Cultura

Doble o nada

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El cantautor cosmopolita desmenuza su mestizaje de estilos e influencias. Mientras planea un álbum de tangos, se confiesa más proclive a la emoción que a la risa.

 

Escenario. A poco de tocar en La Trastienda, Johansen repasa las idas y vueltas de su vida y pone el foco en sus canciones.

A demás de hacer música, a Kevin Johansen le apasiona «estudiar a los humanos». Parte de esa pasión late en Bi (2012), disco en el que juega con la identidad («todos somos bi: hijos de un padre y una madre», repite), con su doble nacionalidad, con la dualidad musical y hasta con el formato doble.
Desde que irrumpió en la escena con The Nada (2000), este artista nacido en las lejanas tierras de Alaska demostró que las fronteras no existen. O que, al menos, en cuanto a ritmos, ahí está él para borrarlas. «La mezcla es el futuro», decía por entonces. Y así fue construyendo una carrera en la que Bi no es la excepción. En el primer CD, subtitulado Jogo, abraza el folclore rioplatense y del sur de Brasil, como hizo en su disco anterior, Logo (2007). En el segundo, Fogo, despliega su vertiente más pop y se atreve con una versión tanguera de «Everybody knows» de Leonard Cohen y un cover de «Modern love» de David Bowie.
Lo acompañan Lila Downs, Natalia Lafourcade, Paulinho Moska, Daniela Mercury, Rubén Rada, Lisandro Aristimuño y la orquesta El Arranque, entre otros invitados. Son 29 canciones que ha llevado por países vecinos y por el interior de Argentina, desde setiembre pasado. El 4 y 5 de julio próximos llegará el turno de tocarlas en vivo en La Trastienda de Buenos Aires.
¿Qué representa Bi para Kevin Johansen + The Nada? «Pareciera cerrar y a la vez abrir un círculo», responde el cantautor. «Desde The Nada a Bi, se nota esa esencia y también una evolución. Hemos crecido muy orgánicamente. Me da mucha alegría ese “paso a paso” que fuimos dando. Viajamos mucho, todos los años un poquito más. Y se nos abrió Latinoamérica en los últimos tiempos», resume.
Dos fotos antiguas de sus padres –una docente argentina «con carácter» y un «gringo piola» y «buscavidas», los describe– ilustran la tapa del disco. «¡Son my songbook!», dice Johansen, mezclando castellano e inglés, al igual que en sus canciones. «Mi vieja es muy melómana, muy musical. Y mi padre, a su modo, también. Me dieron mucha música, muchos géneros, desde clásica a folk, rock, chanson, ritmos caribeños, jazz, los musicales, los standards».
Fue su mamá quien lo alentó a estudiar guitarra cuando tenía 13 años y ella, Kevin y su hermana Karina se mudaron al barrio Malvín de Montevideo. Su padre, a quien no volvió a ver hasta que cumplió 22, quedó en Estados Unidos, junto con los paisajes de su infancia.
En Uruguay, Johansen escuchaba a ABBA, Zitarrosa y los Beatles. Luego, en los inicios de la dictadura, llegó a Buenos Aires. Gracias a los discos de un compañero de colegio, conoció la obra de Rubén Rada, Charly García y Luis Alberto Spinetta, nombres que lo influenciaron y, al mismo tiempo, lo animaron a no dejarse tentar por las imitaciones y buscar una voz propia.
«Ahora pasa más por el disfrute de la sorpresa, tanto para uno al componer como para los demás al comprobar que “hay algo” en una canción, que tiene chances de supervivencia en el tiempo», explica.
En aquella búsqueda, luego de un breve paso por el rock local como integrante de la banda Instrucción Cívica, partió a Nueva York, donde se quedó diez años. Clave para su carrera resultó Hilly Kristal, propietario del mítico club de música CBGB, que lo reclutó para la «house band» de su local.
Con la experiencia que acumuló en el circuito neoyorquino, Johansen regresó a Buenos Aires con un disco bajo el brazo: The Nada, llamado así por su banda y por la expresión «de nada». Daba clases de inglés en Puerto Madero y hasta pensaba volverse a la Gran Manzana cuando, de pronto, se derrumbaron las Torres Gemelas y, en lugar de marcharse, se encontró dando recitales en diferentes locales porteños.
Después vinieron Sur o no sur (2002) –disco que incluía «Down with my baby», convertido en hit como cortina de la tira Resistiré– y City Zen (2005), que marcó su primera nominación a los premios Grammy Latinos, algo que se repetiría más tarde con Logo.
El sentido del humor y la ironía son, según dice, parte de su «herencia yanqui». Y están presentes, junto con los juegos de palabras, en sus canciones. Johansen subraya que no es algo premeditado. «Es un estado de ánimo más, como la melancolía. Me atrae el absurdo, el sinsentido, desde siempre, pero con un trasfondo de observación, con un propósito empático. Para mí, el “dark” todo el tiempo, es poco creíble, como el romántico o el entusiasta: al que no cambia, no le creo».
Curiosamente, el hombre que está a punto de cumplir 49 años no se ríe muy a menudo. «¡Me emociono más de lo que me río! Quizás me llegó el viejazo. Pero aprecio mucho todo y ando muy impresionable últimamente. Me gusta esa frase de Kurosawa: “El verdadero artista no desvía la vista”».
En su caso, tampoco el oído. Siempre está pendiente de capturar «retazos» de lo que le gusta. ¿Por ejemplo? «Monsieur Periné, una banda colombiano-francesa, y Chico Trujillo, de Chile». Estos últimos fueron invitados de El Vecinal, festival que Johansen creó para difundir la música de artistas sudamericanos. «Estamos viendo la posibilidad de extenderlo a un programa televisivo. Y, quizás, también armar una escuela», adelanta.
En estos días, también está «craneando» otros proyectos, como un próximo álbum. «Puede ser que con la orquesta El Arranque saquemos un disco que se podría llamar Tangos de Alaska», comenta, en referencia a sus orígenes, justo alguien que se declara fan de muchos tangueros y, particularmente, del fraseo de Tita Merello, la masculinidad de Julio Sosa y la actitud de Edmundo Rivero. «¡La máquina no descansa!», concluye.

—Francia Fernández

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