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Efecto contagio

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Sellos, distribuidores y comercios acumulaban años de caída en las ventas cuando el COVID-19 obligó a cerrar los negocios. La posterior reapertura y la venta online no alcanzan a disimular las pérdidas. Polémica alianza entre Planeta y Mercado Libre.

Barbijos. Una escena habitual en las librerías, que buscan alternativas para que los lectores no abandonen su hábito durante la cuarentena. (Kala Moreno Parra)

La pandemia llegó inmediatamente después de una peste local: el macrismo. A lo que se sumó, además, la habitual recesión del verano. Con esto quiero decir que no se podría haber encontrado peor situación», sostiene Teresita Lourdes Otero, dueña de la icónica librería El Gambito del Alfil. «Mi primera reacción fue un gran shock: “¿Y ahora qué hago?”. Repasaba todos los ítems de deuda y eran inagotables. Justo me había puesto al día con los pagos atrasados del verano, por lo que tenía entregada una fuerte cantidad de cheques. Con respecto a esto me interesa remarcar el sano espíritu cooperativo en el sector, muchas editoriales aceptaron los cheques y aún están a la espera de concretar el pago», destaca.   
Su pequeño emprendimiento contrasta con el de Jorge Waldhuter, reconocido distribuidor de grandes sellos españoles y propietario además de la librería que lleva su apellido. Con alarma y desazón, cuenta que trabaja «en forma ininterrumpida en el campo de la distribución desde 1986. Jamás pasé por una situación así, y atravesé hiperinflaciones, megadevaluaciones, crisis de 2001. Lo cierto es que veníamos de varios años de caída en el nivel de consumo, con una cierta esperanza en el cambio de Gobierno. Y entonces sobrevino esta situación distópica, que ninguno de nosotros pensó que viviría».
El análisis de situación se replica en todos los jugadores del sector, del más grande al más chico. Algunos tienen estrategias más o menos exitosas para este «mientras tanto», otros improvisan sobre la marcha. Director editorial de Penguin Random House, Juan Boido opina que «ya estamos viendo un duro golpe a una industria que venía golpeada. En la Argentina, la inmensa mayoría de los libros se venden en las librerías y estas reabrieron recientemente. Hay una mínima reactivación. Si bien en estos días se vio un aumento en la venta de los formatos digitales, no están instalados masivamente, con lo cual es imposible que se compense pronto la caída de los libros físicos».
Según un informe realizado por Daniela Szpilbarg, investigadora del CONICET especializada en la industria editorial, publicado en mayo pasado y titulado «El sector editorial argentino ante la cuarentena: efectos, balances y perspectivas», alrededor del 75% de las editoriales registra una caída de sus ventas en el mes de abril de más del 50%, un porcentaje similar al de empresas de otros rubros. La tendencia principal que se observa es que muchos sellos han comenzado a potenciar sus canales de venta online, además de generar emprendimientos y acciones colectivos. Por su parte, las medidas tomadas por el Estado hasta el momento apuntan a la digitalización de las compras de CONABIP y la reapertura del comercio para libreros, pero la mayoría de los actores involucrados considera que estas medidas son «insuficientes».

Mínimo movimiento
Editor del sello Godot y organizador de la Feria de Editores, Víctor Malumian apunta que «es casi imposible saber qué aprendizajes nos dejará el encierro al rubro editorial. Seguramente quienes habían descuidado los libros digitales empiecen a prestarle más atención, dado que como soporte tienen una serie de características inigualables, como la capacidad de búsqueda, que viajan rápidamente y nunca están agotados. Ahora bien, salvo en situaciones tan extremas como esta, el libro digital ya ha mostrado su techo».
Pablo Braun, creador de la librería y sello Eterna Cadencia, expresa que «a corto plazo mi mirada es más bien pesimista. Pero, por otro lado, esta crisis va a ser un momento para reflexionar acerca de lo que hacemos con nuestro tiempo libre. Y ahí sí hay una oportunidad para conectarnos con otras cosas, como el hábito de leer. Habrá que ser inteligente y creativo en lo que viene si no queremos que el libro siga retrocediendo en las preferencias de la gente».
Apenas reabrieron las librerías, las expectativas despabilaron al sector, aunque enseguida se percibieron grandes contrastes. En tanto la sucursal palermitana del grupo Galerna vendió en el primer día 60 libros, la librería Caburé de San Telmo, reducto elegido por los escritores para sus presentaciones y seminarios, solo había vendido uno. Los dueños de esta última explican que, por el momento, están trabajando con horario reducido y buscando soluciones imaginativas que permitan no romper la cadena de pagos.
Javier Bedem, editor del sello Tinta y limón y también factótum de la distribuidora independiente La periférica, comenta que «fue un alivio cuando se habilitó la venta online y pudimos encarar los deliveries. Pero arrancamos desde un piso muy negativo, aunque algo se está empezando a mover: es mejor eso que nada. Hubo semanas en las que no pudimos hacer nada de nada y fue desesperante. Cuando se abrió la venta online, que no implica una gran facturación, se generó un mínimo movimiento».
En medio de este panorama incierto, a comienzos de junio estalló una bomba, cuando se conoció la sociedad entre el grupo Planeta y Mercado Libre para vender ejemplares puenteando a las librerías. Según el rumor que circula en el ambiente, se trataría de un ajuste de cuentas entre grandes: Yenny y Cúspide estarían endeudados con Planeta y el sello se habría vengado. Como sea, las pequeñas librerías  hicieron oír su voz. Desde el Gambito del Alfil, Otero advierte que «esta alianza de dos monstruos es violentísima. Para las librerías es fatal, pero perjudicará a muchos más sectores de la industria: distribuidores, empleados,  transportistas».
Twitter ardió y Braun, de Eterna Cadencia, fue uno de los más combativos. El colectivo de editoriales La periférica, por su parte, emitió un comunicado que expresa que «la alianza entre monopolios genera por un lado, aumento de la concentración editorial y por otro, empobrecimiento de la bibliodiversidad. Advertimos que en este contexto de emergencia se refuerzan situaciones de desigualdad en muchos planos». Desde el Grupo Planeta, en tanto, señalan que lo que sucede no es más que una consecuencia del mercado global que, en todos los rubros, amplía sus opciones también desde el comercio electrónico.

Autores organizados
Las editoriales independientes fueron las que más rápidamente reaccionaron ante la emergencia: en los primeros meses, armaron dos movidas con diferentes resultados. Lanzada desde las cuentas de las redes sociales de los participantes (la mencionada Tinta y limón, Milena Caserola, Eloísa Cartonera y Hedk, entre otros), la campaña #salvesequienlee ofrecía entrega a domicilio de libros con rebajas. El mismo grupo organizó la «Feria del libro en casa», en la cual se montaron estands virtuales. El balance de la última fue magro: durante tres semanas fue visitada por 90 personas y, en total, se vendieron 77 ejemplares.
La cancelación de la Feria del Libro de Buenos Aires afectó a todos los sectores involucrados, ya que es el tradicional evento anual que permite no solo la compra directa del público sino también la venta de derechos. Todavía no fueron estimadas las pérdidas económicas que esto ocasionó.
El tráfico de archivos en formato PDF sin autorización de los autores fue desconsiderado por editores, pero no así por los primeros. Enzo Maquiera, de la Unión de Escritoras y Escritores de la Argentina, advierte: «Efectivamente, nosotrxs somos el último orejón del tarro, cuando sin nuestro trabajo no podría existir ningún negocio. Las políticas de los porcentajes ganadas por los escritores deben reverse y si estábamos en crisis antes del COVID-19, ahora la situación se profundizó muchísimo más. Esperamos políticas públicas que alienten y subvenciones para la profesionalización de nuestro trabajo».
Por su parte, Graciela Aráoz, presidenta de la Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina, afirma que «los editores se ven imposibilitados de lanzar novedades o reimprimir libros agotados, porque no funcionan las imprentas y su facturación se aproxima a cero. Los autores sufren al final de la cadena del libro, porque disminuyen dramáticamente los derechos de autor. Y, por la situación del sector, tienen problemas para cobrar los derechos ya liquidados con anterioridad a la pandemia».

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