Cultura | ANIVERSARIO DE GARCÍA MÁRQUEZ

Diez años de soledad

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Susana Cella

La partida del genial escritor colombiano en 2014 dejó un enorme vacío en el mundo literario. El origen de Macondo, entre el realismo mágico y la historia latinoamericana.

Obra cumbre. Con el éxito de Cien años de soledad disfrutó de la estimación de la crítica y de un enorme público lector.

Foto: NA

El 17 de abril de 2014 el escritor colombiano Gabriel García Márquez murió a los 87 años en Ciudad de México, debido a una recaída de un cáncer linfático que le habían diagnosticado en 1999. ​Había nacido el 6 de marzo de 1927 en el pueblo de Aracataca, que se convertiría con su invención de la localidad de Macondo en un verdadero emblema, a través del cual alzó su configuración, entre precisos datos y proyecciones imaginativas de una realidad que emplazó en una saga alimentada con las historias del lugar. Relatos, creencias y emprendimientos quedaron enlazados íntimamente con los episodios políticos y cambios sociales de un país siempre atravesado por la violencia.
Todos y cada uno de los integrantes de la familia Buendía dejaron en sus páginas la huella de una nítida y singular presencia: sus Aurelianos, sus José Arcadio, Úrsula, Remedios la Bella, Melquíades, entre tantos otros. Fueron los protagonistas de una auténtica épica moderna, habitada por perdedores, antihéroes, signados por sus respuestas a un destino que los acuciaba y los llevaba a emprender o sufrir los vendavales simultáneos de una naturaleza indómita y no menos los sacudones de la historia. Macondo es en tal sentido un entretejido de espacio y tiempo que se puede leer como una metáfora de la historia latinoamericana. 
Así, sobrepasando con creces el territorio colombiano y proyectándose a una dimensión mayor, García Márquez logró erigir en su mayor obra, Cien años de soledad, una vindicación de Nuestra América. Es decir, su gran relato «de las especies condenadas a cien años de soledad», se expandió al punto de que tal concepción se amplió en las reflexiones sobre el subcontinente hasta naturalizar una cierta idea de «otra realidad», distinta de los parámetros hegemónicos euro-occidentales. Su producción tuvo enorme impacto no solo en las ficciones literarias sino también en otros discursos sociales, aun cuando fuera a veces criticada como una visión «neo-exótica» o edulcorada de los graves conflictos de la región.

Cotidiano y extraordinario 
Desde la década del 40 y 50, como estudiante, cronista y literato, García Márquez fue forjando su indeleble poética. Se combinaron en él, en una especie de lograda síntesis, sus múltiples lecturas (desde los cronistas de Indias hasta las mayores innovaciones novelísticas del siglo XX), los cuentos populares y las historias familiares. Y eso lo indujo a transitar un camino signado por el interés de atender menos a convenciones literarias vigentes, para buscar en todos esos ecos, aquellos acontecimientos vistos como extraordinarios y hechos que perturbaban la percepción habitual, que no eran sino puras vivencias cotidianas.
Fue el germen de su poética del realismo mágico, que indubitablemente tiene como trasfondo el conocimiento de los sucesos que fueron jalonando la historia latinoamericana por su labor como periodista, por sus inconclusos estudios, por afinidades como la que le deparó el grupo Literario de Barranquilla. Y desde luego y no menos importante, por un contexto de fuertes cambios sociales, políticos y culturales, que sustentaron las bases del llamado boom latinoamericano, en el cual prevalece su novela más difundida, Cien años de soledad.
Publicada luego de ciertas dificultades de escritura y aceptación, pronto se convirtió en un best seller, no en el sentido de cumplir las consabidas pautas mercantiles, sino por la apuesta que en esos momentos ricos de alta producción y renovación literaria, pudo expandirse en una dimensión internacional, con los reconocimientos, las innúmeras traducciones y no menos con la intrigante propuesta que el autor emplazaba como clave de su escritura. El realismo mágico era una manera más que apropiada para representar la compleja realidad latinoamericana, para visibilizarla acudiendo a procedimientos narrativos que, al mismo tiempo que el magma de la tradición popular, aprovechaba las renovaciones en el género (valga destacar que el autor colombiano reconocía como maestro al norteamericano William Faulkner y su invención de un espacio literario, Yoknapatawpha).
Si bien García Márquez no ofreció una teorización sobre ese término, sino que más bien lo hizo manifiesto en declaraciones y reportajes, bien puede verse lo que parece una contradictoria combinación: es realista porque, lejos del fantástico, ancla en la realidad del territorio, lo representa y a la vez lo asocia a la palabra mágico (vinculable con lo real maravilloso de Alejo Carpentier), en el sentido de que muestra el aspecto inverosímil de situaciones y personajes, para afirmar lo singular de América Latina desafiando la razón occidental, al introducir modos de comprensión e interpretación de lo que experimentan los personajes donde se evidencia la potencia de la dimensión imaginaria. En definitiva, al narrar una realidad americana que ofrece riquezas no exploradas, hechos desmesurados, personajes nada convencionales, ofrece una visión del subcontinente diferenciada de los relatos regionalistas o costumbristas, que bien podrían considerarse derivados de una visión central que adjudica un rol subsidiario a la literatura latinoamericana. 
Después de la publicación de esa novela en 1967, que tuvo la gloria de ser atesorada como El Quijote, García Márquez emprendió el desafío de continuar una obra que había comenzado tempranamente con otros magníficos relatos como La hojarasca, La mala hora o El coronel no tiene quien le escriba. Y, de algún modo siguiendo el proyecto de los autores latinoamericanos de escribir una novela de dictadores, compuso El otoño del patriarca (1975). Con el éxito de Cien años de soledad, que disfrutó al mismo tiempo de la estimación de la crítica especializada y de un enorme público lector, a los que supo apelar conjuntamente, la trayectoria del colombiano estuvo marcada por la felicidad del reconocimiento con las grandes tiradas de sus libros ampliamente traducidos, los premios, incluido el Nobel, la incorporación de sus textos a la escuela (principalmente Crónica de una muerte anunciada) o las versiones cinematográficas (en particular El coronel no tiene quien le escriba). Entre los continuos homenajes que recibió, en 2007 confluyeron varios por sus 80 años de vida y los 40 de su obra cumbre.
Pero más que entrevistas, cuantiosas fotos y filmes exhibiéndolo en sus declaraciones literarias y políticas; de su actividad para promover el cine; de las siguientes novelas y cuentos; de sus notas de prensa junto con una profusa bibliografía sobre su obra, desde muy variados enfoques (míticos, filosóficos, psicoanalíticos, sociológicos, textuales); de una recepción admirativa de lectores muy diversos; lo que sigue incidiendo, lo que convoca a lecturas renovadas es seguramente ese poder de encantamiento de su modo de narrar, con el que enriqueció una interpretación, seguramente no la única, pero tan efectiva en su maestría literaria que después de diez años de soledad del autor, revisitar o descubrir sus libros depara el feliz encuentro con una escritura fulgurante, de indelebles imágenes reales y maravillosas. 

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