Cultura

Del papel a la web

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Entre la crítica académica y la difusión de nuevos autores, las publicaciones funcionan como espacios de encuentro, reflexión y debate para distintas generaciones de escritores e intelectuales argentinos. La migración gradual hacia el formato digital.

Variantes. La Balandra se imprime anualmente, Por el Camino de Puan es un libro.

De Contorno a El Ojo Mocho, de Martín Fierro a Diario de Poesía, la historia de la cultura argentina está signada por la circulación de revistas y publicaciones periódicas que funcionaron como espacios productivos de reflexión y de debate y sitios de encuentro para escritores e intelectuales. Lejos de amenazar su existencia, la era digital agregó nuevas posibilidades de edición y, cuando la coyuntura económica es un obstáculo, como es el caso en la actualidad, supone una alternativa más accesible que el papel para mantener el contacto con los lectores.
El espectro de las revistas culturales en Argentina es amplio y diverso. Hay publicaciones acotadas a un género particular, como La Balandra, que hace foco en la narrativa, o Hablar de Poesía y Op. Cit., dedicadas a la poesía. Pueden ser muy específicas, como Siwa, «revista de literatura geográfica», o tan amplias como Otra Parte, que comprende arte, literatura, teoría y ensayo, cine y tevé, teatro y discusión.
«Las revistas literarias actuales, ya sea en papel o digitales, son fundamentalmente un espacio de resistencia: todas se sostienen gracias al entusiasmo y la pasión personales. Y por supuesto son necesarias para propiciar el diálogo, el acompañamiento, la difusión de nuevas voces», destaca Gabriela Franco, coordinadora de Por el Camino de Puan, revista-libro que comenzó a editarse en 2018 con el objetivo de «crear la primera publicación literaria de la carrera de Letras y así visibilizar el perfil de escritor/a de lxs estudiantes».

Textos que dialogan
Los orígenes de las revistas complican las generalizaciones. «Por el Camino de Puan es un proyecto del Departamento de Letras de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, impulsado por los estudiantes a través de sus representantes en la Junta Departamental, la agrupación Verbo Irregular», explica Franco. Y su perfil surge de la discusión en comisiones abiertas: se trata de «una revista literaria, no una revista estudiantil ni dirigida a la gente de Letras». En el extremo opuesto podría ubicarse El Ansia, revista de aparición anual que surgió como proyecto personal de su director, José María Brindisi, con la idea de acercarse «a los autores desde diversas perspectivas, incluida la de sus lecturas, y evitar algunos vicios improductivos como suele ser el de los escritores hablando de sus obras».
El 31 de enero de este año, la revista Mancilla anunció por Twitter que dejaba de salir después de publicar catorce números de intensa producción alrededor de la literatura, el arte y la historia reciente. Pero «las revistas se terminan y las cosas siguen», dijeron los editores en un tuit previo.
Mancilla fue posible por la acción de un grupo de escritores y concluyó su publicación cuando ese núcleo se disgregó, por el mismo movimiento de intereses y debates que movilizó la revista. «Nos habíamos entusiasmado con la discusión sobre las condiciones de la crítica cultural y política y de la escritura en el contexto del apogeo del kirchnerismo, en 2011», cuenta Juan Laxagueborde, uno de los editores. «Eso ritmó los primeros números, que reflejaban ideas bastantes fastidiadas con el tradicionalismo camporista y jauretchismo, pero también con un cinismo demodé», completa.
Para Laxagueborde lo que define a una revista es «inventar conversaciones, poner obstáculos en la tradición –recrearla y discutirla– y lograr que las personas vuelvan a ella cada tanto». Y en esa dirección, Mancilla se propuso «defender el ensayo como una escritura polémica y de tendencias libertarias». La continuidad online no fue una opción: «No nos interesó nunca la web, siempre defendimos el documento, la materialidad de la lectura y la posibilidad de la duración en el tiempo y en el espacio, el mano en mano, la biblioteca, la mesa ratona».

Final. Mancilla publicó catorce números.

La valoración del formato impreso es común entre los editores. «Se trata de una cuestión de principios, y también de convicción poética», opina Brindisi. «Yo quiero que ese objeto que creamos forme una biblioteca, que tenga peso, que sea molesto, que no se pueda dejar de lado fácilmente encerrándolo en una carpeta de una computadora», agrega. Para Gabriela Franco, «el impreso sigue teniendo una trascendencia diferente» y la versión en papel «presupone un trabajo de edición intenso, que no suele abundar en las publicaciones digitales».
Las revistas culturales suelen ser de aparición irregular y afrontar problemas en cuanto a su distribución. Su último número puede sacarlas de circulación hasta el punto de volverlas inhallables. Ese problema se planteó en particular con las publicaciones virtuales: revistas importantes en los años 90 y principios del nuevo siglo, como Poesia.com, El Interpretador y Revuelto Magallanes (editada en Chubut) se perdieron al ser dadas de baja de los servidores.
Pero las publicaciones en papel también se vuelven de difícil acceso. En ese marco se destaca la iniciativa de sitios que digitalizan colecciones completas, como Americalee, del Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas (Cedinci), y el Archivo Histórico de Revistas Argentinas (Ahira, ver recuadro).

Otros ámbitos
En medio de la crisis económica, la web aparece como un lugar donde las revistas siguen siendo posibles. Otra Parte dejó el papel para pasar a la edición online, y La Balandra se convirtió en una revista impresa anual con actualizaciones virtuales. Otras publicaciones circularon desde un principio con formato virtual, entre las cuales pueden destacarse Boca de Sapo, «revista de arte, literatura y pensamiento» con veinte años en la red, y Carapachay o la Guerrilla del Junco, que se plantea como «un espacio de discusión, una comunidad» para enfrentar «tiempos oscuros como los que vivimos».
Invisibles, revista que dirigen Germán Lerzo y Juan Maissonave y se publica en forma trimestral, reivindica el espacio virtual. «Invisibles siempre va a mantener el formato digital, porque es rápido, simple y nos encanta. Además nos permite prescindir de una cantidad enorme de intermediarios, lo que nos ahorra dolores de cabeza y costos que no podemos afrontar. Queremos que el acceso a los contenidos de la revista sea libre, seguro y gratuito, como el aborto. Todo lo demás se puede discutir», dice Maisonnave.
Desde 2012, Invisibles aborda cuestiones de literatura, cine y música y contabiliza unos 8.000 lectores por número. «Al no tener limitaciones de espacio, quienes participan del proyecto pueden desarrollar sus reseñas y ensayos sin miedo a que luego, en la edición final, los textos se vean reducidos para darle lugar a la publicidad, o por algún otro criterio azaroso. Lo único que tenemos en cuenta es la calidad del texto», agrega Maisonnave.

El ansia. Reflejos del mundo de cada autor.

Con números dedicados a una «historia natural y moral de los vientos», entre otros temas, y una impecable realización, Siwa parece difícil de pensarse fuera del formato impreso. «Sin vanidades, considero que Siwa inventa a sus propios lectores», dice Salvador Gargiulo, uno de sus realizadores. «No es una revista de turismo, ni de geografía académica. No es una revista de viajes, ni de bibliofilia, ni de literatura fantástica. Es, de algún modo, todo eso aplicado a un continente –los grabados, las tipografías antiguas, el tratamiento anacrónico– que procura aliarse del modo más perfecto posible a la sustancia de los textos. Un juego muy serio de erudición delirante», define.
Las revistas tienen una importancia histórica: «Nuestra literatura circuló y muchísimo en revistas, publicaciones periódicas y diarios, y eso se mantiene», dice Sylvia Saítta. «Las revistas llegan donde no llegan los libros», agrega. Y también gravitan en el presente, señala José María Brindisi, porque ante «el Gobierno actual y su prédica constante en favor del pensamiento vacío y de la cultura como simple entretenimiento», descubren otro horizonte: «Las revistas literarias nunca dejan de hacer su trabajo para alimentar posibilidades futuras».

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