28 de mayo de 2015
Por momentos, los conductores y panelistas de los programas confunden su rol con el de jueces y fiscales. Noticias impactantes, rating y morbo. La mirada crítica de los especialistas.
Si la Justicia, según una de las tantas definiciones, es el «principio moral que inclina a obrar y juzgar respetando la verdad y dando a cada uno lo que le corresponde», la llamada «justicia mediática» en su faceta televisiva sería, por lo pronto, una contradicción: un oxímoron. En la pantalla chica las escenografías se tornan estrados, los periodistas o conductores cumplen el rol de fiscales, jueces y forenses. Lejos de ser especialistas, los panelistas difunden hipótesis en base –la mayoría de las veces–a rumores y pareceres.
A esta altura, se trata de un fenómeno recurrente tanto en los canales de aire como en los de cable. Cualquier lamentable femicidio se convierte en material televisivo y se adapta a la lucha por el minuto a minuto. La práctica es dictar sentencia a instantes de haberse cometido un delito, instalando verdades sin sustento en la opinión pública. Y así inocentes perduran como culpables, imputados como condenados. ¿Cuáles son los límites del trabajo periodístico? ¿Existe la justicia mediática? ¿Todos somos culpables hasta que el rating diga lo contrario?
Las preguntas se podrían aplicar, por ejemplo, a la forma en que fue abordada la muerte del fiscal Alberto Nisman. A pocas horas de la aparición del cuerpo, Fabián Doman, conductor de Nosotros al mediodía, en El Trece, deslizaba: «No hemos puesto una encuesta, porque no corresponde. No es serio preguntar si usted piensa que fue un homicidio o un suicidio, porque todo el país tiene una hipótesis de lo que pasó». Al rato remataba, compungido: «El día más importante de su carrera iba a ser hoy, cuando se presentara en el Congreso a explicar la investigación, que le llevó años. ¿Esa persona iba a interrumpir su vida? No tiene sentido. No tiene lógica».
En sintonía, Fernando Carnota sentenciaba desde la pantalla de TN que «es bastante inverosímil el caso de un suicidio, al menos por lo que he estado investigando». En aquellas primeras horas, Jorge Lanata señalaba en una entrevista televisiva que «lo que la calle está diciendo es “mataron a Nisman”. Prefiero, ante eso, adherir a lo que dice la intuición popular, ¿no?». ¿Pruebas? Ninguna.
Silencio en la sala
El mundo legal llega a la pantalla chica de diversas maneras. La ficción sería una forma clara y directa: hay un guión establecido y, de manera explícita, entran en escena jueces, acusados y abogados interpretados por actores. La aclaración de que «toda semejanza con la realidad es pura coincidencia» no deja dudas.
Otro formato es el que inauguró el recordado Fórum, de El Trece, en el que el exfiscal del juicio a las Juntas, Luis Moreno Ocampo, resolvía conflictos domésticos, pujas barriales y problemas menores para, según la descripción del catedrático, «entretener, hacer justicia y educar». En una línea similar, pero con declarado tono bizarro, luego se emitió La Corte por América TV, conducido por Mauricio D’Alessandro, abogado mediático y actual diputado bonaerense.
«El formato era simple, un abogado haciendo las veces de juez resolvía conflictos domésticos en vivo y en directo: una medianera, una infidelidad, una pequeña traición entre amigos», recuerda la Licenciada en Comunicación de la UBA Ingrid Sarchman. «El abogado devenido en actor-juez escuchaba, preguntaba; a la manera de un juicio llamaba a testigos y, a la vuelta de la tanda publicitaria, dictaba sentencia. Pero esa puesta en escena estaba sostenida en el imaginario que había sembrado, tiempo atrás, la ficción en el cine y la literatura. Y en todos los casos existía, de manera diferenciada, la figura de la autoridad», observa Sarchman.
«En algún momento, las relaciones entre Justicia y medios se volvieron menos complementarias, para amalgamarse en un líquido de fácil manufactura y digestión», continúa. «De pronto, un día, los programas dejaron de hablar de la Justicia para encarnarla ellos mismos. Así, los hechos policiales primero, y otros temas después, se volvieron material sin editar de un tipo de programa que no solo los exponía, sino que presentaba pruebas, de la mano de periodistas avezados, para juzgar en el piso y, si daba el tiempo, dictar sentencia», considera Sarchman.
Por su parte, el periodista y abogado Darío Villarruel advierte que «los medios instalan los temas y afirman sin pruebas que una persona es culpable o inocente, sin esperar el veredicto de la Justicia. Y en este país una persona es inocente hasta tanto se demuestre lo contrario». Villarruel, autor del libro (In)Justicia mediática, afirma que «los medios periodísticos usan mal términos como imputado, testigo, procesado, condenado, prisión preventiva, excarcelación».
«Hablar de “justicia mediática” ya supone la idea, aunque parezca obvia, de que los asuntos judiciales se dirimen en los medios de comunicación, la TV especialmente», considera la especialista en medios y comunicación Sarchman. «La justicia mediática expresa más intereses de acuerdo con la audiencia, que los puramente judiciales», aclara Villarruel. «Los periodistas se equivocan en el uso de la terminología del derecho. Nadie se preocupa por conocer el expediente», sentencia Villarruel.
En la misma dirección, la abogada y docente de la UBA Elizabeth Gómez Alcorta señala que «por un lado está la lógica mediática y por otra la procesal. Y una no tiene nada que ver con la otra. Se podría abordar el tema pensando que la idea de “justicia mediática” sería traspasar dos lógicas que están en contraposición. Por un lado están los tiempos y la velocidad que imprimen los medios, sobre todo la TV y su búsqueda efectista de rating. Por otro lado están los tiempos procesales, que encierran la sana tensión entre los derechos de los imputados y la búsqueda de la verdad», aclara.
«En Tribunales hay una máxima inobjetable: lo que no está en el expediente no existe», subraya Villarruel. «Nos guste o no, los jueces son los únicos en un Estado de derecho que pueden condenar o absolver a ciudadanos, no los periodistas», agrega.
Operaciones en el aire
Por los estudios de los canales desfilan los llamados expertos o especialistas y, con su participación, una catarata de hipótesis sobrepasa la pantalla. «Allí es posible que surjan las operaciones políticas, y los llamados “expertos” instalan en agenda temas que a la sociedad no le suma nada», considera la abogada y docente Gómez Alcorta. «Por ejemplo, se comienza a hablar de la “rigidez cadavérica” como si fuera cosa de todos los días. Eso es entrar en un proceso preocupante de desinformación», completa.
Sofía Lanzillota, abogada e integrante del Área de Derechos Humanos del Centro Cultural de la Cooperación, advierte que «todos los días vemos noticias mal presentadas adrede, con títulos confusos o que, en una línea con poca información tendenciosa, parece una cosa y, al leer el cuerpo de la nota, dicen algo totalmente diferente». Por su parte, Villarruel señala que «hay mucha ignorancia, desconocimiento. Hay que leer y repasar el Código Penal. Pero también pasa que lo que se debería publicar de acuerdo con el expediente judicial o con los avances de las causas no coincide con lo que se busca instalar en la opinión pública».
¿La lógica mediática influye en la Justicia y en la sociedad? «No, o no debería», responde Gómez Alcorta. «Salvo que estemos hablando de una mera operación política», aclara. «Hasta que el proceso judicial no esté completo, se podría pensar como un rompecabezas. Los relatos se van sumando a la investigación judicial: un testigo, una prueba, la escena del crimen, los antecedentes, todo aquello que te va hablando de la causa. Y eso se completa con la sentencia. Este procedimiento, que lleva un tiempo considerable, es lo opuesto a la demanda de producción televisiva», aclara.
Villarruel considera que el impacto de estas informaciones en la sociedad y la opinión pública son relevantes. «Los medios tienen sus intereses y sus tiempos. Una vez que se dice que tal o cual “es un asesino o un violador”, ya nadie tiene acceso al expediente. Y el tipo al que acusaron sale al poco tiempo, porque no hay pruebas. Ahí se comienza a decir que no hay justicia. No, lo que pasa es que se sentenció desde los medios a alguien que, según las pruebas judiciales, no era culpable. La gente se queda con lo que titulan los medios», se lamenta.
Para Lanzillota, en tanto, «el tratamiento mediático de las cuestiones legales es obviamente superficial, en parte por los tiempos de la televisión, que no alcanzan para desarrollar casi ninguna idea en profundidad. Y menos si se trata de cuestiones complejas y específicas como las legales». ¿Dónde la información necesaria pasa a ser solo una suma de datos que alimentan los bajos instintos de la teleplatea? «Los medios apuntan a aquello que, en algún punto, la audiencia demanda, o aquellas temáticas que las convocan. Por ejemplo los temas morbosos y sexuales», señala Gómez Alcorta.
En su libro (In)Justicia mediática, entre otras cuestiones, Villarruel se ocupa de cómo abordaron los medios el asesinato de Ángeles Rawson. El abogado sostiene que «el caso es simple: el portero (Jorge Mangeri) intenta abusar de la joven, no puede y la mata, intentando desaparecer el cuerpo. Sin embargo, la mayoría de los medios quisieron instalar la teoría del padrastro como asesino».
Luego del hallazgo del cuerpo de Ángeles, el periodista José Hernández, en el programa que conduce Alejandro Fantino en América, sentenciaba: «Escuchá bien cómo es el tema: el padrastro ya está detenido. El portero, que sería el tercer detenido, no se sabe si se ahorcó o no».
«Desde el momento en el que el cadáver fue hallado, hasta que fue culpado el portero del edificio, pasaron por el banquillo de los acusados su padrastro, sus hermanastros, su madre, la mucama y probablemente algún otro personaje», remarca Sarchman. «La historia de la adolescente fue contada una y otra vez, se elaboraron todo tipo de hipótesis sobre su vida», continúa. Una forma de presentar los hechos que, en definitiva, pareció rendirle tributo a aquel viejo refrán que dice “miente, que algo quedará”».
—Mariano Ugarte