tenés bien presente también te podés dar montones de permisos, que son los que hacen que todo sea mejor. Pero siempre puede ser fuente de conflicto, de rispidez, de incomodidades. Desde el principio tuve claro que esta no iba a ser una película para reírme de nada ni de nadie, sino para contar una historia donde sí, está habilitada la risa, y también está habilitado otro tipo de emociones». ¿Torres ya vio la película? «Se lo ofrecí», dice Frenkel. «Y como es el genio que es, me dijo “no, yo la quiero ver en pantalla grande, con la sala llena”. Le dije: “Claro, a vos te gustan las emociones fuertes, maestro”».

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