Cultura | MANUEL PUIG

Discreta sepultura

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Facundo Báñez

A 35 años de su muerte, solo unos pocos saben que los restos del célebre autor de Boquitas pintadas y El beso de la mujer araña se encuentran en una bóveda del cementerio de La Plata.

Letras perdidas. La historia familiar del escritor tiene raíces en la capital provincial.

Foto: Getty Images

«Cuando digo que está en esa bóveda, nadie me lo puede creer», asegura Cristina Espinosa, guía del cementerio de La Plata desde hace 15 años. En todo ese tiempo, durante sus recorridas y charlas, descubrió que para la mayoría se trata de una tumba ignorada. «Ni siquiera los que trabajan acá la conocen», refuerza. «Lo penoso es que no haya un cartel, algo de información. No sé… ¿Manuel Puig no debería tener un reconocimiento?».

El muestrario de tumbas de la literatura universal es pródigo en lápidas célebres. Desde la de Borges en Ginebra, cuya piedra gastada encierra la figura de siete guerreros a punto de enfrentar una horda de vikingos, hasta la de Oscar Wilde en Paris, protegida tras un vidrio y besada cada año por miles de labios pintados de carmín. Mausoleos como el de Bioy Casares o el de Alfonsina Storni, con flores y ofrendas en la Recoleta, también son prueba del interés fúnebre que las celebridades literarias despiertan por estas tierras. De ahí que la tumba de Puig, su nicho compartido e ignorado en el sector P43 de la necrópolis platense y el intento fallido que alguna vez hubo por señalizarlo, resulte para muchos, al cumplirse 35 años de su muerte, una ironía propia de sus tramas.


Pueblerino y universal
Luego de haber alcanzado el reconocimiento de la crítica, el éxito de lectores y el interés internacional casi al mismo tiempo, Manuel Puig (General Villegas, 1932) murió el 22 de julio de 1990 en Cuernavaca, México, y sus cenizas fueron traídas al país por su madre, María Elena Delledonne, Male para todos o Mita en la ficción. Ella las conservó en un cáliz de metal bruñido que solía mostrar a quienes pasaban por el departamento de la calle Charcas, en Buenos Aires. Era un copón lustroso que guardaba en la pieza donde su hijo había escrito las novelas Boquitas pintadas (1969) y The Buenos Aires affair (1973). María Delledonne murió el 30 de mayo de 2006, a los 99 años, y tanto sus restos como el cáliz con las cenizas de su hijo fueron despedidos al día siguiente en un cortejo fúnebre que paso frente a la basílica de San Ponciano de La Plata, donde ella se había casado con el padre de Manuel, Baldomero Puig, y que terminó en el cementerio local de manera casi desapercibida.

«Ninguna personalidad participó», apunta la filóloga Graciela Goldchluk, especialista en la obra de Puig y testigo de aquel adiós íntimo y doble. «La madre vivía en Buenos Aires desde que se mudaron de Villegas, pero la familia de Male era de La Plata –cuenta–. Compartí muchas tardes de cine y conversaciones con ella, de modo que cuando falleció acompañé sus restos juntos con la familia, pero no fue algo público. El cortejo fue muy simple, de tres autos como mucho. El cajón ingresó en el nicho y ahí mismo fue la urna con las cenizas de Manuel. No hubo el patetismo de la tumba abierta. Hubo una despedida cariñosa a una mujer que tenía 99 años. Su sobrina dijo que por coquetería no quiso cumplir 100. Para los periódicos apenas fue una noticia su muerte».

Dieciséis años después de aquella ceremonia, en diciembre de 2022 y a propósito de los 90 años del nacimiento de Puig, un grupo de ediles presentó sin suerte en el Concejo Deliberante de La Plata un proyecto para señalizar el nicho, dado que la falta de carteles y de información «hace imposible que los admiradores puedan establecer el lugar para acercarle un recordatorio, una esquela o cualquier tipo de ofrenda que implique el cariño a su vida y obra».

Autor de bestsellers como El beso de la mujer araña (1976), adaptado al cine y a un musical de Broadway, Puig parece haber encontrado en La Plata –ciudad varias veces evocada en sus primeros textos por herencia materna– un destino acaso tan secreto y teatral como el que regía a sus personajes.

«La extensa ronda de Manuel Puig por el mundo no puede reconstruirse sin que le falte algo», dice el escritor Juan José Becerra, y agrega: «Nació en General Villegas y vivió en Buenos Aires, Roma, Londres, Nueva York, Río de Janeiro, Cuernavaca, etcétera. Pero está discretamente sepultado en La Plata, la ciudad que a juicio de Borges –enemigo artístico número uno de Puig– lo mejor que se puede hacer con ella es abandonarla».

En sus recorridas por lápidas, cruces y estelas fúnebres, Espinosa admite que incluye la visita a la tumba de Puig solo si es de día. «De noche, jamás», afirma. «A veces, incluso, en las rondas que organizo a la tarde, cuando empieza a oscurecer tampoco llevo a la gente a esa bóveda: no tiene sentido. La placa que identifica a Puig casi no se puede ver. Está alta y las letras son muy chicas».

Varias son las páginas escritas sobre su obra y esa estética pueblerina y universal que, con el cine como inspiración y fuerza motora, alcanzó una sensibilidad hipnótica y dio a la vez con las claves de la literatura popular. De todo lo escrito, sin embargo, es en «Un destino melodramático» –un trabajo compilado y editado por Goldchluk que reúne argumentos inéditos y bocetos de sus novelas más conocidas– donde queda en evidencia que La Plata fue un escenario esencial en sus escritos iniciales. No solo la clásica referencia al comienzo de su primera novela, La traición de Rita Hayworth –«En casa de los padres de Mita, La Plata 1933»– sino también los personajes de la confitería La Perla, la basílica donde se casaron sus padres, el tranvía 5 o el recuerdo entusiasta y entrañable de las noches en el cine Select.

«Se trata de un escritor internacional que tiene que ver mucho más con la provincia, incluyendo muy especialmente a La Plata, que con la Ciudad de Buenos Aires», señala Goldchluk. «Todo en torno a su literatura se tiñe de cierta ironía», apunta. «En su novela Pubis angelical, de 1979, aparece por primera vez en la literatura una Madre de Plaza de Mayo, y no es que después hayan aparecido tantas veces. Sin embargo, fuera de sus lectores, la imagen que hay de él es la de un escritor casi costumbrista y nada politizado. A lo sumo ven su mirada política por el lado de las disidencias sexogenéricas, pero no por el contenido de su obra, sino por su colaboración con el Frente de Liberación Homosexual. Lo que quiero decir es que Puig sigue siendo material complicado para fabricar monumentos». En la pequeña bóveda familiar, mientras tanto, algo perdidas en la veintena de placas de los nichos vecinos, las letras que sobresalen del bronce resisten el tiempo y su irremediable sarcasmo: «Manuel Puig, Q.E.P.D, 1932–1990, Escritor».

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